PREDICAR, PREDICACIÓN

1. Vocabulario.
2. Proclamación y llamado.
3. Importancia.
4. Contenido.
5. Predicación, misión y culto.
I. VOCABULARIO. Heb. 1319 basar, בשׂר = «dar, traer, anunciar», llevar o predicar buenas noticias, se usa de cualquier mensaje destinado a levantar el ánimo de los oyentes (p.e. 1 Sam. 31:9; 2 Sam. 1:20; Is 61:1); 7121 qará, קרא = «proclamar, pregonar, publicar»; gr. 2784 kerysso, κερύσσω = «predicar, proclamar, pregonar».
El término hebreo basar, בשׂר, procede de una raíz acádica y era el vocablo semítico más común para indicar la comunicación de noticias o la transmisión de mensajes. Indica cualquier comunicación destinada a levantar el ánimo de los oyentes, p. ej., cuando Ajimaas, hijo de Sadoc, dijo: “Correré y daré las buenas noticias al rey, de cómo Yahvé le ha librado de mano de sus enemigos” (2 Sam. 18:19, 20; cf. vv. 25, 26); cuando los filisteos mataron al rey Saúl “enviaron mensajeros por toda la tierra de los filisteos para dar la buena noticia en el templo de sus ídolos y al pueblo” (1 Sam. 31:9; cf. 2 Sam. 1:20; 1 Cro. 10:9). La misma palabra aparece de nuevo para señalar la desaparición del peligro sirio: “Hoy es día de buenas nuevas” (2 R. 7:9). La transición del significado secular al religioso y teológico se produce en los Salmos y los profetas, en especial en relación con los hechos salvíficos de Yahvé. Un texto muy significativo afirma: “El Señor da la palabra, y una gran hueste de mujeres anuncia la buena nueva” (Sal. 68:12). El profeta Isaías utiliza este verbo en relación con su ministerio en un emblemático pasaje al comienzo de su misión: “El Espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, porque me ha ungido Yahvé. Me ha enviado para anunciar buenas nuevas a los pobres” (Is 61:1). Otros textos relativos al culto del Templo nos indican que para entonces basar había adquirido una función litúrgica: “He anunciado justicia en la gran congregación” (Sal. 40:9; cf. 96:2). Aquí, como en el árabe bassara, el etíope absara y el arameo palestino bsr, siempre se hace referencia, no solo al anuncio de “buenas noticias”, sino más concretamente a la proclamación gozosa de los hechos salvíficos de Yahvé, que se funde con la alabanza (cf. Nah. 1:15; Is. 52:7; cf. Is. 40:27; 60:6); su exacta correspondencia griega es euangelizo, εὐαγγελίζω, la expresión común para “evangelizar”. En el Nuevo Testamento señala casi siempre a las Buenas Nuevas acerca del Hijo de Dios, el Evangelio (Hch. 8:40; 15:7; 16:10). No sabemos qué palabra aramea utilizaría Jesús al hablar del “evangelio del reino” (Mt. 4:23), pero a juzgar por la cita que hace Lc. 4:18 de, Is. 61:1, es bastante probable que la traducción griega de bsr por euangelízesthai, εὐαγγελίζεσθαι, en la LXX sea la base del euangelion cristiano (Schilling). El término griego 2782 kérygma, κήρυγμα = «proclamación [hecha por un heraldo]» (Hch. 8:5; 10:42), denota un mensaje o noticia, el contenido de lo predicado en contraste con el acto de la predicación.
II. PROCLAMACIÓN Y LLAMADO. Los términos heb. basar y qará aparecen juntos en la gran profecía de Is. 61:1: «El Espíritu del Señor Yahve está sobre mí, porque me ha ungido Yahvé; me ha enviado para anunciar buenas nuevas [basar] a los pobres, para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar [qará] libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel». En el Sal. 40:9 basar se traduce por «anunciar»: «He anunciado justicia en grande congregación»; no se trata de una mera proclamación de justicia, sino de hacerla presente mediante la palabra anunciada. Basar siempre tiene que ver, como ya hemos indicado más arriba, con «buenas nuevas» que levantan el ánimo y esparcen esperanza alrededor (cf. 1 Sam. 31:9; 2 Sam. 1:20; Sal. 68:11). En este contexto aparecen las mujeres como primeras y más importantes anunciadoras de buenas noticias, p.ej. cuando David regresaba de vencer al filisteo, «las mujeres de todas las ciudades de Israel salieron para recibir al rey Saúl, cantando y danzando con gozo, al son de panderos y otros instrumentos musicales» (1 Sam. 18:6, 7). La misma palabra se utiliza en 1 Cro. 16:23; Sal. 96:2 e Is. 60:5, 6. Basar se utiliza solo una vez en un contexto de malas noticias, cuando el mensajero anuncia que Israel ha huido delante de los filisteos (1 Sam. 4:17).
