PODER

Heb. 3581 kóaj, כֹּחַ = «fortaleza, poder, fuerza, capacidad, aptitud»; Sept. 2479 iskhýs, ἰσχύς = «fuerza, fortaleza»; 1411 dýnamis, δύναμις = «poder, capacidad, posibilidad».
1. Dios y el poder.
2. Jesucristo y el poder.
I. DIOS Y EL PODER. Un hecho común a todas las religiones es considerar a Dios como el Poder misterioso y fundante de todo fenómeno natural y humano. Aterra y al mismo tiempo confiere confianza cuando la persona se entrega a él. Por esta razón, la experiencia de ese poder es una de máximas esperiencias religiosas, y figura en el credo bíblico como uno de los atributos esenciales de la divinidad, su omnipotencia.
En heb. el significado básico de «poder» es la capacidad de hacer algo, relacionado con la «fuerza». Dios demuestra su poder en la creación del mundo (Sal. 19:2; 104; Jer. 27:5; 32:17; 51:15; cf. Ro. 1:20) y en la victoria sobre el caos primigenio (Sal. 74:13; 89:10), pero, sobre todo, en la liberación de Israel al sacarle de la tierra de Egipto, para lo cual se utiliza un lenguaje altamente metafórico (Ex. 15:6; 32:11; 2 R. 17:7, 36). El poder último reside en Dios (Jer. 10:6; 1 Cro. 29:11) y, por tanto, no tolera el orgullo de los que creen que su poder y prosperidad depende de ellos: «al contrario, acuérdate de Yahvé tu Dios. Él es el que te da poder para hacer riquezas, con el fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día» (Dt. 8:17–18; cf. Zac. 4:6). «Las riquezas y la honra provienen de ti. Tú lo gobiernas todo; en tu mano están la fuerza y el poder, y en tu mano está la facultad de engrandecer y de fortalecer a todos» (1 Cro. 29:12).
En Dios poder y justicia van juntos (Is. 45:24), unidos a la sabiduría (Dan. 2:20, 23), que es la forma en que el poder se manifiesta en el orden del pensamiento. El poder de Dios es su gloria, y su gloria es su poder, ambos se corresponden (1 Cro. 29:11) y se manifiestan por igual en el cielo y en la tierra: gobiernan en todos los reinos de las naciones, de modo que nadie los puede resistir (2 Cro. 20:6).
El hombre piadoso es exhortado a venerar a Yahvé y su poder (1 Cro. 16:11; Sal. 105:4), pues él es quien da vigor a su pueblo (Sal. 68:35). Da fuerzas al cansado y aumenta las facultades al que no las tiene (Is. 40:29). En Dios hay poder para ayudar o para hacer fracasar (2 Cro. 25:8). Los jueces de Israel, los profetas, los reyes, todos dependen del poder de Dios para actuar. Sansón solo es fuerte cuando el Espíritu de Yahvé desciende sobre él con poder (Jue. 14:6, 19; 15:14). La misma figura del «descenso del Espíritu con poder» define la experiencia de los primeros videntes (1 Sam. 10:6; 10:10). Profeta es quien se siente «lleno del poder del Espíritu de Yahvé, de juicio y de valor» (Miq. 3:8).
II. JESUCRISTO Y EL PODER. Las dos principales palabras que se traducen «poder» en el NT son dýnamis, δύναμις, y exusía, ἐξουσία. Es importante discernir entre ambas, porque no significan lo mismo. Dýnamis puede ser descrita como «capacidad moral o física», mientras que exusía significa «autoridad delegada, derecho, privilegio».
Dýnamis, usada relativamente, significa capacidad inherente de llevar cualquier cosa a cabo; en sentido absoluto, denota poder para obrar, poder en acción (p.ej. Ro. 1:16; 1 Cor. 1:18; Ef. 1:21; 3:16; Col. 1:11, 2 Pd. 2:11). En ocasiones se utiliza, por metonimia, de personas y cosas, p.ej. de Dios (Mt. 26:64; Mc. 14:62), de ángeles (Ef. 1:21; cf. Ro. 8:38 y 1 Pd. 3:22), de Cristo (1 Cor. 1:24), del Evangelio (Ro. 1:16) y de milagros (p.ej. Mc. 6:5; 9:39; Hch. 2:22; 8:13; 2 Cor. 12:12).
