NÓMADAS

Los nómadas han constituido uno de los tipos de población más importantes del Próximo Oriente, dada la adaptabilidad de su estilo de vida a las condiciones de las zonas semiáridas y desérticas, en las que los sedentarios apenas pueden obtener provecho.
1. Nomadismo.
2. Economía.
3. Relaciones.
4. Familia y linaje.
5. Gobierno y dirigentes tribales.
6. Religión.
I. NOMADISMO. La región que se extiende como un arco o > media luna desde las tierras de Palestina y Siria hasta la alta Mesopotamia constituye la zona «dimorfa» por excelencia en la que conviven > agricultura y ganadería trashumante, pero también formas de ganadería seminómada. En ella la población se divide en agricultores y pastores. Estos últimos se concentran con sus rebaños de cabras y ovejas en torno a las tierras irrigadas durante el verano, en busca de los pastos estivales de la estación seca, para dispersarse por los pastos de la estepa semiárida durante el invierno y la primavera, siguiendo un ritmo de trashumancia horizontal que afecta también al tamaño de las concentraciones humanas. La migración de frecuencia estacional constituye, por lo tanto, uno de los rasgos típicos de la movilidad espacial del nómada.
Además de los > hebreos, cuyo nomadismo pastoril se conoce gracias a los relatos bíblicos, pueblos como los haneos, benjaminitas, suteos y > arameos tuvieron una gran importancia en la historia de aquellas tierras. La mayoría de ellos no ocupaban zonas marginales situadas en el exterior de las explotaciones agrícolas de los sedentarios, sino que recorrían, impulsados por la necesidad de la migración estacional, los espacios interpuestos entre las zonas cultivadas. Constituyó una de las formas de explotación de los recursos del entorno más antiguas en el Próximo Oriente, por lo que se debe desechar la idea bastante difundida de una expansión progresiva de los pastores nómadas desde una zona supuestamente originaria, que algunos ubican en Siria y otros en Arabia, sin perjuicio de la existencia de momentos verdaderamente importantes en la expansión de estas gentes, caracterizados por su irrupción más o menos violenta en las tierras agrícolas irrigadas. El nomadismo pastoril, que debe distinguirse de la trashumancia pura, constituye una forma muy eficaz de explotar la productividad de regiones que son inhabitables e improductivas durante una parte de año. Una variante asociada a la agricultura de aldea fue particularmente practicada en la «zona dimorfa» y no debe entenderse, como se ha hecho, como una etapa de transición desde el nomadismo hacia a la agricultura sedentaria, sino como un rasgo estructural y perfectamente idóneo para el aprovechamiento de una zona intermedia entre la llanura irrigada y el desierto. Las tribus pastoriles del Éufrates medio y del valle del Habur practicaban esta forma mixta, o seminomadismo, en la que solo una parte del grupo emigra con el ganado, permaneciendo el resto en la aldea ocupado en faenas agrícolas.
II. ECONOMÍA. El pastoreo, al ser la producción escasamente intensificable, soporta poblaciones menos densas y numerosas que la de los valles y llanuras agrícolas. El aumento de la población nómada y de cabezas de ganado desembocaba a la larga en una mayor necesidad de pastoreo a expensas de los mamíferos salvajes. La presión sobre las estepas semiáridas producía sobrepastoreo y degradación, por lo que la presión de la expansión llegaba a ser grande, constituyendo así una constante histórica que explica las invasiones recurrentes de las tierras de la llanura irrigada por parte de los pastores nómadas o seminómadas. No obstante, una serie de factores limitadores establecen una suerte de equilibrio, distanciando, por consiguiente, dichos períodos de presión y expansión. Así, los rebaños grandes y numerosos son propensos a sufrir enfermedades epidémicas, en general cuando se hacinan en las pozas o los oasis durante la estación seca. Los períodos extremadamente secos ocasionaban igualmente la muerte de un gran número de cabezas de ganado.
