Parábola

1. «Parábola» y «palabra».
2. Parábola y géneros literarios.
3. Definición.
4. Características.
5. «Leyes».
6. Notas para su interpretación.
7. El salto.
I. «PARÁBOLA» Y «PALABRA». La similitud de estos términos no es resultado de la casualidad, pues ambos están emparentados, ya que proceden del mismo vocablo. “Parábola” se decía en griego parabolé, παραβολή, compuesto de la preposición pará, παρά, = junto a, al lado de, y un sustantivo derivado del verbo ballo, βάλλω, = lanzar, tirar, poner. Parabolé pasó al latín como parabola, y de ahí el cultismo castellano «parábola». Pero la evolución del término en la lengua vulgar fue por otros derroteros: se perdió la vocal átona «o» y se produjo una doble metátesis (de la «r» y la «l»), dando como resultado «palabra».
Este fenómeno acentúa un hecho fundamental: la parábola está indisolublemente vinculada a la palabra, pues es una forma particular de usar esta última. Las parábolas, pues, son asunto de palabras.
II. PARÁBOLA Y GÉNEROS LITERARIOS. El tema de los «géneros literarios» es bastante complejo. De hecho, no hay acuerdo sobre la definición de este concepto. La división mayor distribuye la comunicación (escrita u oral) en dos grandes núcleos: prosa (= «prosa llana») y poesía. Pero así como hay prosa poética, también hay poesía que parece prosa escrita en renglones colocados de manera diferente de lo habitual. Luego, dentro de cada uno de esos dos grandes géneros, nos encontramos con una larga serie de subgéneros que se superponen a sus fronteras. El relato épico, por ejemplo, puede ser tanto en prosa como en verso. Lo mismo sucede con casi todos los demás géneros.
En la Biblia, tomada en su conjunto, hay escritos que pueden identificarse de la siguiente manera (sin que esta descripción sea exhaustiva): Narraciones (etiológicas; de nacimiento e infancia; de pasión y muerte; de resurrección; de vocación o llamamiento; religiosas; de milagros; ficticias; folclóricas); literatura jurídica; genealogías; escritos sapienciales; discursos; confesiones de fe; literatura epistolar (con textos parenéticos y litúrgicos; catálogos de virtudes, vicios y deberes); literatura apocalíptica; literatura profética; poesía (idílica; erótica; narrativa; épica o heroica). En un mismo escrito se combinan a veces varios de estos aspectos.
Jesús no fue el «inventor» de las parábolas, pues tenemos ejemplos de ellas en el AT. En heb. la palabra mashal, מָשָׁל, se utilizaba para referirse a diversas formas del lenguaje. Entre ellas: proverbio, refrán, dicho, adivinanza, alegoría y parábola. Similar amplitud de significados tenía en el mundo antiguo el término parabolé, παραβολή. En el AT, la parábola más conocida es la de 2 Sam. 12:1–4, pero encontramos otras: 2 Sam. 14:1–11 [parábola dramatizada]; Ecl. 9:14–15; Is. 5:1–7; Ez. 15:1–5; 17:2–10. Hay, además, parábolas rabínicas, aunque se discute la relación cronológica con las parábolas de Jesús (véase: Trench, cap. 3; Longenecker, cap. 1; Young, cap. 1; Hunter, p. 113ss). Existen entre las parábolas de Jesús y las rabínicas marcadas similitudes y significativas diferencias.
III. DEFINICIÓN. De la parábola se han ofrecido muchas definiciones, pero a menos que sea una definición muy extensa, todas resultan limitadas. Por eso, el mejor camino, aunque más largo, es el de describir las parábolas que ya conocemos como tales, tanto en el AT como en el NT. Pero antes, hay algo que debe tomarse en cuenta.
En el mundo antiguo, el concepto de parábola no era tan restringido como lo es en la actualidad. Esa es la razón por la que los autores no se ponen de acuerdo, por ejemplo, sobre cuántas parábolas se encuentran en los Evangelios. En el NT, la palabra griega parabolé traduce diversos conceptos, como se muestra, sucintamente, en la siguiente lista (la primera traducción es la de DHHEE, edición para España; entre corchetes, la de La Biblia de la Casa de la Biblia, en Madrid): Mc. 4:2 parábola [parábolas]; Lc. 6:39 comparación [ejemplo]; Mc. 3:23 ejemplo [comparaciones]; Lc. 4:23 refrán [proverbio]; Mc. 7:17 enseñanza [comparación]; Lc 14:7 consejo [recomendación]; Heb. 9:9 símbolo [imagen]; Heb. 11:19 símbolo [símbolo].
