MANUSCRITOS

Recibe el nombre de manuscrito todo libro antiguo escrito a mano en un material flexible: pergamino o papiro. Existen manuscritos desde la más remota antigüedad hasta el período de la invención de la imprenta.
1. Materiales y formas.
2. Manuscritos de la Biblia.
3. Manuscritos hebreos del AT.
4. Manuscritos griegos del Antiguo y NT.
I. MATERIALES Y FORMAS. Los principales materiales utilizados en la confección de los manuscritos han sido el > papiro (charta ægyptiaca), el > pergamino (charta pergamena) y, modernamente, el papel. Para formar un > libro a base de hojas de papiro, primero se escribía por separado en cada página, luego se juntaban los extremos, la orilla izquierda de cada hoja pegada a la orilla derecha de la precedente. Así se obtenía un rollo (volumen), cuyas dimensiones algunas veces eran considerables. Algunos rollos egipcios medían hasta quince metros de largo por dos y medio de ancho. El gran papiro Harris (Museo Británico) es de cuarenta y dos metros de largo. El borde final de la última página se fijaba a un cilindro de madera o hueso (ómphalos, umbilicus), que otorgaba mayor consistencia al rollo. Una vez pautada la página, la escritura se realizaba con una caña afilada en la cara que contenía las tiras dispuestas horizontalmente. De ser utilizado casi exclusivamente en Egipto, el uso del papiro se difundió por Palestina a través de la costa fenicia y se convirtió en material ordinario de escritura para el antiguo Israel.
El pergamino, confeccionado con piel de ovejas, cabras, terneros (vellum), asnos, etc., era utilizado por los jonios y los asiáticos en una época tan temprana como el siglo VI a.C. (Heródoto, Hist. 5, 58). Era un material más consistente, aunque más caro. Al parecer, se llamó pergamino porque hacia el año 100 a.C. se perfeccionó este material en la ciudad de Pérgamo. A fines del siglo III d.C. se lo prefirió al papiro para la confección de libros. Una vez preparado, el pergamino (membrana) se cortaba en hojas cosidas de a dos; cuatro hojas juntas formaban un libro de ocho folios (quaternio, de donde procede nuestra palabra «cuaderno»); todos los libros formaban un codex. Antes del siglo XV no existía la compaginación; los escritores solo numeraban, primero los libros (signaturae), luego los folios. El tamaño de las hojas variaba; la más común para los textos literarios era la de largo cuarto. El catálogo Urbino (siglo XV) menciona un manuscrito tan grande que se requería de tres hombres para su traslado. En Estocolmo se conserva una Biblia gigantesca escrita en piel de asno, cuyas dimensiones le han dado el nombre de Gigas librorum. Los pergaminos se escribían por ambos lados. Durante la Edad Media, el pergamino se volvió raro y costoso, por lo que era costumbre en algunos monasterios rascar o lavar el texto anterior y reemplazarlo por la nueva escritura. Estos manuscritos borrados se denominan palimpsestos. Con ayuda de reactivos químicos se ha logrado hacer reaparecer la escritura antigua, descubriendo así textos perdidos.
El papel fue inventado en China en el 105 d.C. por un tal Tsai-Louen. Se han encontrado ejemplares de papel del siglo IV d.C. en el Turquestán Oriental. Los árabes aprendieron a confeccionar el papel después de la toma de Samarcanda (704), y lo introdujeron en Bagdad (795) y en Damasco. En Europa ya se conocía desde finales del siglo XI, y en esta época fue utilizado en la cancillería normanda de Sicilia; en el siglo XII comenzó a usarse para los manuscritos. De acuerdo con los análisis químicos, el papel de la Edad Media se confeccionaba con cáñamo o trapos de lino. El tipo conocido como charta Bombycina proviene de la fábrica árabe de Bombyce, entre Antioquía y Alepo. Los copistas medievales utilizaban principalmente tinta negra, incaustum, formada por una mezcla de nuez de agalla y vitriolo. La tinta roja se reservaba, ya desde tiempos remotos, para los títulos. Las tintas de oro y plata se utilizaban en manuscritos de lujo. Los libros se cosían con tendones de buey en grupos de cinco o seis por el lomo, que servían para unir las tapas de madera al volumen, que estaban cubiertas de vitela o piel seca. Las cubiertas de los manuscritos de lujo estaban confeccionadas en marfil o bronce, decoradas con tallados, piedras preciosas pulidas o en bruto.