La domesticación y difusión del > camello a partir de finales de la Edad del Bronce modificó notoriamente la capacidad de movilidad de los nómadas. El uso de camellos, debido a su capacidad de penetración en los ambientes desérticos, favoreció la apertura de nuevos horizontes comerciales en manos de grupos de nómadas residentes en torno a un oasis, bien actuando por su cuenta o por encargo de algún palacio, con lo que el comercio, actividad desde siempre complementaria del nomadismo pastoril, adquirió en tales ambientes una nueva dimensión y mayor importancia. Todo ello influyó en el auge económico experimentado por los nómadas camelleros del desierto arábigo septentrional, lo que terminó atrayendo la atención de los grandes imperios, como el > asirio o el > babilonio, hacia las posibilidades de explotación de tales formas de riqueza.
En condiciones de un nomadismo puro o abierto, el > ganado y no la > tierra constituye el principal y casi único medio de producción. La tierra es solo una condición de la producción y como tal no está incluida activamente en ella, lo que tuvo su influencia en la formación y el funcionamiento de determinadas formas de propiedad. En cuanto a la tierra, en este tipo de sociedades se establecen relaciones de utilización, que constituyen la forma más simple de posesión que se produce en una comunidad humana, con el objetivo de satisfacer las necesidades primarias mediante la obtención de los productos que ofrece la naturaleza. Esta utilización de los productos naturales no es individual ni privada, ya que, al no haber sido transformados por el trabajo de las personas, pertenecen en igual medida a todos los miembros del colectivo que vive en un territorio. De este modo, la utilización de la tierra y de sus productos da lugar a una posesión colectiva.
El derecho a utilizar las tierras colectivas lo proporciona la pertenencia a la comunidad, que se rige normalmente por principios de parentesco y no de territorialidad, en claro contraste con los agricultores sedentarios. Como único sujeto de posesión de la tierra actúa el colectivo, clan, comunidad o tribu. Por el contrario, el ganado constituye una propiedad de índole familiar, siendo necesaria la participación de los miembros del grupo de parentesco en su cuidado y acrecentamiento, si bien en algunas situaciones más especializadas, propias del seminomadismo, mujeres, ancianos y niños cultivan pequeño campos y huertas, mientras que los varones se desplazan con los animales durante unos meses al año. Son los meses del invierno y la primavera, cuando la estepa se cubre de una rica vegetación de pasto. También se dan circunstancias en las que toda la tribu comienza la trashumancia, tras haber realizado la siembra, dejando a sus espaldas numerosos guardianes y responsables de la irrigación de los campos. En la región de Mari, el Éufrates medio y el Habur, estos se extendían por la zona comprendida entre la isoyeta de 100 mm y la de 200 mm, donde solo se puede practicar un cultivo irrigado, y en aquella otra situada entre los 200 mm y los 400 mm, que, si bien permite una agricultura dependiente de las lluvias, es preferible irrigar, a fin de asegurar los resultados. En otras ocasiones, la marcha era emprendida únicamente por una parte de la tribu, y otras veces solo partían los ganados con sus pastores.
Es en este período del año cuando los miembros de la tribu se dedican a la fabricación de > quesos y otros productos resultado de la recolección y de la caza, que constituyen asimismo actividades importantes. En primavera se recogían setas, se capturaban langostas y se cazaban serpientes. Se trata en todos estos casos de formas propias del nomadismo cerrado, predominante en el Próximo Oriente Antiguo, que supone el paso de los pastores a las tierras de pastizales a través de las zonas agrícolas y la interdependencia entre los grupos migratorios y los asentados.
Las historias de > Abraham, > Isaac y > Jacob revelan también este estilo de vida seminómada, algo intermedio entre la vida del beduino y la del agricultor. En cualquiera de estas situaciones, el ganado ovino y bovino constituye la riqueza de una familia, su mejor patrimonio, y como tal puede ser utilizado en el establecimiento de vínculos y relaciones sociales. La tierra desempeñaba un papel secundario. Los haneos, que servían como soldados en las tropas del palacio de Mari, poseían campos en el valle del Éufrates. Los sugagu, jefes de una localidad, recibían tierras del palacio de entre uno y diez iku (3.600 m2) de extensión. Otras veces, los haneos tomaban parte en los trabajos agrícolas de los campos reales. Un documento procedente de Sippar menciona, p.ej., a un suteo encargado de guardar el campo de sésamo de las naditu.