IV. CARACTERÍSTICAS. Observaciones previas: (1) La parábola es una narración. Es una especie de historieta, historia corta o cuento breve, aunque en esta brevedad la extensión varía. Sin relato no hay parábola, aunque se trate de una narración apenas insinuada; (2) en esa narración intervienen, siempre, seres humanos. Los protagonistas de las parábolas, los que razonan, sienten, hablan, deciden y actúan son seres humanos. Aun cuando un objeto ocupe un lugar central en el relato, un ser humano tiene que estar en relación con él (ejemplos: Lc. 13:19 y paralelos; Lc. 15:8–9; Lc. 13:21). Esta particularidad se realza aún más cuando la narración es más extensa y la trama más compleja, pues entonces intervienen varios personajes (Mt. 21:28–30; Lc. 15:11–32; Mt 20:1–16; Mc. 12:1–8); (3) los relatos son, en términos generales, verosímiles. Verosímil es lo «semejante» a lo «verdadero». Lo verosímil no es idéntico a lo verdadero; (4) la verosimilitud de la parábola se fundamenta en la cotidianidad. Los elementos que se utilizan para armar la trama del relato están tomados de la vida real y de la experiencia cotidiana de la comunidad en cuyo seno se gesta; (5) lo verosímil aparece a veces junto a lo insólito. Lo inverosímil, lo inesperado y sorprendente tiene una función significativa, sobre todo por el uso de la hipérbole, que acentúa algún aspecto importante del relato (véase, por ejemplo, Mt. 7:3 o 18:23–34). Pero lo insólito nunca se logra por echar mano de lo prodigioso, mágico o «milagroso». Al contrario, se logra por la combinación de elementos verosímiles y sólitos en un tejido narrativo que se sale de esa realidad. En la parábola todo es humano. Además, los elementos así conjuntados que se elevan a lo sorpresivo, no agotan en su literalidad el significado que adquieren en el relato; (6) en la parábola hay un mundo simbólico y un mundo real. El primero —el mundo simbólico— es la historia misma que se narra, el relato como tal. La parábola, en tanto que relato, no tiene el objetivo de informarnos acerca de cómo se vivía en la época de Jesús (aunque pueda servirnos para ello), ni de ofrecernos una narración que pueda entretenernos (lo que significaría que lo verdaderamente importante sería la historia que contiene, como sucede por lo general con el cuento). En la parábola, la historia se transforma en símbolo. Por eso, muchas de las parábolas comienzan con la expresión «el reino de Dios es como», o, simplemente, «es como». Una realidad distinta de la historia narrada en la parábola se compara con ese relato. Esa «otra realidad» es, en última instancia, el mundo real de la parábola; (7) la parábola demanda respuesta. Lo que se persigue «con este mundo real» es que el oyente de la parábola responda a las exigencias que se exponen ante él. El oyente no permanece ajeno al relato. Toda parábola, más implícita que explícitamente, termina con una pregunta que tiene que responder el oyente. Tal es el sentido de expresiones como «oíd esto» (Mc. 4:3), o «los que tienen oídos, oigan» (Mc 4:9, 23) o «fijaos en lo que oís» (Mc. 4:24). Es una invitación de Jesús a responder a las demandas de su palabra.
V. «LEYES». Estas «leyes» son patrones que se repiten en las parábolas, muy específicamente cuando la naturaleza misma de la narración los requiere. Unas son válidas para todas las parábolas; otras, para un gran número. Son:
1. Ley de la representación. Puesto que en este género literario se trata de comparar, tiene que existir algún tipo de relación entre el mundo real y el simbólico con el cual se compara. Si no existiera tal nexo, no habría posibilidad de que uno fuera símbolo del otro. Eso es lo que se implica en las expresiones «es semejante a», «es como», y en la pregunta «¿con qué compararé?».