II. MANUSCRITOS DE LA BIBLIA. Aunque es frecuente utilizar la expresión «traducción de los originales hebreo y griego», conviene aclarar que no se refiere a los textos bíblicos autógrafos, sino a las lenguas en que originalmente fueron escritos. No se conservan textos originales de ningún libro del AT o NT en papiro, pergamino o cualquier otro material. No tiene nada de extraño, debido a la fragilidad del material de escritura y a los avatares de la historia: persecuciones y quema de libros. Disponemos, pues, únicamente de copias. Hasta la invención de la imprenta, la transmisión de un texto escrito se hacía mediante copistas profesionales. Los textos bíblicos actuales proceden de esas copias hechas a mano, lo que a su vez explica las múltiples variantes gramaticales, debidas a descuidos y errores previsibles. Con todo, se puede decir que no se ha perdido nada esencial del contenido original, al menos respecto al NT, del cual poseemos numerosos escritos. Los judíos tenían por costumbre, según recoge el Talmud, enterrar todos los mss. sagrados deteriorados, y también aquellos que presentaban errores de transcripción, lo que explica la ausencia de mss. originales hebreos.
III. MANUSCRITOS HEBREOS DEL AT. Los manuscritos hebreos más antiguos de los que disponíamos hasta hace relativamente poco tiempo, eran del siglo X d.C. En 1896 se descubrieron en una cámara de la sinagoga de El Cairo, la > genizá, donde se almacenaban los manuscritos bíblicos que ya no servían para el uso litúrgico, unos 200.000 fragmentos, entre los cuales destaca por su importancia un texto manuscrito hebreo del libro del Sirácida (Eclesiástico), del que hasta entonces solo conocíamos la traducción griega. Estos manuscritos son de los siglos VI–VII d.C.
En 1947 se produjo un descubrimiento crucial en la historia de la arqueología bíblica, cuando unos beduinos penetraron casualmente en una de las cuevas de > Qumrán, donde hallaron grandes vasijas con rollos de la Biblia hebrea en su interior. Estaban cubiertos de betún y cuidadosamente envueltos en tela. Estos mss. representan todos los libros del AT en hebreo, a excepción de Ester, Judit, 1 y 2 Macabeos, Baruc y Sabiduría, y pueden datarse entre el 150 a.C. y el 70 d.C. aprox. Entre los textos descubiertos más importantes está el rollo de Isaías, escrito dos siglos antes de Cristo, que es prácticamente idéntico al texto que ya poseíamos: en mil años se puede decir que apenas se ha cambiado una coma. También Habacuc y Salmos estaban completos. Se han encontrado fragmentos de casi todos los libros del AT. Este descubrimiento fue doble, no solo porque se encontraran los manuscritos más antiguos del AT, sino porque además, al cotejarlos con la versiones modernas de la Biblia, pudo apreciarse que todo el trabajo exegético, lingüístico y de comparación de manuscritos había valido la pena: los textos modernos de la Biblia eran los mismos que los que se habían hallado en Qumrán. Este es uno de los buenos motivos para confiar en el cuidado y celo que la tradición pone en preservar los textos y la doctrina originales.