Desde finales de la primavera, los ganados regresaban a las tierras habitadas, siendo alimentados con > paja durante el verano. En esta época se sembraba el sésamo, que era recogido tres o cuatro meses después, justo a comienzos del verano. En las aldeas se trabajaba también en la elaboración de vestidos, que muchas veces, como se sabe por los documentos, eran reclamados por los palacios, junto con otras prestaciones como el servicio militar o la limpieza de los canales.
III. RELACIONES. Las relaciones entre nómadas y sedentarios fueron frecuentes, múltiples, multidireccionales y complejas (en tanto que problemáticas), dando lugar a repercusiones en ambas esferas y estimulando una situación de interdependencia que conocemos con el término de «sociedad dimorfa». Con demasiada frecuencia, la estepa semiárida no proporcionaba todos los recursos necesarios para una vida, incluso tan sencilla, como la de los pastores seminómadas. Sin productos agrícolas, la dieta no resultaba suficiente, por lo que o se compraba grano y otros vegetales a los agricultores o, allí donde las condiciones políticas y medioambientales lo permitían, se convertían en campesinos una parte del año. En verano era frecuente la necesidad de adquirir forraje para alimentar al ganado o de estipular acuerdos con los agricultores que les permitieran acceder a los rastrojos de los campos tras la cosecha. La vida móvil no favorecía tampoco la especialización artesanal, por lo que las manufacturas tenían que ser adquiridas en las ciudades. A cambio, los pastores ofrecían > leche, > queso, > mantequilla, > lana y pelo de cabra, con el que se confeccionaban > tiendas de campaña.
Nómadas y sedentarios se realacionaban: a) en el > comercio, ya que la movilidad del nómada facilitaba en gran manera su conversión ocasional en mercader. No era raro aprovechar los desplazamientos a los lugares a los que se iba a vender el ganado para adquirir una serie de artículos que luego podían ser vendidos en otro sitio; b) en las actividades militares, pues se sabe por los documentos antiguos que eran reclamados por los palacios para prestar servicio militar; y c), otras actividades laborales, como la limpieza de los canales.
No era extraño observar la presencia de jefes tribales con residencia y posesiones en la ciudad. En ocasiones, podía llegarse a formas de relativa integración entre los dos ámbitos, como cuando en tiempos de Mari, un funcionario, sugagum, era investido de poderes sobre las tribus establecidas en territorios bajo control del palacio, y además de residir en los poblados de aquellas, realizaba frecuentes visitas a la ciudad. Aun así, tales relaciones no carecían de problemas. Incluso en los momentos de mayor apogeo de la vida sedentaria, las gentes de los palacios y las ciudades consideraba siempre problemática la obediencia de los nómadas que frecuentaban su territorio, por causa de su movilidad y de su independencia económica. Razones no les faltaban. Existen numerosas referencias que hacen alusión a contingentes tribales que habían rehusado presentarse ante la llamada del palacio, o sencillamente habían enviado muchos menos hombres de los requeridos.
El hecho de que los pastores nómadas o seminómadas estuvieran habitualmente armados, en contraste con el monopolio del armamento detentado por los palacios, junto a su fama de excelentes guerreros —los palacios solían utilizarlos como tropas de élite— servía para ahondar las suspicacias. Su organización para la guerra era así mismo distinta. Las tropas de los nómadas se contraponen a las de los palacios, al igual que toda su forma de vida. El ejército tribal no era una profesión especializada, ni se componía de hombres requisados a la fuerza, sino que estaba formado por todo el pueblo en armas. Ello no les privaba de eficacia militar, siendo sus tácticas también distintas a las empleadas por los sedentarios. La incursión repentina era uno de sus procedimientos favoritos, y cuando eran capaces de movilizar grandes contingentes de hombres armados, debido a la alianza entre varias tribus, su fuerza era temible.
