Perdición

Heb. 343 ed, אֵיד, aparece solo dos veces en el AT (Jos. 7:12 y Jer. 18:17), y hace referencia a una calamidad, castigo, destrucción o perdición. El vb. relacionado, 6 abad, אבד, «destruir, perder», se usa con más frecuencia (Ex. 10:7; Lv. 23:30; Nm. 24:25; 33:52; Dt. 7:10; 11:4; 12:2; Jos. 7:7; 2 R. 13:7; 19:18; Est. 3:6; Job 12:23; Sal. 5:6; 9:5). La LXX lo traduce por los correspondientes vb. gr. apóllymi, ἀπόλλυμι, «echar a perder, aniquilar», que denota por lo general el daño producido violentamente, la destrucción o incluso el fin de la existencia terrena; y olethreúo, ὀλεθρεύω, «exterminar, echar a perder completamente».
Abad, אבד, denota a menudo la aniquilación de una ciudad, de un grupo o de una tribu (cf. Nm. 16:33; 32:39; 33:52); a partir de este vb. abad, אבד, se formó el sustantivo > Abadón, «destrucción», que es el nombre poético del lugar de los difuntos, el reino de la muerte (Sal. 87:1–2; Prov. 15:11; 27:20; Job. 26:6; 28:22; 31:12). En la literatura rabínica posterior designa una de las cuatro divisiones del infierno, y en Ap. 9:11, la personificación del príncipe del abismo, en gr. apollýon, ἀπολλύων.
En el Pentateuco se llama con frecuencia a Yahvé el autor o ejecutor de la perdición (cf. Nm. 14:1–22; Dt. 8:20). El pueblo de Israel es confrontado con la alternativa de recibir la bendición divina de una larga vida en premio a su obediencia o la maldición de la aniquilación por su desobediencia (Dt. 28:20, 22, 24; 30:18). Los profetas anuncian la perdición del Israel apóstata determinada por Dios (cf. Jer. 5:6; 22:7; 25:36; Ez. 6:14; 14:16; Hag. 2:22). Es el castigo que expresa la > ira de Dios por la infidelidad de Israel: «Como viento solano los esparciré delante del enemigo; les mostraré las espaldas, y no el rostro, en el día de su perdición» (Jer. 18:17).
En la literatura posterior, la perdición, entendida como aniquilación en sentido terrenal, se vincula en ocasiones con un estado posterior a la muerte (cf. Job 26:6; 28:22; Prov. 15:11; 27:20). La apocalíptica judía le da un sentido escatológico, referido a la destrucción del mundo por fuego, cuando perecerán todos los pecadores «hijos de la perdición» al fin de los tiempos.
En el NT se usa un grupo de palabras relacionado con el vb. apóllymi, ἀπόλλυμι, a saber, 684 apóleia, ἀπώλεια, «perdición, ruina»; lit. tiene el sentido de pérdida, ya sea de una persona, animal u objeto (cf. Lc. 15:4, 6, 24, 32); aniquilación (cf. Mt. 2:13; 27:20; Mc. 3:6; 9:22; 11:8; Lc. 6:9); el hecho de perecer o echarse a perder, sean las comidas (Jn. 6:12, 27), la cosas, como el oro (1 Pd. 1:7), o la creación en su totalidad (Heb. 1:11; 2 Pd. 2:3); y, finalmente, en la mayoría de los casos tiene el significado de ruina, pérdida (cf. Mt. 7:13; Ro. 9:22; Fil. 1:28; 3:19; 2 Tes. 2:3; 1 Ti. 6:9; Heb. 10:39; 2 Pd. 1:7; Ap. 17:8, 11). En sentido figurado, hace referencia al estado de perdición del hombre sin Dios (cf. las tres parábolas de Lc. 15). Los hombres sin Dios son como ovejas perdidas (cf. Sal. 119:176), que perecen por falta de pastor que les proteja; por eso, Jesús, el buen pastor (Jn. 10:11), tiene como misión «buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc. 19:10), comenzando por las «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15:24; cf. 10:6; Jer. 50:6) y terminando por las «otras ovejas» del redil de los gentiles (Jn. 10:16), de modo que haya «un solo rebaño y un solo pastor». El Evangelio es esencialmente un mensaje de salvación respecto a la perdición. Paradójicamente, el que pierda su vida por causa de Cristo y su palabra la salvará (cf. Mt. 8:19; 10:39; 16:24; Mc. 8:35; Lc. 17:33; Jn. 12:25). Está en la voluntad divina que nadie «se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn. 3:16). Sin embargo, es un hecho solo explicable por la ceguera y voluntad de resistencia humana a la gracia divina, que hay personas que se pierden para siempre (cf. 1 Cor. 1:18; 2 Cor. 2:15; 4:3). Esta terrible posibilidad es expresada con el término sinónimo 3639 ólethros, ὄλεθρος, «ruina, decadencia, desgracia», que aguarda a quienes no se arrepienten (cf. Mt. 13:3, 5; 2 Pd. 3:9), ni acogen el amor a la verdad (2 Tes. 2:3), sino que prefieren el camino ancho que «lleva a la perdición» (Mt. 7:13). «Ellos serán castigados con eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tes. 1:9).
La diferencia entre apóleia y ólethros reside en que el primero abarca diversas matizaciones de un concepto amplio de perdición, mientras que el segundo se refiere exclusivamente a personas. Véase ABADÓN, DESTRUCCIÓN, INFIERNO, SALVACIÓN.