Como es sabido, todos los libros del AT están escritos en hebreo, a excepción de unos pocos pasajes en arameo (Esd. 4:8–6:18; 7:12–26; Jer. 10:11; Dn. 2:4–7:28). El alefato hebreo cuadrado es posterior al exilio babilónico, y procede del arameo. La transición de los caracteres antiguos a los cuadrados se hizo de manera gradual. El hebreo primitivo carecía de vocales, pero al dejar de ser una lengua hablada, los escribas judíos, especialmente los residentes en la zona de Tiberíades, fijaron la pronunciación mediante unos signos especiales de vocalización, en base a la pronunciación tradicional. De esta manera quedó ya fijado el texto alrededor del siglo VII y X d.C. Estos escribas reciben el nombre de > masoretas. Es por ello que el texto así fijado se denomina «masorético». Inventaron asimismo un sistema de acentos y una forma de separar o unir las palabras. Las escuelas judías de Babilonia adoptaron otra notación para las vocales, pero que se refería a la misma pronunciación. La puntuación de la Escuela Babilónica se situaba por encima de las líneas. Ya en una época remota era frecuente separar las palabras mediante el punto o el intervalo. Indudablemente había mss. heb. en los que las palabras estaban separadas de una manera análoga. Las normas talmúdicas con respecto a la copia de los mss. ordenan que se deje entre cada palabra el espacio correspondiente a una letra.
Los escribas profesionales, dedicados a la copia y transmisión del AT, así como a indicar su pronunciación e interpretación, siguieron de manera escrupulosa unas normas draconianas que protegían contra errores de transmisión y permitían corregir cualquier falla. Gracias a ellos se ha conservado el texto clásico de manera integral. Aarón ben Moisés ben Aser, que vivió en la primera mitad del siglo X d.C., preparó, siguiendo la minuciosa tradición de los escribas, una edición fiel al original. Todos los mss. occidentales provienen de esta obra, cuya exactitud ha merecido un gran aprecio. Sin embargo, unas variantes análogas a las de Gn. 10:4 y 1 Cro. 1:7; o 2 R. 8:26 y 2 Cro. 22:2 revelan que se deslizaron errores ocasionales en el texto clásico antes del siglo II de nuestra Era. Afectan a las cifras y a los nombres propios más que a los relatos en sí mismos, y provienen sobre todo de transcriptores que confundieron algunos caracteres hebreos (por ejemplo, la Beth con la Dáleth), asociando o dividiendo términos. En ocasiones, una letra inicial se ha unido a una palabra precedente; se ha repetido u omitido una letra o un vocablo. Estas variantes no son siempre errores. El Sal. 53, p. ej., que es casi idéntico al Sal. 14, deriva de una revisión del autor, o de otras personas, que quisieron adaptar aquella composición a su nueva intención. También Mi. 4:1–3 reproduce libremente Is. 2:2–4.
Los mss. que nos han llegado son generalmente de pergamino; si provienen de Oriente, son de cuero. El Museo Británico posee un ejemplar de la Ley escrito sobre vitela, habiéndose fechado alrededor del año 850 d.C. La sinagoga de los Caraítas, en El Cairo, posee un códice de los primeros y últimos profetas; fue redactado sin vocalización en el año 895 d.C., si la fecha que ostenta es exacta. Otro manuscrito muy antiguo, y ya de fecha perfectamente precisada, contiene los profetas mayores y menores. Puntuado según el sistema babilónico, proviene de Crimea, y vio la luz en el año 916 d.C. Se conserva en Leningrado. También en Leningrado se encuentra el más antiguo ms. de todo el AT, fechado en el año 1010 d.C. El libro de los Salmos fue impreso y publicado en 1477. La Biblia hebrea completa salió en 1488 de una imprenta de Soncino, en el ducado de Milán. En 1517, Bomberg dio a la luz una edición en pequeño formato. Él mismo publicó en Venecia, en 1524–25, la gran Biblia Rabínica de Jacob ben Hayyim, en 4 volúmenes; está basada en un examen minucioso del texto de los mss., y reproduce con fidelidad el texto clásico de los escribas de Tiberíades. La edición de Van der Hooght apareció por vez primera en Amsterdam en 1705 y se mantuvo a causa de su precisión; Augusto Hahn la reimprimió en 1831, con insignificantes correcciones. C.G.G. Theile la volvió a publicar en 1849. Esta edición presenta algo más de 1.000 lecturas marginales extremadamente antiguas. S. Baer y Franz Delitzsch presentaron una edición aún más importante: el Texto Masorético, provisto de apéndices críticos de los Masoretas. El Génesis fue publicado en 1869; los otros libros vinieron a continuación. Esta edición y la de Ginsburg (Londres, 1894) son revisiones del texto de Jacob ben Hayyim, y su intención es ajustar el texto a la enseñanza de la Masora. La edición de Kittel (Leipzig, 1906) reproduce el texto de Jacob ben Hayyim; las notas en el margen inferior indican las variantes más importantes de los mss. y de las versiones.