Qará gral. se traduce como «clamar, llamar, invitar» (cf. Neh. 6:7; Jon. 3:2), y significa también «leer en voz alta», el único tipo de lectura al que se hace referencia en el AT. En este sentido se utiliza más de treinta veces. De ahí el nombre > caraíta, aplicado a la judía que limita su enseñanza a lo que se pueda aprender de la lectura del AT.
En el NT el vb. kerysso, κηρύσσω, «proclamar, ser heraldo», se encuentra alrededor de sesenta veces. Indica la lectura pública de la Ley de Moisés (Hch. 15:21) y la declaración del Evangelio de Cristo (p.ej. Mt. 24:14; Mc. 13:10; 16:15; Lc. 8:1; 9:2; 24:47; Hch. 8:5; 19:13; 28:31; Ro. 10:14; 1 Cor. 1:23; 1 Tes. 2:9; 1 Ti. 3:16; 2 Ti. 4:2). Allí donde se utiliza esta palabra, se pone más énfasis en la publicidad de la proclamación que en la naturaleza de las nuevas mismas. Se ha observado que esta palabra, y no euangelizo, se encuentra en 1 Pd. 3:19, pasaje que generalmente se entiende como la notificación del cumplimiento de los propósitos divinos en Cristo hecha a una parte de los espíritus de los difuntos, especialmente los de quienes murieron durante los años en que Noé preparaba el arca (cf. Heb. 11:7). También puede designar a un determinado grupo de ángeles caídos, a los que parece hacer alusión 2 Pd. 2:4 y Jud. vv. 6–7. La tradición judía los considera transgresores del orden establecido por Dios al apetecer la unión carnal con mujeres, «hijas de los hombres» (cf. Gn. 6:2, donde se les llama «hijos de Dios»).
Jesucristo caracteriza su predicación como euangelion del Reino de Dios.
III. IMPORTANCIA. El ministerio del mismo Jesús y la misión encargada por él a los apóstoles consistían en predicar y curar (Mc. 1:15; Mt. 10:7–8; 28, 19; Mc. 16:15–18).
Los apóstoles y sus sucesores reciben de Jesucristo, entre otras cosas, la tarea de predicar con autoridad su mensaje. La importancia de la predicación era tan grande para los apóstoles que dejan otras actividades en manos de los diáconos para dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra (cf. Hch. 6:2). Pablo dirá que «no ha sido enviado por Cristo a bautizar sino a predicar» (1 Cor. 1:17). El contenido de la predicación apostólica es Jesús, el Cristo, su muerte, su resurrección y glorificación obrada por Dios y los frutos para los hombres de esta acción. Los primeros sermones de Pedro hablan de la conversión y el bautismo. La predicación misionera a los judíos tuvo que probar que el Señor era el Mesías legítimo prometido. La predicación apostólica dirigida a los gentiles comporta una parte de preparación al anuncio del mensaje cristiano que no existe en la que se dirige a los judíos.
Predicación, kerigma y > testimonio (martyrion) de la salvación en Cristo, son la ocupación principal de la misión cristiana. Cuando la Iglesia de Jerusalén padeció persecución, todos se dispersaron, excepto los apóstoles, y fueron por todas partes «anunciando el evangelio» (Hch. 8:1–4), pues a Dios le plugo «salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Cor. 1:21).
Dios se sirve de la predicación, del anuncio de las Buenas Nuevas, para dar a conocer su amor y la obra del Señor Jesucristo. «¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?… ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!» (Ro. 10:14–15).
La importancia de la predicación viene subrayada por las siguientes palabras: «La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro. 10:17).
Preparar el camino a la fe es el servicio de la palabra, diakonía tu logu (Hch. 6:4). La predicación de la Iglesia no crea sin más la fe en el que escucha. La fe, además de tener un contenido, Jesucristo y su doctrina, es un acontecimiento entre Dios y el alma. A la predicación le corresponde la función de servir de instrumento a la fe, disponiendo el encuentro entre Dios y el hombre como de mediadora entre ambos. Esta es su gran importancia, aunque sea ciertamente secundaria. Allá donde pretenda rebasar estos límites y no guarde fidelidad a la enseñanza divina, atentará contra la majestad de Dios tanto como contra la dignidad del hombre. Es Dios quien llama, pero para oír su voz emplea un instrumento humano: los predicadores de la Iglesia.
