Pérgamo

Gr. 4010 Pérgamon, Πέργαμον (en la literatura clásica), o Pérgamos, Πέργαμος. Ciudad capital del antiguo reino de Misia y posteriormente de la provincia romana de Asia Propia, que en la actualidad recibe el nombre de Bergama.
Estaba situada en el espléndido distrito de la Teutrania, en el Asia Menor, a 5 km. al norte del río Caicos, y a 24 km. del mar Egeo. Cerca de la ciudad había dos ríos, afluentes del Caicos: el Selinos y el Cetios. El primero atravesaba la ciudad y el segundo circundaba sus murallas (Estrabón, Geog. 13, 619). El Caicos era navegable hasta el mar. El nombre original se debe a una escarpada colina de apariencia cónica que destacaba en la llanura. Las leyendas locales atribuían un carácter sagrado a este lugar, debido a su posición elevada de 334 m. Allí, en lo alto, creció la ciudad, que es mencionada por vez primera en los escritos de Jenofonte (Anab. 7.8, 8). La describe como una fortaleza respetable en lo alto de un promontorio rocoso, sin casas alrededor, que se fueron construyendo después al pie de la colina, por lo que la fortaleza pasó a formar la > Acrópolis o «ciudad alta». Representaba el centro del poder y en ella se hallaban los monumentos más significativos, edificados durante el período helenístico. Pérgamo se construyó en tres niveles distintos, unidos mediante terrazas, miradores y escaleras. Una distribución urbanística en la que cada nivel respondía a una organización jerárquica. En el nivel medio se alzaban varios templos y el gimnasio, y en el bajo, una espaciosa > ágora que constituía el centro comercial y la base de la vida urbana.
Los pergamenos se consideraban descendientes de los arcadios que habían emigrado a Asia bajo la dirección de Heraclio Télefos (Pausanias, 1, 4, 5), cuyo hijo, Pyrros, que había llegado con su madre Andrómaca y derrotado a Ario, gobernador de Teutrania, dio nombre a la ciudad una vez establecido en ella (Pausanias, 1, 11, 2). Otra tradición dice que Asclepio, con colonos de Epidauro, fue quien se estableció en Pérgamo. En cualquier caso, el lugar parece haber estado habitado por griegos cuando Jenofonte lo visitó.
En el año 241 a.C., su gobernante Atalo I asumió el título de rey después de infligir una decisiva derrota a los galos invasores, dando origen a una dinastía que llevó su nombre (Estrabón, 13.623, 624; Polibio, 18.21; Livio, 33.21). Entonces las hordas galas se establecieron en el territorio que desde entonces recibe el nombre de > Galacia. Atalo murió a una edad avanzada y fue sucedido por su hijo Eumenes II (197–159 a.C.), que embelleció la ciudad y creó una célebre biblioteca, la segunda en importancia después de la de > Alejandría. Esto dio origen al desarrollo de una industria, la del > pergamino, que sustituía al papiro para la composición y escritura de libros.
Eumenes continuó la política de amistad de su padre con los romanos, a los que ayudó en su guerra contra Antíoco el Grande y Perseo de Macedonia. Fue recompensado con toda la región del Asia Menor al oeste del monte Tauro. El territorio de Pérgamo se expandió más allá del golfo de Elea y Adramitio, convirtiéndose así en un reino poderoso (Estrabón, 1; Livio, 38, 39).
A Eumenes le sucedió su hijo Atalo II, pero quien realmente gobernó fue su hermano Filadelfo (159–138), que ayudó a los romanos en su lucha contra el pseudoFilipo. Atalo derrotó a Diegilo, rey de los tracios, y arrojó a Prusias de > Bitinia. Fue sucedido por su sobrino Atalo III, apodado Filométer (138–133 a.C.), quien poco antes de morir legó sus bienes a los romanos y acordó la independencia de Pérgamo y de sus alrededores. Poco después, Aristónico, hijo natural de Eumenes II, se rebeló y reclamó el reino de Pérgamo para él, pero fue derrotado y hecho prisionero. Entonces los romanos se apoderaron de la ciudad, el reino perdió su independencia y se convirtió en una provincia romana en Asia (129–126 a.C. ), de la que vino a ser capital la ciudad de Pérgamo, que continuó como centro judicial y comercial del distrito (Estrabón, 14.646), de cuyo esplendor dan testimonio su acueducto, teatro, gimnasio, anfiteatro, estadio y otros edificios públicos. Las numerosas monedas que han sido rescatadas por la arqueología atestiguan que los juegos Olímpicos se celebraron una vez en la ciudad. En el año 6 a.C., el procónsul, gobernador de la provincia, mudó su residencia a Éfeso. Según el cronista griego Plutarco, Marco Antonio regaló a Cleopatra 200.000 volúmenes de la biblioteca de Pérgamo, que fueron a parar a Egipto (Plinio, Hist. Nat. 3.2; Plutarco, Antonio).
