NAHÚM, Libro de

Séptimo de los profetas menores.
1. Autor y fecha.
2. Contenido y tema de la profecía.
3. División.
I. AUTOR Y FECHA. De Nahúm conocemos solo el nombre y el lugar de origen, Elcos, imposible de localizar. La introducción no nos dice cuándo se escribió este vaticinio, pero del contenido se puede deducir que tuvo lugar entre dos fechas: la caída de Tebas ante Asurbanipal (664 a.C.) y la toma de Nínive (612 a.C.). El reino de Israel ya no existe (Nah. 2:3), desapareció de la escena histórica a partir del 722 a.C. con el ataque de Salmanasar V a Samaria y concluyó el 720 con la invasión definitiva de la ciudad por Sargón II. El reino de Judá se halla bajo la opresión asiria (1:12–13; 2:1). La conquista de Tebas, a la que llama > No-Amón (3:8), se presenta como un hecho pasado, más bien lejano (3:8–10). La ciudad cayó el 664–643, pero ya desde el 667 la habían alcanzado los ejércitos de Asurbanipal. Asiria aparece aún como una gran potencia, pero ya se advierten los primeros síntomas de su disolución. En efecto, a la muerte de Asurbanipal (630–629 a. C.) los acontecimientos se precipitan. El coloso es atacado en su propio territorio (3:12–15). Nabopolasar (625–605), en lucha contra Asiria, obtiene primero la independencia de Babilonia y después se lanza al ataque directo contra Nínive (616 a.C.). La caída de la urbe se describe como inminente (1:13–14; 2:1). Una tablilla babilónica conocida como Crónica de Gadd, nos informa de que Asiria en el último momento pidió auxilio a Egipto contra la coalición medo-babilónica (3:11). A pesar de la resistencia encarnizada, Nínive sucumbe al fin, desapareciendo para siempre de la historia (612 a.C.). La Crónica de Gadd describe la enorme mortandad, el inmenso botín recogido por los invasores y la ruina total de la ciudad (cf. Nah. 2:2ss.; 2:10–11; 3:2–3).
II. CONTENIDO Y TEMA DE LA PROFECÍA. La idea fundamental de la predicación de Nahúm es la justicia divina, que se ejerce sobre todos los tiranos. El profeta centra su atención en el castigo de Nínive, capital de la nación opresora por excelencia, Asiria. «En esto se diferencia de todos los profetas anteriores, ya que el profeta no se ocupa de fustigar los desvaríos y pecados de Israel o de Judá ni de hacer llamamientos al arrepentimiento para ser gratos a Yahvé. Nahúm se enfrenta con los enemigos de Judá y desahoga furiosamente sus sentimientos de revancha, entonando un himno de triunfo sobre el enemigo vencido».
La desaparición de Nínive fue un acontecimiento trascendental en la historia del Antiguo Oriente. La celebraron entusiásticamente los pequeños estados del área siropalestinense, esclavizados por el imperio asirio, que veían así recobrada su libertad perdida. La celebró en primer lugar Judá, que ahora podía reanudar su vida cultual como antes (2:1). Este acontecimiento ocupa toda la atención de Nahúm. Lo anuncia como inminente y lo presenta como tan cierto que parece estar relatando hechos pasados. Describe la caída del Imperio asirio con la alegría del oprimido, sin hacer concesión alguna a la compasión, pero no manifiesta solamente resentimiento contra los enemigos seculares o un nacionalismo desenfrenado, sino que narra la victoria de la santidad del Señor sobre la ciudad de Nínive, símbolo de la realidad diabólica, reivindicando la soberanía absoluta de Yahvé sobre la historia y los imperios de la tierra. Yahvé castiga a sus enemigos por sus pecados, destruye a Asiria por sus crímenes contra natura y actúa así porque es justo (1:11–14; 2:1, 12, 13; 3:1, 4–7, 19).
