Pentateuco

De los sustantivos gr. penta + teûkhos, πέντα τεῦχος = «cinco estuches». El nombre etimológico se refiere a las cinco tinajas/recipientes donde se guardaban los respectivos rollos de los cinco primeros libros de la Biblia. Por esto, con el término Pentateuco se hace referencia al conjunto formado por los libros del > Génesis, > Éxodo, > Levítico, > Números y > Deuteronomio.
1. Origen.
1.1. Término de la Septuaginta.
1.2. Otros términos modernos.
2. Contenido y unidad.
2.1. Historia de los orígenes.
2.2. Historia de los Patriarcas.
2.3. Nacimiento del pueblo de Israel.
3. Rasgos literarios del Pentateuco.
3.1. Ley e historia.
3.2. Interrupciones y reasunciones del relato.
3.3. Repeticiones aparentes.
3.4. Vocabularios y estilos diferentes.
4. Historia de la investigación sobre la formación del Pentateuco.
4.1. Datos antiguos.
4.2. Primeras hipótesis de formación del Pentateuco.
4.3. Nueva hipótesis documentaria de Julius Wellhausen.
4.3.1. Preparativos.
4.3.2. Descripción de la Nueva hipótesis documentaria.
4.3.3. Recepción inicial.
4.4. La Historia de las formas de H. Gunkel.
4.5. Armonización de G. von Rad.
4.6. La Historia de las Tradiciones de M. Noth.
4.7. La Escuela escandinava.
4.8. El consenso de la Nueva Hipótesis Documentaria hasta 1970.
4.9. La crisis posterior a 1970.
4.10. Nuevas propuestas.
4.11. Situación actual.
5. El Pentateuco y la Ley.
6. El Pentateuco y la Historia de la Salvación.
7. Pentateuco y NT.
7.1. Dos Principios.
7.2. Dos figuras.
7.3. Dos Presencias.
7.4. Una historia salvífica en dos etapas.
8. Bibliografía.
8.1. Manuales de Pentateuco.
8.2. Introducciones generales al AT, donde se aborda la cuestión del Pentateuco.
8.3. Estudios relacionados con el Pentateuco.
8.4. Estudios de teología bíblica y Pentateuco.
I. ORIGEN
1.1. Término de la Septuaginta. El término «Pentateuco» lo acuñó la > Septuaginta, traducción griega de la Biblia hebrea hecha en Egipto en los siglos previos a Jesucristo. Se designa con el nombre «Pentateuco» a los cinco primeros y principales libros bíblicos, concebidos como una unidad. La Biblia hebrea, que veía estos libros como un todo, les otorga el nombre de Torah, que significa «Ley». Ambos vocablos, «Pentateuco» y «Torah», aunque designan la misma realidad (los cinco primeros libros bíblicos), subrayan aspectos distintos. Mientras que el término de la Biblia hebrea subraya que contienen las leyes fundamentales que Dios entregó a su pueblo, el nombre griego es más aséptico y renuncia a privilegiar ningún aspecto importante; se limita a designar el número de escritos, sin más.
La tradición designa también al Pentateuco como «los libros de Moisés», por ser este el protagonista de cuatro de sus libros.
1.2. Otros términos modernos. El Pentateuco termina con la muerte de Moisés en el monte Nebo, sin que el pueblo haya conquistado la Tierra Prometida. Como esto sucede en el libro de Josué, hay quien dice que habría que añadir dicho libro al Pentateuco, pues de lo contrario la historia quedaría inconclusa. El principal representante de esta postura fue G. von Rad, que acuñó la expresión de «Hexateuco» (seis estuches/libros) para referirse a la unidad temática formada por los seis escritos. M. Noth, en cambio, subrayó las diferencias que había entre el Deuteronomio y los otros libros del Pentateuco, así como las semejanzas con los libros que le siguen (Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes), por lo que defendió que Dt. debía unirse a estos separándose de los cuatro primeros. De ahí que empezase a llamar a estos últimos el «Tetrateuco» (cuatro estuches/libros). Estas propuestas, sin embargo, no se han impuesto, y en general se sigue hablando de «Pentateuco», dado su valor religioso excepcional como unidad literaria, tanto en la tradición judía como en la cristiana. Es el texto canónico que establece y determina la estructura misma del pueblo, de las clases sociales, su jerarquía, sus relaciones, etc. Es como la Carta Constitucional de Israel, y contiene no solo su ley, sino también la historia de su origen.
II. CONTENIDO Y UNIDAD. En el Pentateuco se narran tres grandes historias, que ponen los fundamentos de la gran historia salvífica de Dios con los hombres. Las dos primeras están en el libro del Génesis y la tercera abarca Éx., Lv., Nm. y Dt.
2.1. La historia de los orígenes (Gn. 1–11). Estos capítulos son de un género literario especialmente teológico, donde las imágenes hablan más que los conceptos. Se narra la historia del origen del universo, del hombre, del mal/pecado y de la muerte en dos relatos diversos e independientes sobre la creación (Gn. 1:1–2:4a y Gn. 2:4b–25) y uno sobre la caída (Gn. 3). Los capítulos siguientes subrayan cómo el mal crece y se extiende entre los hombres, agravándose de forma preocupante en la medida en que la humanidad se multiplica: historias de los hijos de Adán (Gn. 4) y de los patriarcas antediluvianos (Gn. 5). El relato del diluvio muestra el intento fracasado de Dios por acabar con el pecado y lograr una humanidad justa y santa. Sin embargo, lo que realmente enseña la historia de Noé (Gn. 6–9) es por qué Dios «aparentemente» no hace nada para acabar con el mal y pecado de los hombres: porque es mejor respetar la libertad humana; de lo contrario, tendría que acabar con toda la humanidad, algo que ha jurado no hacer. La historia posterior al diluvio muestra la ineficacia del plan anterior, pues la especie humana vuelve a pecar igual o más que antes (Gn. 10–11). Tras el relato de la Torre de Babel, se nos presenta a la familia de Abraham para entroncar con el siguiente núcleo narrativo.
