Persia

Heb. 6539 Parás, פָּרַס; del persa Pars, «puro, espléndido», o de Parash, פָּרָשׁ, «caballo», animal abundante en el país; Sept. Persis, Πέρσις; Vulg. Perses.
1. Historia.
2. Religión.
3. Persia en la historia judía.
4. Arqueología.
I. HISTORIA. País de los antiguos persas, que se extendía al sureste del Elam. En inscripciones asirias se menciona a los persuas, nombre del que los griegos derivaron persai, πέρσαι, «persas» (heb. parsí, פַּרְסִי). Los árabes dieron el nombre de Fars al territorio de los persas (moderno Irán), que se corresponde con mucha aproximación a su nombre original Pârsa. La Persia propiamente dicha estaba limitada al norte por la Gran Media (Media Magna), al suroeste por el golfo Pérsico, al este por Carmania (el actual Kermán) y al noroeste por la Susiana. La antigua Persia medía aproximadamente 400 km de longitud, 320 de largo, y una superficie inferior a los 125.000 km2
En un sentido más general se usaba el nombre de Persia para designar la altiplanicie del Irán, la región vecina al golfo Pérsico, y los países bañados por el Tigris, el mar Caspio, el Oxus, el Laxartes y el Indo (1 Mac. 6:1; 2 Mac. 1:19). En términos generales, era una región improductiva (Heródoto, 9, 122; Arriano, Exp. AlÉx. 5, 4; Platón, Leg. 3), pero contenía varios distritos de considerable fertilidad.
La tabla genealógica de las naciones (Gn. 10) no menciona a los persas, cuyo poderío político no se manifestó hasta muchos siglos después en la historia judía (cf. 2 Cro. 36:20, 22; Esd. 4:5ss; 6:14ss; Ester 1:3; 8:10; 1 Mac. 1:1). De origen iranio, los persas pudieron haber emigrado hasta esa parte del suroeste de Asia hacia el 1500 a.C. Aparentemente fueron capaces de subyugar a los pueblos que ya habitaban esas tierras, acabando por mezclarse con ellos, aunque su dominación sobre áreas particulares se refleja en los nombres derivados de lugares como Parsua y Parsumash. Los dirigentes persas decían ser descendientes de un primer monarca, Aquemenes (o Hakhamanish, del clan persa Pasargada, la clase dirigente). Los gobernantes asirios enviaron en el siglo IX a.C. expediciones contra ellos. En el siglo VII los persas se aliaron con los medos, creando así un estado fuerte que logró abatir el poderío asirio al conquistar y destruir la ciudad de > Nínive en el 612 a.C.
Ciro II, llamado el Grande, accedió al trono de Anshán, ciudad de fuerte tradición elamita, hacia el año 558 a.C. Fue el forjador de la unidad de Persia y de la construcción de su imperio. Después de haber luchado junto a los medos contra los asirios, acabó con el poder de sus antiguos aliados, matando en batalla al rey medo Astiages (que era su abuelo por parte de madre), en los llanos de Pasargada a mediados del s. VI a.C. En un sorprendente breve espacio de tiempo, extendió sus conquistas desde Elam y Media al oeste y el norte. Avanzó sobre el Asia Menor, y tras derrotar a los lidios del rey Creso (547 a.C.), estableció el imperio más grande hasta a aquel momento jamás conocido en el Oriente Próximo. Hizo de > Ecbatana (la actual Hamadam) su capital, que también había sido la sede del trono medo, al tiempo que hizo de Susa la capital alternativa. Creó y embelleció una nueva residencia en Pasagarda, cuya construcción empezó en el año 546 a.C. Murió en combate (530 a.C.) luchando contra los maságetas, un pueblo escita. Permitió que los exiliados judíos retornaran a su país y reconstruyeran su Templo.