IV. FAMILIA Y LINAJE. La familia nómada está constituida por un grupo de parentesco amplio, vinculado con otros grupos afines que juntos forman uno más extenso o clan. Varios clanes componen una tribu. Y las tribus pueden confederarse en uniones mayores, lo que ocurría con motivo de alianzas políticas o bélicas. Formar parte del grupo, compartir una misma línea de descendencia, constituye un elemento de reconocimiento social en sí mismo. La estructura de la familia solía ser patriarcal, realizándose la filiación y la herencia por línea masculina. Las condiciones en que se desarrollaba la vida de los pastores nómadas y seminómadas hacían necesario preservar, una vez casados, a los hijos y sus mujeres como fuerza de trabajo en el hogar paterno, lo que servía para potenciar notablemente la autoridad y el poder del patriarca (el varón adulto de mayor edad). Una familia amplia posee además otro tipo de ventajas relacionadas con la economía tribal. Dispersa los riesgos económicos, absorbiéndo sin demasiada dificultad la baja productividad de los trabajadores débiles o incapacitados. Al equipar a sus productores para actividades diversificadas y extensas, puede entregarse simultáneamente a tareas diversas, como el pastoreo, el cultivo agrícola, la caza y recolección, desplegándose incluso en un vasto territorio para explotar diferentes oportunidades locales. Algunos de sus miembros pueden permanecer durante meses cuidando de huertos apartados o trasladando y vigilando los ganados en las zonas de pasto, mientras otros permanecen en la casa, ocupados en tejer, pescar u otro tipo de actividades.
Además de los linajes y clanes existían otros grupos suprafamiliares que se atenían al criterio de edad, como los > ancianos, y al de sexo, como las mujeres en edad núbil. La posición dentro de la comunidad social de los miembros de tales grupos no quedaba definida tanto por los lazos familiares y de parentesco como por los criterios aludidos, unidos a determinados usos laborales y a ciertas expectativas sociales. Tanto en la tribu como en el poblado, los «ancianos» gozaban de autoridad y prestigio, mientras que las mujeres casaderas constituían una activo notable a la hora de estrechar vínculos y alianzas con otros grupos de parentesco. Por eso, su posición era distinta a la de las mujeres casadas y a la de aquellas que ya habían superado la edad de procrear. La posición de los > niños y los jóvenes tampoco era similar a la de los adultos. De esta manera, cada persona se insertaba en su comunidad a dos niveles diferentes, pero interpenetrados, como miembro de un determinado grupo de parentesco y de un grupo específico de edad o sexo.
La diferencia entre los dos niveles radica, sobre todo, en la variabilidad del segundo. Si ser varón o mujer constituye realidades sociales determinadas por factores biológicos, ser mujer en edad núbil no es un estado permanente, sino una situación transitoria. De la misma manera, ser niño constituye otra situación transitoria que se resolverá con el paso a una nueva situación de joven adulto. Ritos específicos permiten y sancionan el tránsito de una situación a otra, revistiendo el momento y el hecho, que en ocasiones se expresa por medio de una muerte y renacimiento simbólicos de un marcado carácter ceremonial, lo que señala el fuerte sentido socializador de tales prácticas. La posición social de las personas, en aquellas condiciones en las que no se había producido una acumulación de riqueza procedente del comercio o de las incursiones, quedaba pues establecida por tales condicionantes.
La diversidad social, existente pese a la fuerte cohesión basada en el parentesco, se justifica a menudo por medio de la > genealogía. Hay familias más ricas en ganado y en tierras, y familias más pobres; familias mayores y familias más pequeñas; familias muy antiguas y otras muy jóvenes, o recién venidas, que ocupan un lugar social marginal o periférico. Las familias poderosas, cuya autoridad se establece a través de alianzas, matrimonios y la capacidad para movilizar trabajo ajeno, junto a la de influir en las decisiones de los otros, acumulan gran prestigio y pretenden una descendencia directa del antepasado tribal epónimo, asignando a las restantes familias una descendencia secundaria. Frente a lo que pudiera parecer, la pobreza acusada constituía un freno poderoso a la solidaridad interfamiliar. Las familias muy pobres, poseedoras de un número de reses claramente insuficiente, ponen potencialmente en peligro el bienestar de otros grupos familiares que en un principio han acudido en su ayuda. El carácter extensivo de la economía pastoral, que impide cualquier intento de intensificación productiva, junto con la larga crianza del ganado, influyen en ello notablemente. Al final, la miseria expulsará a las familias más pobres, que buscarán trabajo en la villa o la ciudad.