2.2. La historia de los Patriarcas (Gn. 12–50). Dios comienza aquí, históricamente hablando, su plan de salvación (que teológicamente se inicia en el momento de la Creación). Podemos situar estos comienzos en la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo. Va a manifestarse prometiendo plenitud y bendiciendo a unos elegidos, los patriarcas, para que su promesa y su bendición llegue a todos los hombres (Gn. 12:1–3) a través del pueblo que nacerá de ellos. Nos encontramos, por tanto, con la historia de los antepasados del pueblo de Israel, unos hombres con sus defectos y debilidades, que irán madurando en su experiencia inicial de Dios, y darán lugar a las doce tribus de Israel. El patriarca principal es Abraham, cuya historia es inseparable de la de su hijo Isaac (Gn. 12:1–25:18), el cual a su vez está vinculado a sus hijos Jacob y Esaú (Gn. 25:19–36:43). De Jacob nacerán una hembra y doce varones, que serán los patriarcas de las doce tribus. Dentro de la gran trama de la historia de José y sus hermanos (Gn. 37; 39–50) se narra aisladamente la de Judá y Tamar (Gn. 38), de cuya unión nacerá el futuro Mesías de Israel. Con José, toda la familia acabará instalándose en Egipto, donde comienza la última narración del Pentateuco.
2.3. Nacimiento del pueblo de Israel. Pasados unos siglos desde su llegada a Egipto, los descendientes de los patriarcas se han multiplicado enormemente, son un pueblo numeroso, pero han perdido también su libertad y se han convertido en esclavos. Aunque no hay un acuerdo unánime sobre la fecha en la que nos encontramos, muchos de los estudiosos aceptan la cronología tradicional, que es la que menos dificultades plantea: Dinastía XIX del Imperio egipcio, en el siglo XIII a. C. Con su poder, Dios libera de Egipto a su pueblo (Ex. 1:1–15:21). Lo considera su propio hijo (Ex. 4:22), por lo que no acepta que Faraón lo oprima. Así, tras numerosos prodigios hace salir a los hebreos por medio de Moisés, figura principal que da unidad a toda la historia recogida en Ex., Lv., Nm. y Dt. Tras escapar definitivamente de los egipcios, habiendo celebrado la primera Pascua de su historia y habiendo cruzado las aguas del mar Rojo, Moisés guiará al pueblo a través del desierto hasta llegar al Sinaí, no sin dificultades (Ex. 15:22–18:27). Una vez instalados en el Sinaí, tendrá lugar una larga estancia mientras se configura la alianza de Dios con Israel y las disposiciones para una nueva vida del pueblo (Ex. 19:1–Nm 10:10); dicha alianza será el fundamento de la relación entre Dios e Israel hasta Cristo. Al llegar al Sinaí, Dios se manifiesta (Ex. 19) con poder y grandeza ofreciendo al pueblo hacer una alianza con él. El pueblo acepta sus términos: una serie de leyes recogidas en el Código de la Alianza (Ex. 20:22–23:19), encabezadas por el Decálogo (Ex 20:2–17). Una vez sellada la alianza con la aspersión de la sangre de los sacrificios, Moisés sube al Sinaí para recibir las instrucciones de cómo va a habitar Dios en medio de su pueblo (Ex. 25–31): cómo construir el arca de la alianza y su lugar de habitación, el altar de los sacrificios, el candelabro… El pueblo, sin embargo, rompe la alianza adorando al becerro de oro, lo que requiere la renovación del pacto (Ex. 32–34). Finalmente, los artesanos israelitas se ponen manos a la obra y elaboran todos los elementos de la morada de Dios como se le había ordenado a Moisés, que construye y consagra el Santuario (Ex. 35–40). En la explanada del Santuario está el altar de los sacrificios, pero ¿qué tipo de sacrificios se pueden hacer y cómo? ¿Cuáles agradan a Dios y con qué finalidad deben hacerse? Es lo que explica Dios por medio de Moisés a continuación (Lv. 1–7), tras lo cual se celebra la investidura de los sacerdotes que se harán cargo del Tabernáculo y su liturgia, a saber, Aarón y sus hijos, de la familia de Leví (Lv. 8–10). Un dato fundamental para poder hacer sacrificios es que tanto la ofrenda como el oferente deben estar puros, es decir, aptos para el culto en el momento del sacrificio. Por eso, a continuación se exponen las normas que lo explican (Lv. 11–15), y se establece un día de expiación anual para borrar toda la impureza acumulada por el pueblo durante el año (Lv. 16). Todo esto es necesario porque Dios va a empezar a habitar en medio de su pueblo, incluso «visiblemente», lo cual requiere no solo una pureza ritual, sino también una santidad acorde a la divina; de lo contrario, Dios no podría permanecer con los hombres. Por eso, este es el momento adecuado para enseñar al pueblo el Código de Santidad (Lv. 17–26), normas relativas al culto y a la vida moral que ayudarán a los israelitas a ser santos como Dios es santo. Tras un apéndice (Lv. 27), el pueblo se prepara para iniciar la marcha por el desierto desde el Sinaí hasta la Tierra Prometida (Nm. 1:1–10:10), distribuyendo funciones para el traslado del Santuario en cada etapa del desierto y la disposición de las tribus en torno a él. Las etapas hasta Cadés Barnea, en la frontera sur de la Tierra Prometida, y el posterior desenlace no fueron nada fácil (Nm. 10:11–20:21). El pueblo se negó a entrar, por lo que estuvo cuarenta años vagando por el desierto hasta que la siguiente generación de israelitas retornó a la Tierra Prometida, esta