Exusía, en tanto que libertad de acción y derecho a actuar, se predica de Dios, cuyo poder es absoluto, carente de restricciones (Lc. 12:5); cuando se refiere a los hombres, la autoridad es delegada. Jesucristo, en su condición de «Hijo del Hombre», tiene potestad o autoridad de parte de Dios (Mt. 9:6; cf. 28:18; Mc. 2:10; Lc. 4:6; Jn. 17:2; Col. 1:13, etc.). En resumen, dýnamis significa solo fuerza o poder, en tanto que exusía denota un derecho o potestad delegados, con la fuerza necesaria para ponerlo en vigor.
Iskhýs, ἰσχύς, «poder, fuerza inherente y en acción», se predica de Dios: «la potencia de su fortaleza» (Ef. 1:19), esto es, el poder sobre las cosas externas ejercitado mediante la fuerza (Ef. 6:10; 2 Tes. 1:9; Ap. 5:12). En cuanto capacidad se predica de los ángeles (2 Pd. 2:11; Ap. 18:2) y de los hombres (Mc. 10:30, 33; Lc. 10:27; 1 Pd. 4:11).
Otros términos neotestamentarios son: 1753 enérgeia, ἐνέργεια (Fil. 3:21; Col. 2:12; 2 Tes. 2:11); 2904 kratos, κράτος = «fuerza, poder», más especialmente «poder manifestado» (Hch. 19:20; Ef. 1:19; 6:10; Ap. 5:13).
Si algo caracteriza el ministerio público de Jesús es el poder sobre la naturaleza, las enfermades, los elementos, los endemoniados y los hombres. Según la antigua confesión de fe paulina: «Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios» (1 Cor. 1:24, 18). También Jesús, como los profetas y jueces de antaño, es conducido por el Espíritu de poder (Lc. 4:14). Lucas es el evangelista que presta más atención a este aspecto de la vida de Jesús (cf. Lc. 4:36; 5:17; 6:19). Para él, Jesús de Nazaret es el ungido de Dios con el Espíritu Santo y con poder, que anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo (Hch. 10:38). Este poder se hace extensivo a los apóstoles después de la resurrección, a fin de que sean sus testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. (Lc. 24:49; Hch. 1:8), promesa ampliamente manifestada en la potencia con que los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús (Hch. 4:33). Esteban, lleno de gracia y poder, hacía grandes prodigios y milagros en el pueblo (Hch. 6:8). En la misma línea de pensamiento, el apóstol Pablo dice que el Evangelio es esencialmnte «poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro. 1:16). Describe su ministerio misionero como un despliegue de «señales y prodigios, con el poder del Espíritu de Dios; de modo que desde Jerusalén hasta los alrededores del Ilírico lo he llenado todo con el evangelio de Cristo» (Ro. 15:19; 2 Ti. 1:8). Afirma que el Evangelio no es cuestión meramente de palabras o doctrina, «sino también de poder y del Espíritu Santo, en plena convicción» (1 Tes. 1:5; 1 Cor. 2:4), para que la fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Cor. 2:5).
En los Evangelios Sinópticos el ministerio terrenal de Cristo es presentado bajo la imagen de la > autoridad (exusía, ἐξουσία), que es el poder delegado para efectuar prodigios y maravillas; sin embargo, el poder glorioso, incólume, inmediado (dýnamis, δύναμις), pertenece al tiempo de la nueva existencia de Jesús inaugurada en la ascensión, por la cual vuelve al Padre, a aquella gloria que tuvo antes de nacer (Jn. 17:5), y sentado a la diestra del Poder, viene en las nubes del cielo (Mt 26:64; 24:30; Mc. 13:26; 14:62). Véase AUTORIDAD, BRAZO, FUERZA, POTESTADES, PROVIDENCIA, VIRTUD.