Cerca de la cumbre de la acrópolis se levantaba un monumental altar que había elevado Eumenes II para conmemorar la victoria de su padre sobre los galos. Próximo a él se hallaba un templo dedicado a Atenea. En el exterior de la ciudad se hallaba el célebre santuario de Asklepios (Esculapio), dios de la medicina, que atraía a las multitudes (Tácito, Annales, 3.63; Pausanias, 13, 2), una de las deidades principales de la ciudad (Pergameus deus), y que aparece representado con una serpiente a su alrededor. Este santuario estaba compuesto por un grupo de edificios que servían de hospital, en el cual la religión y la sanidad se mezclaban. Pérgamo fue la primera ciudad de la provincia de Asia en dedicar un templo en honor del emperador Augusto (29 a.C.).
Los judíos estaban presentes en todo el territorio, desde la guerra contra los > Seléucidas. Llegaron a ser una comunidad poderosa e influyente, aunque les estaba vetada la ciudadanía, dado su rechazo a participar en las ceremonias religiosas de la ciudad, que eran parte esencial de las relaciones sociales.
En Pérgamo nació una comunidad cristiana, quizá de sustrato judío y con los mismos impedimentos para adquirir la ciudadanía. El Apocalipsis dice que allí se hallaba el «trono de Satanás» (hopu ho thronos tu Satanâ, ὅπου ὁ θρόνος τοῦ Σατανᾶ, Ap. 2:13), quizá por ser el centro más importante del culto imperial del Asia Menor, que lo elevaba por encima del resto de complejos religiosos de la región, tal como ostentaba en sus monedas: neokoroi protoi tes Asías, νεωκόροι πρῶτοι τῆς Ἀσίας. Además del templo dedicado al emperador, había otro dedicado a la diosa Roma. Los cristianos se desvincularon de toda relación con el culto imperial, y uno de ellos, > Antipas, «testigo fiel», sufrió el martirio por esta causa, quiza en una explosión de furia de las turbas paganas. Los cristianos se opusieron tenazmente desde un principio a dar al César el título de Kyrios (Kaísar Kyrios, Καίσαρ Κύριος, «César es el Señor»), porque lo consideraban como un título divino que no era lícito dar a ninguna persona humana, y a quemar incienso en su honor como si fuese una divinidad.
A pesar de la fidelidad demostrada por la Iglesia de Pérgamo, se dieron en ella actitudes y enseñanzas de compromiso con las costumbres locales paganas, relacionadas simbólicamente con «la doctrina de Balaam», que había puesto tropiezo delante de los hijos de Israel, enseñándoles a comer de lo sacrificado a los ídolos y a cometer inmoralidad sexual (phageîn eidolóthyta kai porneûsai, φαγεῖν εἰδωλόθυτα καὶ πορνεῦσαι, Ap. 2:14).
La carne sacrificada a los ídolos era una costumbre tan difundida, que cuando alguien visitaba a una autoridad en las fiestas públicas, había sacrificios a las divinidades de la ciudad y del imperio, y a veces se distribuía parte de esa carne entre el pueblo. El problema se planteó en las comunidades cristianas al cuestionarse si era o no lícito comer de ella (cf. 1 Cor. 8–10). Era un conflicto muy serio en las comunidades de Pérgamo (2:14) y Tiatira (2:20). Para los grupos denominados de Balaam y Jezabel, un poco de participación en estas fiestas no significaba renunciar a la fe en Jesús. En cuanto a la doctrina de los > nicolaítas (v. 15), no es cuestión fácil de definir. Lo único cierto que se sabe es que fue un grupo o secta pre-gnóstica que se extendió por varias iglesias del Asia Menor. A semejanza de Balaam, en la comunidad de Pérgamo había falsos doctores que con sus doctrinas erróneas inducían a los fieles al compromiso con el paganismo del entorno, enseñando probablemente que era lícito tomar parte en los banquetes de los paganos como simples actos sociales, sin perjuicio para la fe, pues «los ídolos no son nada». Según esto, la «fornicación» del v. 14 hay que entenderla de la connivencia con la idolatría. Cristo exhorta a la Iglesia al arrepentimiento y a la corrección. De lo contrario, vendrá pronto a ella y peleará contra los corruptores «con la espada de su boca» (v. 16). Al vencedor en los combates de la fe le promete dos cosas: el «maná escondido y una piedrecita blanca» (v. 11). La mención del maná en este pasaje tal vez haya sido sugerida por la alusión a Balaam y a los recuerdos del Éxodo. La «piedrecita blanca» es una imagen tomada probablemente de los téssera o billetes de entrada a los teatros y a los banquetes, o bien de los talismanes protectores, que solían llevar un nombre mágico grabado. Esta piedrecita blanca dada a los cristianos fieles simboliza el billete para entrar y tomar parte en el banquete celestial. La literatura rabínica también refiere que con el maná cayeron del cielo piedras preciosas (cf. Talmud de Josué 8). No es del todo improbable que el autor del Apocalipsis haga referencia a esta opinión rabínica. Véase ANTIPAS, BALAAM, MANÁ, NICOLAÍTAS, TIATIRA.