MÁRTIR

1. Vocabulario.
2. Martirio cristiano.
3. Martirio en el AT.
I. VOCABULARIO. Gr. 3144 martys, μάρτυς y mártyr, μάρτυρ (Hch. 22:20; Ap. 2:13; 18:6), prop. hace referencia a un testigo judicial; en el NT se usa en la doble acepción de testigo de un hecho y testigo de una verdad. Así, se aplica a testigos que intervienen en un juicio (Mt. 18:16; 26:65; Mc. 14:63; Hch. 6:13; 7:58; 2 Cor. 13:1; 1 Ti. 5:19; Heb. 10:28), lo que corresponde al heb. 5707 ed, עֵד = «testigo» (Dt. 17:16; Prov. 24:28). A veces, el apóstol Pablo pone a Dios por testigo (Ro. 1:9; 2 Cor 1:23; Flp. 1:8; 1 Tes. 2:5), o a ciertos hombres (1 Tes. 2:10; 1 Ti. 6:12; 2 Ti. 2:2), para confirmar la autoridad de su ministerio y la rectitud de su vida. Según la segunda acepción, se aplica a quien puede testificar la verdad de lo que ha visto u oído; este es el sentido más frecuente en el NT (p.ej. Lc. 24:48; Jn. 1:14; Hch. 1:8, 22; Ro. 1:9; 2 Cor. 1:23; 1 Tes. 2:5, 10; 1 Ti. 6:12; 2 Ti. 2:2; 1 Pd. 5:1; 1 Jn. 1:1–3; Ap. 1:5; 3:14; 11:3).
II. MARTIRIO CRISTIANO. En sentido amplio, el término «mártir» puede aplicarse a todos los creyentes, convocados a ser «testigos de Cristo» hasta lo último de la tierra (Hch. 1:8), pero en sentido estricto, ténico, se aplica únicamente a quienes dieron o dan la vida por la fe cristiana, sellando con su sangre la verdad de sus creencias. Este es el sentido que aparece en Hch. 22:20 y Ap. 2:13; 13:1–14; 17:6, y que los autores eclesiásticos consagraron para referirse a los mártires cristianos, comenzando por > Esteban, el protomártir o primer mártir de Jesucristo, en quien se conjugan el testimonio y la efusión de sangre: «Cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban» (Hch. 22:20). En este preciso sentido, los apóstoles son llamados por Cristo para ser testigos-mártires, con la ayuda del Espíritu Santo, de todos esos hechos y de su significado para la fe: «Vosotros seréis mis testigos» (Hch. 1:8; cf. Lc. 24:48), muchos de los cuales sellarán su testminio con su sangre. En sentido jurídico e histórico tienen que atestiguar la vida de Jesús, como corresponde a quienes han sido compañeros suyos desde su bautismo hasta su muerte (Hch. 1:22; 10:39), y, por el carácter extraordinario del hecho de que solo ellos son testigos, tienen que atestiguar especialmente todo lo referente a su resurrección (Hch. 1:22; 2:32; 3:15; 5:30–32; 10:41). En sentido martirial, que implica derramamiento de sangre, Cristo avisa que en el cumplimiento de su misión evangélica, sus discípulos van a sufrir persecución, cárceles y la entrega suprema de la vida (Mt. 5:10–12; Mc. 10:30; Lc. 6:21–23; Jn. 15:18–21; cf. Hch. 5:41), de lo cual Jesús es el modelo supremo: «Yo pongo mi vida» (Jn. 10:17, cf. 15:13). El camino de la salvación pasa por el sufrimiento y el derramamiento de sangre (cf. Mt. 16:21; Jn. 12:32). Todos los seguidores de Jesús son párticipes del mismo destino de rechazo y muerte como camino a la gloria (Jn. 15:20; Mc. 10:39). «Los que aspiran a vivir religiosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2 Ti. 3:12; cf. Ro. 12:14). Todo lo cual justifica el nuevo sentido cristiano del mártir como testigo que, fiel a su vocación, llega hasta la ofrenda de su propia vida. Cuando media la muerte por causa del testimonio, ya se trate de la veracidad de unos hechos o unas creencias, la vida del propio testigo es la garantía de su autenticidad.
