PALABRA DE DIOS

La frase debar Yhwh, «palabra de Yahvé», aparece 242 veces en el AT, principalmente en los escritos proféticos, sobre todo en Jeremías y en Ezequiel. Bajo este epígrafe se encuentran los Diez Mandamientos, literal. «las diez palabras», dados por la voz de Dios en el monte Sinaí, así como todas las promesas, advertencias, preceptos, profecías, revelaciones del carácter divino y mensajes de misericordia que procedieron de Dios por medio de hombres escogidos. En los Salmos y libros proféticos aparece todo el cuerpo de la verdad revelada, incluyendo las manifestaciones históricas del gobierno justo y misericordioso de Dios, como la Palabra de Yahvé.
En el NT se usa la expresión logos tu Theû, o bien logos tu Kyríu, «palabra de Dios», «palabra del Señor» (Hch. 13:46ss; 1 Cor. 14:36; Flp. 1:14; Col. 3:16), para referirse a las verdades contenidas en el AT; pero frecuentemente denota la predicación apostólica (Hch. 4:29; 6:2–7; 8:4, 25; 11:19; 12:24; 13:5, 7, 44, 46, 49; 15:35; 16:32; 17:13; 18:11; 19:10, 20).
Los medios y maneras por los que la Palabra de Dios llega al hombre no son en absoluto uniformes. Sueños, visiones, mensajes sentidos como una > carga, inspiración. El caso de Moisés es único, ya que el medio utilizado es un «boca a boca» de íntima proximidad: «Yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar» (Ex. 4:11, 12). A su vez, esta comunicación directa de Dios con Moisés está mediada por Aarón respecto al pueblo. Moisés transmite a su hermano la palabra divina para que él a su vez la transmita al pueblo, de modo que Moisés ocupa el lugar del Dios revelador para Aarón. Esto implica que la transmisión del mensaje no es tanto literal como esencial. En el notable caso de la profecía de Jeremías, Dios habló las palabras a Jeremías y este las dictó a su vez a Baruc, que las escribió (Jer. 36). En la visión en la que Ezequiel recibió su especial nombramiento como mensajero de Dios a Israel, se le instruyó para que comiera el rollo en el que estaban escritos los males que debían caer sobre el pueblo. Habiendo así hecho suyo el mensaje, tenía que salir con las palabras: «así dice Yahvé el Señor».
Aunque dabar es el término fundamental para denotar la locución divina, también se utiliza millah, מִלָּה, traducido como «palabra» en treinta y cuatro ocasiones, veinticinco de ellas en Job y seis en Daniel. Se utiliza en 2 Sam. 23:2: «El Espíritu de Yahvé ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua»; y Sal 19:4: «Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras». Además, aunque con menos frecuencia, se utiliza el verbo amar, אמר, cuyo significado original, «ser claro», derivó a «decir»; omer Yhwh aparece 90 veces en el AT. Amar hace referencia más bien al modo de la revelación, mientras que dabar señala al contenido: la palabra dicha (cf. Sal 19:3s; Job 22:28).
El concepto «palabra de Dios» expresa la comunicación de la voluntad y de los propósitos divinos al hombre por medio de una revelación proposicional, esto es, expresada por medio de cláusulas. La fórmula clásica utilizada en el AT es: «Palabra de Yahvé que vino a», lit. «fue a» (Os. 1:1; cf. Ez. 1:3; 12:8, etc.; Jon. 1:1; 3:1; Miq. 1:1, etc.). La «Palabra de Dios» es así una extensión de la personalidad divina, expuesta de forma racional y autorizada (Sal. 103:20; Dt. 12:32), por lo que debe ser obedecida por todos, ángeles y hombres. La Palabra de Dios tiene poder creador (Gn. 1; Sal. 33:6), preservador (Sal. 147:15–18), regenerador (Ez. 37, etc.) y salvador (Is. 50:4; 61:1, etc.). El Salmo 119 se refiere constantemente a la Ley escrita como Palabra de Dios.
En la LXX el sust. dabar, «palabra», generalmente se traduce como logos, λόγος, en ocasones rhema, ῥῆμα; y el vb. dabar, «hablar», se vierte por lo general como laleo, λαλέω. Debido a la influencia de los LXX, los autores del NT emplean las expresiones logos/rhema Theû como equivalentes al dabar hebreo.
Cristo recibe el nombre de «la Palabra», Λόγος, habitualmente traducido como «el Verbo» en el principio del Evangelio de Juan y en otros pasajes; y aunque algunos suponen que este título le fue dado por el evangelista como concesión a la teología filosófica de su época, la > gnosis y el judaísmo alejandrino de Filón, otros creen que es una síntesis perfecta del dabar hebreo y, de forma relevante, del arameo memrá, מֵימְרָא, «palabra», entendido como «denominación divina especializada para designar al Dios que crea, se revela y actúa en la historia de la salvación mediante su Palabra» (R.E. Brown). Los más antiguos autores judíos utilizaban este nombre donde el Pentateuco dice Yahvé. En la mayor parte de los textos donde aparece el nombre sagrado de Dios, lo substituían por la paráfrasis Memrá Yhwh, מֵימְרָא יהוה, en la que comprendían todos los atributos de la divinidad. Según ellos, la Memrá creó el mundo, se apareció a Abraham en Mamre y a Jacob en Betel. Este último apeló a ella como testigo de la alianza entre él y Labán. La Memrá se apareció a Moisés en el Sinaí, dio la Ley a Israel y habló cara a cara con el caudillo hebreo; marchó delante del pueblo y posibilitó la conquista de la Tierra Prometida; era fuego consumidor para todo el que violaba la Ley. En todos estos casos, la Memrá se refiere claramente al Dios Todopoderoso. Esta Palabra, por tanto, era Dios, y tal era la opinión de los judíos cuando se compuso el > Targum.
«Jesucristo, en cuanto hombre, es la expresión humana máxima de la Palabra de Dios. Toda su humanidad es la Palabra-acción-revelación máxima de Dios. Del Verbo Encarnado procede, como de su plenitud, toda otra expresión de la palabra de Dios, ya sea la palabra apostólica, la palabra del AT, la palabra de la Iglesia a través de los siglos, la palabra de los predicadores… Todas esas palabras, pueden llamarse analógicamente Palabra de Dios en cuanto participan de esa realidad. El Verbo Encarnado es el que explica, en su misterio, la condición análoga de Palabra de Dios que se predica de esas varias palabras» (J. M. Casciaro).
Las palabras de Jesucristo son Palabra de Dios por excelencia (Mt. 26:75; Lc. 22:61; Jn. 7:36; Hch. 11:16; 1 Cor. 7:10, 12, 25; 1 Tes. 4:15, etc.). Por ello, quien acepta la palabra de Jesús y la practica tiene vida eterna, pasa de muerte a vida (Jn. 5:24). Véase ESCRITURA, INSPIRACIÓN, LOGOS, PALABRA, REVELACIÓN, SAGRADA ESCRITURA, VERBO.