MISIÓN

Del lat. mittere = «enviar, mandar».
1. Vocabulario y uso.
2. Misión en el AT.
2.1. El Dios misionero.
2.2. El proyecto misionero.
2.3. La vocación misionera.
3. Misión en el NT.
3.1. El Evangelio y el AT.
3.2. La encarnación y la misión.
3.3. La crucifixión y la misión.
3.4. Señorío de Cristo y misión.
3.5. Pentecostés y misión.
3.6. Nueva Creación y misión.
4. Universalidad de la misión.
I. VOCABULARIO Y USO
1. Heb. raíz 7971 shalaj, שׁלח, que sign. «enviar», con una gran variedad de aplicaciones, como se verá en el siguiente apartado. El judaísmo tardío llamaba shalíaj al «enviado», que en griego se traducía apóstolos, ἀπόστολος.
2. Gr. 649 apostello, ἀποστέλλω, lit. «enviar», denota la realización de un servicio o una comisión. Por ejemplo, Cristo es enviado por el Padre (Mt. 10:40; 15:24; 21:37; Mc. 9:37; 12:6; Lc. 4:18, 43; 9:48; 10:16; Jn. 3:17; 5:36, 38; 6:29, 57; 7:29; 8:42; 10:36; 11:42; 17:3, 8, 18, 21, 23, 25, 20:21; Hch. 3:20, 26; 1 Jn. 4:9, 10, 14) y envía a su vez a sus discípulos y apóstoles (cf. Mt. 10:16; Mc. 11:1; Lc. 22:8; Jn. 4:38; 17:18; Hch. 26:17). También se aplica a siervos (p.ej. Mt. 21:34; Lc. 20:10), oficiales y soldados (Mc. 6:27; Jn. 7:32; Hch. 16:35), e incluso ángeles (p.ej., Mt. 24:31; Mc. 13:27; Lc. 1:19, 26; Heb. 1:14; Ap. 1:1; 22:6) y demonios (Mc. 5:10).
3. Gr. 3992 pempo, πέμπω = «enviar». Es un término sinónimo del anterior; Thayer piensa que es más general que apostello, que por lo general «sugiere una comisión oficial o autorizada». Indica de manera idéntica el envío de Cristo por el Padre (Jn. 4:34; 5:23, 24, 30, 37; 6:38, 39, 40, 44; 7:16, 18, 28, 33; 8:16, 18, 26, 29; 9:4; 12:44, 45, 49; 13:20; 14:24; 15:21; 16:5; Ro. 8:3), el del Espíritu Santo (Jn. 14:26; 15:26; 16:7), de Elías (Lc. 4:26), de Juan el Bautista (Jn. 1:33), de los discípulos y apóstoles (Mt. 11:1; Jn. 20:21), etc.
II. MISIÓN EN EL AT. El análisis lingüístico del conjunto semántico «enviar/enviado/envío», única terminología para la «misión» en el AT, muestra que nunca se usa en el sentido moderno de ir a otros países a convertir a los extranjeros.
El uso del vb. shalaj = «enviar», con Dios como sujeto, es amplísimo en el AT. Dios envía su Palabra (Is. 55:11; Sal. 107:20; 147:15; Dn. 10:11) y su Espíritu (Sal. 104:30 cf Ez. 37:9s), doble «envío» que es el origen de toda misión. Toda la actividad política de José en Egipto fue una misión sagrada: «Para preservación de vida me envió Dios… Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación» (Gn. 45:5, 7; cf 50:20). Dios envió a Moisés con la misión de liberar a los hebreos y forjar una nación (Ex. 3:10–15; 4:13; 5:22; 7:16; Sal 105:26). «Envió» también diez plagas como las «misioneras» de su mano poderosa (Ex 8:21; 9:14; 15:7); «enviaste tu ira» (Sal. 105:28; 78:49).
Envió a los > jueces a liberar al pueblo de sus opresores (Jue. 6:8, 14; 1 Sam. 12:11). También a los profetas para denunciar toda injusticia, dentro y fuera del pueblo escogido (Jer. 1:1–10; 7:25), y a anunciar su Reino venidero. Todos estos son los primeros «misioneros» de Dios, y todas estas tareas eran su «misión».
