Deudor

Deudor Aunque la ley israelita admitía que un deudor se vendiera a sí mismo como esclavo para saldar una deuda (Lv 25:39, 47) y que el → Ladrón (→ Robo) incapaz de restituir se vendiera como esclavo (Éx 22:3), sin embargo, no autorizaba al acreedor a poner sus manos sobre el deudor (Dt 24:7). Por otra parte, parece que la ley israelita apoyaba la costumbre antigua de que un padre vendiera los suyos para pagar una deuda (Éx 21:7). En todo caso, en 2 Reyes se habla de una viuda que recurrió a Eliseo para no verse obligada a vender sus dos hijos (4:1–7). Nehemías habla de padres que se ven en el trance de vender sus hijos para hacer frente a sus deudas (5:5; cf. Gn 47:18, 19; Is 50:1). Amós censura a los acreedores que vendían sus hermanos israelitas porque estos no les pagaban un par de sandalias (2:6).

En el Nuevo Testamento se cuenta una parábola que narra acerca de un señor que mandó a vender un siervo que le debía una fuerte suma: él, su mujer y sus hijos (Mt 18:25). Este mismo relato nos hace ver, además, que en tiempos de Cristo se conocía la prisión por deudas.

Las relaciones entre acreedores y deudores solían ser muy tensas en Israel. Jeremías alude al odio que las animaba (15:10). Más de un deudor prefería salir del paso, dándose a la fuga. No obstante, la legislación procuró siempre proteger al deudor, refrenando los abusos de los acreedores con medidas en favor de quienes, por su insolvencia, tuvieron que venderse como esclavos (→ Año sabático).

Jesús no permaneció insensible ante las preocupaciones del pueblo en este aspecto. Además de la parábola que acabamos de mencionar, refirió la parábola del mayordomo infiel (Lc 16:5ss) y la de los dos deudores desiguales (Lc 7:41ss). En el modelo de oración, que el Señor propuso a los suyos, dice literalmente: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6:12). Son conocidas, además, aquellas palabras de Pablo: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Ro 13:8, BJ).