Pastor

Heb. roeh, רֹעֶה, de 7462 raah, רעה, raíz prim. «cuidar, apacentar [un rebaño], pastorear»; esta raíz semítica común se encuentra en acadio, fenicio, ugarítico, arameo y árabe. El verbo raah tiene que ver con la manera en que los animales domésticos se alimentan a campo abierto bajo el cuidado de un pastor. Se usa por primera vez en relación con el rebaño de ovejas de Jacob (Gn. 29:7). El término gr. común es 4166 poimén, ποιμήν = «pastor», utilizado en su sentido literal y figurado.
En sus orígenes, el pueblo hebreo fue un pueblo de pastores de ovejas y cabras, cuyo modo de vida se remonta a los días de Abel, que cuidaba un rebaño de ganado menor (Gn. 4:2), frente a Caín, que era agricultor. Los grandes > patriarcas Abraham, Jacob y sus hijos, fueron todos ganaderos y pastores (Gn. 13:1–6). En Egipto, los israelitas eran conocidos como pastores y ganaderos. Cuando salieron de Egipto, llevaron consigo «sus ovejas y ganado en gran número» (Ex. 12:38). Es más que probable que durante su permanencia en el desierto, sus rebaños se vieran considerablemente reducidos; pero tan pronto entraron en la Tierra Prometida, se dedicaron de nuevo a la actividad ganadera aprovechando los pastos de allende el Jordán. Aunque se dedicaron a la agricultura, no abandonaron sus rebaños, practicando lo que hoy se llama agronomía mixta, es decir, el cultivo de la tierra combinado con la ganadería. Algunas tribus se dedicaron casi exclusivamente a la vida pastoril a que estaban acostumbrados, y que siempre ha gozado de predilección por parte de los pueblos semitas y su amor a los espacios abiertos y libres, ya que permitía una comparativa independencia respecto a la vida agraria y urbana. La riqueza se medía por el número de cabezas de ganado, lo que llevaba a preferir el pastoreo a cualquier otra actividad agrícola o comercial. Los dos primeros reyes de Israel, Saúl y David, pasaron literalmente del pastoreo al trono (1 Sam. 9; 11:5; Sal. 78:70). Absalón, príncipe de Israel, poseía grandes rebaños, de los que se ocupaba personalmente (2 Sam. 13:23). Mesa, rey de Moab, era ganadero (noqed, נֹוקֵד, 2 R. 3:4). De hecho, los reyes de la antigüedad (sumerios, egipcios, asiriobabilonios, griegos) solían considerarse «pastores» del pueblo, en referencia a una actividad que gozaba de mucho prestigio en su época. El rey es el que encabeza el culto oficial y público, el mediador entre la divinidad y el pueblo, el que conduce y protege a su rebaño (cf. Is. 40:11). El > cetro que los antiguos reyes orientales llevaban habitualmente consigo, tuvo su origen en el cayado pastoril, que vino a ser símbolo de protección, poder y autoridad (cf. Miq. 7:11).
Los profetas denuncian a los pastores que se aprovechan del rebaño y no cuidan sus ovejas, es decir, a los gobernadores codiciosos y corruptos (Jer. 23:4; Ez. 34:2, etc.). Los tiempos mesiánicos se caracterizarán por el don de pastores levantados por el mismo Dios: «He aquí vienen días, dice Yahvé, en que levantaré a David un Retoño justo. Reinará un Rey que obrará con inteligencia y que practicará el derecho y la justicia en la tierra» (Jer. 23:5). Como no podía ser menos, Dios es representado bajo la imagen de un gran pastor que alimenta y guarda a sus ovejas (Gn. 49:24; Sal. 23; 80:1). El título de pastor también se aplicaba a los dioses del entorno como Marduk, Shamash y Amón. En tiempos posteriores, el título de «pastor» fue otorgado a los maestros y dirigentes de las sinagogas. Jesucristo es presentado como el pastor mesiánico que, cual nuevo Moisés (cf. Is. 63:11ss.) y nuevo David (cf. Miq. 5:2ss), cuidará de las ovejas perdidas de Israel (Mt. 15:24; cf. Mt. 26:31; Mc. 14:27; Jn. 10:11, 14, 16; Heb. 13:20; 1 Pd. 2:25), título que por extensión e identificación también se aplica a aquellos que ejercen el pastorado en la Iglesia (Ef. 4:11; Hch. 20:28), de los cuales Cristo es «el Príncipe» o mayoral del rebaño, arkhipoimén, ἀρχιποιμήν (1 Pd. 5:4), cuyo amor queda suficientemente demostrado al sacrificar su vida por sus ovejas (Jn. 10:1–18). No es de extrañar que una imagen tan anclada en la revelacion divina a Israel, y que recordaba a la vez fuertemente la esperanza de la salvación, tan viva en los pueblos, haya sido tan querida por los primeros cristianos, como prueban las pinturas de las catacumbas y de todo el arte paleocristiano.