2. Ley de la economía. La parábola es siempre un relato breve. El narrador elimina detalles innecesarios o hasta contraproducentes para los fines que persigue. Por eso, en la bella sencillez de estos relatos faltan las florituras, no hay proliferación de adjetivos ni rodeos superfluos. Además, el carácter conciso de las parábolas se debe al hecho de que fueron contadas para ser oídas y no leídas.
3. Ley de oposición o de los contrastes. Esta oposición puede darse entre objetos materiales, entre personas que se diferencien radicalmente por sus actitudes, por su carácter o por sus acciones, e incluso entre realidades abstractas. Son frecuentes los contrastes por oposición. P.ej., en el Evangelio de Mateo: luz y tinieblas (6:22–23); Dios y Mamón (6:24); dos puertas contrarias y dos caminos opuestos (7:13–14); dos cimientos distintos (7:24–27); paño nuevo y vestido viejo, y vino nuevo y odre viejo (9:16–17); trigo y cizaña, y el sembrador y el enemigo (13:24–30); en la pesca: se recoge lo bueno y se desecha lo malo (13:47–48); tesoros nuevos y tesoros viejos (13:52); vírgenes prudentes y vírgenes insensatas (25:1–12).
4. Ley de la unidad y simplicidad de la acción. La trama narrativa de la parábola es, siempre, muy sencilla y lineal. La acción es una: la parábola tiene un principio, una trama con su conflicto por resolver y un fin; en esta simplicidad puede haber ciertas diferencias de complejidad.
5. Ley de la tríada. El número tres aparece con frecuencia en cuentos y chistes populares. También en la parábola. Ayuda a recordar con facilidad lo que el narrador desea que se retenga en la memoria. Así tenemos: a) de personas: un sacerdote, un levita, un samaritano (Lc. 10:29–37); un hombre y sus dos hijos (Mt. 21:28–32; Lc. 15:11–32); un prestamista y dos deudores (Lc. 7:41–42); el rey, el funcionario y el compañero de este (Mt. 18:23–35). Cuando en la narración intervienen más de tres personajes, nunca actúan al mismo tiempo más de dos. Cuando actúan los tres, lo hacen consecutiva y no simultáneamente; b) de un elemento material: la sal que ha perdido su sabor (que no sirve para nada, se la tira a la calle y la gente la pisotea: Mt. 5:13); c) de fenómenos de la naturaleza: lluvias, ríos, vientos (Mt. 7:24–27); d) de la agricultura: tres tipos de terrenos en los que la semilla no da fruto (en el camino, entre piedras, entre espinos; y del que sí produce se dice que la semilla cayó en él, creció y dio buena cosecha: Mc. 4:3–9); e) de elementos mixtos: polilla, moho y ladrones (Mt. 6:19–21); f) de medidas: las tres medidas de harina (Mt. 13:33); g) combinación de tríadas. En la parábola del banquete de bodas (Mt. 22:1–14) tenemos esta situación: el rey envía tres delegaciones con la invitación (a sus criados [v. 3], luego a «otros criados» [v. 4] y, por último, a «los criados» [v. 9]). Por otra parte, los invitados no quisieron asistir ni hicieron caso (v. 3, 5) y uno se fue a sus terrenos (v. 5), otro a sus negocios (v. 5) y los otros mataron a los criados del segundo grupo (v. 6).
6. Ley del clímax. En la parábola, el relato va acumulando fuerzas hasta llegar a un momento culminante de la acción que lleva al desenlace. El clímax puede estar explícitamente presente, incluso por medio de un artificio literario, como, por ejemplo, el uso de la hipérbole o la aparición en el relato de un dato insólito dejado para cerca del final.
7. Ley de referencia al oyente. La parábola siempre tiene en mente a los oyentes, pues su intención es introducirlos dentro de la misma historia. Es como si en ellos el mundo simbólico se hiciera realidad, manteniendo su carácter simbólico, para que puedan captar así la profundidad de significado del mundo real. Así se les exige tomar posición frente a lo que el relato dice, de tal manera que, al final, tomen decisiones que habrán de afectar el resto de sus vidas. (De este hecho encontramos claros ejemplos en los siguientes textos: 2 Sam. 12:1–4 y Lc. 7:41–42a).