vez atravesando Moab, donde, tras conquistar la zona de Transjordania, pecó gravemente con las mujeres del lugar (Nm. 20:22–36:13). Moisés, que ve cercana su muerte, sube al monte Nebo para vislumbrar la Tierra Prometida y despedirse allí de los israelitas, pronunciando tres discursos (Dt. 1–4; 5–28; 29–30). En el segundo recuerda al pueblo los mandamientos de la alianza, haciendo hincapié en los peligros de pecar que tendrán en aquella tierra al entrar en contacto con otros pueblos. Así, repite a esta nueva generación el Decálogo (Dt. 5:6–21), y subraya las principales leyes que deben observar en el Código Deuteronómico (Dt. 12–26). Tras su muerte, el pueblo le llora, mientras el redactor constata que nunca apareció otro profeta como Moisés, a pesar de que Josué había sido instituido como su digno sucesor (Dt. 31–34). Estos son, por tanto, los orígenes del pueblo de Israel, que ha experimentado la salvación de Dios, ha hecho alianza firme con él (al que le ha probado la paciencia con sus continuas quejas), ha recibido su santa Ley, y ha sido llevado hasta la Tierra Prometida. En la exposición del contenido se puede percibir que, a pesar de los materiales diversos contenidos en los libros (códigos legislativos y secciones narrativas), se mantienen una unidad y una lógica interna en el texto final que refleja todo el Pentateuco.
III. RASGOS LITERARIOS DEL PENTATEUCO
3.1. Ley e historia. El primer rasgo literario que se puede deducir de lo ya expuesto, es el entrelazamiento de leyes y códigos legislativos con la historia salvífica del pueblo. Hasta Ex. 20 apenas encontramos leyes, no ocupan demasiado espacio en relación con los relatos, pues aún no se ha ratificado la alianza. Pero a partir de entonces, se manifiesta el rasgo literario más característico del Pentateuco: la inserción de los códigos en la trama narrativa.
3.2. Interrupciones y reasunciones del relato. La narración misma se interrumpe con cierta frecuencia, no solo por la inserción de códigos legales, sino también por la aparición de relatos distintos. Así, por ejemplo, en Gn. 2:4b comienza bruscamente el segundo relato de la creación sin que aparentemente haya acabado el anterior; en Gn. 26:35 se relata el disgusto de Isaac y Rebeca porque Esaú se había casado con mujeres hititas, retomando la misma idea en Gn. 27:46, mientras queda en medio la historia de Esaú y Jacob.
3.3. Repeticiones aparentes. También es frecuente que un episodio reaparezca en otro contexto con expresiones y detalles distintos, con novedades que enriquecen el texto final, pero que por las semejanzas parece una repetición. Ejemplos de ello son los relatos de la creación, las genealogías de Adán en Gn. 4 y 5, la doble expulsión de Agar por Abraham, la vocación de Moisés en Ex. 3 y Ex. 6, el milagro de las codornices y el maná en Ex. 16 y Nm. 11, los relatos del rapto de la mujer de Abraham, etc. Estas repeticiones son más evidentes en los códigos y leyes. El Decálogo aparece en Ex. 20 y Dt. 5. La ley sobre la esclavitud, en Ex. 21 y Dt. 15; el catálogo de las fiestas se repite, con diversos matices, cinco veces. Las diferencias en los relatos, según los estudiosos, corresponden a distintas aplicaciones de la Ley, distintas situaciones sociales y diversos puntos de vista en los diferentes momentos de la redacción. Así, la ley del año sabático en Ex. 3:10 se refiere solo a la tierra, pero en Dt. 15:1–2 se aplica también a las deudas que se debían perdonar a los hermanos.
3.4. Vocabularios y estilos diferentes. El lenguaje y estilo no es uniforme. Por ejemplo, Dios recibe indistintamente el nombre de YHWH (su nombre propio revelado a Moisés) y Elohim, que es un nombre común. También se observan discrepancias en el nombre de la montaña sagrada (en unos textos aparece Sinaí y en otros Horeb), del suegro de Moisés (en Ex. 2:18 se llama Ragüel y en Ex. 3:1 se llama Jetró). Dentro del Pentateuco, el Deuteronomio tiene un lenguaje y estilo particulares, inconfundibles: repite frases hechas como si se tratara de estribillos (te llegarás al Señor tu Dios…, extirparás el mal de en medio de ti, etc), y muestra un estilo parenético, lento, con frases muy amplias (el hebreo prefiere frases cortas). En el resto del Pentateuco se alternan estilos rígidos, con datos precisos y explicaciones de nombres, largas genealogías, estructuras simétricas,… con estilos más plásticos, menos monótonos, con diálogos vivos y acción intrigante.
IV. HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN SOBRE LA FORMACIÓN DEL PENTATEUCO
4.1. Datos antiguos. El AT atribuye a Moisés solo algunas partes del Pentateuco (Ex. 24:4; 34:27ss. y Dt. 31:9, 22ss.). La atribución a Moisés de la autoría del Pentateuco proviene del mundo judío del siglo I (Filón de Alejandría, Flavio Josefo) y de la tradición talmúdica, más tarde adoptada por los cristianos. Abraham ibn Ezra (s. XII) puso en duda la autoría de algunos textos, así como «El Tostado» (Alfonso de Madrigal, s. XV), obispo de Ávila. Habrá movimientos crítico-bíblicos en los ss. XVI–XVII, con Karlstadt (Andreas Bodenstein), Th. Hobbes, Isaac de la Peyrère, Baruch Spinoza… pero será a partir del s. XVIII cuando surgirá el esfuerzo por una comprensión histórica de la formación de los relatos del Pentateuco.
