MIEL

Heb. 1706 debash, דְּבַשׁ, junto con yáar, יָּעַר, denota la miel de las abejas (1 Sam. 14:25, 27, 29; Cant. 5:1); o tsuph, צוף, lit. «manar», que indica más bien las celdas de los panales llenas de miel (Prov. 16:24; Sal. 19:11); nópheth, נֹפֶת, denota la miel que gotea o destila (Sal. 19:10; Prov. 5:3; 24:13; 27:7; Cnt. 4:11); gr. 3192 meli, μέλι.
1. La miel como alimento.
2. La apicultura a través de los tiempos.
I. LA MIEL COMO ALIMENTO. La miel es una sustancia dulce y siruposa fabricada por las abejas, que la obtienen a partir del néctar de las flores que reúnen y guardan en un órgano especial de sus cuerpos, llamado «estómago». El néctar es recogido entre las abejas en celdas de forma hexagonal. Con mucha ventilación y ayudadas por el fermento, las abejas transforman el néctar en miel. Una gran porción de la miel reunida en las colmenas se usa para alimentar a las abejas adultas y las larvas puestas por la abeja reina. El resto es recogido por los encargados y utilizado como alimento nutritivo y saludable.
La miel era un alimento muy apreciado como edulcorante (Gn. 43:11; 2 Sam. 17:29); se comía directamente del panal, o se extraía de diversas maneras (Ex. 16:31; 1 Sam. 14:26). El > maná recogido en el desierto tenía sabor como de hojuelas con miel (Ex. 16:31).
Las abejas ponían sus panales de miel silvestre en hendiduras de rocas, en árboles, y otros lugares semejantes (Dt. 32:13; Jue. 14:8; 1 Sam. 14:25; Mt. 3:4). De Juan el Bautista se dice que se alimentaba de «miel silvestre», meli agrion, μέλι ἄγριον, que juntamente con las langostas conformaba su dieta (Mt. 3:4). De esta miel silvestre, o «miel de la peña», fue alimentado el pueblo de Israel por Dios durante su estancia en el desierto (Dt. 32:13; Sal. 81:16).
La actividad polinizadora de las abejas es indispensable en el mantenimiento de los ecosistemas. Las flores necesitan de las abejas para la polinización. Como incentivo producen el néctar, una solución de azúcares y otros elementos menores que las abejas recogen para fabricar el compuesto que más tarde se convierte en miel. Los diferentes tipos de miel contienen diversos azúcares que cambian según el origen del néctar y de otras sustancias en cantidades mínimas, como sales minerales, vitaminas, proteínas y aminoácidos.
El aroma, gusto y color de la miel son determinados por las plantas de las que las abejas han recogido el néctar. Los girasoles, por ejemplo, le dan un color dorado; el trébol produce una miel blanca y dulce. La miel oscura generalmente tiene un sabor más delicado.
La glucosa es un componente fundamental de la miel. Cuando se condensa, se vuelve sólida y es conocida como miel cristalizada. Dependiendo de las plantas que las abejas visiten, algunos tipos de miel son más favorables a la cristalización que otros. Al igual que el color, el sabor de la miel no es apreciado de igual forma por todos los pueblos.
Los apicultores consideran que la miel está lista para la cosecha cuando aparece sellada con una capa de cera. En tal estado es pura y perfecta, encuéntrese en un panal silvestre, una colmena cuidada o una colmena industrial más sofisticada. Es fundamental preservar la pureza de la miel durante las actividades de cosecha y transformación, debido a los riesgos de contaminación, recalentamiento o sobrefiltración. Esto significa que los apicultores rurales, valiéndose de materiales sencillos, pueden producir miel de alta calidad.
Se menciona Canaán como manantial de leche y miel (Ex. 3:8, 17; 13:5, 33:3), metáfora que indica la excelencia de la Tierra Prometida, pródiga en lo que es bueno y deseable. Los rabinos interpretan que la miel mencionada en esta frase es una alusión a la que se extrae de la > palmera datilera, a partir de la cual se preparaba algo semejante a un jarabe (Josefo, Guerras 4, 8, 3). En el Cantar de los Cantares, el esposo elogia a la esposa diciendo: «miel virgen destilan tus labios, miel y leche hay bajo tu lengua» (4:11).
Como la miel es susceptible de fermentación, estaba prohibida en las ofrendas presentadas a Yahvé destinadas a ser quemadas (Lv. 2:11). Las primicias de la miel, sin embargo, eran entregadas a los sacerdotes para su sustento (2 Cro. 31:5).
La tradición judía considera la dulzura de la miel como señal de un bien futuro y ha generado ciertas costumbres relacionadas con ella. Algunos grupos étnicos judíos comúnmente dan al niño un bocado de miel cuando empieza a estudiar la Torah, simbolizando la dulzura de su instrucción. Durante la fiesta del Rosh Hashshanah existe la costumbre de comer una rebanada de pan mojada en miel y se recita la bendición: «Que esto sea para ti un deseo de ayudarnos con un buen y dulce año». En Lc. 24:42, aunque el texto no es seguro desde el punto de vista crítico, se dice que Jesús resucitado recibió un «panal de miel» como alimento. En el ritual del bautismo de adultos de la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma, al principio del siglo III, el neófito recibía, con el vino consagrado de la comunión, leche y miel, en recuerdo de la promesa hecha a los padres sobre la posesión de la Tierra Prometida.