8. Ley del punto de contacto. En la parábola se establece un punto de contacto entre el relato mismo y aquello que se quiere transmitir a los oyentes. Todo lo demás le está subordinado. Datos habrá que carecen en absoluto de significado trascendente y están ahí como complemento necesario del relato mismo, para completar o redondear el símbolo o acentuar la importancia de ese punto de contacto.
VI. NOTAS PARA SU INTERPRETACIÓN. Un problema fundamental se le presenta al intérprete de las parábolas: ¿Cuál fue el contexto real en el que cada parábola se contó por vez primera? El contexto en que aparecen en los escritos de los Evangelios, ¿fue el original? Es más, las parábolas que tenemos registradas en el NT, ¿son, al pie de la letra, las mismas que dijo Jesús, o fueron modificadas en el período que va desde que fueron expuestas oralmente hasta que se escribieron?
Los especialistas se han ocupado de estas y otras cuestiones similares, y han ofrecido muy diversas respuestas. Algunos hechos parecen indiscutibles y a ellos debe prestárseles atención. Estos se hacen patentes al comparar unas mismas parábolas en sus diversas versiones en los Evangelios: (a) Durante el lapso que transcurrió entre la muerte de nuestro Señor y la puesta por escrito de las parábolas, en la forma como las tenemos hoy en los Sinópticos, transcurrieron bastantes años. En ese tiempo, los discípulos de Jesús que ejercían funciones de liderazgo en las comunidades cristianas —pastores, maestros, evangelistas, doctores— utilizaron sin duda aquel material en el ejercicio de sus ministerios. Tal uso debió darse en contextos diferentes entre ellos (y, por supuesto, diferentes del contexto «original»), que se hacían cada vez más disímiles según el cristianismo iba expandiéndose y alcanzando nuevos pueblos, de culturas diferentes. ¿Hubo adaptación de las parábolas «originales» a las nuevas situaciones a las que esos dirigentes debían de hacer frente? Debió haber sido así necesariamente. Y ello se refleja en la redacción que quedó plasmada en los relatos tal como los tenemos hoy. (b) Esto significa que el contexto «original» de muchas parábolas se ha perdido. Ha habido intentos de reconstrucción, por parte de algunos eruditos, incluso para tratar de encontrar las mismísimas palabras de Jesús (las ipsissima verba Domini), pero el resultado será siempre una recreación del intérprete. Otro aspecto de la investigación que ha atraído la atención de los especialistas es el que tiene que ver con las fuentes literarias de los Evangelios sinópticos y el llamado «documento Q». (c) el contexto literario escogido por el redactor final del texto es significativo y debe ser seriamente tomado en cuenta: ¿por qué el evangelista colocó una determinada palabra en un determinado contexto?
Debe evitarse confundir la parábola con la alegoría. Pero ello no significa que en toda parábola ningún detalle, aparte del punto central (que hemos llamado «de contacto») tenga significado. Cuando lo tenga, estará precisamente subordinado a ese punto central.
Por ello, para la correcta interpretación de la parábola deben tomarse en cuenta los siguientes aspectos:
1. Análisis del contexto literario inmediato. En el texto del Evangelio, ¿qué relación puede establecerse entre lo que hay antes y lo que hay después de este relato? ¿A quién o a quiénes se dirige la parábola? ¿Qué tipo de personas eran? ¿Dice el texto cuáles eran sus intenciones? ¿Por qué se narra? ¿Cuál fue la ocasión?
2. Análisis del relato en cuanto tal. Este análisis dará una cabal comprensión de todos los detalles que forman parte de la parábola. No puede darse por sentado que, por conocer el lector una determinada situación que se da en el mundo actual, ya conoce una situación similar propia de los tiempos de Jesús. Si se actuara así, se caería en un gran error, pues las diferencias introducidas por el paso del tiempo pueden ser muy significativas. En este análisis debe prestarse atención al contexto global de las sociedades antiguas. Con frecuencia, las diferencias de detalles en las narraciones de los diferentes evangelistas muestran los cambios en esos contextos sociales.
