PUEBLO

Heb. 5971 am, עָם = «pueblo» como unidad congregada; gr. 2992 laós, λαός, «pueblo» en general, especialmente reunido en asamblea (cf. Mt. 27:25; Lc. 1:21; 3:15; Hch. 4:27; 26:17, 23; Ro. 15:10); utilizado en particular para designar a Israel (cf. Mt. 2:6; 4:23; Jn. 11:50; Hch. 4:8; Heb. 2:17); raramente se usa 1218 demos, δῆμος, que denota su organización política, especialmente el conunto reunido en un lugar público (Hch. 12:22; 17:5; 19:30); 1484 ethne, ἔθνη, se aplica principalmente a las naciones paganas o gentiles (Mt 4:15; Lc 2:32; Hch. 4:25, 27; 15:14; 26:17; Ro. 15:10–11).
1. Elección y vocación del Pueblo de Dios.
2. Comunidad e individuo.
3. El pueblo de la Nueva Alianza.
I. ELECCIÓN Y VOCACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS. Israel fue desde su origen un pueblo elegido por Dios (Dt. 7:7; Is. 41:8), escogido de entre el resto de los pueblos, no por su fuerza o sus méritos, sino por el puro y soberano amor de Dios (Dt. 7:7–8; 8:17; 9:4; cf. Os 11:1). En virtud de esta elección no ganada ni merecida, sino otorgada, Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto (Dt. 6:12; 7:8; 8:14; 9:26), llegando a formar una nación fuerte e independiente. Señal o prenda de la elección es la > alianza del Sinaí, pacto sagrado entre Yahvé y las doce tribus por el que aquel viene a ser el Dios de Israel, y este su pueblo (Dt. 29:12; Lv. 26:12; Jer. 7:23 etc.; Ez. 11:20 etc). Israel se convierte así en un pueblo santo, consagrado a Yahvé, puesto aparte para él (Dt. 7:6; 14:2). Todo Israel es un «reino de sacerdotes» (Ex. 19:6), en el que Dios reina sobre súbditos consagrados a su servicio, cuya función es ser sus testigos ante las otras naciones (Is. 44:8). Por medio de Israel todas las naciones participan en la bendición de Dios (Gn. 12:3; Jer. 4:2; Eclo. 44:21).
II. COMUNIDAD E INDIVIDUO. En el concepto de pueblo en la mentalidad semítica lo individual se diluye en lo colectivo con todas sus consecuencias, positivas y negativas. La comunidad lo es todo, y el individuo es algo en relación con ella, creándose así una fuerte conciencia de unidad familiar, en la que esta sale al frente de las necesidades de sus miembros. Pero el individuo tiene pocas o nulas posibilidades de acción por cuenta propia, sin que el resultado de sus decisiones recaiga sobre el resto de la comunidad a la que pertenece. En virtud de una comunión de lazos de sangre y de parentesco, el grupo se hace responsable de sus individuos, y estos son tenidos por responsables de las acciones del grupo, participen o no en ellas. Pero en el profetismo tardío se inicia una gran corriente de individualismo religioso, sobre todo con Jeremías: «Cada cual morirá por su propio pecado» (Jer. 31:30). Ezequiel la desarrolla más ampliamente, dando así una dimensión desconocida a la responsabilidad personal, según el principio: «El alma que peca, ésa morirá El hijo no cargará con el pecado del padre, ni el padre cargará con el pecado del hijo. La justicia del justo será sobre él, y la injusticia del impío será sobre él» (Ez. 18:20). Se desliga al individuo del destino de la comunidad o el pueblo, convirtiéndose en agente responsable de sus actos y de su propio destino. Cada uno debe presentar cuentas a Dios en virtud del bien hecho o dejado de hacer (cf. Ez. 18:1–32).
