SABIO

Heb. 2450 jakham, חָכָם = «sabio, inteligente, ingenioso»; gr. 4680 sophós, σοφός = «sabio»; en Ro. 12:16 el término traducido como «sabio» es 5429 phrónimos, φρόνιμος, que tiene que ver con phrónesis, es decir, «prudencia», de modo que la amonestación del apóstol lit. es: «Tened un mismo sentir los unos por los otros, no siendo altivos, sino acomodándoos a los humildes. No seáis prudentes en vuestra propia opinión».
A lo largo de toda la historia de Israel se dieron sabios consejeros (Jer. 18:18); entre otros, la astuta mujer de Tecoa (2 Sam. 14:2); la mujer sabia de Abel-bet-maaca (2 Sam. 20:18); los cuatro renombrados sabios: Etán, Hemán, Calcol y Darda (1 R. 4:31). En sus dichos y enseñanzan se servían de parábolas (2 Sam. 14:4–11); preceptos (Prov. 24:27–29); proverbios (Prov. 24:23–26); enigmas (Prov. 1:6) y lecciones sacadas de la vida (Prov. 24:30–34). Muestras de este género son: a) La parábola de Jotam (Jue. 9:7–20); b) la adivinanza de Sansón (Jue. 14:14); c) las parábolas de Natán (2 Sam. 12:1–7), d) de la mujer de Tecoa (2 Sam. 14:4–17), e) y la un profeta desconocido (1 R. 20:35–43); la fábula del rey Joás (2 R. 14:9, 10).
Pero en sentido estricto y teológico, en la literatura judía el sabio es quien tiene la Ley Mosaica como fuente de la sabiduría (Bar. 3:12; Eclo. 24:23, 25; 39:1–6); por eso, el sabio es sinónimo del piadoso que lee, medita, estudia los libros sagrados para sacar de ellos reglas de vida (cf. Dt. 4:8; Sal. 1:2). Los mandamientos y preceptos de Dios dados por medio de Moisés, son «vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales al oír de todas estas leyes dirán: Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio y entendido» (Dt. 4:6). Jesús, hijo de Sirac, compuso un libro que lleva su nombre (el Sirácida, también conocido por Eclesiástico), para dar a conocer algo de la sabiduría que obtuvo con la lectura prolongada de la Sagrada Escritura: leyes, profetas y otros libros de los padres (prólogo 6–12). Y esto para que los amantes del saber «puedan avanzar siempre más en una conducta según la ley» (vv. 13–14). Dichoso el que medita estas cosas, fijándolas en su corazón, pues será «sabio» (Eclo. 50:28).
Judit es presentada como un modelo de esta espiritualidad que medita y recuerda los grandes hechos de Dios. Hablando a sus hermanos mientras > Holofernes está a las puertas de la ciudad, ella les exhorta a recordar las pruebas que el Señor hizo pasar a Abraham, Isaac y Jacob (Judit 8:26). Y Ozías le responde: «Todo lo que has dicho lo has proferido con corazón recto y nadie podrá contradecir tus palabras. Porque no es hoy solamente cuando se ha hecho patente tu sabiduría, sino que desde el principio de tus días todo el pueblo conoce tu prudencia, así como el buen natural de tu corazón» (v. 29).
En el NT se revela la condición de un movimiento que en sus inicios está formado por clases sociales humildes e iletradas: «No sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles» (1 Cor. 1:26), pero de ningún modo hay un rechazo frontal de la sabiduría, sino de aquel tipo de conocimiento que aún no ha descubierto la riqueza del mensaje evangélico, antes bien la disputa y combate por su naturaleza novedosa (cf. 1 Cor. 1:20, 25). Este tipo de entendimiento que no percibe la acción de Dios en Cristo (1 Cor. 1:19), es lo contrario del que edifica una sabiduría que, lejos de escandalizarse, comprende, entiende, y acepta la novedad evangélica. Paradójicamente, quien se hace necio, llega a ser sabio (1 Cor. 3:18), lo que está en estrecho paralelismo con el dicho de Cristo: «El que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por causa de mí la hallará» (Mt. 16:25; Mc. 8:35; Lc. 9:24; 17:33). Véase SABIDURÍA, SAPIENCIAL, Literatura.