Cabe también mencionar en esta relación de textos el antiguo papiro Nash, fragmento en el que se halla el Decálogo, en un texto constituido por Éx. 20:2 ss; Dt. 5:6 ss; y el > shemá» («Escucha, Israel») de Dt. 6:4 ss.; se halla en él también una frase que precede al «shemá» y no aparece en el Texto Masorético, pero sí en la LXX. Su fecha asignada es entre el siglo II a.C. y el I d.C. Sin embargo, los descubrimientos del mar Muerto han ensombrecido su importancia.
IV. MANUSCRITOS GRIEGOS DEL AT Y NT. Los mss. originales del NT desaparecieron, lo mismo que todas las copias de los tres primeros siglos, a excepción de algún fragmento. En la actualidad se conocen más de 5.000 mss. griegos del NT. En conjunto representan el mayor número de documentos relativos a un texto de la Antigüedad jamás reunido. A pesar de la inexistencia de la imprenta, los transcriptores multiplicaban las copias con gran celeridad. Los copistas se dedicaron especialmente a los cuatro Evangelios; las transcripciones de las epístolas de Pablo fueron algo menos numerosas. En cuanto al Apocalipsis, fue poco copiado. Poseemos al menos 4.490 copias antiguas totales o parciales del NT, abundancia que contrasta con los pocos ejemplares de obras clásicas que nos han llegado. El texto de las copias sufrió ya tempranamente algunas modificaciones, a causa de deslices de los copistas o de su imperfecto conocimiento del griego. Algunos copistas de la época de los Padres de la Iglesia se permitieron, en ocasiones, «mejorar» la sintaxis, el estilo, o corregir pretendidos errores históricos y geográficos, e incluso adaptar las citas del AT al gr. de la LXX y armonizar los Evangelios. También insertaron notas marginales, como Hch. 8:37 y la segunda parte de Ro. 8:1. De ello resultó una gran cantidad de variantes: algo más de 200.000. Sin embargo, solo 10.000 de estas variantes tienen algún valor, y únicamente una fracción despreciable afecta el sentido. La abundancia misma de lecturas distintas, su proveniencia de lugares y mss. diferentes, todo ello permite a los exegetas reparar y eliminar los errores y establecer el texto original con una certeza casi total. Los eruditos han persistido incesantemente en esta tediosa pero importantísima labor. Se puede también recurrir a un conocimiento indirecto de las lecturas de mss. desaparecidos, mediante el examen de las tempranas versiones del NT en diversas lenguas: siríaco, latín, etc. Se hallan también citas del NT en los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos, sobre todo en Clemente de Alejandría y Orígenes. Estas versiones antiguas y las citas de estos autores provienen de mss. desaparecidos, pero que pueden haber conservado el texto original.
1. Unciales y cursivos. Las copias manuscritas del NT son de dos tipos: unciales y cursivas. La escritura llamada uncial o mayúscula, en contraste con los manuscritos hebreos, en los cuales las palabras estaban separadas con una marca o con un espacio, no presenta esas divisiones. En los antiguos manuscritos griegos no se encuentran signos de puntuación, acentos ni espíritus (suaves o ásperos), característicos de este idioma. Las palabras se separaban de manera incidental, marcando el inicio de un nuevo párrafo. Solo se dejaba un pequeño espacio entre líneas.