Su hijo Cambises II le sucedió en el año 530. Celoso de su hermano Smerdis (Bardiya), lo hizo matar en secreto. En el año 525, Cambises conquistó Egipto contra Psamético III, y permaneció allí durante tres años. Un mago llamado Gaumata consiguió hacerse pasar por el difunto Smerdis (por lo que se le da el nombre de pseudo-Smerdis), y reinó durante siete meses del año 522, año de la muerte de Cambises, lo que supuso la disgregación del poder central.
Darío I, hijo de Histaspes, era el pariente más cercano de Ciro, en cuanto descendiente de otra rama de Aquemenes, cuya línea directa había quedado extinguida, y logró salir triunfador tras acabar con Gaumata. Comenzó a reinar el año 522 a.C. Su ascensión al trono provocó una revuelta general de las provincias. Darío reprimió la insurrección y reorganizó el imperio hasta llevarlo a su máximo esplendor, desde la India, al este, hasta las islas del Egeo al oeste; por el norte llegaba hasta el Danubio, el mar Negro, el Cáucaso y el mar Caspio; por el sur, hasta los desiertos de Arabia y hasta Nubia (Est. 1:1; 10:1). Tenía más de 4.800 km. de longitud y una anchura variable entre los 800 y 2.400 km. Su superficie era de 5.000.000 km2., la mitad de la de Europa. Para su administración lo dividió en veinte satrapías. Fundó un sistema centralizado apoyado en una excelente e intrincada red de comunicaciones a caballo. Así, los persas fueron el primer pueblo de la antigüedad en usar el caballo eficazmente. De hecho, a ellos se debe el primer servicio de > correos del mundo. Los jóvenes de la nobleza persa aprendían tres cosas: montar a caballo, tirar al arco y decir la verdad (hippeúein kaí toxeúein kaí alethízesthai, (ἱππεύειν καὶ τοξεύειν καὶ ἀληθίζεσθαι, Heródoto, Hist. 1, 136).
Al final, el ejército de Darío fue derrotado por los griegos en la batalla de Maratón. Su hijo Jerjes I le sucedió en el trono en el 486 a.C. Es el > Asuero del libro de Ester y, probablemente, de Esd. 4:6; reconquistó Egipto e intentó invadir Grecia, pero su ejército fue aplastado en Salamina. Jerjes I reinó 21 años y fue asesinado en el 465 a.C. Artajerjes I Longímano, su hijo y sucesor, de carácter más elevado pero voluble y débil, no fue hostil a los judíos. Permitió que Esdras llevara a numerosos judíos a Jerusalén y autorizó a Nehemías la reconstrucción de las murallas de la ciudad. Murió en el año 425 a.C. tras haber reinado 40 años. Fue sucedido por Darío II (423–405) tras duras disputas dinásticas que originaron secesiones. Le siguen Artajerjes II Mnemón (405–359) y Artajerjes III (358–338), que reunifica el Imperio y es asesinado. En 336 le sucede Darío III Codomano, bisnieto de Darío II, que será vencido por > Alejandro Magno (331). Uno de sus generales, > Seleuco I, casado con una princesa persa, gobernó el antiguo territorio del Imperio aqueménida desde el 311, e inició la rivalidad con los partos, procedentes del este. Los > seléucidas introdujeron una cultura helenística importante, mezclando elementos griegos con persas.
Las capitales de los reyes de Persia fueron Pasargada, > Persépolis (2 Mac. 9:2), > Susa (Neh. 1:1; Est. 1:2), > Acmeta (Esd. 6:2; Ant. 10:11, 7), conocida también como > Ecbatana, y > Babilonia en cierta medida (Esd. 6:1).