El profeta declara con vigor que Yahvé es un Dios celoso, vengador, pero también un refugio para aquellos que se confían a él (Nah. 1:2–8). Exhorta al pueblo a apartarse de quienes preconizan el abandono de su culto (Nah. 1:9–11) y proclama el inmutable objetivo de Dios: la liberación de su pueblo (Nah. 1:12–14). Apremia a Judá a permanecer fiel a Yahvé y practicar su culto (Nah. 1:15), y describe a continuación la ruina del imperio opresor. Nahúm representa de manera gráfica el asedio de Nínive (Nah. 2:1–10), morada de leones (Nah. 1:11–13); afirma que el juicio cae sobre ella a causa de su desenfreno (Nah. 3:1–4). La ciudad recibirá castigo como lo recibiría una prostituta (Nah. 3:5–7); no vale más que No-amón (Tebas), que fue deportada (Nah. 3:8–10), y sufrirá la misma suerte que ella (Nah. 3:11–19). Nínive «llega a ser un ejemplo paradigmático del destino de los opresores poderosos del mundo» (Ehud Ben Zvi).
Esta profecía tiene como preludio una especie de poema alfabético (Nah. 1:2–15). No se trata, sin embargo, de un salmo > acróstico ordinario (como, p.ej. el Sal. 119) en el que cada estrofa comienza con una letra distinta siguiendo el orden alfabético. Se sirve de una secuencia fonética para introducir los temas en lugar de estrofas. Los sonidos se van sucediendo, separadamente o en grupos, y añaden a la majestad del discurso. En hebreo el oído se hace consciente, de forma placentera, de esta sonoridad. Dice Smith acerca de Nahúm: «El lenguaje es intenso y brillante; el ritmo, vigoroso y oscilante, centelleante como los carros y los jinetes que describe». El profeta se presenta en esta obra como uno de los grandes poetas de la Biblia. Su estilo vigoroso, imaginativo y movido alcanza el patetismo de los mejores escritores bíblicos.
III. DIVISIÓN. El libro se divide en dos secciones: el capítulo 1 describe la majestad de Dios; los capítulos 2 y 3 contienen el juicio sobre Nínive.
Nahúm contiene varias afirmaciones doctrinales acerca de Yahvé. La primera verdad fundamental es que Dios, si bien es lento para la ira, es vengador y aplica su justicia penal sobre los opresores (Nah. 1:2–3, 6). Según Joel Kiminsky, en tales textos la venganza parece ser «un atributo divino», pero «la venganza e ira divina constituyen la reacción de Dios contra el pecado humano y por lo tanto no deben considerarse “atributos” eternos de Dios en sí, sino la reacción divina que procura castigar y limitar el daño de los opresores y violentos». Así, bajo la imagen del león, Nahúm describe la rapiña, crueldad y violencia del imperio contra los pueblos vecinos, lo cual provocó la ira divina (Nah. 2:12–13; 3:13).
El profeta expone a continuación el majestuoso poder de Dios en la naturaleza: está presente en medio del torbellino, en la tempestad; las nubes son el polvo de sus pies (Nah. 1:3). A su amenaza se seca el mar, la vegetación se agosta (Nah. 1:4); montes y collados se derriten ante su presencia (Nah. 1:5); nadie sabría cómo resistir su cólera (Nah. 1:6). La bondad de Yahvé es grande hacia su pueblo, al que conoce bien (Nah. 1:7), pero sabrá destruir a sus enemigos (Nah. 1:8).
El profeta basa su predicción sobre las verdades que acaba de exponer. Repite que es en vano intentar resistir a Yahvé. Ya lo ha dicho al principio bajo la forma de una pregunta (Nah. 1:9), y a continuación repite la conclusión del versículo 8. Predice acto seguido la liberación del pueblo de Dios (Nah. 1:14). Por fin, y dentro de la línea precedente, exhorta a Judá a proseguir la celebración del culto divino (Nah. 1:15). Este versículo 15 sirve de transición entre las dos secciones.
El ardiente verbo de Nahúm no contempla a Jerusalén, sino a Nínive. El profeta reconoce en la inminente aniquilación de Asiria la mano del Dios que dirige el curso de la historia. Durante siglos, Asiria había oprimido a todos los pueblos del Asia Occidental. Los sufrimientos y la desesperación que habían alcanzado a los hebreos, como a sus vecinos, les fueron de ayuda para comprender algo de la solidaridad humana. Amós y Oseas habían dicho a sus oyentes que serían asediados y deportados. En sus mismas inscripciones, los asirios se gloriaban de sus hazañas guerreras, de sus conquistas y de sus crueldades. Nahúm profetizó cómo llegaría el castigo y el fin de Nínive. Véase ASIRIA, IRA DE DIOS, NÍNIVE.
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