La escritura cursiva o minúscula se presenta en caracteres pequeños y con separación de palabras. Al ser las letras más pequeñas, ocupaban menos espacio y podían escribirse más rápidamente que las unciales. El manuscrito más antiguo escrito con minúsculas es un texto griego que ahora está en Leningrado, y que lleva la fecha del 835 d.C.
Desde fines del siglo IX los manuscritos cursivos o en minúscula fueron sustituyendo a los unciales, hasta que los reemplazaron por completo alrededor de los siglos X–XI. De modo que:
1) Son exclusivamente unciales los manuscritos bíblicos griegos escritos hasta el siglo VIII, inclusive.
2) De los que pertenecen a los siglos IX y X unos son unciales y otros cursivos.
3) A partir del siglo XI, todos son cursivos.
El tamaño de las letras es, por lo tanto, uno de los factores que ayudan a determinar la antigüedad de un manuscrito bíblico. Otros son la forma de las letras, el estilo de la escritura, la clase de abreviaturas empleadas y la relación existente entre las letras y las líneas trazadas. Todos estos factores en conjunto hacen posible que un paleógrafo pueda determinar con bastante aproximación la antigüedad de documentos escritos, aun cuando no estén datados. Los escribas, acostumbrados a escribir en columnas angostas en los papiros, continuaron con ese hábito cuando escribían en hojas de pergamino de un tamaño mucho mayor; por eso escribieron varias columnas en una página.
Los manuscritos bíblicos más antiguos bastante completos (Sinaítico, Vaticano y Alejandrino) tienen respectivamente cuatro, tres y dos columnas. La mayoría de los manuscritos bíblicos unciales tienen dos columnas, semejantes a las Biblias modernas; en cambio, los manuscritos cursivos por lo general solo tienen una columna por página, pues a medida que pasaba el tiempo se hizo más pequeño el tamaño de los libros.
Otro indicio externo de los antiguos manuscritos bíblicos que ayuda al estudioso del NT a comprender ciertos problemas de exégesis, es el hecho de que la división de palabras al final de una línea se hacía arbitrariamente, sin regla alguna, de modo que un vocablo podía ser dividido en cualquiera de sus letras. Esto produjo ciertas variantes en los manuscritos y en las traducciones. Por ejemplo, en Marcos 10:40 los antiguos traductores al latín leían allois en vez de all’ hois, con lo cual Jesús estaba diciendo «para otros está preparado», en vez de «para quienes está preparado». Como los manuscritos antiguos no tenían signos de puntuación, las frases eran a veces divididas incorrectamente. Un ejemplo clásico se halla en Luc. 23:43.
Aunque los escribas separaban a veces los párrafos mediante espacios, sus manuscritos no tenían divisiones por medio de capítulos o versículos como se hace en las Biblias actuales. En el siglo XIII se comenzó la división de la Biblia en capítulos. Según algunos especialistas, la hizo Stephen Langton, arzobispo de Canterbury (m. 1228 d. C.); pero según otros, el autor de esa innovación fue el cardenal español Hugo de San Caro, alrededor del año 1250 d.C. La división en versículos se introdujo tres siglos después, cuando el editor Robert Estienne, de París, empleó esas divisiones en su edición grecolatina de 1551.
Los teónimos Dios, Señor, Jesús y Cristo, casi siempre se abreviaban por medio de una contracción. Se piensa que esto se hacía por reverencia, al igual que los copistas judíos con el > Tetragrámaton (YHWH, las cuatro letras) en los mss. hebreos del AT. Con el correr del tiempo, aparecieron en los manuscritos abreviaturas y contracciones, en su mayoría palabras relacionadas con Dios y asuntos sagrados. A estas palabras, llamadas nomina sacra, se les colocaba encima un trazo horizontal para indicar la contracción.