Según los profetas, Dios «envía» también a tres figuras paganas de gran relieve político en la historia de Israel: al asirio Senaquerib «contra una nación pérfida, el pueblo de mi ira» (Israel, Is. 10:6s); al babilonio Nabucodonosor (Jer. 25:9; 27:6; 43:10; «mi siervo»); y al persa Ciro (Is. 43:14; 48:14s: «mi pastor» 44:28; «su ungido» 45:1). Estos también son «enviados de Dios», una especie de «misioneros al revés» desde las naciones paganas hacia Israel para su castigo o su liberación.
Hacia el final del AT, Dios revela que enviará a su «misionero por excelencia», el > Siervo Sufriente (Is. 42:6; 49:5). Jesús recogerá la gran proclama misionera isaiana para el «discurso inaugural» de su ministerio: «El Espíritu de Yahvé el Señor está sobre mí, porque me ungió Yahvé; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Yahvé, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Yahvé, para gloria suya» (Is. 61:1–3).
Con esta promesa mesiánica, Dios comienza a revelar también que su > Ungido será el Salvador para todas las naciones: «Te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas» (Is. 42:7; cf 49:6s; 51:4; 60:3).
La misión es integral y dirigida al mismo pueblo de Dios («por pacto al pueblo»). En el pensamiento del AT, en ningún momento «ir» a otra cultura constituye por definición la «misión», sino más bien el «ser enviado» por Dios a cualquier tarea. Ciertamente, en la perspectiva mesiánica de Isaías 40–66, el pueblo de Israel participará en una proyección internacional de su Mesías (Is. 43:10–12), pero este aspecto es poco enfático, y curiosamente, no se emplean términos que signifiquen «envío» en estos textos. H.H. Rowley, después de analizar una amplia gama de versículos (aparte de los cánticos del Siervo Sufriente), concluye que «en ninguno de estos pasajes se considera a Israel como agente activo entre las naciones para llevarles el nombre y la adoración de Dios, pues no aparece ninguna idea de un propósito misionero de Israel» (Rowley, 36, 40).
2.1. El Dios misionero. El Dios de las Escrituras es un Dios que está constantemente enviando a seres humanos para llevar adelante los intereses de su Reino, de su soberana voluntad de bien para toda su creación. «Misión» es toda tarea para realizar la cual el único y soberano Dios envía hombres y mujeres en la historia. El Dios del AT es un «Dios enviador», un Dios misionero, como ya hemos indicado.
La > creación es el punto de partida más importante para entender la visión divina de la misión. Porque Yahvé es el Creador de toda la tierra y toda la humanidad, todos los pueblos han de llegar a conocerlo. Porque Dios es Creador, como enseñan tantos pasajes del AT, es el Señor de toda la vida y de todas las naciones. Como señala B. Ramm, los profetas, precisamente cuando el prestigio nacional de Israel era nulo, fundamentaban su autoridad para profetizar sobre cualquier nación del mundo en el hecho de que Yahvé es el Creador de toda la tierra y de todos los pueblos. Los profetas afirmaron que Dios, por ser Creador y Juez de todas las naciones, había enviado a Asiria y a Babilonia para castigar a Israel por sus pecados. Al comprender que Yahvé es Dios de justicia sobre todas las naciones, su poder se llega a entender como universal y se «cosmifica» más que nunca antes. Dios envía sus mensajeros a toda la creación, no porque su pueblo tuviera cualidades superiores a los demás, sino porque todo el universo es de Dios por derecho de creación y redención.
Este Dios Creador del universo es Dios de amor y compasión. En esta enseñanza del AT nace el pulso vital del corazón misionero, que llegará a toda su fuerza con el mensaje del NT. Esa infinita compasión divina se manifiesta en la elección por gracia del mismo Israel (Dt. 7:6–8; Ez. 16:4–7) y en su voluntad benéfica hacia todas las naciones (Gn. 12:3). El libro de Jonás termina con una declaración de ese amor compasivo del Dios misionero (Jon. 4:11).