4.2. Primeras hipótesis de formación del Pentateuco. Según Richard Simon (1638–1712) Moisés no pudo ser el único autor. Fue principalmente un legislador, un anillo importante en la cadena de la formación del Pentateuco, pero el compilador final fue Esdras. Jean Astruc (1684–1766) presentó la «hipótesis documentaria»: comparó los dos relatos de la creación de Gn fijándose en las diferencias existentes de estilo, los distintos nombres de Dios, las repeticiones, y así hizo un análisis exhaustivo de todo el libro del Génesis, ampliándolo a los dos primeros capítulos del Éxodo. Concluyó que las diferencias solo se explicaban suponiendo relatos paralelos. Estableció supuestamente dos grandes documentos, el A y el B, posteriormente identificados como yahvista (J) y elohista (E), respectivamente. Moisés habría compilado estas dos narraciones con relatos aislados y ocho fragmentos legislativos. J. G. Eichhorn (ca. 1780), continuó en la misma línea, analizando y separando los dos relatos del Diluvio, y llevando su análisis hasta el Levítico. K. D. Ilgen (ca. 1800), a su vez, concluyó que en los textos en los que se llama a Dios Elohim había dos fuentes diferentes. Según estos autores el Pentateuco sería una compilación de documentos escritos por Moisés y sus contemporáneos, redactado por autores anónimos que vivieron entre Josué y Samuel. Al mismo tiempo, surgió otro intento explicativo del texto, la «hipótesis de los fragmentos». Los principales defensores fueron Geddes, Vater y De Wette (s. XIX). Según ellos, el Pentateuco era el resultado de la compilación de muchos fragmentos diversos. Esta solución tuvo poco éxito, pero triunfó su idea de que aquellos textos eran posteriores a Moisés. Todavía apareció la «hipótesis complementaria», que combinaba las dos hipótesis previas, sostenida primero por Kelle y luego por Ewald (ca. 1823). En 1812 Kelle publica «La Composición del Génesis», defendiendo que pueden conciliarse la innegable unidad del texto con sus diferencias, suponiendo un escrito fundamental (Grundschrift), que sería el elohísta, al que se habrían añadido una serie de escritos diversos (fragmentos). Tanto Geddes como De Wette se adhirieron a esta nueva hipótesis años después.
4.3. Nueva hipótesis documentaria de Julius Wellhausen (1844–1918)
4.3.1. Preparativos. La aparición de la hipótesis de Wellhausen se explica históricamente por una serie de trabajos publicados previamente por otros autores, que le proveyeron de los elementos necesarios. Es iniciada por H. Hupfeld (†1866) y supone un texto fundamental elohísta (posteriormente llamado Sacerdotal o P), el más antiguo del Pentateuco, que narra desde la Creación hasta el establecimiento de los hebreos en Canaán. Después se añadió una obra independiente, el yahvista, que cubre el mismo período histórico, pero en un estilo muy diferente. A este se le unió un segundo texto elohísta. Se añade al conjunto el Deuteronomio en tiempos del rey Josías (ca. 600 a.C.), resultando el Pentateuco. Quedaba así compuesto por cuatro documentos, tres de ellos identificados por Ilgen y Hupfeld. A. Kuenen identificó la primera fuente elohísta de Hupfeld con la fuente Priestercodex = P (leyes). K. H. Graf (c.a. 1865) cambia la datación admitida hasta la época y sugiere situar el documento E1 = P (texto sacerdotal), considerado el más antiguo y básico, en la época de la cautividad de Babilonia, o después del siglo VI. Además, distingue distintos estratos en P: una parte atribuida a Ezequiel, otra al período previo a Babilonia (s.VI), y otra a Esdras (s.V). Kuenen, más tarde, retocó la cronología de Graf, al publicar la primera Historia de Israel y de la Religión de Israel. Kuenen precisa que los documentos más antiguos son el yahvista (J) y el segundo elohísta (E, antiguo E2, pues E1=P). Les sigue la fuente D (620 a. C.) con la reforma de Josías. Los tres son fusionados durante la cautividad, y el código sacerdotal es redactado después y promulgado por Esdras (s.V).