II. LA APICULTURA A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS. En un principio se recogía la miel de las colmenas silvestres. Los primeros documentos conocidos sobre apicultura son las pinturas rupestres de la Cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia, España), de hace 15000 años; representan a una persona colgada de unas cuerdas apoderándose de un panal de miel. Existen otras representaciones rupestres en Sudáfrica, en la Cueva Eland, que curiosamente mantienen un enorme parecido con las pinturas de la Cueva de la Araña. En Zimbabwe se hallan pinturas rupestres que presentan un gran adelanto respecto a las anteriores, y es que ya se había descubierto el empleo del humo para conseguir reducir la agresividad de las abejas durante el proceso de recolección de la miel. Con el tiempo, tras concienzudo estudio de las costumbres de las abejas, empezaron a construirse colmenas artificiales para la cría y el cuidado de estos insectos.
Los egipcios fueron los primeros apicultores trashumantes de los que se tenga noticia, ya que transportaban sus colmenas en barcazas por el Nilo, siguiendo las diferentes floraciones. En Israel, recientes excavaciones arqueológicas de Tel Rehob, en el valle de Beth-Sheán, han descubierto colmenas usadas en la antigüedad, datadas del período de la monarquía israelita (s. X–IX a.C.). Las colmenas, hechas de largos listones de barro cilíndricos, son los únicos elementos que en ocasiones permiten datar las excavaciones arqueológicas en el Antiguo Oriente Medio.
En la antigua Grecia, las primeras reseñas sobre la apicultura se pierden en la noche de los siglos y son descritas por la mitología sin que se pueda precisar una fecha exacta. La apicultura de Creta es conocida desde la época minoica, de la que procede el hermoso colgante de oro encontrado en la Maliá, que representa dos abejas libando una gota de miel. La cera de abejas también fue empleada por Ícaro para construir unas alas con las que escapar del laberinto del minotauro, pero su imprudencia le hizo volar tan alto que el sol las derritió, provocando su caída y muerte.
Según la mitología griega, la aparición de la apicultura se debe a Aristeo, sobre el que se cuenta la siguiente leyenda: paseándose un bello día por la verde montaña del Pelión, Apolo descubrió una virgen de gran belleza llamada Cirene, y prendado de ella la convenció para seguirle a Libia. En este país construyó una ciudad en su honor a la que llamó Cirene, la desposó y tuvo un hijo con ella al que puso por nombre Aristeo.
Según las costumbres de los dioses, Apolo envió a su hijo a las Ninfas para que lo alimentaran y criaran, lo que realizaron con gran esmero. Las Ninfas le enseñaron el arte de la agricultura, y sobre todo la apicultura. Cuando Aristeo alcanzó la edad adulta, sintió el deseo de enseñar a los hombres los conocimientos que había recibido de las Ninfas. Con este fin visitó la isla de Kea, en el mar Egeo, donde enseñó el arte de la apicultura a sus moradores. Al parecer, la permanencia de Aristeo en la isla de Kea y su magisterio duró mucho tiempo, dejando algunos bastardos a modo de recuerdo, y siendo, según la tradición, colmado de honores por sus habitantes agradecidos.
Tras abandonar la isla de Kea, según narra el anciano poeta Píndaro, Aristeo se dirigió con el mismo fin de enseñar la apicultura a la Arcadia, en el Peloponeso, donde sus habitantes le trataron con todos los honores debidos a un semidiós. Un día, cuando descansaba de sus enseñanzas, descubrió en su paseo por un sitio encantador a la ninfa Eurídice, esposa de Orfeo. Cautivado por su gran belleza, experimentó por ella una gran pasión. Como ella rehusara su amor, intentó violarla, pero Eurídice, gracias a su agilidad, logró escapar, si bien en su huida pisó una serpiente que le mordió y le causó la muerte.
Las Ninfas, irritadas con Aristeo, que era culpable de la muerte de Eurídice, le castigaron matando todas sus colmenas, a pesar de ser consideradas como las protectoras de las abejas y ser llamadas Ninfas apicultoras. Para desagraviar a las Ninfas, Aristeo, siguiendo el consejo de su madre, que había consultado al dios Proteo, guardián de los rebaños de Neptuno, sacrificó 4 bueyes y 4 vacas, tras lo cual la Ninfas se aplacaron inmediatamente e hicieron surgir de las entrañas corrompidas de las bestias nuevos enjambres de abejas y bendiciéndolas incluso para que obtuvieran una cosecha abundante de miel. Tras esta reconciliación con las Ninfas, Aristeo visitó, con el fin de enseñar la apicultura, Sicilia y Tracia, donde griegos y bárbaros le recibieron con los honores reservados únicamente a los dioses, como narra el autor griego Diodoro de Sicilia.
En la época romana, el gran poeta Virgilio retomaría la leyenda de Aristeo y las Ninfas en sus Geórgicas para explicar los pasos a dar a fin de recuperar las abejas tras una pérdida de colmenas, extendiéndose por otra parte en consideraciones sobre cómo han de ser sus emplazamientos, sobre las plantas que más convienen a las abejas, indicadas por el mismo Júpiter (el Zeus griego) como premio por haber sido alimentado con leche y miel que le proporcionaron Melissa, hija del rey de Creta, y la cabra de largos cuernos Amaltea, desde su nacimiento y durante el tiempo en que fue criado en la cueva de Dictea.
También en la antigua Roma el hidromiel, que es un vino elaborado con miel, era considerado el licor de los dioses, y la miel era tan apreciada que se utilizaba como patrón de valor en la recaudación de algunos impuestos, siendo la de Hispania muy reputada, ya que los tartesios Gárgoris y Habidis ya practicaban la apicultura, como evidencia de esto tenemos su sobrenombre de «Melícolas». Véase ABEJA, LECHE, PANAL.