II. RELIGIÓN. Se sabe que los persas practicaban el mazdeísmo, que no imponían a sus súbditos. Esta fue la religión oficial persa desde Darío I. Ciro, el fundador del Imperio, era más sincretista que mazdeísta. El clero estaba en manos de los magos, que, según Heródoto, eran un grupo medo (Hist. I, 101). El término mazdeísmo prob. derive de Mazdayasna, una expresión compuesta del avéstico que combina el último elemento del nombre Ahura Mazda y la palabra avéstica yasna, «devoción». Su fundación se atribuye a las enseñanzas de Zoroastro o Zaratustra (gr. Zarastrades, Ζαραστράδης y Zoroastres, Ζωροάστρης). Fue originalmente practicada por tribus de lengua irania que se instalaron en el Turquestán occidental entre el II y el I milenio a.C., estrechamente ligadas con los indoarios, los cuales aportaron el sánscrito y todas sus lenguas derivadas en la India del norte, a partir del año 1700 a.C. Reformada por Zaratustra, Ahura Mazda vino a ser considerado como el único Creador increado de todo, frente al primitivo dios Mithra. No es propiamente una religión monoteísta, ya que la creencia en un dios principal y supremo coexiste con una deidad negativa opuesta al bien, como las tinieblas a la luz. Ahura Mazda es el dios principal, venerado bajo la forma del fuego eterno, símbolo divino. Ahura Mazda es el comienzo y el fin, el creador de todo, el que no puede ser visto, el Eterno, el Puro y la única Verdad. Frente a él se encuentra Ahrimán, el principio del mal, poderoso y autoexistente, causante de la muerte, la guerra, la enfermedad, la pobreza, la sequía y todos los males de la humanidad. El zoroastrismo desarrolla los conceptos abstractos de cielo, infierno y juicio personal de ultratumba, de los que había leves alusiones en el mazdeísmo primitivo. Los textos sagrados del zoroastrismo se reunieron en una colección llamada > Avesta.
El dualismo ontológico de esta religión, presentado como una batalla espiritual y celeste entre el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, lleva aparejado el compromiso ético con el bien en la eterna batalla contra el mal. Las personas son libres y responsables de sus actos, obligadas a actuar en conciencia. El premio o el castigo, la dicha o la desgracia dependen del modo de vida. La moral zoroastrista recomendaba la lucha contra el mal, la práctica del bien, la búsqueda de la pureza de pensamientos, las buenas palabras y los buenos actos. La inmortalidad y el cielo serán la recompensa para las almas de los puros. Los que actúan mal se dirigen hacia su ruina temporal y eterna. Se enseñaba que hay un puente que todas las almas deben cruzar para ser juzgadas por sus pensamientos, palabras y actos. La angelología y la demonología también estaban muy desarrolladas. El judaísmo tardío refleja una cierta influencia de las creencias mazdeas admitidas durante su período de dominación persa.
Los persas conservaron su religión a lo largo de los siglos. Los que rehusaron someterse al Islam huyeron a los montes y a los desiertos. En el siglo VIII d.C., una gran cantidad de ellos se refugió en la India. Sus descendientes siguieron practicando el mazdeísmo y reciben el nombre de parsis.
