Pie

Heb. 7272 régel, רֶגֶל = «pie, pierna»; 4228 pus, ποῦς; Vulg. pes. Parte del cuerpo humano o animal, que en su aplicación ampliada podía abarcar el significado de «pierna». Régel puede ser un eufemismo para los órganos genitales, por eso la orina es «agua de las piernas» (2 R. 18:27), y el vello púbico, «pelo de las piernas» (Is. 7:20). «Cubrirse los pies» es un eufemismo para hacer de vientre (Ex. 3:22; Dt. 28:57; Jue. 3:24; 1 Sam. 7:17; 24:4; 1 R. 18:27; Is. 6:2; 7:20; 36:12; Ez. 7:17; 21:12). La expresión «desde la planta del pie hasta la coronilla» (Dt. 28:35), quiere decir la total extensión del cuerpo. En sentido > antropomórfico se habla de los pies de Dios y su correspondiente estrado (Is. 60:13; 66:1; Sal. 18:9; 99:5; 132:7).
Como parte del todo, los pies significan la persona que anda y actúa (cf. Sal. 73:2; Job 23:11; 31:5), dando lugar a exprensiones de claro sentido simbólico como poner el pie sobre la tierra para significar la toma de posesión de la misma; poner el pie sobre el cuello del enemigo es tenerle vencido y dominado por completo (Jos. 10:24, etc.), y lavar los pies en sangre enemiga equivale a deshacerse de los contrarios. Echarse a los pies de uno es reconocerle superior, sometiéndose a sus decisiones. No poder mover mano o pie sin consentimiento ajeno es proclamar la absoluta dependencia y vasallaje (Gn. 41:44). Por esta razón, en señal de inferioridad y en actitud de acatamiento y respeto, los fieles se descalzan en los lugares santos (cf. Ex. 3:5). Los sacerdotes egipcios oficiaban descalzos y todavía en la actualidad se considera una profanación entrar calzado en templos musulmanes o hinduistas. Sentarse a los pies de alguien o «estar a sus pies» significa reconocer la propia posición como discípulo y la posición del otro como maestro (cf. Dt. 33:3; Lc. 10:39; Hch. 22:3).
Para indicar un trabajo muy humilde se usaba la expresión «desatar las correas de las sandalias» (Mc. 1:7; Lc. 3:16; Jn. 1:27), tarea reservada a los esclavos y a las mujeres. Para expresar condena y separación, se sacudía el polvo de la ciudad de los pies de uno de una manera pública (Mt. 10:14; Hch. 13:51). Para expresar el cuidado de Dios sobre su pueblo durante la peregrinación en el desierto, Moisés les dice: «Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años» (Dt. 8:4; cf. 29:5).
«Hablar con los pies» denota la gran gesticulación con que hablan los orientales, y con la que dan a sus palabras un énfasis y matiz adicionales (Prov. 5:13).
Debido al polvo del camino, y a lo descubiertos que se llevaban los pies, era preciso lavarlos pies con mucha frecuencia. Al llegar a una casa, el dueño o un siervo lavaban los pies del visitante; como mínimo, se debía presentar agua para poderse lavar (Gn. 18:4; Lc. 7:44). Así, lavar los pies vino a ser una expresión que denotaba hospitalidad (1 Ti. 5:10). La prestación de este servicio de manera voluntaria denotaba una gran devoción; Jesús dio una gran lección de humildad al lavar los pies de sus discípulos (Jn. 13:4–15). Véase LAVAMIENTO DE PIES.