La > esclavitud y la > servidumbre, que en las comunidades nómadas adquiría siempre formas domésticas, se articulaban asimismo en el seno de la familia amplia patriarcal. Podían ser prisioneros capturados en una incursión o personas arruinadas y deudores insolventes forzados por las circunstancias a trabajar fuera de su familia. Respecto a estos últimos, la propia tradición tribal y la solidaridad interfamiliar podían actuar eficazmente a fin de paliar su situación. Entre los primitivos israelitas, p. ej., existía una ley por la cual un siervo debía de ser liberado tras cumplir seis años de trabajo para su amo (Ex. 2:4). De acuerdo con otra norma, los esclavos debían ser liberados con motivo del > jubileo, que se celebraba cada cincuenta años, aunque desconocemos su origen y aplicabilidad. A aquellos que habían llegado a la esclavitud por la miseria hay que sumar los ladrones incapaces de restituir, ellos o sus familiares, el contravalor de lo robado.
El extranjero o el extraño, aquel que no participa de la estructura suprafamiliar de parentesco, no adscrito por tanto a ningún clan o linaje, puede ser reconocido por sus vínculos con una persona determinada, bien a través del procedimiento de la adopción, o, lo que resultaba mucho más frecuente, por medio de una relación de tipo clientelar.
V. GOBIERNO Y DIRIGENTES TRIBALES. Al no tratarse de una sociedad de clases establecida sobre la base de las diferentes funciones económicas, y al no existir, en principio, la concentración de excedentes, el poder político adopta entre los nómadas una dimensión totalmente distinta a la que caracteriza los estados palatinos y urbanos. La solidaridad y el honor de la comunidad eran confiados y estaban representados por el jefe, que no era sino el depositario temporal del poder que residía en la comunidad entera. No se trataba de un autócrata, sino de alguien que había recibido de la comunidad la capacidad de dar órdenes. No obstante, la comunidad se preservaba como tal la no menos importante facultad de desobedecerlo, aunque por lo general cuando un jefe resultaba elegido, era para seguirlo. Asimismo, el jefe podía ser abandonado o sustituido. Si un jefe se quedaba sin partidarios dispuestos a acatar sus órdenes, dejaba de serlo. La coerción no podía intervenir para obligar a nadie, pues no existía un monopolio de la fuerza, ni de la ley, ni siquiera de tipo económico, por lo que el prestigio y el consenso eran los requisitos necesarios para ejercer la jefatura.
El prestigio podía proceder tanto de una situación familiar influyente, como, sobre todo, de las propias habilidades personales, bien en el conocimiento y prudente aplicación de las normas de la tradición, o en la capacidad para liderar una acción guerrera, tanto por el valor, como por la fuerza o la astucia. Ahora bien, en determinados contextos, un jefe militar exitoso, rodeado por un numeroso séquito de incondicionales seguidores armados, podía imponer de hecho, como > Jefté frente a los > ancianos de Galaad, su poder a los dirigentes locales, estableciendo una especie de monarquía o, más bien, pseudomonarquía regional de acentuados rasgos militares.
Aun así, la configuración del gobierno era distinta según el grado de desarrollo político alcanzado y de la sección de la sociedad tribal de que se tratara. La perspectiva antropológica comparada permite suponer que los grados de integración política variaban en razón directa de la densidad demográfica y de la abundancia de agua y pastos. A medida que se pasa de los grupos menores a los mayores, se advierte un carácter más artificial de la cohesión, que precisa de pactos bajo una fuerte sanción religiosa e ideológica. Las alianzas entre las tribus, basadas o no en la mancomunidad migratoria, se sellan mediante un pacto genealógico en el que intervienen vínculos de parentesco ficticios o inventados, en el sentido tanto de su carácter artificioso como de la escasa posibilidad de una memoria «real» al respecto. Así, diversas tribus pueden unirse en una entidad mayor, la confederación tribal, bien porque sus miembros estén convencidos de que poseen unos antepasados emparentados, o de que comparten unos antepasados comunes; o bien porque, de cara a intereses prácticos e inmediatos, están dispuestos a «recordar» la existencia de tales vínculos. Estas relaciones tribales mitigan las frecuentes colisiones entre campamentos vecinos y minimizan la competencia por los pastos. Este tipo de estructura era la propia de los israelitas, p.ej.: «Os presentaréis mañana por tribus; y la tribu que Yahvé designe se presentará por clanes; y el clan que Yahvé señale, se presentará por familias; y la familia que determine Yahvé, se presentará por varones» (Jos. 7:14). Esta misma estructura se traslada a la guerra, en la que las divisiones por secciones tribales y familias son tenidas en cuenta para la organización de las tropas. Cada uno combate junto a sus parientes más cercanos, lo que estimula el valor y la solidaridad. Los jefes de tribu, clanes, linajes y familias encabezan cada uno el mando de sus respectivos contingentes.