Los propietarios ricos de ganaderías y rebaños residían en ciudades, en tanto que sus siervos iban de pasto en pasto con los animales (1 Sam. 25:2, 3, 7, 15, 16; cf. Gn. 37:12–17). Existía también el pastor sedentario, que salía por la mañana con su rebaño y lo devolvía por la noche al redil (Jn. 10:1–4). Cuando un propietario tenía muchos pastores, nombraba de entre ellos un mayoral (sar miqneh, שַׂר מִקְנֶה, Gn. 47:6; arkhipoimén, ἀρχιποιμήν, 1 Pd. 5:4). Bajo la monarquía, existía un funcionario real que ostentaba el título de «principal de los pastores», baqar haroím, בָּקָר הָרֹעִים (1 Cro. 27:29).
Con frecuencia, el rebaño era confiado al hijo (Gn. 37:2; 1 Sam. 16:11, 19), a la hija (Gn. 29:9; Ex. 2:16, 17) o a un asalariado (Gn. 30:31, 32; Zac. 11:12; Jn. 10:12). Como los pastores eran con frecuencia siervos o miembros de la familia del amo, era necesario demostrar con pruebas la pérdida de ovejas, pues el propietario exigía del pastor el precio de todo animal desaparecido (Gn. 31:39). La Ley de Moisés libraba al asalariado de esta obligación si podía probar que la pérdida no había sido consecuencia de una negligencia (Ex. 22:10–13).
El pastor era imprescindible para el rebaño, pues los pastos estaban diseminados pobremente por enormes extensiones de tierra de sendas inciertas y desiertos frecuentados por alimañas. Iba temprano al redil, donde se hallaban varios rebaños, y llamaba a sus ovejas. Estas reconocían su voz y lo seguían. Después conducía el rebaño a los pastos, quedándose allí todo el día, y en ocasiones incluso las noches, en condiciones climatológicas realmente duras, con jornadas de veinticuatro horas de trabajo (Gn. 31:40; Lc. 2:8). Con todo, era común proveerse de tiendas, mishkenoth, מִשְׁכְּנֹות, para protegerse de las inclemencias del tiempo (Cnt. 1:8; Is. 38:12; Jer. 6:3). Por lo general, se disponía de rediles improvisados, gederoth, גְּדֵרֹות, para encerrar el ganado (Num. 32:16; 2 Sam. 7:8; Sof. 2:6), y en ocasiones, también de tiendas para los animales (ahalim, אַהָלִים, 2 Cro. 14:15). Había atalayas o torres de vigilancia para poder divisar los peligros a los que el rebaño estaba expuesto. El estado de alerta y vigilancia era una de las virtudes principales de los pastores (Miq. 4:8; Nah. 3:18; Lc. 2:8).
El pastor defendía el rebaño de las fieras y los merodeadores (1 Sam. 17:34, 35; Is. 31:4), cuidaba de las ovejas recién paridas (Is. 40:11), de las esparcidas (Ez. 34:4, 16; Zac. 11:9) y de las extraviadas (Ez. 34:12; Lc. 15:4). Su equipo consistía en un zurrón para provisiones, un manto, un bastón o cayado y una honda (cf. Jue. 3:31; 1 Sam. 13:21; 17:40, 43). El > cayado podía alcanzar uno dos metros de largo, y algunas veces, aunque no siempre, tenía forma de gancho en el extremo para manejar las ovejas, dirigir el rebaño, reunirlo y defenderlo (Sal. 23:4; Mi. 7:14; Zac. 11:7). La > honda era una herramienta sencilla y efectiva, que podía usar contra animales o ladrones; la tenía siempre muy a mano para dirigir a las ovejas. Podía arrojar una piedra cerca de la oveja que se descarriaba o se quedaba rezagada, para llevarla nuevamente con el resto del rebaño. En ocasiones era ayudado por los > perros, que no eran demasiado dóciles ni fieles, pero que, al ir detrás del rebaño, señalaban el peligro con sus ladridos (Job 30:1). El > manto le permitía protegerse de las inclimentes noches de invierno (1 Sam. 17:40; Jer. 43:12).
Para entretenimiento personal, los pastores llevaban una flauta de dos tubos de caña que producía música en tono menor y reconfortaba sus corazones solitarios, al mismo tiempor que revigorizaba las ovejas. No hay duda de que David usó tal instrumento cuando cuidaba su rebaño, como han hecho los pastores durante siglos. Por eso, la palabra árabe que designa el salmo es mazmoor, que quiere decir «música tocada en una flauta de tubos». El salario de los pastores consistía en una parte de la producción del rebaño, especialmente leche (Gen. 30:32ss.; cf. 1 Cor. 9:7). A medida que los israelitas se dedicaron a otras empresas comerciales más lucrativas, el oficio de pastor fue perdiendo su importancia y dignidad. En el judaísmo tardío, el pastor de un rebaño pequeño estaba excluido de prestar testimonio en un juicio, ya que al alimentar el rebaño en campos ajenos ejercía una profesión deshonesta. Los fariseos sentían verdadero desprecio por los pastores. Por el contrario, el Evangelio manifiesta una clara simpatía hacia ellos, desde el anuncio angélico del nacimiento de Jesús en Belén (Lc. 2:8–15) hasta las parábolas. Véase GANADO, IGLESIA, OVEJA, REBAÑO, REDIL.