NACER, NACIMIENTO

Heb. 3205 yalad, ילד = «tener hijos, engendrar, parir»; gr. 5088 tikto, τίκτω = «engendrar, dar a luz» (Mt. 2:2; Lc. 2:11; Ap. 12:4); 1083 génnesis, γέννησις = «nacimiento, engendramiento, producción», relacionado con el vb. 1080 gennao, γεννάω = «engendrar» (Mt. 1:18; Lc. 1:14; Jn. 3:3–8; 8:41; Jn. 9:2, 19, 20, 32, 34; 16:21; 18:37; Hch. 2:8; 7:20; 22:3; Ro. 9:11; 1 Cor. 4:15; Gal. 4:23, 29; Heb. 11:23; 2 Pd. 2:12; 1 Jn. 2:29; 3:9; 4:7; 5:1).
1. Prácticas y costumbres.
2. Nacimiento espiritual.
I. PRÁCTICAS Y COSTUMBRES. El dolor experimentado por la mujer en el alumbramiento del fruto de su vientre es interpretado en la Escritura como parte de la maldición que cayó sobre la mujer por su desobediencia: «Aumentaré mucho tu sufrimiento en el embarazo; con dolor darás a luz a los hijos» (Gn. 3:16). La prolijidad de alumbramientos se consideraba una bendición de Dios. El aumento de la población hebrea en Egipto se atribuye a la peculiar naturaleza de las mujeres israelitas sometidas a presión, de las cuales se dice que «no son como las egipcias; ellas son vigorosas y dan a luz antes de que llegue a ellas la partera» (Ex. 1:19).
Tan pronto nacía la criatura, era lavada con agua, frotada con sal y envuelta en pañales (cf. Ez. 16:4; Lc. 2:7, 11). El padre solía celebrar el evento con música, tomando sobre sus rodillas al recién nacido, indicando así que lo aceptaba como suyo (Gn. 50:23; Job 3:3; Sal. 22:10). Esta costumbre fue adoptada por las esposas que adoptaban hijos de sus siervas (Gn. 16:2; 30:3–5). El afortunado que comunicaba al padre la buena noticia del nacimiento de un hijo varón era recibido con alegría y recompensado debidamente (Job 3:3; Jer. 20:15), práctica común en muchos países orientales hasta el presente. Por el contrario, el nacimiento de una hija era menos celebrado, y recibido con una especie de decepción.
Entre los israelitas, la madre se consideraba impura durante siete días a partir del nacimiento, y permanecía en el hogar durante treinta y tres días contados a partir de los siete de impureza ceremonial, sumando cuarenta en total. En el caso del nacimiento de una hija, el número de días de impureza y reclusión se multiplicaba por dos. Al expirar este plazo, la mujer acudía al Tabernáculo o Templo, donde ofecía un cordero, o si era pobre, un par de palomas o dos pichones, en sacrificio de purificación (Lv. 12:1–8; Lc. 2:22).
Al octavo día del nacimiento, el niño era circuncidado, rito por el que era consagrado a Dios (Gn. 17:10; cf. Ro. 4:11). Los padres recibían regalos, en especial anillos y brazaletes de plata u oro. En el caso de Jesús, se dice que los magos «abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra» (Mt. 2:11).
II. NACIMIENTO ESPIRITUAL. El nacimiento físico es utilizado metafóricamente en el cuarto Evangelio para referirse al cambio o renovación interna que una persona tiene que experimentar para entrar en el Reino. Jesús lo llama «nuevo nacimiento» (Jn. 3:3, 5), o «nacimiento del Espíritu» (Jn. 3:8), en contraste con el nacimiento natural por vía de los padres: «A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios, los cuales nacieron [egennéthesan] no de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios» (Jn. 1:12–13). La idea está presente en el AT como característica de los tiempos del Nuevo Pacto. En el Deuteronomio se muestra bajo la figura de la «circuncisión espiritual»: «Circuncidará Yahvé tu Dios tu corazón y el corazón de tu descendencia, para que ames a Yahvé tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma» (Dt. 30:6). La misma línea de pensamiento se encuentra en Jeremías (Jer. 31:31–34; 32:39s) y Ezequiel (Ez. 11:19s; 36:25–27). Esta > regeneración espiritual o «nacimiento de lo alto» se presenta en el NT como una nueva creación. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas» (2 Cor. 5:17), que da origen a una novedad de vida. Mediante el nuevo nacimiento, el Espíritu Santo crea en el creyente una disposición interior nueva, con nuevas percepciones, nuevos anhelos y una orientación espiritual radicalmente nueva. En virtud de esa disposición, el creyente se vuelve de espaldas al pecado para andar según los propósitos de Dios. Aborrece lo que antes amaba y ama lo que antes detestaba. No pone su mente en las cosas de la carne, sino en las del Espíritu (Ro. 8:5). Véase ABORTO, ADOPCIÓN, CONVERSIÓN, CREACIÓN, Nueva, HIJO/A, NIÑO/A, REGENERACIÓN.