La necesaria cooperación ante la necesidad de una coordinación anual en el reparto de los pastos constituye uno de los estímulos más potentes para que se produzcan los acuerdos y alianzas. En la confederación tribal se alcanza un nivel muy próximo al Estado. Este surgirá, finalmente, por presiones exteriores, sobre una base no territorial, sino humana. A diferencia del Estado palatino, el Estado «nacional» de génesis tribal no parte de un territorio, sino de grupos de personas, algunos ajenos a la tribu, como los habitantes de algunas aldeas y de las ciudades que son incorporados mediante un pacto de hermandad. De esta forma, tanto a nivel de confederación tribal como de Estado «nacional», se mantiene la ficción de parentesco, convertida en soporte simbólico de una organización política compleja.
El tipo de jefatura variaba según las circunstancias. Entre los amorreos y los kasitas se hallaba muy extendida la monarquía tribal, que implica la existencia de un «rey» a la cabeza de la tribu. Los reyes de los haneos eran denominados «padres», mientras que los de los benjaminitas se trataban entre ellos de «hermanos». Unos y otros poseían ciudades que constituían el centro político de aquellas monarquías. Los documentos del palacio de Mari muestran cómo las localidades habitadas por los benjaminitas dentro de los confines del reino, en los distritos de Mari, Terqa y Saggaratum, se hallaban divididas según cinco tribus y sus habitantes, y dependían en cierta medida de los reyes de estas tribus, que residían, por el contrario, en «el país alto», fuera de la jurisdicción del palacio. En la época de Zimri-Lim, los reyes de los benjaminitas eran sus vasallos, mientras que los de los haneos se mantuvieron independientes. La corte de estas monarquías tribales reproducía, en una escala distinta, lo que eran signos comunes de la realeza en cualquier otra parte. Las localidades que eran sede de la monarquía tribal contaban con un palacio, ejército permanente, fuerzas de gendarmería, servidores y personal de apoyo, como adivinos y funcionarios. Pero el rey, que era ante todo un jefe tribal, no era un déspota, y aquí estriba la principal diferencia respecto a la realeza palatina. Aunque la tribu reconocía su autoridad, esta no era absoluta. En ocasiones, el comportamiento de los miembros de la tribu hacia su rey se asemeja mucho al comportamiento que mantenían hacia el gobernador palatino del distrito, rehusando acudir, por ejemplo, ante su llamada. La autoridad que estos reyes ejercían sobre los miembros de la tribu que vivían en lugares fuera de su jurisdicción era, por otra parte, compartida con otros dirigentes, como los jefes de clan o de aldea y los «ancianos».
La monarquía tribal no era la única forma política conocida por los nómadas y seminómadas del Próximo Oriente Antiguo. Los jefes suteos no eran reyes. Tampoco lo fueron los jefes tribales gasga, en perpetuo conflicto con los > hititas, pese a algún intento aislado que no llegó a a consolidarse; y entre los guteos la monarquía tribal solo apareció como fórmula eficaz de gobierno tras la conquista del «país de Akkad». Del mismo modo, a la cabeza de las primitivas tribus israelitas se encontraban los > jueces (shophetim, pl. de shophet), dirigentes temporales cuya autoridad no era ni permanente, ni absoluta, y no se extendía al conjunto de todas las tribus. Sus aptitudes excepcionales para el mando, basadas en un ascendiente particular que resultaba de una combinación de heroicidad e inspiración divina, no eran transmisibles, por lo que no se perpetuaban en una institución. Resulta realmente significativo que durante la época de estos jueces, anterior al establecimiento de la monarquía por Saúl, ninguno de los intentos por establecer un gobierno unificado basado en la realeza, como los de > Gedeón, > Abimelec o Jefté, llegara a cuajar definitivamente.