Porque Yahvé es el Creador del universo y el Señor de la historia, y porque su compasión redentora alcanza a todos los pueblos, las Escrituras hebreas llegan a afirmar que un día todas las naciones lo adorarán. Este es un tema recurrente en los Salmos (22:27; 67:2–4; 96:1–9; 117) y llega a su máxima expresión en las visiones de Isaías 40–66. Yahvé traerá justicia a las naciones (42:1–6; 51:4; cf. 60:3) y salvación a todos los términos de la tierra (45:21s; 49:6).
Para alcanzar esta meta, Israel no es comisionado a ir a las naciones y convertirlas, sino a ser fiel a la alianza, buscar la santidad y la justicia, en una palabra, ser «luz a los gentiles» que atraiga a las naciones. Entonces, Dios las traerá.
2.2. El proyecto misionero. En cuanto Historia de la Salvación, que consiste en la solicitud de Dios por la criatura descarriada, el AT tiene una lectura misionológica. Se puede decir que el mensaje misionero del AT gira en torno a cinco ejes decisivos: (1) la Creación, como base de toda teología misionera; (2) la elección y vocación de Abraham y el pacto de bendición a las naciones; (3) Moisés, el éxodo, el Sinaí y Canaán: el proyecto de Dios como liberación de su pueblo; (4) David, Jerusalén, y la teología del Reino; y (5) el prometido Mesías, quien termina siendo Alfa y Omega, principio, centro y fin del proyecto salvífico del Dios misionero de las Escrituras.
Este proyecto es integral en el sentido más amplio de la palabra; de hecho, abarca toda clase de tarea asignada por Dios, excepto la de salir a evangelizar a otras naciones (aspecto crucial que solo vendrá con la venida del Mesías). Una clave definitiva del carácter de «misión integral» que reviste este proyecto salvífico puede encontrarse en el pacto con los patriarcas. De en medio de todas las naciones hundidas en el caos del pecado (Gn. 11), Dios toma a Abraham y Sara para formar con ellos una nueva nación, fruto de su infinita gracia y poder. Pero esta nación no existirá para su propia ventaja, sino en función del bien de los demás pueblos. La «misión integral» de Israel será la de llevar bendición a las demás naciones, en todo el sentido de la palabra.
Comienza a realizarse inmediatamente; de hecho, parece ser un tema central del libro del Génesis. En Gn. 14, p.ej., Abraham libera a cinco reyes secuestrados, incluyendo los de Sodoma y Gomorra, y en Gn. 18 intercede por esas dos ciudades. En Gn. 29–31 la presencia de Jacob trae bendición y prosperidad a su suegro, Labán. José, portador del Espíritu de Dios (Gn. 41:38), con poderes «carismáticos» para interpretar sueños y predecir el futuro, utiliza esos dones como «Ministro de planificación» y «Ministro de agricultura» en el gobierno de Faraón. De esa manera, Dios lo utiliza para bendición a todas las naciones. Al final del libro, en un pasaje que resume el mensaje central, José revela a sus hermanos el proyecto de gracia divina que se realizó a través del anti-proyecto de ellos: «Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Gn. 50:20; cf. 45:5–8).
2.3. La vocación misionera. Otro aspecto del mensaje misionero del AT que debe incluirse junto con el concepto de «enviar», es el de «llamar», la > vocación. De gran importancia en todo el mensaje del AT, es el correlato inseparable del concepto de misión.
Aunque el lenguaje estricto de misión (los verbos que significan «enviar») no se emplea en relación con Abraham y Sara, su mismo llamado y el mandato «Vete de tu tierra… a una tierra que yo te mostraré» indican, implícitamente, un envío divino. La intención de Dios es incorporarlos en su proyecto salvífico de misión integral (cf Gn. 18:17–20). Dios los «expulsó» de Mesopotamia y los lanzó a una increíble aventura de fe, porque por medio de ellos y su descendencia Yahvé quería comenzar a contrarrestar las fuerzas de maldición entre las naciones y realizar su propio proyecto de bendición. En el caso de José se reitera la misma verdad (cf. Gn. 50:20).
