Oído

Heb. 241 ozén, אֹזֶן = «oído, oreja», gr. 3775 us, οὖς, referido lit. al sentido físico (Lc. 4:21; Hch. 7:57; 11:22) y metafóricamente a la facultad de percibir con la mente, comprender y conocer (Mt. 13:16; Mc. 8:18; Ro. 11:8; Lc. 9:44).
El sentido del oído tiene frecuentemente un sentido simbólico en las Escrituras. Se aplica a Dios, siempre atento a las súplicas de sus adoradores: «Los ojos de Yahvé están sobre los justos; sus oídos están atentos a su clamor» (Sal. 34:15). Por el contrario, cuando Dios «cierra los oídos» indica que no escucha las súplicas: «Aun cuando grito y pido auxilio, cierra sus oídos a mi oración» (Lam. 3:8).
«Abrir el oído» es un hebraísmo para denotar la revelación de algo desconocido a una persona: «Mi padre no hace cosa grande ni pequeña que no me la revele, ¿por qué, pues, me ha de encubrir mi padre este asunto?» (1 Sam. 20:2). Hablando del Mesías se dice: «Has abierto mis oídos» (Sal. 40:6), citado en Heb. 10:5 a partir de la LXX: «Me preparaste cuerpo», dando a entender que Cristo es el siervo obediente que presta oído a la voluntad de Dios.
«Pesadez de oído» (cf. Is. 6:10) expresa falta de atención y desobediencia, o incapacidad de comprensión: «Teniendo oídos, ¿no oís?» (Mc. 8:18; Ro. 11:8). Más fuerte es la expresión «incircuncisos de oídos», que denota desobediencia agravada por la resistencia a la obra de Dios (Hch. 7:51). La audición honesta de la palabra de Dios y de Cristo lleva a la fe y al discipulado (cf. Jn. 10:27; Ro. 10:17). Véase OBEDIENCIA, OREJA.