A la cabeza de las villas, aldeas y unidades tribales se hallaban los jefes locales, sugagu entre los amorreos, rabanum en acadio, que eran responsables de la gestión de los asuntos de la comunidad nómada o sedentaria que dirigían. En las aldeas y villas más grandes existían varios de ellos que ejercían su actividad simultáneamente. En el desempeño de sus funciones se hallaban asistidos por el consejo de los «ancianos» y los «hombres de bien». El cargo, que podía durar toda la vida, se ocupaba a propuesta de los ancianos y notables, que también poseían la facultad de destituirles, pero el rey o el jefe de la tribu tenía en ambos casos la última palabra. En muchas ocasiones, estos jefes locales se hallaban también bajo la autoridad de los gobernadores palatinos de los distritos en que habitaba la población tribal, por lo que eran las autoridades del palacio las encargadas de su nombramiento o destitución. En tales situaciones, una de sus tareas más importantes era la de poner a disposición del palacio trabajadores y soldados entre las personas censadas en su demarcación. Eran igualmente responsables ante su gente de liberar a los prisioneros, y ante el palacio, de arrestar a los fugitivos. A fin de cuentas, representaban a las autoridades tribales o palatinas, o a ambas, ante la población, y a la población ante las autoridades.
Los «ancianos», que también representaban a su comunidad en las festividades religiosas y ante las autoridades, con facultad para negociar en su nombre y establecer pactos y acuerdos, eran los jefes de las familias más poderosas. Debido a las peculiaridades de la población seminómada y de su implantación territorial, existían los «ancianos de la aldea», los «ancianos del distrito», nombrados a menudo en los textos junto a los sugagu, así como los «ancianos del país», que representan a la población tribal no asentada o que permanecía fuera de la jurisdicción de los gobernadores y palacios. Los «ancianos» se reunían para establecer consultas y podían ser convocados por el gobernador para, por ejemplo, escuchar a un adivino a las puertas de la ciudad o intervenir en la elección del sugagu. Podían integrar una delegación ante el monarca y mediar en las disputas por una ciudad o villa que a menudo se producían entre los reyes. En el ámbito interior actuaban como árbitros de las desavenencias y conflictos que podían enfrentar a las distintas familias, impidiendo de este modo las continuas > venganzas de sangre.
Las decisiones importantes eran tomadas por la asamblea, puhrum, presidida por el jefe y los ancianos. Los acuerdos, para que fueran vinculantes, debían ser tomados no solo por mayoría, sino por unanimidad. La posición de los jefes y los ancianos a este respecto era muy influyente, pero si la unanimidad no se alcanzaba, nadie podía obligar a los disconformes a actuar en contra de su parecer. La conformación característica de la sociedad tribal, con sus enormes grados de autonomía entre las unidades familiares y suprafamiliares, hacía virtualmente imposible la coerción.
VI. RELIGIÓN. En los poblados y las tribus los aspectos rituales y ceremoniales de la vida social y cultural son predominantes, en acusado contraste con las ocasiones y oportunidades puntuales en que se manifestaban en el marco de las sociedades urbanas y estatales. Este notorio carácter ceremonial y ritual de la vida aldeana y nómada obedece a una serie de causas. Por un lado, no existe la separación característica de las civilizaciones urbanas entre un grupo especializado de sacerdotes y una comunidad de creyentes que asiste pasivamente a las celebraciones ceremoniales. Aun cuando hay, por supuesto, especialistas en el ámbito de lo religioso, en el contacto con lo sobrenatural, lo son más por capacidad personal que por designio o herencia, como ocurría entre los antiguos hebreos, y su función la ejercen casi siempre a tiempo parcial. Por otra parte, a la inexistencia de un sacerdocio profesional y burocratizado se añade la carencia de sistemas complejos y muy articulados de comunicación, control y regulación social, como son para las gentes de las ciudades las sistematizaciones de los conocimientos médicos, matemáticos y astronómicos o las recopilaciones legales escritas y las medidas coercitivas destinadas a su cumplimiento, todo lo cual confiere al ritual una primacía inexistente en el mundo urbano dominado por los palacios.
Al carecer de un sistema de registro y trasmisión de la información como la escritura, no por incapacidad, sino por no ser necesario para su forma de vida, los rituales desempeñan una importante función en tal sentido en el seno de las sociedades nómadas. El contenido del ritual y su escenificación están directamente involucrados con la comunicación de datos indispensables para tomar decisiones, tanto a nivel de la trasmisión de información cuantitativa como cualitativa, acerca de la oportunidad de hacer o no hacer, socialmente hablando, tal o cual cosa de la que puede llegar a depender el bienestar de la comunidad. La rememoración y la reactualización del acontecimiento primordial ayudan a los hombres a distinguir y retener la realidad que el propio mito expresa como algo fijo y duradero, en definitiva trascendente.