El tercer caso explícito de «vocación misionera» es Moisés (Ex. 3:1–15), enviado primordialmente para tareas muy temporales, que podrían clasificarse como de carácter socio-político. En las Escrituras, lo «espiritual» se realiza dentro de las mismas entrañas de lo temporal; Dios lleva adelante su proyecto misionero de salvación dentro de la historia y el día a día.
Entre muchos más casos, Jeremías es un claro resumen de todo lo que implica la misión: «A todo lo que te envíe irás tu, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Yahvé… He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar» (Jer. 1:7–10; cf. Ap. 10:11).
III. MISIÓN EN EL NT. La venida del Mesías transformó la visión centrípeta del AT en una visión centrífuga que enviaba a los discípulos al mundo entero con las Buenas Nuevas. Podría decirse que el NT añade a la misión el aspecto principal de que carece el AT: el envío misionero a otras naciones. Esta nueva dimensión universal de la misión de ninguna manera desplaza a la visión integral del AT. Igual que en otros tantos puntos, la nueva revelación en Cristo no anula lo anterior; más bien, lo engrandece y lo perfecciona. Lo enriquece y le da un «cambio de dirección»: ahora la misión será «extravertida», hacia afuera. Ahora se extiende hasta los confines de la tierra (Hch. 1:8) y hasta el fin del tiempo (Mt. 28:20).
3.1. El Evangelio y el AT. Con frecuencia se enfoca la diferencia entre el AT y el NT de otra manera. Se pretende establecer una serie de contrastes (o contradicciones) antagónicas entre los dos: el AT material, el NT espiritual; el AT terreste, el NT celestial; el AT histórico, el NT suprahistórico (eterno); el AT un mensaje nacionalista, el NT un mensaje universal y trascendental (idealista). Otros agregarían: el AT político, el NT apolítico, lo cual es una simplificación errónea.
Un análisis de las enseñanzas cardinales del NT y de su modelo misionero demuestra que el NT no restringe la visión de «misión integral» del AT, sino, al contrario, la amplía, incluyendo su transformación en misión centrífuga. Sin duda, el Evangelio se concentra cristológicamente en la cruz y la resurrección de Jesús, pero eso no debe entenderse como una concentración excluyente de todos los demás aspectos de la Historia de la Salvación. En 1 Cor. 15, Pablo resume el Evangelio que había recibido y proclamado en tres acontecimientos acaecidos en un solo fin de semana: la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (15:3s). Y efectivamente, esos tres sucesos constituyen el núcleo indispensable de la Buena Nueva. Pero no deben entenderse en menoscabo de otros aspectos de la obra de Cristo. El mismo Pablo, por ejemplo, en Rom. 1:1–4 define su Evangelio por la encarnación («del linaje de David según la carne») y la resurrección («declarado Hijo de Dios… por la resurrección»), sin siquiera mencionar la muerte de Cristo. En la misma epístola, Pablo describe el objeto de la fe redentora otra vez sin referirse a la cruz, como el señorío de Cristo y la resurrección (10:9). Por otra parte, la predicación apostólica en Hechos suele incluir algo que Pablo no menciona ni en 1 Cor. 15:3s ni en Ro. 1:1–4: la Venida de Cristo, vista como componente esencial del kerygma.
Cuando un judío como Pablo leía las Escrituras hebreas, se topaba con su propia «historia patria». El AT era la única Biblia de los primeros cristianos, y además era para los judíos la única historia nacional en forma escrita. Es lógico que para ellos el Evangelio fuera también un problema político muy agudo, como nos revela Pablo en Ro. 9–11 y otros pasajes. Suponer que el Apóstol haya leído el AT en forma ahistórica y apolítica es, verdaderamente, una ilusión.
3.2. La Encarnación y la misión. La encarnación del Hijo de Dios es la forma máxima de la revelación (Jn. 1:18; cf. Heb. 1:1–3; 1 Ti. 3:16) y la clave indispensable de la redención (1:12s), que a la vez propone un modelo esencial para una misionología integral.