4.3.2. Descripción de la nueva hipótesis documentaria. Wellhausen, tras estudios comparativos de leyes sobre los lugares de culto y los diezmos, así como de los distintos relatos, fijó una cronología de las cuatro fuentes ya mencionadas: J, E, D, y P. Distingue cuatro períodos. Primero: Elaboración de tradiciones orales que se remontan a la época de Moisés y los Jueces; surgen en torno a los santuarios, basadas en recuerdos antiguos de la historia de las tribus. Segundo: Se da en la época de la monarquía unida (s. X). Se empiezan a poner por escrito estas tradiciones, sobre todo las de tipo poético, dando origen al documento yahvista, redactado en el sur (Judá). Distingue un fondo más antiguo con las tradiciones de Caín, aunque ignorando las del Diluvio (J1), reasumido por un autor o escuela posterior (J2) y completado por fin por un J3. Tercero: Formación en el reino del Norte del relato elohísta, con varios estratos. Uno más antiguo, el E1, de principios del s. VIII, que incluye los oráculos de Balaam y que se incorporará después al documento final ca. 770, el propiamente elohísta (E2). Este documento, que refleja optimismo, concede más importancia a la ley escrita que el J, al que le importan más los relatos. Tras la caída de Samaria (722), el redactor yahvista habría fusionado las dos primeras fuente J y E dando cierta prioridad a J e introduciendo retoques armonizantes entre ambas redacciones. Este gran bloque habría sido el comienzo del documento. Cuarto: El Deuteronomio es la Ley del reinado de Josías (2 Re. 22), que aparece mientras se está reparando el Templo de Jerusalén. Wellhausen sospecha que no fue así, y propone que lo debieron escribir los sacerdotes de Jerusalén, dando preponderancia al culto único en provecho de su propio santuario, siendo el hallazgo del libro un fraude piadoso. Aparece en el año 622, pero no se sabe cuándo se escribió, y Wellhausen afirma que fue por esa fecha. El Deuteronomio primitivo o parte más antigua (D1) pronto recibió adiciones (D2) y después se incorporó todo D al conjunto JE, que de este modo también quedó retocado. En un segundo nivel de este período aparece el documento P, inspirado en el profeta Ezequiel. La primera codificación sacerdotal habría sido la Ley de Santidad (PH), y a continuación vendría un texto narrativo, el Escrito Fundamental de P (PG). Comienza con la Creación (Gn. 1–2, 4a), sigue con las genealogías (Toledoth) y resume muy brevemente la vida de cada personaje. Se fija sobre todo en aquellas escenas que introducen una ley religiosa. Wellhausen atribuye a Esdras la unificación de todo el texto P y dice que hacia el 400 a.C. un redactor sacerdotal habría fusionado con P todos estos documentos anteriores y posteriores. Debe tenerse en cuenta el trasfondo ideológico de Wellhausen, que asimiló radical y estructuralmente las por entonces indiscutibles categorías de pensamiento alemán, la dialéctica de Hegel y el romanticismo. Pretende encontrar en el Pentateuco las teorías hegelianas de la «evolución», lo cual implicaba a su vez excluir cualquier intervención sobrenatural en el decurso de la historia de Israel. Supone un proceso ascendente desde una religión naturista, sentimental y pura, hasta otra más racional. Quiso encontrar en el Pentateuco, primero lo que llamó Religión del Desierto, con elementos de animismo, posesión de espíritus, totemismo, fetichismo, polidemonismo, etc., sobre todo en J y E. De este estado se pasó a la Monolatría, culto de un solo Dios, aunque se admitiera también la existencia de otras divinidades. Con los profetas llegaría el Monoteísmo. Se advierte en Wellhausen un gran desprecio por el documento P, obra para él de decadencia, término de la evolución, muy legalista y menospreciador de la historia.
4.3.3. Recepción inicial. La hipótesis de Wellhausen tuvo un enorme éxito y aceptación entre los estudiosos de la Biblia y la gente culta de la sociedad. Posteriormente se vieron algunos de sus resultados con desconfianza, por los prejuicios que condicionaron su trabajo, y por un mayor conocimiento del lenguaje bíblico, de la cultura y de la arqueología, que la contradecían. No obstante, su clasificación de cuatro fuentes fue unánimemente aceptada.
4.4. La Historia de las formas de H. Gunkel (1862–1932). Separándose en parte de Wellhausen, Gunkel se interesó por reconstruir la tradición oral previa a los grandes documentos, por determinar su forma original y su género literario (la Formgeschichte). Consideraba el Pentateuco una amalgama de pequeñas unidades independientes, y a J un simple compilador. Por eso, pretende identificar y conocer con precisión los pequeños entes literarios que conforman las fuentes. Gunkel se centra en establecer el Sitz im Leben (contexto vital) de cada unidad y descubrir el proceso histórico desde la forma oral hasta el texto actual. Considera, influido por la corriente romántica, que el origen primitivo de estas formas son las veladas familiares de invierno. Parte, además, de un postulado: forma y contenido son inseparables.
4.5. Armonización de G. von Rad (1901–1971). Intentó armonizar las hipótesis de Wellhausen y Gunkel. Defendió como núcleo más antiguo del Pentateuco el credo histórico de Dt. 26:1–10, que recogía la más arcana profesión de fe de Israel en la que se hacía alusión a la intervención salvífica de Dios en la historia (salvación de Egipto e introducción en la Tierra Prometida). Sería el meollo de la sección narrativa del Pentateuco. Habría sido repetida y recordada continuamente en los antiguos santuarios, y se fue enriqueciendo con el relato de la alianza en el Sinaí (y en Siquem con Josué) y otras tradiciones previas sobre los patriarcas y los orígenes. Todo ello habría sido compilado en el Hexateuco por el yahvista, siendo E y P figuras secundarias. El Pentateuco, por tanto, reflejaría la fe de Israel en diversas épocas.
4.6. La Historia de las Tradiciones de M. Noth (1902–1968). Considera que el origen del Tetrateuco son cinco tradiciones independientes, vinculadas cada una a un santuario, y unidas por secciones de enganche: la de los patriarcas, la del éxodo, la del camino por el desierto, la de la alianza en el Sinaí, y la de la entrada en Canaán. El origen de Israel se hallaría en la confederación de 12 tribus que en un santuario único constituyeron oralmente una tradición común G (=J y E), de donde surgen las fuentes escritas, siendo la fuente P la que daría el esquema básico al Tetrateuco.