También los dioses se presentan para los nómadas de una manera distinta a la que adquieren para la gente de las ciudades. La religión tribal que intenta, como todas, explicar el mundo, parte de las ideas que le son familiares. El gran dios tribal, el principio creador único, permanece alejado e inaccesible de la misma manera que en la vida ordinaria la tribu conforma una realidad que se hace patente en muy pocas ocasiones. Pero, por otra parte, el dios está allí donde está su pueblo, abarcando tanto como la propia tribu, por lo que a menudo tiene carácter omnipresente, aunque lejano, y, se diría, universal. Por debajo de la tribu, las realidades más inmediatas son los clanes y las familias que las integran, y así existen toda una serie de seres sobrenaturales, dioses, espíritus o genios, que resultan más próximos en tanto que directamente relacionados con niveles más simples de la vida social y doméstica. Los grandes dioses son misteriosos, imposibles de localizar y a menudo múltiples en su expresión, pero los entes inferiores, de menor volumen social, son más limitados en sus manifestaciones y también más accesibles. Por ello suelen ser los que reciben culto más a menudo. En la esfera de la sociabilidad del clan es particularmente importante el culto a los antepasados, que constituye en realidad la variante mística de las genealogías.
Los dioses supremos que figuran como causas primeras, explicación del origen de los acontecimientos trascendentes, como la creación del mundo y de las personas, del ganado, o la institución de las costumbres tribales, permanecen prácticamente ausentes, quedando su existencia presente relegada al mito. En los orígenes actuaron y fueron creadas todas las cosas naturales y sociales, luego se retiraron a una esfera lejana, desde la que reinan sin apenas ejercer influencia. Han delegado sus funciones en los entes inferiores, en ocasiones manifestaciones suyas, de la misma manera que la realidad tribal delega en clanes y familias concretos. Así, en este tipo de universo religioso, las fuerzas sobrenaturales aumentan generalmente en materialidad y particularidad, tornándose más accesibles y también más manipulables por medios mágicos o propiciatorios a medida que menguan en extensión social. Por ello, los cultos domésticos adquieren una especial relevancia. Y por ello mismo, en el trance, provocado o no por enteógenos, que muchas culturas tribales han usado y siguen utilizando hoy en día, la comunicación, el contacto con lo sagrado, se establece con esta esfera más próxima en la que residen los distintos tipos de espíritus.
En el mundo de los nómadas tribales no suele haber santuarios, aunque por supuesto existen lugares identificados con las fuerzas espirituales de la naturaleza o que simbolizan la unidad entre los clanes y la cohesión intertribal. Un santuario, en este último caso, no tiene por qué ubicarse en un lugar determinado, aunque ello se corresponderá finalmente con el carácter y alcance de la trashumancia practicada por las tribus y otras circunstancias históricas similares. Un buen ejemplo lo constituye el > Tabernáculo donde los israelitas guardaban el > Arca de la Alianza. Por otro lado, el santuario lo constituye el propio espacio social y así lo será la casa en el poblado o la tienda en la estepa, en la que los escitas, los pueblos nómadas siberianos o las tribus autóctonas americanas, llegaban al trance tras el ceremonial en el que consumían el enteógeno, en el caso de los cultos domésticos, o el lugar de reunión de los linajes y clanes. El espacio sagrado no se encuentra formalizado de la misma manera que tampoco lo está el espacio social, y corresponde además a esa dimensión no estática ni permanente que caracteriza el espacio y el territorio nómadas.
Sin embargo, en el nivel más amplio y complejo de las relaciones políticas entre las diversas tribus, la religión adquiere un importancia especial, ya que los pactos mediante los que se establecen tales relaciones a menudo precisaban del apoyo de una sanción divina explícita, como en el caso de la Alianza con Yahvé de las tribus israelitas. Véase AGRICULTURA, ALIANZA, ANCIANO, JUECES, MONARQUÍA, PASTOR, SACERDOCIO, TRIBU.