Es un modelo de identificación. El Hijo de Dios inició su misión haciéndose él mismo uno de los que había venido a salvar. Se hizo carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso. No pretendió «evangelizarnos» desde fuera, desde su divinidad, sino que optó por hacerlo «desde dentro», en la misma condición humana, física y vulnerable (sentido básico de sarx = «carne») en que vivimos todos nosotros.
Por eso, la encarnación es también un modelo de solidaridad. Para salvar al mundo, el Hijo se solidarizó con la condición humana. Hizo suyas las enfermedades y dolencias de la humanidad («carne» vulnerable), para así redimirlas en su persona (Mt. 8:17, «tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias», para así sanarlas, Mt. 4:23; cf. Is. 53:3). Cristo hizo suyo todo lo que era humano, hasta el pecado y la muerte (2 Cor. 5:21; Gal. 3:13).
La encarnación ofrece además un modelo de misión como presencia: «habitó entre nosotros, y vimos su gloria» (Jn. 1:14). Llama la atención que Juan 1:1–18 en ningún momento alude a la cruz; en este pasaje, la misión fue la misma vida que Jesús llevó en medio de la humanidad. Tampoco se refiere aquí a la proclamación, tan importante en muchos otros pasajes. Según el v. 14, la misión de Cristo consistía en una presencia que hacía visible la gloria, gracia y verdad (integridad) del mismo Hijo de Dios, para así revelar al Dios invisible (v. 18).
En último lugar, la encarnación significa misión integral. Al asumir la condición humana, Jesucristo se solidariza con nuestra realidad. Obviamente, no se limita a «lo espiritual», ni lo toma como punto de partida y base de su misión. Tampoco ciñe su ministerio al problema espiritual o las necesidades «religiosas» de la gente. Cristo dirigió su ministerio a todas las necesidades humanas: la pobreza, el hambre, la enfermedad, la angustia, el trastorno mental y la misma muerte.
Con el ministerio de Cristo no se limita ni se reduce en nada la amplitud de la misión integral presente en el AT. Los hechos de su ministerio y la forma como lo realizó así lo demuestran en la práctica, sin lugar a dudas. Claramente se evidencia en su propia proclama inaugural, basada en los paisajes isaianos de misión integral (cf. Lc. 4:18s).
Aunque Pablo no utiliza la misma fórmula de Jn. 1:14, presenta una teología encarnacional casi idéntica. Para él, Jesucristo «era del linaje de David según la carne» (Ro. 1:2; cf. 9:5). El gran himno cristológico de Fil. 2:5–11 destaca que el Hijo de Dios fue «hecho semejante a los hombres» y asumió «la condición de hombre» (2:7s). Pablo acentúa especialmente que toda la obra salvífica de Cristo fue realizada «en la carne» (Ef. 2:14s; Col. 1:21s). Romanos 8:3s destaca con tono paradójico este hecho, repitiendo cuatro veces la palabra «carne» en dos versículos.
Desde que Jesucristo se encarnó, murió y resucitó en la carne, y su Espíritu reside en los creyentes, el poder de su resurrección opera también en los cuerpos y vidas de sus seguidores (Ro. 8:10s; Ef. 1:19–21). Ahora son primicias del siglo venidero (cf. Stg 1:18), llamados a ser la levadura, sal, luz y semilla de su Reino en sus cuerpos redimidos.
3.3. La crucifixión y la misión. La última consecuencia de la identificación de Jesús con los pecadores fue, precisamente, su muerte en la cruz (cf. Jn. 13:1; Fil. 2:8). El Verbo Encarnado llevó su solidaridad hasta lo último: se dejó identificar hasta con el pecado (2 Cor. 5:21; Gal. 3:13) y la muerte (Heb. 2:14s).
El himno de Fil. 2:5–11 señala el camino de la misión para Jesús y para su Iglesia (cf. 2:5): el camino del «anonadamiento» (la kenosis) y de la cruz. El mundo y los poderosos no pueden entender que ese escándalo de la cruz es el poder y la sabiduría de Dios (1 Cor. 1:18–24). Por eso, agrega Pablo, Dios no ha llamado a muchos sabios según la carne, ni poderosos, ni nobles, sino lo débil de este mundo, lo vil y menospreciado, «y lo que no es, para deshacer lo que es» (1 Cor. 1:25–28). Está claro que la paradoja del anonadamiento kenótico debe seguir siendo el paradigma cristológico para la misión cristiana de todos los tiempos.