2. Principales manuscritos unciales. Solo hay cinco mss. unciales casi enteros del NT:
1) Códice Alejandrino, designado por la letra A. Fue durante siglos el único manuscrito bíblico antiguo ampliamente conocido en Europa. Se cree fue escrito en Alejandría (Egipto), de donde viene su nombre; data de la primera mitad del siglo V d.C. Cirilo Lucaris lo llevó en 1621 de Alejandría a Constantinopla cuando fue nombrado patriarca de esta ciudad. Siete años más tarde lo obsequió al rey Carlos I de Inglaterra. En 1757 Jorge II lo depositó en el Museo Británico. Su texto del NT fue impreso por primera vez en 1786. En 1879 fue reproducido fotográficamente, y en 1909 apareció una segunda edición en escala reducida.
Tiene 773 hojas, de las cuales 144 corresponden al NT. Miden unos 32 por 27 cm., escritas en dos columnas de 50 líneas cada una. La escritura es gruesa y grande. En este manuscrito faltan unas hojas desaparecidas que corresponden a los pasajes de Mt. 1:1–25:5; Jn. 6:50–8:52 y 2 Cor. 4:13–12:6. Además de los libros canónicos del NT, incluye la Primera Epístola de Clemente, una fracción de la Segunda y gran parte del AT.
2) Códice Vaticano, designado como B, escrito en pergamino, fue depositado en la Biblioteca Vaticana, en Roma, en 1481 o antes. No se utilizó durante siglos, y las autoridades eclesiásticas habían negado los permisos correspondientes para que los estudiosos lo consultaran. Su primera edición fue publicada en 1857 por orden del cardenal Mai, pero no tenía un gran valor desde el punto de vista científico. Una segunda edición, en 1889–90, fue publicada en facsímil, lo que posibilitó que todos los eruditos pudieran estudiar el texto de una manera directa. El Códice Vaticano data de mediados del siglo IV o quizá de una época anterior. Contiene la mayor parte del AT, pero se ha perdido el Génesis hasta 46:28 y nunca contuvo los Macabeos; incluye todo el NT, a excepción de Heb. 9:14–13:25, 1 y 2 Timoteo, Tito, Filemón y Apocalipsis.
El texto, presentado a tres columnas, se distribuye en capítulos muy cortos: Mateo tiene 170. Las páginas miden unos 25 por 25 cm, con tres columnas de 42 líneas cada una. La escritura es nítida y elegante, y se corresponde con el estilo del siglo IV.
Desafortunadamente, el manuscrito sufrió las añadiduras hechas por una mano posterior, entre los siglos VIII y X. Ese copista anónimo repasó el texto que había palidecido y añadió marcas diacríticas. Además, procedió como un crítico textual, pues repasó las palabras y letras que le parecía estaban fuera de lugar. Dos correctores posteriores añadieran otras alteraciones.
3) Códice de Efrén, denominado como C, es un palimpsesto que contiene todo el Antiguo y NT, excepto 2 Tesalonicenses y 2 Juan. Estuvo originalmente en Constantinopla, de donde fue llevado a Florencia al ser tomada por los turcos aquella ciudad en 1453. Cuando Catalina de Médicis se convirtió en la prometida de Enrique II de Francia en el siglo XVI, recibió este manuscrito como parte de su dote y lo llevó a París, donde está ahora en la Biblioteca Nacional. Fue escrito en el siglo V, pero el texto fue borrado en el siglo XII y reemplazado con 38 tratados de Efrén de Siria, reconocido como uno de los Padres de la Iglesia, de donde el nombre con que se lo designa. Se afirmaba que el texto original era ilegible, pero Tischendorf lo descifró después de trabajar pacientemente durante dos años, y en 1843 publicó un facsímil del NT.
El manuscrito tiene 209 hojas; 64 contienen secciones del AT, y 145 el Nuevo. Miden 31, 25 por 23, 75 cm. con una sola columna en cada página. Están representados todos los libros del NT, excepto 2 Tesalonicenses y 2 Juan, pero ninguno está completo. Abarca por lo tanto unos cinco octavos del NT.
4) Códice Sinaítico, figura bajo el signo hebreo áleph, א, pero a veces con el símbolo S, especialmente cuando los impresores carecen de tipos hebreos. Este manuscrito es el segundo de los códices en pergamino más antiguos de la Biblia.
