HEBREO, PUEBLO

HEBREO, PUEBLO En la Biblia, la historia de la formación, desarrollo y consolidación del pueblo hebreo abarca un período que va desde Abraham hasta Salomón. Comienza en Gn 12 y sigue por todo el resto del Pentateuco, los libros de Josué, Jueces y Samuel, hasta 1 R 11:43, o su paralelo en 2 Cr 9:31. A groso modo se distinguen cuatro períodos en la historia de este pueblo: el de los patriarcas, el de la confederación de tribus o anfictonía, el de la conquista de la tierra de Canaán y el de la monarquía unida.

Los Patriarcas
Abraham, o Abram, fue la primera persona en la Biblia que se le llamó hebreo (Gn 14:13). Después de eso, sus descendientes a través de Isaac y Jacob se les conoció como hebreos ( Gn 40:15; 43:32). El término se usa cinco veces en la historia de José (Gn 39:14–43:32), incluyendo una referencia que hace de él la esposa de Potifar: «El siervo hebreo» (Gn 39:17). También José le dice al copero del faraón: «Porque fui hurtado de la tierra de los hebreos» (Gn 40:15).
El pueblo de Israel siempre relacionó sus orígenes con quince nombres: Abraham, Isaac, Jacob y los doce hijos de este. El período de los patriarcas abarca los caps. 12–50 de Génesis. Empieza con el relato de 12:1–25:26, que gira alrededor de Abraham, de quien se dice que procedía de Ur, una de las tres ciudades principales del período acádico. Después que Abraham abandona Ur juntamente con toda su familia y se traslada al occidente para poseer Canaán, la tierra que Dios le prometió, la historia del pueblo hebreo gira en torno a la posesión, pérdida y reconquista de esta tierra. De → ABRAHAM saldrían varios pueblos además del hebreo. De su hijo Ismael saldrían los árabes; de uno de sus hijos con Cetura, los madianitas; de su sobrino Lot, los amonitas y los moabitas; y de su nieto Esaú los edomitas. Todos estos pueblos jugarían un papel muy importante como vecinos de los hebreos. Los hebreos propiamente dichos descienden, según el relato bíblico, directamente de → ISAAC y de → JACOB, cuyas peregrinaciones y experiencias se relatan en Gn 26:1–35:29.
El origen del término hebreo es un misterio para los eruditos. Varias teorías y conjeturas, dignas de estudio por separado, se han dado en cuanto al origen etimológico de la palabra «hebreo». No obstante, vale la pena observar la insistencia bíblica en el carácter semita de los hebreos y el papel importante que jugó Heber, bisnieto de Sem, en todo el Oriente (Gn 10:21ss). Algunos creen que la palabra surge de este prominente hombre del antiguo Medio Oriente conocido como Heber. De ahí que lo consideren como epónimo de los hebreos. Heber fue un descendiente de Noé a través de Sem y un antepasado de Abraham. Heber, significa literalmente: «del otro lado», lo que quizás se refiera a la partida de Abraham desde Ur, una región al este del río Éufrates. Esta posibilidad armoniza con la declaración de Dios a los hebreos en tiempos de Josué: «Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di Isaac. A Isaac di Jacob y Esaú. Y a Esaú di el monte de Seir, para que lo poseyese; pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto» (Jos 24:3–4). De los descendientes de Heber, se destacan Abraham, Nacor y Lot.
Algunos creen que el pueblo llamado habiru (o gabiru) que se menciona en textos de Mesopotamia y Siria Palestina del segundo milenio a.C. son los hebreos. Sin embargo, habiru se refiere más a cierto estrato social que a una raza. Es posible que los hebreos se incluyeran algunas veces entre los habiru (aunque de esto no hay certeza), pero los dos términos son sinónimos. Se cree que los hebreos fueron seminómadas que no llegaron a convertirse en un pueblo sedentario sino hasta mucho después de su entrada a Canaán (posiblemente Abraham fuera un caravanero comerciante). Hasta entonces eran más un clan (cam) que un pueblo o nación (goy).
El período de los patriarcas se diversifica con la presencia de los doce hijos de Jacob, nacidos de cuatro mujeres diferentes, vestigio quizás de diversos orígenes, seis de Lea, dos de Zilpa, dos de Raquel y dos de Bilha. Se relatan las experiencias de algunos de estos doce personajes, como por ejemplo, la guerra que Simeón y Leví declararon a los siquemitas (Gn 34), el incidente de Judá con Tamar (Gn 38) y, muy especialmente, todo lo concerniente a José (Gn 37–50). De especial interés para un estudio de los orígenes del pueblo hebreo es Gn 49, donde algo se dice en relación con lo que sucedería a cada uno de estos doce patriarcas.
En los orígenes del pueblo hebreo, como en los de todo el pueblo, hay huellas de la existencia de diferentes mezclas: «También subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes» (Éx 12:38). En el Antiguo Testamento, hay una considerable evidencia de que los mismos hebreos se consideraron una raza mixta. En el tiempo que vagaron por el desierto y durante sus primeros años en Canaán, los hebreos experimentaron una mezcla de sangres debido a los matrimonios con las naciones vecinas. Cuando Abraham deseaba una esposa conveniente para Isaac, envió a buscar a Padan-aram, cerca de Harán, a Rebeca, hija del arameo Betuel (Gn 24:10). Jacob encontró a Raquel en el mismo lugar (Gn 28–29).
La sangre egipcia también apareció en la familia de José a través de los dos hijos de Asenat, Efraín y Manasés (Gn 41:50–52). Moisés tuvo una esposa madianita, Séfora (Éx 18:1–7), y una esposa etíope (cusita; Nm 12:1). Un buen núcleo de madianitas (Nm 11:4) parece haberse sumado a los hebreos. Los ceneos y recabitas llegaron a ser hasta más fieles a Jehová que los mismos judaítas (Jer 35:6–14). Y, naturalmente, cuando de buscar los orígenes hebreos se trata, no debe pasarse por alto Dt 26:5–9. Todo el período se cierra, finalmente, con el descenso de todo o parte del pueblo hebreo a Egipto; abarca los años de ca. 2000 a ca. 1700 a.C.