3. Atención al lenguaje figurado. La hipérbole no es la única forma de lenguaje translaticio que aparece en la parábola. Abundan las metáforas. La ironía no es infrecuente. Comparaciones hay de muy diversos tipos. El estudiante de las parábolas tiene que estar atento a todas estas formas, pues no pueden interpretarse literalmente. (La presencia de la ironía plantea, casi siempre, un problema. De ordinario, en el lenguaje oral resulta fácil discernir cuándo determinada expresión es irónica. Aunque no siempre es así, el tono de la voz, los gestos y la mímica, alguna palabra intercalada, pueden orientar al interlocutor respecto de la naturaleza irónica de lo que se le dice. Pero esos elementos, o casi todos, desaparecen en el texto escrito. El intérprete ha de ser consciente de ello).
4. Atención al dato insólito. La verosimilitud de la parábola no descarta la introducción de lo inverosímil y sorpresivo. El empleo de este recurso narrativo, que puede asumir varias formas, tiene como propósito destacar algún aspecto significativo del relato. La hipérbole es de uso frecuente para este fin. También la presentación de actuaciones o conductas que no son ni comunes ni esperadas, sobre todo en el mundo antiguo. A veces, lo sorprendente no es tanto la conducta en sí, sino las características de la persona que se comporta de determinada manera, o sea, la intervención de un personaje inesperado. Cuando lo insólito está presente, se convierte en una pista muy importante para la interpretación de la parábola.
5. Lectura «sensual» del texto. Llegados a este punto, con toda la información que se haya acumulado, debe releerse la historia aplicando a ella todos los sentidos de que disponemos, y no solo el de la vista proyectada sobre el papel que contiene la narración. Es a eso a lo que llamamos «lectura sensual»: ver a los diferentes personajes por lo que son, y no a un joven o niño como si fuera un viejo, ni viceversa; oír los diferentes timbres de voces, según sean de hombre o de mujer, de persona mayor o de mozo; oír también las diferentes tonalidades, según el estado de ánimo de quien habla; sentir el toque, cuando de tocar se trate; ver y oler lo que se sirve en los banquetes y experimentar las emociones de los personajes: la alegría de las fiestas de bodas o la profunda tristeza en presencia de algún desastre; el enojo cuando se cometen injusticias o la satisfacción del deber cumplido. Todo esto se encuentra en las parábolas del evangelio, porque, como ya se indicó, lo que dicen las parábolas ha sido arrancado de la vida real.
6. Descubrimiento del contacto. Hasta ahora se ha tratado de la trama misma de la narrativa. Si todo acabara ahí, se estaría en presencia, no de una parábola, sino de un cuento cortísimo: breve, interesante, sorprendente, entretenido, quizá, pero nada más. Lo que hace a la parábola parábola es el «plus ultra», lo que está «más allá» de esa trama. Remedando lo dicho por un poeta, podría afirmarse que la esencia de una parábola es lo que queda de un relato cuando se ha olvidado la trama.
Para ello es necesario descubrir cuáles son los puntos de contacto entre el relato (o sea, el mundo simbólico) y lo que quiere acentuar quien lo cuenta (a saber, el mundo real). Y para lograrlo hay que responder a las preguntas del porqué y del para qué: ¿Por qué contó Jesús la parábola que se está estudiando? ¿De qué hablaba? ¿Qué la provocó? ¿Qué preguntas o qué críticas le lanzaron? Hay que prestar atención, además, a los datos internos de la narración que puedan arrojar luz. Porque la parábola no se dice porque sí. Con frecuencia, la información que pedimos está dada en el contexto del relato. A veces, explícitamente. En otras ocasiones, de manera implícita. Y hay casos en los que no aparece del todo. En estos, lo que corresponde es analizar las posibles relaciones con el contexto literario inmediato, para desentrañar el significado.
Aquí juega un papel importante la manera como se resuelve la trama en la misma narración. Hay relatos en el que el final es claro, según la misma historia. En otros, hay muchas preguntas que quedan pendientes. En el caso de la parábola de los talentos (Mt. 25:14–30), es claro, a pesar del dicho enigmático sobre los que tienen y los que no tienen (v. 29). Sucede lo mismo con la parábola de la dracma perdida. Pero en otros casos, no. La parábola del hijo pródigo deja unas cuantas preguntas sin responder. De hecho, le falta el final.
