Ordenación

Acto solemne mediante el cual se separa a un hombre para el ministerio cristiano. Tomando en cuenta la generalización de la ordenación entre los cristianos modernos, es notable la escasez de apoyo bíblico para la misma. Con la excepción de pocos grupos tales como los cuáqueros, los hermanos libres, y los discípulos de Cristo, la ordenación como rito eclesiástico hoy se practica comúnmente en todas las ramas del cristianismo. Su significado, no obstante, es diferente para cada grupo. Para las iglesias católica romana y griega, la ordenación es el sacramento por el que el candidato es investido con el carácter sacerdotal para siempre.
Los anglicanos no consideran la ordenación como sacramento, es decir, como medio de gracia. Pero tanto para ellos como para los católicos romanos y los ortodoxos griegos solamente el obispo puede ordenar. Las iglesias luteranas, reformadas y bautistas practican la ordenación de sus ministros, pero históricamente ponen como requisito el llamamiento divino del ministerio. La ordenación se considera como el reconocimiento eclesiástico de este llamamiento y de los dones necesarios para ser pastor. En algunas denominaciones, inclusive se ordenan a los ancianos y diáconos.
En la Biblia la palabra ordenación aparece solamente dos veces (Sal 119:91; Jer 5:22), pero no con el sentido de un rito, sino como mandar o disponer; tal es el caso del verbo «ordenar» que a menudo encontramos en la Biblia. En el Nuevo Testamento no se nos da información en cuanto al principio del rito eclesiástico. Sin embargo, hay varias ocasiones donde podría suponerse tal descripción; por ejemplo, en la selección de los doce apóstoles (Mc 3:14), o de los siete diáconos (Hch 6:1–7), o en el nombramiento de los ancianos para las iglesias (Hch 14:23; Tit 1:5). Ni la palabra ordenación aparece en este sentido, ni encontramos nada semejante a un rito eclesiástico. A Pablo nunca se le ocurrió la idea de que la iglesia lo pudiera constituir como apóstol (Gl 1:1).
La → Imposición de manos en el caso de Timoteo (1 Ti 4:14; 2 Ti 1:6) quizás sea evidencia de una ceremonia de ordenación, pero es dudoso que fuera algo más que una bendición y símbolo de identificación con Cristo, realizado por la asamblea de ancianos según la antigua práctica judía, continuada por los cristianos. Lo dicho en Heb 6:2 no puede referirse al rito de ordenación, sino a todas las ocasiones en que se impusieron las manos. Lo anterior no quiere decir que una congregación cristiana no deba reconocer públicamente, mediante la imposición de manos y la oración pública, a los que tienen la responsabilidad del liderazgo. Sin embargo, la práctica que limita el reconocimiento a unos pocos tales como los pastores y diáconos tiene poca base bíblica, y la creencia de que este rito es indispensable antes de ejercer dones pastorales, evangelizadores o misioneros no tiene ninguna base neotestamentaria.