La Confederación de Tribus
Los hicsos, ca. 1720 a.C., un pueblo de origen semita que ya dominaba toda Palestina, lograron dominar a Egipto y permanecieron allí ciento cincuenta años, constituyendo las dinastías XV, XVI y XVII. No es raro, por tanto, que José, siendo semita, alcanzara una posición de gran distinción bajo un faraón también semita. Tampoco es raro que una vez expulsados los hicsos en 1570 a.C., por la famosa dinastía XVIII, los semitas que quedaron en Egipto fueran sometidos a dura esclavitud hasta ca. 1280 a.C., cuando Moisés logró reunir espiritual y materialmente a los elementos descontentos del pueblo de Israel para conseguir que se produjera el éxodo.
En el relato bíblico es notoria la independencia con que cada tribu actuaba al tomar sus decisiones y cómo estas se respetaban. Por otro lado, es también notoria la fuente de cohesión que las mantenía unidas alrededor de una sola deidad, Jehová, y de la experiencia del éxodo. Durante la peregrinación por el desierto, que duró toda una generación, se produjeron otras experiencias aglutinantes como la del Sinaí y, sin duda, otra gente de común origen se añadieron a la anfictionía. Al llegar en plan de conquista a Palestina, ya había un pueblo definido, aunque todavía por mucho tiempo cada tribu iba a mantener su identidad y, en muchos sentidos, su independencia en acción.

Conquista de La Tierra
La obra de Moisés había delineado en gran forma la anfictionía. A Josué tocaba la tarea de conducirlos en la conquista, dirigir el establecimiento ordenado de cada tribu, y guiarlos finalmente a lo que podría llamarse la consolidación de la anfictionía bajo un pacto eterno. Este pacto se relata dramáticamente en Jos 23:1–24:28.
La conquista no fue fácil ni rápida, pues había ya establecidos en la tierra otros pueblos y anfictionías con los cuales fue necesario pelear. A veces los hebreos quedaban como señores y amos, y otras como esclavos. No fue sino hasta el establecimiento de la monarquía absoluta que habría de cambiar la antigua anfictionía. De un sistema cuyo énfasis era la autonomía tribal, cambiaron a otro centrado en la nueva fisonomía monárquica.

Establecimiento de La Monarquía
Los «ancianos» o jefes de tribus se dieron cuenta de que únicamente uniéndose bajo una autoridad central podrían someter a sus enemigos y establecer en el país un clima de paz que les permitiera organizarse y trabajar.
Después de algunos fallidos intentos escogieron a Saúl, más que todo por su evidente carisma, como jefe único de todas las tribus. Con él se establece la monarquía. Pero debido a que el momento era de transición, su tarea como «rey» no fue muy ilustre ni feliz. Tocó a David consolidar el reino sobre el trabajo iniciado por Saúl, para lo cual primero sometió a todos sus enemigos. Luego emprendió la conquista de otros pueblos y estableció un verdadero imperio. Los límites del reino davídico circundaban prácticamente toda la Palestina.
Salomón, con quien se afirma la dinastía davídica, sería el encargado de someter por la fuerza todo residuo de resistencia tribal interna y de enriquecer y llenar de gloria al pueblo hebreo durante su reinado. Es lamentable, pero también en el período salomónico se inició la desintegración del gran imperio davídico y la división del pueblo hebreo en dos naciones que jamás volverían a unirse: Judá e Israel.

Conclusión
Aunque aun quedan muchos asuntos sin resolver acerca del origen de los hebreos, ninguna cultura les iguala en contribución a la humanidad. En un mundo pagano con muchos dioses, los hebreos adoraron a un supremo y santo Dios que demanda rectitud de su pueblo. De los hebreos también nació Jesucristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien dio su vida para librarnos de la maldición del pecado.