III. PERSIA EN LA HISTORIA JUDÍA. La liberación del > destierro en Babilonia pudo realizarse gracias a la formación del Imperio persa, cuyo fundador, Ciro, permitió a todos los pueblos exiliados, entre ellos también los judíos, regresar a su patria y reorganizar su Estado. Los judíos habían marchado al destierro por última vez el año 587 por orden de > Nabucodonosor. En un principio habían sido recluidos en una especie de campos de concentración, de donde fueron sacados para dedicarse a trabajos de construcción, canalización y riegos agrícolas. Se establecieron en lugares cercanos a Babilonia, junto al río Kebar, en Tell Abib (Ez. 3:15) y otros lugares de la región de Nippur. Acudían a Babilonia en busca de trabajo o se afincaban en el campo dedicados a la explotación agrícola (Ez. 3:15–23). Pronto gozaron de relativa libertad de movimientos, autorizándoseles a enviar cartas a Judá (Jer. 29; 51:59; Neh. 1:1ss), agruparse y gobernarse por sus ancianos (Jer. 29:1; Ez. 8:1; 14:1). Con el tiempo, la fortuna sonrió a no pocos, que atesoraron grandes riquezas y ocuparon elevados cargos, mientras que otros vivían en la indigencia. Se han conservado los archivos de la familia Murashu, que en tiempos de Artajerjes I y Darío II se dedicaban a operaciones bancarias, al comercio, administración de bienes, etc. (G. Cardascia, Les Archives de Murashu, París 1951). Con abundantes medios de vida en Babilonia, se comprende que muchos se negaron a repatriarse llegado el momento de la libertad en tiempos de los persas. La administración aqueménida se mostró liberal con los pueblos subyugados por Babilonia, a los que se autorizaba a gobernarse según sus propias leyes. La política persa no intentó inmiscuirse en los asuntos religiosos e internos de los pueblos, solo pidió obediencia y tributo. En ningún momento pretendieron establecer la unidad del imperio imponiendo a la fuerza su religión. Ciro se presentó en Babilonia como el elegido de Marduk, en Ur como el enviado de Sin, y ante los judíos como el ejecutor de las órdenes de Yahvé. Las estatuas de los dioses pudieron volver a sus antiguos santuarios de donde se las había llevado Nabonido. Ciro restituye a Jerusalén, no la estatua inexistente del dios judío, sino los vasos sagrados y el ajuar cultual que habían sido tomados por Nabucodonosor (Esd. 6:3–5).
Mediante un edicto real (538 a.C.) Ciro ordenó la restauración del Templo de Jerusalén y un permiso de repatriación (Esd. 1:2–11; 2 Cro. 36:22–23). La aplicación del edicto choca con problemas de competencia entre los repatriados, que creen que el edicto les afecta a ellos principalmente, la administración provincial existente ya en Jerusalén y los intereses de la vecina Samaria. Los repatriados reivindican una especie de autonomía personal, limitando a su propio círculo la validez del edicto de Ciro y los derechos sobre el nuevo Templo de Jerusalén. Para buscar su autoafirmación recurren a genealogías, que les dan la legitimidad de pertenecer al pueblo judío. La autoridad central intenta dirimir el asunto, y así Darío I (520 a.C.) renueva el edicto de Ciro aplicándolo a los repatriados. > Zorobabel, descendiente de David, es nombrado gobernador, y > Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote. Se establece así un doble poder, civil-real y sacerdotal, en un descendiente de David y un descendiente del sacerdote Sadoc. Tres profetas, > Hageo, > Zacarías y > Malaquías, van a iluminar el panorama del regreso. Según parece, la reedificación del Templo ordenada por Ciro avanzaba muy despacio e hizo falta un nuevo edicto real para emprender de nuevo los trabajos. Las obras del Templo no se terminaron hasta el 515. > Esdras (458 a.C.), sacerdote y escriba, es nombrado letrado, funcionario real, para la «ley del Dios del cielo». Cien años después del primer regreso, lleva a cabo una reforma jurídica que en realidad es una reforma religiosa: la Ley será su norma de fe y costumbres; de su meditación y estudio surgirán diversas leyes encaminadas a separar, segregar al pueblo escogido de las gentes del país y obligarle a un comportamiento escrupuloso de las leyes divinas. > Nehemías (445 a.C.) completa esta reforma con las reedificación de las murallas de Jerusalén, a modo de recinto sagrado separado de lo gentil y, por otra parte, baluarte de defensa contras las acometidas e infiltraciones enemigas. El Israel postexílico se agrupa en torno a un solo Dios y a un único Templo servido por sacerdotes y levitas, que ocupan un puesto dominante en el aspecto social, económico, político y religioso de la pequeña nación. En las sinagogas empezaron a leerse la Ley y los Profetas, con lo que se recuerda constantemente al pueblo sus deberes religiosos. Un cuerpo de escribas se entrega al estudio de la Escritura.
