Laodicea

Gr. 2993 Laodíkeia, Λαοδίκεια = «justicia del pueblo». Nombre de varias ciudades de Siria y Asia Menor. La mencionada en la Escritura es Laodicea de Frigia, ubicada en las inmediaciones del río Lico, afluente del Meandro. Es la última ciudad en el gran circuito de las siete iglesias del Apocalipsis, a la cual el autor recrimina su tibieza (Ap. 3:14–19).
Fundada por > Antíoco II (261–246 a.C.), que le dio el nombre de su esposa Laodice, con el fin de que fuera un foco helénico en los confines de Frigia, tras la derrota de los > Seléucidas por los romanos en la batalla de Magnesia (190 a.C.), fue entregada por los vencedores al rey de Pérgamo. Se convirtió así en una de las ciudades más importantes de la Gran Frigia (Estrabón, Geog. 12) o Frigia Pacatiana, en Asia Menor, algo al sur de Colosas y de Hierápolis y no muy lejos de Éfeso. Era una urbe rica y orgullosa. En ella se fabricaban tejidos con lana negra procedente de los carneros criados en aquellos parajes. En sus cercanías brotaban abundantes aguas termales y medicinales que atraían a mucha gente en busca de remedio para sus enfermedades. También contaba con una próspera manufactura del célebre > colirio o polvo frigio (extraído de una piedra del lugar) para el tratamiento de la oftalmía, que se exportaba a todo el Imperio romano. Por eso, Laodicea estaba llena de bancos y casas de comercio.
Albergaba a numerosos judíos (Josefo, Ant. 14, 10, 20), lo que explicaría la temprana llegada de misioneros cristianos. La riqueza de sus ciudadanos se manifestó por el gusto griego, como manifiestan sus ruinas. Es probable que > Epafras, uno de los colaboradores de Pablo, fundara la iglesia de Laodicea, ya que trabajó allí (Col. 4:12, 13). Pablo llevó a cabo un intenso combate espiritual en favor de los de Laodicea (Col. 2:1), a quienes enviaba sus saludos (Col. 4:15). Piensan algunos que la epístola mencionada en el versículo 16 podría ser una copia de Efesios.
Los vivos reproches que se lanzan contra la iglesia de Laodicea hacen alusión en particular a la riqueza y a los productos de la ciudad (Ap. 1:11; 3:14–22), principalmente los tejidos, sobre todo los negros, que eran muy estimados. En lugar de sus lanas negras, haría mejor en adquirir los vestidos blancos de la pureza y el triunfo. Su famoso colirio no podrá curar sus ojos ciegos por las riquezas. Estas alusiones tan claras a las circunstancias locales hacen de esta carta la más pintoresca de las siete. Es también una de las más amplias, y tal vez la más hermosa por el vigor y la ternura. A la iglesia de Laodicea, Cristo reprocha el haber decaído de su fervor, dejándose llevar de la pereza y el tedio por las cosas religiosas, fenómeno bien explicable en una ciudad dominada por el afán del negocio y del lucro temporal. Las preocupaciones por las cosas terrenas han sumido a los cristianos en un estado de indiferencia espiritual. Se han vuelto tibios, como las aguas termales que corrían por sus términos. Este estado espiritual es el peor, porque en él no se sienten remordimientos de conciencia. Hubiera sido mucho mejor que fuera «fría o caliente», porque así el Señor no sentiría náuseas y no la «vomitaría de su boca» (3:16). Las aguas termales, al perder su alta temperatura y volverse tibias, no se pueden beber por los vómitos que producen. Cristo mismo índica los remedios que se han de aplicar a la Iglesia de Laodicea para que pueda salir del mal estado en que se encuentra (v. 18). El premio prometido a los vencedores es el Reino de los cielos.
Situada en un región proclive a frecuentes y violentos terremotos, fue destruida por un seísmo hacia el año 60 d.C. junto con > Colosas y > Hierápolis. Los laodicenses reconstruyeron su ciudad sin recurrir a la ayuda romana en una manifestación de orgullo y autosuficiencia. En el año 100, solamente unos pocos años después de la visión y los mensajes de Juan, otro terremoto volvió a destruir Laodicea. Una vez más la ciudad fue reconstruida sin ayuda del exterior. En la actualidad no queda nada de su antiguo esplendor. Sus únicos restos comprenden un estadio construido en tiempos de Tito (79 d.C.), un gimnasio o termas, dos teatros y la acrópolis. Estas ruinas se hallan en Eski Hissar, a 88 km. al este-sureste de Esmirna.
Bibliografía: W. Barclay, Letters to the Seven Churches (Abingdon Press 1957); D. Godoy Fernández, “Apocalipsis 2 y 3 – Comunidades proféticas, de resistencia y mártires”, en RIBLA 59 (2008:1), 79–89; C.J. Hemer, The Letters to the Seven Churches of Asia in their Local Setting (Eerdmans 2001); A. S. Macnair, To the Churches with Love. Biblical Studies of the Seven Churches (Filadelfia 1960); H. Martin, The Seven Letters, Christ’s Message to His Church (Londres 1956); J.A. Seiss, Letters to the Seven Churches (Baker 1956).