4.7. La Escuela escandinava (1945). En torno a la Universidad de Upsala surge esta escuela, representada por J. Pedersen, A. Bentzen e I. Engnell. Subrayan la importancia, antigüedad y fidelidad de las tradiciones orales, que son las que dan la estructura a los documentos escritos. Indican dos tradiciones orales principales: D, que abarcaría de Dt a 2 Re, y P, que iría de Gn a Nm. En cualquier caso, sería difícil valorar su historicidad, por el frecuente proceso de historización de los relatos originales.
4.8. El consenso de la nueva hipótesis documentaria hasta 1970. La hipótesis de Wellhausen permaneció asumida por todos como dogma durante casi un siglo. Solo hubo algunas críticas aisladas en torno a 1933, por P. Volz, W. Rudolph y otros. Todos asumían las cuatro fuentes con las siguientes características: P llevaba el hilo conductor del Pentateuco, era fácil de identificar (repeticiones, rigidez, números, cronologías, genealogías, culto, legislación, sacrificios, sacerdocio). Había menos consenso a la hora de su datación. J tenía una presencia intermitente; era fruto de un gran narrador (vivaz, psicológico, que empleaba antropomorfismos…); ofrece el esquema histórico global de los relatos aislados; es universalista. A J pertenecían textos del Gn. (caps 2–4; diluvio, Babel, las promesas a los patriarcas), del Ex. (la opresión egipcia, la vocación de Moisés, las plagas, el paso del Mar Rojo, el becerro de oro, la renovación de la alianza), de Nm (los exploradores de la tierra, la revuelta de Coré, Datán y Abirón, el profeta Balaam), y de Dt (la muerte de Moisés). E era más teológica, moral, y subrayaba la trascendencia divina, los textos de la alianza divina, el temor de Dios. Su inicio estaría en Gn. 15, que procedería del reino del Norte (tribus de Efraín y Manasés), en torno a los santuarios de Betel y Siquem. Su núcleo sería la alianza del Sinaí (Ex. 19–24). D tiene un estilo particular, exhortativo; subraya la fidelidad y obediencia a Dios; catequiza al pueblo a partir de los hechos, y resalta la providencia divina e la infidelidad de Israel.
4.9. La crisis posterior a 1970. Poco a poco empiezan a salir grietas en la afianzada hipótesis de Wellhausen, pues cuanto más a fondo se estudiaban los textos, más se mostraba incapaz de dar razón de la tremenda complejidad del Pentateuco. Surge además una nueva sensibilidad consciente de las ideologías influyentes en la aparición de la hipótesis, y aparecen estudios que ponen en serias dudas sus pilares fundamentales. Por ejemplo, S. Mowinckel niega la existencia de la fuente E, y J. van Seters reduce el contenido de J y retrasa en gran medida la fecha de su composición. En los círculos eruditos se fue desmoronando la hipótesis como tal, aunque esta situación no se ha hecho popular hasta ya entrado el siglo XXI.
4.10. Nuevas propuestas. Varios autores niegan la existencia del yahvista, entre los que destacan R. Rendtorff (que habla de seis unidades unificadas en época tardía por D, y retocadas ligeramente por un P postexílico), E. Blum (que sostiene la existencia de dos composiciones tardías de tradiciones previas, la D escatológico-postexílica, y la P teocrática-persa) o J. Blenkinsopp (que otorga a P la trama narrativa, ampliamente retocada por Dt. [presente también en Gn-Nm], y considera J y E simples complementos). Otros autores dan la prioridad a D, como M. Rose, Th. Römer o J. van Seters (según el cual un historiador nacional forjó la identidad de Israel a partir de su pasado: a D le unió J y luego P). Otros cada vez más numerosos, como R.N. Whybray, consideran el Pentateuco una obra unitaria y coherente, a partir de la cual es imposible remontarse a las fuentes, por lo que promueven su estudio sincrónico más que el diacrónico. Otros, en cambio, intentan mantener lo fundamental de la hipótesis documentaria, como W. H. Schmidt, A. F. Campbell, M. O’Brien, E. Zenger (habla de ciclos narrativos independientes) o J.L. Ska (el Pentateuco estaría escrito bajo la dominación persa, empleando material pre-exílico).
4.11. Situación actual. Se admite que su forma definitiva fue adquirida en s. V–IV a.C., en la que han colaborado varias generaciones de redactores, los cuales han respetado las tradiciones antiguas, tanto de narraciones como de códigos legislativos. Hoy se considera P la fuente principal, con tres estratos redaccionales. D queda reducida al Dt., y tanto J como E son muy controvertidas, se les atribuye poco o ningún material, y los que creen que existieron las datan en muy diversas épocas. El interés actual se dirige hoy principalmente al texto definitivo. Hay cierto cansancio de tanta hipótesis indemostrable, subjetiva y estéril, y cierto desinterés por el proceso histórico de composición de los textos. Se ve la necesidad de unir el estudio diacrónico al sincrónico, buscando más la teología del texto final que la de las fuentes. Se concibe el Pentateuco como una identidad compleja y viva, con todos sus componentes intrínsecamente unidos, y se rechaza la clasificación y despedazamiento de frases y palabras en tradiciones diversas. Hay más interés por recuperar el proceso de formación total del texto hasta su forma final madura, y encontrar el sentido de su unidad armónica.