Fue descubierto en el monasterio de Santa Catalina, en el monte Sinaí, por Tischendorf, en 1844 y 1859, quien sustrajo parte del manuscrito (43 hojas), actualmente en la biblioteca de la Universidad de Leipzig. Por pedido de Tischendorf, el monasterio donó el códice al zar de Rusia Alejandro II, quien lo colocó en la biblioteca imperial de San Petersburgo. En 1933, el gobierno soviético lo vendió a Gran Bretaña por 100.000 libras esterlinas, y desde entonces ha estado en el Museo Británico de Londres.
En 1862, Tischendorf publicó un facsímil del Sinaítico en cuatro tomos de gran tamaño. Está formado este códice por 346 hojas. Comprende la mayor parte del AT, todo el NT, la Epístola de Bernabé, y la parte esencial del pastor de Hermas. Faltan los últimos doce versículos de Marcos. Data del siglo IV y es ligeramente posterior al códice Vaticano. Las páginas miden unos 43 por 38 cm, y son de 4 columnas con 48 líneas cada una. La escritura, aunque similar a la del códice Vaticano, fue ejecutada algo menos cuidadosamente, y hay en ella muchas correcciones hechas por tres manos diferentes. Es uno de los mss. bíblicos más importantes de la historia, elaborado cuando el Imperio romano se dividió y el emperador Constantino, que gobernaba la parte occidental desde Roma, abrazó el cristianismo.
5) Códice de Beza, denominado D. Se lo llama así porque una vez perteneció al reformador francés Teodoro de Beza, quien lo obsequió en 1581 a la biblioteca de la Universidad de Cambridge. Este mss., que data del siglo VI o V, incluye la mayor parte del texto gr. de los Evangelios y de Hechos, junto con una traducción latina. La mayor parte del texto constituye el único ejemplar gr. que se posee de un tipo ya muy extendido en el siglo II; las versiones Vetus Latina y Vetus Siríaca pertenecen también a este tipo, escrito de manera que cada línea contiene el número de palabras que se podían pronunciar de una sola emisión de voz y sin oscurecer el sentido.
3. Manuscritos cursivos. Los mss. en cursiva son más abundantes, toda vez que son posteriores en el tiempo. Hay más de 2.750, en tanto que unciales hay solo 212. Su valor es mucho menor que el de los unciales por ser mucho menos antiguos. De entre todos ellos, solo 46 contienen el NT completo. El resto muestran únicamente partes, principalmente los Evangelios. Aunque la mayoría de estos documentos datan de finales de la Edad Media, permiten establecer el texto primitivo.
Los manuscritos cursivos se identifican con números arábigos. Aunque la mayor parte contiene un tipo de texto de origen tardío, es evidente que algunos son copias de manuscritos muy antiguos. Por ejemplo, el texto del Cursivo 33 es casi idéntico al del Códice Vaticano.
Algunos manuscritos cursivos forman familias, como 1, 118, 131 y 209, que Kirsopp Lake indicó se remontaban a un arquetipo similar al NT griego que Orígenes usó en Cesarea, generalmente llamado el texto de Cesarea. El erudito irlandés W. H. Farrar identificó otra familia de cursivos: 13, 69, 124 y 346.
4. Leccionarios. Consisten en colecciones de pasajes bíblicos usados en las iglesias para las lecturas correspondientes a cada semana del año litúrgico. Algunos contienen lecturas solo para sábados y domingos; otros, todas las lecturas correspondientes a los días de entre semana. El número de estos manuscritos es de 2.135. Aunque su valor es muy pequeño para la reconstrucción del texto original, pues casi todos ellos son copias tardías, ayudan a identificar los lugares de origen y el ámbito geográfico en que se esparcieron ciertas variantes, ya que se conocen con frecuencia los monasterios e iglesias en que fueron escritos. Véase BODMER, CHESTER BEATTY, CÓDICE, MANUSCRITOS DEL MAR MUERTO, PAPIRO, PERGAMINO.