Oro

Heb. 2091 zahab, זָהָב, de una raíz inusitada que sign. «relucir», relacionado con tsahab, צָהַב = «amarillo». Aparece unas 385 veces en el AT. Puede referirse al mineral sin refinar y al refinado; gr. khrysós, χρυσός o khrysíon, χρυσίον, que designa sobre todo monedas (Hch. 3:6; 20:33; 1 Pd. 1:18), adornos (1 Pd. 3:3) y el propio metal (Heb. 9:4; 1 Pd. 1:7; Ap. 21:18, 21); lat. aurum = «oro».
Metal precioso, conocido en Oriente desde la más remota antigüedad. Se extraía del país de Havila (Gn. 2:11, 12), de Sabá (1 R. 10:2; Sal. 72:15) y sobre todo del país de Ofir (1 R. 22:49; 2 Cro. 8:18), el Eldorado de los israelitas (sito Arabia meridional, o tal vez la costa de Somalia, Madagascar o la India). Se menciona el oro gran número de veces en la Biblia con diferentes apelativos, según el estado en el que se presenta: macizo, depurado, fino, etc.
Abraham, según la tradición, volvió de Egipto rico en rebaños, plata y oro (Gn. 13:2; 24:35). Son memorables las historias del becerro de oro y del lingote de oro de 50 siclos de peso sustraído por Acán en Jericó, lo que le costó la vida al ser descubierto, muriendo apedreado en el valle de Acor (Jos. 7:21–26).
Israel no tuvo minas de oro, y por ello los objetos de este metal nunca fueron abundantes, quedando reducidos a trabajos de pequeña bisutería, con la excepción de algunos utensilios mayores para el culto del Tabernáculo, donde el arca estaba hecha de madera de acacia recubierta de oro, lo mismo que la mesa de los panes de la proposición y el altar de incienso, mientras que el candelero de siete brazos era de oro puro (Ex. 37:1–2, 10–11, 25–26, 27); posteriormente, se utilizó mucho oro en el Templo (1 R. 6:22, 28) y en el palacio de Salomón, cuyo reinado está marcado por la magnificiencia y uso generoso de este metal, recibido en tributo y obtenido, además, del comercio. Se dice que «el peso del oro que le llegaba a Salomón cada año era de 666 talentos de oro, aparte del de los mercaderes, de los negocios de los comerciantes, de todos los reyes de Arabia y de los gobernadores del país» (1 R. 10:16). Con él, entre otras cosas, hizo «200 escudos grandes de oro trabajado. En cada escudo empleó 600 siclos de oro. También hizo otros 300 escudos pequeños de oro trabajado. En cada escudo empleó 3 minas de oro» (vv. 16–17). Estos escudos fueron tomados por el faraón Seshonq en el saqueo de Jerusalén que realizó en la época de Roboam (1 R. 10:14ss). Hizo también Salomón un gran trono de marfil, que cubrió de láminas de oro purísimo. Todas las copas de Salomón eran de oro y toda la vajilla de la casa del «Bosque del Líbano» era de oro macizo. No había nada de plata, pues no era apreciada en tiempos del gran rey.
En la historia bíblica son frecuentes las alusiones al oro que poseían los reyes de Judá e Israel y que tuvieron que entregar para comprar su libertad, o como tributo (1 R. 15:18–19; 20:3–7). El segundo Templo se aprovechó de las ofrendas de oro puestas de relieve en los libros de Esdras y Nehemías (cf. Esd. 1:4). Este metal no se economizó tampoco cuando Herodes del Grande restauró el Templo de Jerusalén.
Con él se hacían diosecillos, ídolos (Ex. 20:23; 32:31; Is. 40:19; Hch. 17:29), coronas (Sal. 21:4), collares (Gn. 41:42), anillos (Cnt. 5:14), pendientes (Jue. 8:26), vajillas, e incluso vestidos. Los orfebres sabían trabajarlo con arte, incluso en Israel, como prueban las excavaciones. Los hallazgos realizados en Gaza han sugerido la idea de que al final de la Edad del Bronce había allí ya un centro de industria aurífera.
En la época antigua no existían monedas de oro. Las primeras que emplearon los judíos datan de la época de Darío (ver dáricos), pero el oro a peso servía de patrón de cambio, si no en el comercio habitual, al menos para los grandes pagos. Después del exilio, los judíos comenzaron a acuñar monedas de oro (Esd. 2:69; cf. Hch. 3:6; 20:33).
A causa de su brillo, de su maleabilidad, ductilidad e inalterabilidad, el oro ha sido extremadamente apreciado desde el comienzo de la historia. Desde el Génesis se hacen alusiones a grandes riquezas consistentes en objetos o joyas de oro, como las de Abraham (Gn. 13:2; 24:22), los egipcios (Ex. 12:35), los israelitas (Ex. 32:3–4; 35:22), los madianitas (Nm. 31:50), David (1 Cro. 22:14–16), Salomón (2 Cro. 1:15) y la reina de Sabá (2 Cro. 9:1).
El oro era un símbolo de integridad (Lam. 4:2). El refinamiento del oro en el crisol es una imagen de la purificación del pueblo de Dios en el horno de la prueba (Zac. 13:9; Mal. 3:3; 1 Pd. 1:7). Metafóricamente hablando, ilustra el valor del sólido fundamento cristiano (1 Cor. 3:12) y de las realidades celestiales (Ap. 1:12; 2:1; 3:18; 4:4; 5; 8; 14:14; 17:4; 21:15, 27, 27, etc.). Véase DÁRICO, MONEDA, ORFEBRE.