Sea como fuere, siempre queda un último elemento, también indispensable: el desafío que la parábola le presenta al oyente. Al igual que lo que acabamos de decir, tal desafío a veces es manifiesto, y el Señor lo añade al relato mismo, invitando a los oyentes a completarlo: «¿Cuál de ellos le amará más?» (Lc. 7:42); «pues ve y haz tú lo mismo» (Lc. 10:37). Pero hay ocasiones en que no es necesario decir nada más: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley quisieron arrestar a Jesús en aquel mismo momento, porque comprendieron que al decir esta parábola se refería a ellos” (Lc. 20:19. La parábola va desde el v. 9 hasta el 15.)
VII. EL SALTO. Después de todo esto, queda una tarea todavía por realizar: responder a la pregunta acerca del significado para la comunidad cristiana y para quienes no forman parte de ella en el mundo en el que vivimos actualmente.
El salto de un texto y una forma literaria del siglo I hasta el mundo del siglo XXI es la verdadera culminación del trabajo hermenéutico: ¿Qué nos dicen a nosotros las parábolas que encontramos en los Evangelios?
Para responder a esta pregunta hay que repetir el proceso, pero tratando de entender el mundo de nuestros tiempos para buscar luego los puntos de contacto con el mundo real de la parábola.
Hemos evitado a propósito el uso de la palabra «enseñanza», no porque sea errónea, sino para no dejar la impresión —que a nuestro entender sería falsa— de que Jesús enseñó verdades abstractas, dogmas o doctrinas, por medio de las parábolas. El conjunto de las parábolas no constituye un tratado de dogmática. Más que con el mundo de las abstracciones teológicas, las parábolas tienen que ver con el mundo de los seres humanos y su complejo entramado de relaciones.
Ítem más: la parábola no es meramente un atractivo recurso metodológico. Su verdadero sentido está en el hecho de que en ella se unen indisolublemente la palabra (es decir, el hecho literario de la parábola como relato) y la acción (o sea, el contenido mismo de ese relato que siempre incluye alguna actividad, pues es una «historia»). De esta manera, la parábola refleja dramáticamente el ministerio de nuestro Señor en su propia naturaleza, y en ella se vinculan dos realidades: la de la Palabra que es Jesús y la de la palabra que él pronuncia.
Indicábamos que las parábolas atañen a los seres humanos y al complejo de relaciones del que estos están constituidos. Primerísima entre esas relaciones es la que se mantiene con Dios. Y como el segundo mandamiento es semejante al primero, le sigue la que tiene que ver con el prójimo, porque «en el amor se cumple perfectamente la ley» (Ro. 13:10). Incluye también la relación con la naturaleza, animales y plantas por igual, y con la tierra misma. No podía ser menos, ya que las parábolas del Evangelio se nos dan en una sociedad agrícola y ganadera, en la que no faltan, por supuesto, comerciantes y prestamistas.
¿Cómo ha de ser ese conjunto de relaciones y todas las exigencias y oportunidades que ellas representan? Lo señalan las parábolas. Por eso, gran número de ellas se refiere al reinado (Reino) de Dios. No son simples historias moralizantes. Son relatos que hablan de la irrupción de Dios en todos los estratos de la vida humana, personal y social. De ahí que no deba resultarnos extraño que las parábolas hayan tenido muy diversos auditorios. Muchas de ellas iban dirigidas a los opositores de Jesús. Otras, principalmente a una sola persona (el buen samaritano: Lc. 10:29–30; los dos deudores: Lc. 7:40). Varias, a grupos de personas muy diversos, como el de los jefes de los sacerdotes y los ancianos (los labradores malvados: Mt.21:23 y 33), el de fariseos y maestros de la ley (Lc. 15:2–3) o el de los discípulos del propio Jesús (la oveja perdida: Mt. 18:1, 12). También tenemos parábolas dirigidas a la multitud, a «mucha gente» (entre la que habría gente de las categorías anteriores: el sembrador: Lc. 8:4). Todos quedan dentro del campo de influencia de las parábolas, pues a todos van dirigidas.