LABIO

Heb. 8193 saphah, שָׂפָה, «labio, orilla, borde»; gr. 5491 kheîlos, χεῖλος = «labio, ribera». Parte exterior de la boca que utilizamos para hablar, hacer muecas de burla, emitir sonidos, besar, recitar oraciones, etc. (Cant. 5:13; 7:10; Job 11:5; 32:10; Sal. 22:7; 1 Sam. 1:13; Prov. 24:26). En estilo poético, se dice que son un hilo de escarlata sobre el rostro de la amada (Cant. 4:3), destilan la miel untuosa de la palabra (Cant. 4:11) y designan incluso, a veces, la palabra naciente (Job 16:5). A diferencia de la lengua, órgano activo que sirve para hablar, los labios esperan que se los abra para expresar el fondo del corazón, de donde la expresión común «abrir los labios», p.ej.: «Señor, abre mis labios, y mi boca anunciará tu alabanza» (Sal. 51:15).
Metafóricamente hablando, los labios indican el borde o el límite de las cosas, p.ej., la orilla del mar (Heb. 11:12; cf. Gn. 22:17; Ex. 2:3), la ribera del Jordán (2 R. 2:13; Jue. 7:22), el borde de una copa (1 R. 7:26), de un vestido (Ex. 27:21), de una cortina (Ex. 26:4; 36:11).
Por metonimia, expresan un modo de hablar, es decir, un idioma o dialecto (Gn. 11:1, 6, 7, 9; Is. 19:18; Ez. 3:5, 6; 1 Cor. 14:21).
En sentido moral es frecuente encontrar los labios al servicio del corazón, bueno o malo (Prov. 10:32; 17:15; 24:2). Revelan las cualidades del corazón: tanto la gracia del rey ideal (Sal. 45:3), como el reclamo engañoso de la extranjera (Prov. 5:3; 7:21).
En el pecador se ponen al servicio de la doblez, con su cortejo de artimaña y calumnia (Prov. 4:24; 12:22; Sal. 120:2). Pueden ocultar tras un rostro placentero la maldad íntima: «Barniz sobre vasija de barro son los labios lisonjeros con corazón malvado» (Prov. 26:23).
Pueden llegar hasta expresar una doblez que afecte el diálogo con el mismo Dios: «Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is. 29:13; Mt. 15:8). «Honrar con los labios», además de significar palabras vacías, puede ser una referencia a la costumbre judía de llevarse a la boca la borla del tallith (el manto de lana usado para envolver la cabeza y el cuello durante la oración), como señal de aceptación de la Ley en el corazón.
También se nos habla, por oposición, de aquel cuyos labios son siempre sinceros y justos (Sal. 17:1; Pr. 10:18–21; 23:15). Pero para poder guardar los labios de toda palabra embustera o lisonjera (Sal. 34:14; 1 P. 3:10), será necesario que Dios mismo los instruya (Prov. 22:17); es preciso que estén colgados de los labios de Dios con obediencia y fidelidad (Sal. 17:4; Job 23:12): «Pon, Señor, guarda a mi boca y vela a la puerta de mis labios» (Sal. 141:3).
Pedir que el Señor abra los labios equivale a solicitar la gracia de la sencillez para iniciar el diálogo con la Divinidad. Frente a Dios, el hombre sabe que sus labios están inclinados a la doblez y a la mentira (Is. 6:5). La alabanza auténtica debe venir de labios purificados (Sal. 63:4–6; Os. 14:3; Job 11:5; Is. 6:6) por el fuego del amor y del perdón divinos. La alabanza cristiana dirigida al Padre es fruto de los labios que alaban a Jesucristo, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre (Heb. 13:15). Véase BOCA, LENGUA.