La Palabra de Dios es eficaz, como dice Heb. 4:12: «la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que espada de dos filos». Y no regresa vacía, pues ha cumplido el mandato de Dios y realizado su voluntad (cf. Is. 55:10–11). Participa de este carácter verdaderamente dinámico de la palabra de Dios. La Sagrada Escritura ve la palabra como transmisora de ideas y conocimientos y a la vez como algo dinámico dirigido hacia el futuro con una fuerza de santificación. La palabra aparece así como una doctrina y como un acontecimiento salvífico que obra la gracia y la salvación (Mt. 4:25; 28:19–20; Jn. 7:16–17; Hch. 2:42; 1 Cor. 2:1–13; 1 Ti. 4:13; Ex. 24:3–4; Dt. 4:1–2, 13; Jer. 3:15; etc.; v. REVELACIÓN II–III; FE).
IV. CONTENIDO. No incumbe al predicador anunciar ideas propias o extrañas a la revelación, sino que, «como heraldo, apóstol y maestro del evangelio» (2 Ti. 1:11), debe atenerse a las «sanas doctrinas», que ha oído «en la fe y amor que tenemos en Cristo Jesús» y ha de guardar «como el bien precioso, que nos ha sido confiado por el Espíritu Santo que mora en nosotros» (2 Ti. 1:13; cf. Tit. 1:9).
El objeto central de la predicación o proclamación cristiana es la persona y la obra del Señor Jesucristo, Dios manifestado en carne, muerto por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación (Jn. 1:1, 14; 1 Ti. 3:16; Ro. 4:25), y que volverá para juzgar al mundo con justicia (Hch. 17:31; 24:25); estrechamente relacionada con esta proclamación está la instrucción dada al cristiano de la promesa de su recogimiento por Cristo (Jn. 14:1–4; 1 Tes. 4:13–18; Ap. 22:20), lo que constituye la esperanza presente del cristiano y su móvil para agradar al gran Dios y Salvador Jesucristo, que se dio a sí mismo para rescatamos y purificarnos (Tit. 2:11–14).
La eficacia salvífica de la predicacion depende decisivamente de la disposición de los oyentes (Mt. 13:18–26). Para ser salvos hay que creer; para creer hay que oír la predicación, de la que puede nacer la fe (Ro. 10:15, 17). A pesar de la constante experiencia de fracaso (cf. Ro. 10:16), el predicador ha de proclamar el Evangelio y exponer la doctrina cristiana de manera acomodada a las necesidades de los oyentes (cf. 1 Cor. 2:13), del mismo modo que ya la revelación de Dios se acomodó a los respectivos oyentes en su tiempo (cf. Heb. 1:1). Con todo, la predicación es un acto de Dios que inaugura con poder el señorío de Cristo sobre el mundo: «Si por el dedo de Dios yo echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Lc. 11:20).
V. PREDICACIÓN, MISIÓN y CULTO. La costumbre ha consagrado la diferencia entre una «predicación misionera», conocida por > evangelización o evangelismo, cuyo propósito es alcanzar nuevas gentes para la fe, y una «predicación edificante», el > sermón u > homilía, destinado al crecimiento y sustento de la fe ya aceptada y conocida. Desde sus comienzos en Jerusalén, la comunidad cristiana ha incluido la predicación en el orden establecido del culto cristiano. Por lo general, predicación edificante es la explicación de un texto bíblico seleccionado de antemano, exponiendo a partir de él la enseñanza de la Palabra de Dios en relación con la fe y vida de los creyentes. Tanto en un tipo de predicación como en otra, la Palabra de Dios es siempre la fuente que autoriza y da sentido a la predicación, toda vez que ella es el registro inspirado de la historia de la salvación. Así procedieron los judíos en la sinagoga, cuya predicación iba unida a la lectura de las Escrituras (cf. Lc. 4:16–21), y así hizo la Iglesia primitiva, reunida en torno a Palabra revelada por Dios en otro tiempo por los profetas, y a la doctrina de los apóstoles que contenía la revelación del Hijo en los últimos tiempos (Cf. Heb. 1:1). De este modo, la Palabra predicaba es el medio eficaz para mantener viva la memoria de los oyentes respecto a «las cosas que han sido ciertísimas entre nosotros» (cf. Lc. 1:1), a saber, la manifestación del Verbo de vida (1 Jn. 1:1–3). El anuncio, la exposición de este acontemiento salvífico, contribuye a manter viva la memoria y la comunión de los creyentes entre sí que, en última instancia, remite a la comunión con el Dios trino (v. 3; cf. 2 Pd. 3:1). La predicación, cuando está fundada sobre la recta interpretación de la Escritura (cf. 2 Ti. 2:15), se convierte en «palabra de vida» que ilumina el andar cristiano (cf. Flp. 2:16) y fortalece la esperanza (cf. Col. 1:23). Véase CULTO, EVANGELIZACIÓN, KERIGMA, MINISTERIO, MISIÓN, PALABRA, PROCLAMAR, REVELACIÓN, TESTIMONIO.