También el apóstol San Pedro utiliza el término «mártir» cuando exhorta a los presbíteros de la comunidad y se presenta a sí mismo como «testigo de los sufrimientos de Cristo» (1 Pd. 5:2), de los que todos los fieles cristianos participan mediante su padecimiento por causa de él: «Gozaos a medida que participáis de las aflicciones de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con regocijo» (4:13).
En el Apocalipsis se hace patente que en la Iglesia primitiva se cumple el destino de Jesús: es mártir por causa de Cristo y juntamente con él. La misma persecución sufrida por Cristo viene a ser padecida en el mundo por sus discípulos. No en balde el Apocalipsis, escrito a fines del siglo I, tiene por meta confortar a las primeras generaciones cristianas, que ya estaban recibiendo los terribles zarpazos de la bestia romana. Se dice claramente que ha sido escrito para las generaciones presentes y las futuras (Ap. 2:11; 22:16, 18), anunciando así el carácter martirial de la fe cristiana. Jesucristo es contemplado como «el testigo [mártyr, μάρτυρ] fiel y verdadero» (1:5; 3:14), que dio su vida en sacrificio por la salvación del mundo, prototipo, por tanto, del mártir cristiano que muere a causa de la fe y de la fidelidad al «testimonio de Jesús» (1:2, 9; 12:17; 19:10; 20:4), o dicho de otro modo, por guardar «la palabra de Dios» (1:2, 9; 6:9; 20:4) y los «mandamientos de Dios» (12:17). La muerte de los mártires no supone un derrota, sino todo lo contrario, una victoria, un triunfo sobre la Bestia celebrado en el cielo con cánticos (4–5; 7:9–12; 8:3–4; 11:15–19; 14:1–5; 15:1–4; 16:5–7; 19:1–8). El sufrimiento de los mártires es de corta duración, pues Cristo mismo asegura: «Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona» (Ap. 3:12; 22:12, 20).
III. MARTIRIO EN EL AT. Es evidente que Jesús y sus discípulos leyeron la historia del AT a la luz de su experiencia con vistas a ser iluminada por ella y a la vez revelar los rasgos relevantes que quedaban en un segundo plano. La vivencia del rechazo, la expulsión de las sinagogas y, en algunos casos, la muerte, lleva a los cristianos a leer los antiguos textos y descubrir en ellos que lo que les sucede por causa del Evangelio y la verdad de Dios, no es nada nuevo. Desde el justo Abel hasta Zacarías hijo de Berequías, se ha derramado mucha sangre sobre la tierra (Mt. 23:35). Los ejemplos de asesinatos de profetas son bastantes frecuentes: Urías (Jer. 26:20–23), Zacarías (2 Cro. 24:17–22), los profetas pasados a espada mencionados por Elías (1 R. 19:10–12), la persecución de Jeremías (Jer. 26:20–23) y otros profetas (cf. Neh. 9:26), la misma figura del Siervo Sufriente de Yahvé (Is. 53), las tradiciones respecto a la muerte de Isaías y otros (cf. Heb. 11:37), constituyen un primer esbozo de la teología del martirio cristiana. Pero es la época de los Macabeos la que servirá de reflexión martirial a los primeros teólogos cristianos, el ejemplo más claro de su sufrimiento. Así como los Macabeos prefieren la muerte por causa de la fe en Yahvé antes que negarlo, los cristianos aceptan el mismo destino por amor al Evangelio. Esto explica el favor de que gozaron los libros de los Macabeos en la Iglesia. El testigo de la verdad de Dios, el mártir, acepta la muerte en nombre de la fe y es inocente de toda culpa. Lo que padece lo hace por la justicia (cf. 2 Tes. 1:5; 1 Pd. 3:14). Véase CORONA, DISCÍPULO, MACABEOS, MUERTE, PERSECUCIÓN, TESTIGO, TESTIMONIO.