IV. ARQUEOLOGÍA. En los años 30 el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago llevó a cabo la mayor parte de las excavaciones de la ciudadela de > Persépolis, y posteriormente el Servicio Iraní de Arqueología, sacando a la luz el esplendor y grandiosidad de la arquitectura aqueménida. De Pasagarda, la primera capital del Imperio, solo quedan escasos restos de palacios y pabellones reales, a nivel de basamento, con fragmentos de relieves escultóricos, diseminados entre campos cultivados. En uno de los palacios, una columna de piedra de 13 m. de altura ostenta la célebre inscripción trilingüe (persa antiguo, elamita y acadio), uno de los pocos testimonios epigráficos de época aqueménida en los que aparece el nombre de Ciro, la tumba del cual se encuentra en aquel lugar. Es un imponente monumento de piedra blanca que se eleva sobre siete escalones en medio de la llanura y termina en un techo a dos aguas.
En > Ecbatana se ha descubierto una inscripción de Artajerjes II Mnemón recordando la construcción de un palacio. En > Susa, capital de invierno de la corte imperial persa durante la dinastía de los aqueménidas, se ha sacado a la luz el magnífico palacio real iniciado por Darío I, completado después y embellecido por sus sucesores. La decoración, de gran perfección, estaba hecha con ladrillos esmaltados con relieves de animales fabulosos y de toros. El friso de los arqueros de Susa es particularmente célebre (una parte de él está expuesta en el Museo del Louvre en París).
La denominada inscripción de Behistum, próxima a la aldea iraní del mismo nombre, en la vía natural que tradicionalmente comunicaba Hamadán con Babilonia, es un monumento de 50 m. de largo por 30 de ancho, esculpido sobre la ladera de un acantilado y a más de 50 m. de altura sobre el fondo del valle, lo que lo hace casi inaccesible. Representa en un bajorrelieve la victoria de Darío I sobre sus enemigos. Aparece representado con el pie derecho sobre el mago Gaumata, y una serie de hombres atados en la parte posterior. En la parte superior aparece una representación del dios Ahura-Mazda en medio de un disco solar alado. A los lados y debajo de la escena se hallan catorce columnas de inscripciones cuneiformes redactadas en persa antiguo, acadio o babilonio y elamita. El texto explica el ascenso de Darío al trono persa y celebra las victorias y la pacificación conseguida finalmente por el rey tal como él mismo ordenó registrarlas y grabarlas en septiembre del año 520 a.C. El texto fue transcrito a partir de 1835 por sir H. C. Rawlinson con enormes dificultades, dada su ubicación. Nueve años más tarde presentó ante la Royal Asiatic Society de Londres no solo la primera copia exacta del texto sino también su traducción completa a partir del desciframiento del cuneiforme persa, asegurando a los modernos eruditos la clave para descifrar el lenguaje babilónico e incrementando la comprensión del persa (“Memoir on the Cuneiform Inscriptions of Ancient Persia”, en Journal of the Asiatic Society, vol. 10 y 11. Londres 1846).
El edicto de Ciro se encontró más tarde, ya en la época de Darío, en el archivo real, escrito en idioma arameo (Esdras 6:2–4), lengua oficial del Imperio.
El hallazgo de un cilindro de arcilla escrito en idioma persa y con caracteres cuneiformes, datado en 539 a.C., confirma la existencia del edicto de Ciro. El texto original del cilindro dice así: «Desde Jerusalén hasta Assur y Susan, hasta Agadé y la Tierra de Esnún, hasta la ciudad Zamban y Der, en la tierra de Kuti y las ciudades sagradas al otro lado del río Tigris, donde se fundaban las moradas de los dioses, hice llevar de vuelta los dioses y les daba morada eterna e hice reunir todos los hombres y los mandé reubicar en su terreno». Véase AQUEMÉNIDAS, ARTAJERJES, AVESTA, CIRO, DARÍO, ELAM, ESDRAS, MEDIA, NEHEMÍAS, PARTIA, PERSÉPOLIS, SELEÚCIDAS.