3.4. Señorío de Cristo y misión. El señorío universal de Jesucristo (Mt. 28:18; Fil. 2:9–11) a partir de su resurrección y ascensión, es en realidad la base principal de la misión cristiana en el NT. Pablo declara que Cristo está sentado a la diestra de Dios «sobre todo principado y autoridad y poder y señorío» (Ef. 1:21), y que ese mismo poder de su resurrección y ascensión actúa en «nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo» (1:20; cf. Ro. 8:11). La autoridad soberana de Cristo resucitado y ascendido es, a la vez, la base de la misión cristiana como también el poder eficaz, activo, para realizarla.
1 Cor. 15:25 y otros pasajes confirman que Cristo reina ya, desde su resurrección, «y es preciso que él siga reinando hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies». La meta de todo el proceso histórico, sobre el cual él reina ya desde la diestra del Padre, es que al fin él encabece todas las cosas (Ef. 1:10, ta panta, equivalente griego del «universo»).
El señorío de Jesucristo es total, universal e integral. Reina ya, no solo en los cielos, sino también en la tierra; no solo en la eternidad, sino también en la historia; no solo en la Iglesia, sino también en el universo entero; no solo en lo religioso y espiritual, sino en todo, sin excepción alguna.
3.5. Pentecostés y misión. La misionología contemporánea ha redescubierto la importancia central del Espíritu Santo y de Pentecostés para la comprensión de una misión integral. Teólogos como Roland Allen, Leslie Newbigen y Harry Boer han estudiado a profundidad la relación entre Pentecostés y misión. Sin recibir el poder del Espíritu Santo, lo mejor para los discípulos hubiera sido quedarse sentados en Jerusalén (Lc. 24:49); solo revestidos del poder de lo alto llegan a ser testigos del Señor (Hch. 1:8).
El Espíritu de Pentecostés es el mismo Espíritu de los profetas de tiempos antiguos. Ni hay otro Espíritu, ni ha cambiado el Espíritu de Dios. La lectura de los escritos proféticos impresiona inmediatamente con la gama casi ilimitada de su programa de acción. Se preocupaban por la adoración de Dios y la fe del pueblo, pero también por el abandono de las viudas y los huérfanos (Is. 1:23), la servidumbre humana (Am. 2:6, 9), la violencia (Is. 1:15), el robo (Am. 1:11), la acumulación de latifundios (Is. 5:8) y los abusos de los derechos humanos (Am. 1:13; 2:1).
El día de Pentecostés comienza con experiencias carismáticas (2:1–13), le sigue un sermón sólidamente bíblico y teológico (2:14–36), después del cual unas tres mil personas se convirtieron, las cuales conformaron una comunidad comprometida: doctrina, comunión y oración (4:42, 44), maravillas y señales (4:43), comunidad de bienes materiales y un extenso proyecto social de «comedores populares» (4:44s; 4:32–5:11; 6:1).
3.6. Nueva Creación y misión. El NT se cierra casi con las mismas palabras del comienzo del AT. «En el principio Dios creó los cielos y la tierra» (Gn 1:1), y al final Dios creará «cielo nuevo y tierra nueva» (Ap. 21:1). El tema de la creación es fundamental para el pensamiento de ambos testamentos, y fundamental también para la comprensión de la misión integral desde el Génesis hasta el Apocalipsis. La meta de la salvación, y por ende de la misión, es la nueva creación que anticipan los profetas hebreos (Is. 65:17ss) y que anuncia el NT (Ap. 21–22; 2 Pd. 3:13; Ro. 8:18–23).
