INMORTALIDAD

INMORTALIDAD (en griego, athanası́a). Término usado en la literatura y mitología griegas y hecho popular en tiempos de Sócrates (470–399 a.C.) y Platón (427–347 a.C.). Se aplicó a los dioses griegos, a quienes se atribuía la cualidad de ser inmortales. Para los griegos este concepto no solamente tenía una connotación temporal, sino implicaba especialmente la participación del individuo en la gloria de los dioses. Por tal razón todo griego buscaba la divinización como meta de su vida.
Originalmente este término nunca se refirió a lo que ahora se entiende por la inmortalidad del → ALMA. Fue con el surgimiento de la escuela platónica que este concepto se convirtió en dogma.
En el Antiguo Testamento no encontramos un término equivalente a inmortalidad; sin embargo, el concepto de la supervivencia después de la → MUERTE es claro. La idea de inmortalidad en el pensamiento hebreo surge a partir del conocimiento de Jehová, el Dios viviente de los hebreos, y de su relación con los hombres y por ende con la muerte. El hombre afirma su supervivencia post mortem por la garantía de la eternidad de Dios. El Antiguo Testamento no cesa de recalcar esta cualidad de Dios frente a los otros dioses (Sal 18:46; 42:2; 84:2; 96:5s; 106:28ss; 115:3–8; Jer 10:11; 23:36; Os 1:10). El señorío de Dios sobre la muerte se muestra claramente en la vida de Enoc (Gn 5:24) y Elías (2 R 2:10, 11), a quienes Dios los arrebató sin experimentar la muerte. Según todo lo anterior, es evidente que el Antiguo Testamento manifiesta un desarrollo paulatino, dentro del pensamiento hebreo, del concepto de la inmortalidad. En los períodos intertestamentario y novotestamentario, existían tres corrientes:
En la literatura más antigua (Gn 15:15; 25:8; 37:35; 49:29) aparece la idea de una supervivencia parcial (una proyección o sombra vaga). La personalidad humana no perecía del todo sino que continuaba existiendo en forma pasiva en una región tenebrosa denominada → SEOL. Carecía del «aliento de vida» (Gn 2:7) y permanecía en una soledad existencial sin relación con Dios y los demás hombres (Job 3:13; 10:21s; 17:11–16; 26:5s; Sal 88:11s; 94:17; 115:17). Todavía no había surgido la idea de una retribución en ultratumba; los premios y castigos se reciben en esta vida (Dt 7:12, 13).
En la literatura sapiencial (Job, Salmos, Eclesiastés) surge el clamor de justicia de los justos que sentían cerca la muerte y no habían experimentado la alegría de la bendición divina. Se pone de manifiesto que la vida terrena es insuficiente para premiar al justo y castigar al malo, y entonces aparece la idea de una interrelación Dios-justo. El justo no se preocupa por lo que le sucederá después de la muerte, sino por su comunión con Dios; está seguro de que la muerte no podrá destruirlo. Más aun, se origina la idea de un regreso a la vida, de una → RESURRECCIÓN (Job 19:26; Sal 17:15; 36:8ss; 73:24). El injusto, por otra parte, está condenado a una muerte eterna (Sal 49 y 73).
Estas ideas se agudizaron más después de la catástrofe política del pueblo judío durante el cautiverio, cuando el concepto individualista de retribuciones y castigos se hizo más popular y los conceptos de inmortalidad y resurrección llegaron a su madurez (Is 24:21; 25:8; 26:19; 27:13; 53:8, 10; Ez 37; Dn 12:2; Os 6:1ss). Este nuevo énfasis se encuentra más extendido en los libros extracanónicos (cf. 2 Mac 7:9ss; Las parábolas de Enoc; Baruc y el Testamento de los doce patriarcas). En esta línea continuaron los que permanecieron en el pensamiento tradicional judaico, según el cual no era posible dividir la personalidad humana en cuerpo y alma. Nunca → ALMA (néfes) ni → ESPÍRITU (rúah) significaron entidades capaces de existir aisladas del cuerpo después de la muerte. El Antiguo Testamento resistió la influencia de la religión cananea que celebraba ritualmente la constante vuelta a la vida de un dios que simbolizaba la naturaleza. Con todo, recientes estudios en la literatura de → UGARIT revelan fascinantes similitudes lingüísticas y literarias con nuestros Salmos, sobre todo en torno a los conceptos de inmortalidad, paraíso, resurrección y ascensión (cf. Sal 1; 17; 23; 30; 49; 73; 91).
Por otro lado, aparece el pensamiento judaico-alejandrino, cargado de la filosofía greco-platónica, y el concepto de inmortalidad se desarrolla permeado de la idea dualista de la persona (cuerpo y alma). Por ser el alma inmaterial, invisible y eterna (ya que existe antes del cuerpo), no puede experimentar la destrucción. El cuerpo, por ser visible, material y finito, está destinado a la destrucción. Esta línea de pensamiento se manifiesta sobre todo en la literatura apócrifa (Sabiduría de Salomón 3.1ss; 9.15; y 4 Mac), donde el concepto de la inmortalidad del alma aparece como dogma.
La otra línea de pensamiento, sustentada por los → SADUCEOS, fue más radical y terminante: no existe la inmortalidad por cuanto el hombre no sobrevive más allá de la muerte (Mc 12:18//).
El Nuevo Testamento reafirma la inmortalidad de Dios (1 Ti 6:16). En cuanto al hombre, tanto la enseñanza de Jesús (Mt 7:14; 18:8s; 19:17; 22:23ss; Lc 16:24; Jn 11:23ss) como la de Pablo (Ro 6:22; 2 Co 5:4) recalcan la → VIDA de ultratumba, en especial para los que creen en Cristo. Sin embargo, esta vida no se atribuye a la inmortalidad del hombre sino a la → RESURRECCIÓN del cuerpo, la cual Dios operará en virtud de la resurrección de Jesucristo (1 Co 15, passim). La palabra athanası́a aparece dos veces en 1 Co 15:53s, pero solo como sinónimo de incorruptibilidad (→ MUERTE).