Palmera

Heb. 8558 tamar, תָּמָר, de una raíz que sign. «estar erguido», «palmera»; árabe tamar; gr. 5404 phoînix, φοῖνιξ, que designa la palmera datilera. Árbol grande (Cnt. 7:7, 8), recto y alto, que sirve como símil para el crecimiento del justo (Sal. 92:13) y era contado entre los árboles frutales (Jl. 1:12). Inspiró los motivos decorativos del Templo de Salomón y de otros santuarios (1 R. 6:29, 32, 35; Heródoto 2:169). Simbolizaba además la victoria y la paz (1 Mac. 13:51; 2 Mac. 10:7; Jn. 12:13; Ap. 7:9).
La expresión «ramas de palmeras» que se halla en pasajes como Lv. 23:40; Neh. 8:15; Jn. 12:13 no se corresponde con el actual lenguaje botánico. Son pocas las palmeras que presentan ramas en este sentido, y la datilera, de la que se hallan ciertas especies en Palestina, no las tiene. Este término se refiere entonces a las palmas, que se asemejan a grandes plumas, y que tienen una longitud de 1,20 a 1,80 m.
Las palmeras abundaban en el valle del Nilo; las había en Elim, en el desierto, cerca del mar Rojo (Ex. 15:27) y en Edom (Virgilio, Geórgicas 3, 12). Crecían con facilidad en diversos lugares de Judea, En-gadi, las costas del mar de Galilea y el valle del Jordán, especialmente en Jericó, «la ciudad de las palmeras» (Dt. 34:3; Jue. 1:16; 2 Cro. 28:15). Según Estrabón, Josefo y otros autores, el bosque de palmeras de Jericó tenía 20 km. de longitud y, a decir de Plinio, sus dátiles eran los mejores, gracias a lo salino del terreno (cf. Gn. 14:7, donde aparece la palmera en el nombre geográfico de Hazezon-tamar; Dt. 34:3; Ant. 9:1, 2; Guerras 1:6, 6; 3:10, 8); los nombres de > Sansana (al sur de Judá, Jos. 15:31) y de > Quiriat-sana (Jos. 15:49) evocan las palmeras. Se hallaban también en el monte de Efraín, cerca de > Bet-el (Jue. 4:5; 20:33); cerca de Jerusalén (Neh. 8:15; Jn. 12:13); y al este de Damasco, en la ciudad que recibió sucesivamente los nombres de > Tadmor y > Palmira. También eran abundantes a lo largo del curso inferior del Tigris y del Éufrates (Heródoto 1, 193).
Los griegos y los romanos las consideraban como el árbol típico de Palestina y países colindantes. Las monedas acuñadas en Roma para conmemorar la toma de Jerusalén en el año 70 d.C. representaban a Judea bajo la imagen de una mujer desolada sentada bajo una palmera datilera.
Este árbol, tan extendido en Palestina en el pasado, desapareció casi del país con excepción de la franja marítima de Filistea y los parajes de Beirut; ahora se han vuelto a plantar grandes extensiones.
La palmera que se halla constantemente en las Escrituras es casi siempre la Phoenix dactylifera, palma datilera que se levanta entre 14 y 20 m. de altura. Su estípite (tallo largo y sin ramificar), derecho y de grosor constante, lleva las marcas de las palmas caídas, y está coronado por una copa de grandes palmas siempre verdes. Tiene una vida de 100 a 200 años; con él se pueden hacer techos, paredes, empalizadas, esteras y canastos. Se atraviesa la parte tierna de la espata para extraer el jugo, del que se obtiene azúcar por evaporación. Mediante fermentación o destilación se transforma el jugo en una bebida fuerte, llamada arrack (Josefo, Guerras 4, 8, 3; Heródoto, Hist. 1, 193). Su fruto, el > dátil, es muy abundante y apreciado por su gran valor alimenticio. Los persas mencionan 360 usos diferentes de la palmera datilera. Los huesos de los dátiles sirven de alimento a los camellos.
Por su belleza, utilidad y el frescor que proporciona, la palmera es utilizada como imagen de prosperidad y bienestar. Así, se dice que «el justo florecerá como la palmera», que fructificará aun en la vejez (Sal. 92:12–15). El talle de la mujer hermosa es semejante a «una palmera, y sus pechos como racimos de dátiles» (Cant. 7:7–10).
Como señal de triunfo se mencionan las palmas en la entrada de Jesús en Jerusalén (Jn. 12:13), y también en las manos de la «gran multitud de todas las naciones y razas y pueblos y lenguas» de la Jerusalén celestial (Ap. 7:9).
a. cabezón martín
PALMIRA
Gr. Palmyrá, Παλμυρά, Palmirá, Παλμιρά; heb. Tadmor, תַּדְמֹר, prob. «ciudad de las palmas»; Josefo dice que los sirios la llamaban Tadmor, y Palmira los griegos (Ant. 8, 6, 1). El árabe actual conserva sustancialmente el antiguo nombre heb., a saber, Tadmur, en la moderna Siria, a unos 215 km. al noreste de Damasco.
Palmira era conocida desde la antigüedad como escala de las caravanas que recorrían la ruta de la seda. Conoció su esplendor por el siglo III d.C. durante el reinado de Zenobia, que consiguió extender los dominios de la urbe y hacer frente a la todopoderosa Roma. Consiguió forjar una Palmira tan rica y avanzada, que tenía su propia lengua y su propio arte, el palmireno, que halló en la piedra caliza y dorada de las montañas que rodean la ciudad su materia básica. La calle principal da paso al espectacular tetrápilo, donde se encontraba la estatua, hoy ausente, de la célebre monarca; a la izquierda, el teatro y el ágora; y al fondo, lo que queda de los edificios del campo de Diocleciano. Cerca está el pórtico, que todavía sigue en pie, del templo de Nabú, el dios de los oráculos. Más allá, un poco alejadas, se levantan las torres funerarias de las familias nobles de la ciudad. Y frente al arco, el templo de Bel con su inmenso patio de 210 por 205 m. repleto de columnas deshechas por el viento, que pasó de lugar de sacrificios en honor al dios Bel a ser una iglesia en la época bizantina, una fortaleza árabe y una mezquita en tiempos de los mamelucos. Su esplendor concluyó en el siglo XV, cuando un saqueo lo destruyó junto a toda la ciudad, que se convirtió en un montón de ruinas.
Tras la conquista romana de Siria, Palmira devino un importante centro caravanero y comercial. Bajo la administración romana, dada su ubicación en la frontera con el Imperio parto, Palmira se enriqueció con los impuestos y garantizando seguridad a las rutas caravaneras. Los árabes seminómadas asentados en Palmira adoptaron la lengua y la escritura aramea, la lingua franca del mundo antiguo, cuyo alefato desarrollaron a su manera.
Durante un corto período de tiempo, ejerció una influencia que llegó hasta Egipto y Asia Menor, permaneciendo firme ante el poderoso Imperio romano. Pero en el año 226 d.C. el Imperio parto se hundió y su lugar fue ocupado por los Sasánidas. De esta crisis Palmira salió fortalecida, y entre los años 265 y 267 su mandatario Odenathus u Odainath ocupó Siria y Egipto convirtiéndose en una espeecie de emperador de la Roma del este. Su esposa, Septimia bath Zabbai o Zenobia, ha dejado huella en la historia. Sin embargo, poco después, en el año 272, Palmira se rindió a Roma y tras una revuelta, fue destruida. Aunque posteriormente resurgió de sus cenizas, nunca recuperó su prosperidad política ni comercial. Véase TADMOR.