III. EL PUEBLO DE LA NUEVA ALIANZA. Los profetas advierten que si Israel no es fiel a los compromisos de la alianza, no solo dejará de ser el pueblo de Dios, sino que otro pueblo tomará su lugar partiendo de un resto o núcleo de Israel, basado en la pureza del corazón y no en la de la sangre o genealogía. Dios purificará a ese pueblo nuevo cambiando su corazón y derramando en él su Espíritu (Ez. 36:26–27; Jer. 31:33); eliminará de él a los pecadores para conservar un resto humilde y justo (Is. 10:20s; Sof. 3:13; Job 3:5). Con este pueblo «creado» por él (Is. 65:18) concluirá una nueva alianza (Jer. 31:31; Ez. 37:26). Será el «pueblo santo» (Is. 62:12), el rebaño (Jer. 31:10) y la esposa (Os. 2:21) de Yahvé. Al mismo tiempo se ensanchan las fronteras del nuevo pueblo de Dios, pues las naciones van a unirse a Israel (Is. 2:.), teniendo parte con él en la bendición prometida a Abraham (Jer. 4:2).
Israel entrará en el pueblo nuevo en calidad de raza de Abraham (Is. 41:8), pero también las naciones se unirán al pueblo del Dios de Abraham (Sal. 47:9) como para convertirse a su vez en la posteridad espiritual del patriarca. Dios purificará los labios de todas las naciones para que cada una pueda alabarle en su propia lengua (Sof. 3:9). Así se operará la unión de pueblos e idiomas (Is. 66:18) que pondrá fin a la fragmentación del género humano y será signo de la unión espiritual recuperada, como en los orígenes del designio de Dios (Gn. 11:1).
En el NT la ekklesía o «asamblea cultual» se convierte en receptora de las promesas y canal o medio de su cumplimiento. El mensaje de Cristo se dirije primero al pueblo de la antigua alianza para pasar a continuación a las otras naciones y ovejas de un mismo redil (Jn. 10:16). Este nuevo pueblo nace de la nueva alianza, sellada con la sangre de Jesús (Mt. 26:28; Mc. 14:24). Es el pueblo cuyos pecados son > expiados por Jesús en la cruz (Heb. 2:17; 13:12). De este modo, los títulos de Israel se trasladan ahora a esta congregación particular de Dios (Tit. 2:14; cf. Dt. 7:6), raza elegida, nación santa, pueblo adquirido (1 Pd. 2:9; cf. Ex. 19:5; Is. 43:20s).
Israel es el primer llamado a formar parte del nuevo pueblo; Jesús fue enviado a él como «el profeta semejante a Moisés» (Hch. 3:23) para «salvar a su pueblo» (Mt. 1:21). Pero el pueblo de la antigua alianza rechaza a su Salvador, de lo cual el AT ofrecía ya ejemplos premonitorios (Mt. 13:15; 15:8; Hch. 13:45; 28:26; Ro. 10:21; 11:1s). El rechazo de Jesús por los suyos pone fin a la antigua > economía. Derriba la barrera que separaba a Israel de las otras naciones (Ef. 2:14). Un resto del primer pueblo de Dios se convertirá y entrará en el nuevo pueblo; pero Dios tiene resuelto «sacar también de entre las naciones un pueblo para su nombre» (Hch. 15:14); de los que no eran su pueblo quiere ahora hacer su pueblo (Ro. 9:25s; 1 Pd. 2:10), «para que todos tengan participación en la herencia con los santificados» (Hch. 26:18). Así pues, mediante esta conjunción de Israel y de las naciones se realiza la reunión escatológica de la «nueva humanidad» (Ef. 2:15), que es todavía espiritualmente la raza de Abraham (Ro. 4:11), que engloba de hecho a la raza humana entera, ahora que Cristo, nuevo Adán, recapitula en sí toda la descendencia del primer Adán (1 Cor. 15:45; Ro. 5:12). El pueblo santo está ahora ya constituido por hombres «de todas las tribus, pueblos, naciones y lenguas» (Ap. 5:9; 7:9; 11:9; 13:7; 14:6). Véase GENTILES, IGLESIA, ISRAEL, NACIÓN.