V. EL PENTATEUCO Y LA LEY. El Pentateuco es la Ley de Israel. Contiene el Decálogo y el Shemá (Dt. 6:4ss.), que son el corazón de la Torah, así como los tres códigos legislativos (de la Alianza, de Santidad y Deuteronómico) y las diversas normas del libro de los Números, que rigen la vida de Israel y su alianza con Dios. En ningún otro libro bíblico están condensadas todas las leyes. Quizáen Jos. 20:4–6 se den unas ciertas disposiciones legales, pero son una aplicación de lo desarrollado en el libro de los Números. También en el final del libro de Ezequiel hay aspectos legales, pero no son una nueva ley, sino el anuncio de un nuevo orden; no son, por tanto, leyes propiamente dichas que afecten a la sociedad de Israel. También se recopilan leyes en la literatura sapiencial, pero de modo parenético, como en pequeños discursos de obras narrativas, ejemplo de lo cual son los consejos de Tobías a su hijo antes de partir de viaje (Tob. 4:3–19). Por otra parte, la Ley procede únicamente de Dios: solo él puede legislar, pues solo él es autor de la Alianza y solo él promulga la Ley.
VI. EL PENTATEUCO Y LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN. Además de Ley, el Pentateuco es testigo privilegiado del inicio de la historia salvífica de Dios con la humanidad, por medio de la elección de un pueblo. Una historia que inicia con la Creación, y continúa con los patriarcas, personajes que tienen el privilegio de ser los primeros humanos con los que Dios entra históricamente en contacto, recibiendo sus promesas y bendiciones. Pero dicha historia en el Pentateuco alcanza su zenit con los días de Moisés, cuando Dios salva a Israel de la esclavitud, de la persecución, del hambre y la sed, de los amalecitas, de su propio pecado que lo ponía en peligro de muerte… y lo salva de la soledad y de no conocer el camino de la vida haciendo con él una alianza que implica el don de la Ley. Todas estas realidades —elección, alianza y Ley— están intrínsecamente unidas en el Pentateuco. Por otra parte, mucho se ha discutido sobre la historicidad de las narraciones del Pentateuco. Solo podemos indicar aquí que toda la Escritura, la historia y fisionomía particular del pueblo judío no se explica si en su origen no ha habido una acción histórica determinante de Dios que configura a este pueblo como tal.
VII. EL PENTATEUCO Y EL NT
7.1. Dos principios. El Pentateuco y el Evangelio según San Juan empiezan con las mismas palabras: «En el principio…». Se marca así un paralelismo y una correlación teológica y temática entre AT y NT, entre Pentateuco y Evangelios. El primero da inicio al AT, los segundos al NT. Juan reescribe el inicio del Génesis poniendo en el verdadero origen al Verbo de Dios, al Logos, eternamente junto al Padre, de tal modo que ya no se pueda leer ni entender el Gn. sin acudir al Evangelio de Cristo. La Creación narrada en Gn. 1 y 2, las posteriores promesas a los patriarcas, la creación del pueblo… todo deberá interpretarse a la luz del principio eterno, el Verbo de Dios.
7.2. Dos figuras. Moisés es el gran protagonista humano del Pentateuco, y Jesucristo lo es del NT. Pero su vinculación es muy estrecha. En Dt. 18:15, 18 se promete a los entristecidos israelitas, que tras la muerte de Moisés Dios les suscitará un profeta como él. Sin embargo, el final del Dt. constata que en los siglos posteriores no había surgido otro como Moisés. Es decir, que Dios aún no había cumplido su promesa a la hora de terminarse el Pentateuco. En efecto, porque la cumplió enviando a su Hijo eterno, que lleva a término todas las funciones únicas de Moisés, ganándose el título de profeta, no solo como Moisés, sino más que él. Ambos entregan la Ley al pueblo, Moisés una ley perfectible recibida de Dios, Jesús una perfecta que brota de sí mismo en el monte de las bienaventuranzas. Ambos instauran una alianza con el pueblo, Moisés una caduca en el Sinaí, Jesús una nueva y eterna en la Última Cena. Ambos tienen grandísima intimidad con Dios, pero Moisés no puede ver su rostro, y Jesús le ve cara a cara desde la eternidad (Jn 1). Ambos interceden por el perdón de los pecados del pueblo, pero Jesús lo hace con su propia sangre. Ambos salvan al pueblo, Moisés de la esclavitud, Jesús de la muerte y del pecado. Ambos alimentan al pueblo, Moisés con maná, Jesús con el pan del cielo que es su propia carne (Jn. 6), la Eucaristía. Ambos guían al pueblo a su meta, Moisés a la Tierra Prometida, Jesús a la casa eterna del Padre.
7.3. Dos Presencias. Lo más fascinante de la historia del Pentateuco es que Dios desciende a habitar con su pueblo y planta su tienda en medio de ellos, su Santuario, donde habita visiblemente en forma de columna de nube por el día y columna de fuego por la noche. «¿Hay algún pueblo que tenga a sus dioses tan cerca como lo está el Señor Dios nuestro de nosotros?», exclamará repetidas veces Moisés. Esta presencia de Dios es lo que condiciona toda la vida del pueblo, sus leyes, sus actividades. Es además el fundamento de la alianza y lo que da sentido a todo el resto. Pues bien, esta presencia no es sino figura, imagen o anticipo de lo más asombroso del NT, su verdadero centro: la encarnación del Hijo de Dios, que viene a habitar con su pueblo, no ya en fuego y humo, sino en carne humana. La primera presencia anuncia y prepara la segunda, que durará hasta el final: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20).
7.4. Una historia salvífica en dos etapas. Tanto el Pentateuco como el NT son testigos de dos momentos privilegiados de la misma historia salvífica: su inicio y preparación en sus tres momentos fundacionales (creación, patriarcas, nacimiento del pueblo), y su culminación con la pasión, muerte, resurrección de Cristo y envío del Espíritu Santo. En el NT se lleva a cumplimiento todo lo iniciado en el Pentateuco, todas las promesas hechas y todas las bendiciones recibidas, por medio de la Alianza eterna que configura al pueblo de Dios.