El libro del Apocalipsis no termina en el cielo, sino sobre una tierra nueva, con una nueva Jerusalén que «desciende del cielo, de Dios» para establecerse en esa nueva creación (21:2, 10). Si la meta final de la salvación fuera exclusivamente celestial, entonces la misión cristiana tendría, por lógica, ese mismo carácter. Pero, según el Apocalipsis y otros pasajes, la salvación terminará «sobre la tierra», en una comunidad social que Juan desde Patmos describe con mucho detalle (21:2–22, 25). La visión de la nueva creación en Is. 65 y Ap. 21 anticipa con muchos detalles una sociedad armoniosa y justa; 2 Pd. 3:13 la describe como un espacio para la justicia. La promesa de la tierra nueva hace recordar que la misión cristiana se relaciona también con toda la vida física y social de las personas. El ministerio de Jesús incluía sanidades físicas que anticipaban la resurrección del cuerpo y el día futuro, cuando la enfermedad dejaría de ser para siempre. La misión cristiana consiste en ser portadores y agentes de la nueva creación, del Reino de Dios, del nuevo orden que él ha comenzado a crear.
IV. UNIVERSALIDAD DE LA MISIÓN. El llamado universal de la misión cristiana es una novedad tan radical que R. Bultmann afirma que los textos que recogen los discursos de Jesús relativos a la misión a los gentiles, a saber; Mt. 28:16–20; Mc. 16:14–20 y Lc 24:44–51, fueron inventados por la comunidad primitiva, que necesitaba justificar su propia apertura universal, haciéndola remontarse a Jesús, frente a la impugnación de la corriente judaizante. Gracias a los estudios realizados por los exegetas, hoy se puede hablar de un núcleo original referido con un gran margen de seguridad al Jesús histórico, especialmente a su ejemplo, ya que, aunque personalmente había limitado su apostolado a los judíos, había preparado la misión universal de sus discípulos.
Es cierto que, en principio, Jesús vino a los «suyos» (Jn. 1:11), a los judíos, y a ellos limitó su apostolado (Mt. 15:26; Mc. 7:27), pero claramente orientado a la búsqueda de la fe en personas ajenas al pueblo elegido, a quienes favorece y elogia (cf. Mt. 8:10; Lc. 7:9). Son las otras ovejas que no son del redil judío, pero a las que «también me es necesario traer… Así habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn. 10:16). Los atisbos universales presentes en el AT son sintetizados en la persona del anciano > Simeón, que saluda la misión de Jesús como «gloria» del pueblo de Israel, y a la vez, «luz para revelación de las naciones» (Lc. 2:28–32). «A los judíos primero», dirá el apóstol Pablo, y «también al griego» (Ro. 1:16), de manera que la Iglesia por Cristo fundada, está compuesta por el «resto de Israel» y por los pueblos gentiles (Gal. 6:16) injertados en el viejo olivo hebreo (Ro. 11:24).
Pentecostés, como se ha dicho, es el punto de partida de la misión cristiana. El Espíritu, como Espíritu de profecía y de testimonio, mueve a los apóstoles y a toda la comunidad cristiana a llevar a todos los hombres la Buena Nueva de Cristo para recogerlos en un solo cuerpo, en una sola familia. En los primeros momentos, mientras la expectativa del retorno inminente de Cristo es máxima, los apóstoles dan testimonio del resucitado en la ciudad santa de Jerusalén, considerada el escenario escatológica de la acción divina final. Tendrán que ser las circunstancias y los acontecimientos que atraviesa la comunidad de Jerusalén, los que la empujen en otra dirección. El martirio de Esteban prepara la evangelización de Samaria, y los judíos que habían venido a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés se llevan la Buena Nueva a sus tierras. Será la Iglesia de > Antioquía la encargada de abrir nuevos horizontes misioneros con el envío de Bernabé y Pablo, el cual será el responsable consciente de la misión a los gentiles. El libro de los Hechos registra de forma clara los conflictos, las tensiones y las graves incomprensiones con que Pablo y sus colaboradores tropezaron en su trabajo misionero, sin reducciones ni limitaciones de orden legal, religioso o racial. En este sentido, el apóstol Pablo se alza con derecho propio con el título de «apóstol de los gentiles» y campeón de la libertad y del universalismo cristiano. Véase APÓSTOL, CREACIÓN, ENCARNACIÓN, EVANGELIZACIÓN, GENTILES, IGLESIA, KERIGMA, MENSAJERO, PABLO, PENTECOSTÉS, VOCACIÓN.