LAVAMIENTO DE PIES

Costumbre que ocupaba en la antigüedad un lugar principal entre los deberes de la hospitalidad. La primera referencia la tenemos en Gn. 18:4 en relación con la visita de los «tres varones de Yahvé» a Abraham en el encinar de Mamre. El patriarca dio enseguida la siguiente orden: «Que se traiga un poco de agua para que lavéis vuestros pies y os recostéis debajo del árbol». Era una señal de respeto hacia el invitado y una muestra de afecto por parte del anfitrión. Tiene su origen en las circunstancias climáticas peculiares de Oriente, donde la limpieza tiene importantes consecuencias, como prevenir la enfermedad de la > lepra. Al igual que todos los actos sociales importantes para la comunidad y el individuo, la práctica del lavamient de pies recibe una sanción religiosa: limpieza y piedad van de la mano, pureza física y pureza ritual.
Los pies en la antigüedad no estaban tan protegidos como hoy en día. El calzado habitual consistía en unas simples > sandalias —el equivalente a la suela de un zapato moderno—, y eran muchos los que caminaban con los pies descalzos; se entiende, pues, que lavar los pies del caminante se tuviera como una de las obligaciones más apremiantes, debidamente ritualizada (Gn. 18:4; 19:2; 24:32; Jue. 19:21; 1 Sam. 25:41). Siervos y criados tenían la misión de cumplir este deber. Precisamente, y para sorpresa de sus discípulos, Jesús adopta la posición de un esclavo cuando lava los pies de los doce (Jn. 13). Fue un acto simbólico lleno de eneñanzas de buena voluntad y humildad, tan necesarias en la nueva comunidad del Reino de Dios, mostrando de paso que el amor dignifica todos los oficios y servicios, por humildes que sean. Lo curioso es que Jesús procedió a lavar los pies después de la cena, no antes, como era la costumbre, quizá para contrarrestar el uso supersticioso de la misma, evitando añadir una nueva superstición.
Lavar los pies de los santos figura entre las buenas obras de las viudas, que las hacían merecedoras del honor de ser mantenidas por la comunidad (1 Ti. 5:10). En la Iglesia primitiva se observó no solo el espíritu, sino la letra del mandamiento de Jesús: «Ejemplo os he dado, para que así como yo os hice, vosotros también hagáis» (Jn. 13:15). San Agustín habla de esta práctica, así como de las dudas respecto al día en que la ceremonia debía efectuarse (Ep. 118, ad Januarium). El Sínodo de Toledo (cap. III, año 694) afirma que tiene que hacerse el día del aniversario de Cristo, o sea, el jueves, 14 de Nisán. En la Iglesia griega el lavamiento de pies se considera un sacramento. En la Iglesia latina, Bernardo de Claraval lo recomienda como un sacramentum remissionis peccatorum quotidianorum, pero no se convirtió en práctica pública generalizada en ninguna congregación. Durante la Edad Media se observó respecto a la consagración de príncipes y obispos. Los Anabaptistas practicaron el lavamiento de pies en obediencia a los textos citados (Confessio de los Bautistas Unidos, o Menonitas, de 1660).