VIII. BIBLIOGRAFÍA
8.1. Manuales de Pentateuco: A.A. García Santos, El Pentateuco. Historia y sentido (ESE 1998); J. Blenkinsopp y J.L. Sicre, El Pentateuco. Introducción a los cinco primeros libros de la Biblia (EVD 1999); F. García López, El Pentateuco. Introducción a la lectura de los cinco primeros libros de la Biblia (EVD 2003); J.L. Ska, Introducción a la lectura del Pentateuco. Claves para la interpretación de los cinco primeros libros de la Biblia (EVD 2001); M.A. Tábet, Introducción al Antiguo Testamento I. Pentateuco y libros históricos (Palabra 2004).
8.2. Introducciones generales al AT, donde se aborda la cuestión del Pentateuco: O. Artus, Aproximación actual al Pentateuco (EVD 22003); E. Charpentier, El Antiguo Testamento (EVD 171997); B.S. Childs, Introduction to the Old Testament as Scripture (Fortress 1979); O. Eissefeldt, Introducción al Antiguo Testamento I (Cristiandad 2000); R. Rendtorff, Das Alte Testament: eine Einführung (Neukirchen-Vluyn 1983); J.L. Sicre, Introducción al Antiguo Testamento (EVD 2011); E. Zenger, ed., Introduzione all’Antico Testamento. Edizione italiana a cura di Flavio Dalla Vecchia (Brescia 2005).
8.3. Estudios relacionados con el Pentateuco: O. Artus, El Pentateuco, historia y teología (EVD 2012); F. Asensio, S. Bartina, F.L. Moriarty y R. Criado, La Sagrada Escritura I. Texto y comentario. Antiguo Testamento. Pentateuco (BAC 1967); A.F. Campbell y M. O´Brien, Rethinking the Pentateuch: Prolegomena to the Theology of Ancient Israel (Louisville 2005); I. Carbajosa, De la fe nace la exégesis. La interpretación de la Escritura a la luz de la historia de la investigación sobre el Antiguo Testamento (EVD 2011); R.J. Clifford, Creation Accounts in the Ancient Near East and the Bible (CBQMS 26; Washington 1994); D.J.A. Clines, The Theme of the Pentateuch (Sheffield 1978, 1984); A. De Pury y T. Römer, eds., Le Pentateuque en Question. Les origines et la composition des cinq premiers livres de la Bible à la lumière des recherches récentes (MoBi 19; Genève 32002); R.E. Friedman, The Bible with Sources Revealed: A New View into the Five Books of Moses (San Francisco 2003); L.L. Grabbe, Can a “History of Israel” Be Written? (JSOTS 245; Shefield 1997); R.K. Harrison, Introducción al Antiguo Testamento, vol. I (TELL 1990); V.P. Long, D.W. Baker y G. Wenham, eds., Windows into Old Testament History: Evidence, Argument, and the Crisis of “Biblical Israel” (Grand Rapids-Cambridge 2002); L. Mazzinghi, «La Bibbia fra storia e mito. A proposito di un recente libro di Israel Finkelstein e Neil Asher Silberman»: VH 14 (2003) 125–139; E. Michaud, Los patriarcas. Historia y teología (EVD 52000); L.G. Perdue, Reconstructing Old Testament Theology: After the Collapse of History (Minneapolis 2005); Y.T. Radday t H. Shore, Genesis. An Authorship Study in Computer-Assisted Statistical Linguistics (AnBib 103; Rome 1985); L.S. Schearing y S.L. Mckenzie, Those Elusive Deuteronomists. The Phenomenon of Pan-Deuteronomism (Sheffield 1999); K.L. Sparks, The Pentateuch: An Annotated Bibliography (Grand Rapids 2002); A. Spreafico, “Esegesi dell’Antico Testamento”, en G. Canobbio y P. Coda, eds., La Teologia del XX secolo I. Prospettive storiche (2007), 89–129; T.L. Thompson, The Historicity of the Patriarchal Narratives: The Quest for the Historical Abraham (Harrisburg 2002); W. Yarchin, History of Biblical Interpretation. A Reader (Peabody 2004); R.N. Whybray, El Pentateuco. Estudio metodológico (DDB Bilbao 1995); Id., Introduction to the Pentateuch (Grand Rapids 1995).
8.4. Estudios de teología bíblica y Pentateuco: P. Beauchamp, Ley, Profetas, Sabios. Lectura sincrónica del Antiguo Testamento (Cristiandad 1977); Id., L’Uno e l’Altro Testamento. Compiere le Scritture II (Milano 2001); B.S. Childs, Old Testament Theology in a Canonical Context (London 1985); Id., Biblical Theology of the Old and New Testaments. Theological Reflection on the Christian Bible (Fortress 1993); W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento I. Dios y Pueblo (Cristiandad 1975); Id., Teología del Antiguo Testamento II. Dios y Mundo – Dios y Hombre (Cristiandad 1975); C. Granados García, El camino de la Ley. Del Antiguo al Nuevo Testamento (Sígueme 2011); P. Grelot, Sentido cristiano del Antiguo Testamento. Bosquejo de un Tratado Dogmático (DDB 21995, 11962); G. Von Rad, Teología del Antiguo Testamento I. Las tradiciones históricas de Israel (Sígueme 82000); J. Ratzinger, Creación y pecado (EUNSA 22005); R. Rendtorff, Theologie des Alten Testaments. Ein kanonischer Entwurf. Band 1: Kanonische Grundlegung. Band 2: Thematische Entfaltung (Neukirchen-Vluyn 1999/2001); M.I. Rupnik, “Busco a mis hermanos”. Lectio divina sobre José de Egipto (PPC 1998).