Providencia

Lat. providentia, de provideo = «ver de lejos»; gr. 4307 prónoia, πρόνοια = «pensamiento anticipado, pensado con antelación»; 4268 prógnosis, πρόγνωσις = «conocimiento anticipado», de pro, «antes», noeo, «pensar».
1. Providencia, creación e historia.
2. Causas segundas.
I. PROVIDENCIA, CREACIÓN E HISTORIA. La Biblia no tiene en hebreo ni en griego vocablos que definan el concepto de providencia, pero presenta a Dios preocupado por los seres creados e impartiéndoles lo necesario para que cada uno, según su naturaleza respectiva, pueda conseguir su destino (cf. Gn. 48:15; Neh. 9:6; Job 7:20; 10:12; 33:18; Sal. 16:5; 36:6; 46:9; Is. 46:3–4; Mt. 10:29; Lc. 12:6; Hch. 17:28; Col. 1:17). Así, p.ej., en Job 10:12, se halla el vocablo heb. 6486 pequddah, פְּקֻדָּה = «protección». La LXX lo vierte por el gr. 1984 episkopé, ἐπισκοπή = «visitación». Este vocablo ocurre 4 veces en el NT, pero solo hace a nuestro caso en Lc. 19:44 y 1 Pd. 2:12, donde recibe cierto aspecto de «juicio».
En el conjunto total de la Escritura la providencia supone:
1) Presciencia eficaz del futuro. Nada puede tomar a Dios por sorpresa, ni siquiera el mal. Dios lo prevé, pero de ordinario no impide el mal físico, porque no quiere violar las leyes generales de la naturaleza, ni el mal moral, porque ha decidido respetar el libre albedrío del ser humano; sin embargo, siempre sabe sacar bienes de los males (cf. Gn. 50:20; Ro. 8:28). “No existe cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13), lo que significa que la providencia divina incluye lo que producirá la acción libre de las criaturas.
2) Comporta un poder y una planificación general de la historia del mundo, de la naturaleza y de la humanidad (Ex. 9:18; 23:26; 1 R. 18:1; Job 5:10; 9:5–6; 28:24–27; 36:29–32; 37:6–16; 38:25; Sal. 74:17; 89:9; 104:10, 13–15, 19–21, 24–30; 105:32; 135:6–7; 136:25; 145:15–16; 147:8–9, 18; 148:8; Is. 45:7; 50:3; Jer. 5:22–24; 10:13; 14:22; 31:35; 33:20, 25; 51:16; Ez. 32:7–8; 38:22; Jl. 2:23; Am. 4:6–10, 13; Zac. 10:1; Mt. 6:26, 28–32; Hch. 14:17).
3. Requiere un gobierno eficaz, con todos los medios necesarios para llevar a cabo infaliblemente, sin que nada ni nadie pueda impedirlo, todo lo que Dios ha programado para que suceda (Sal. 7:8; 9:8; 10:16; 22:28; 47:2, 7, 8; 75:7; 76:10; 96:10, 13; 97:1; 103:19; 139:9–10; Ecl. 9:1; Is. 10:15; 14:26–27; Ez. 18:4; Dan. 4:35; Ro. 9:19–21). En sentido estricto, la providencia divina se distingue así del gobierno divino, que es el modo de poner por obra lo planeado por la providencia.
La providencia de Dios sostiene y gobierna todo lo creado. Su operación es tan extensa como el Universo y tan incesante como el decurso del tiempo. Todos los atributos divinos toman parte en ella. Provee al cuervo su alimento y satisface las necesidades de todo ser viviente. La Biblia muestra que toda la naturaleza dirige a Dios su mirada y depende de él (Job 38:41; Sal. 104; 145:15, 16; 147:8, 9), declarando constantemente que todo acontecimiento y todo ser le están enteramente subordinados. De manera que su providencia gobierna sobre:
a) el nacimiento (Gn. 33:5; 48:9; Jos. 24:3, 4; 1 Sam. 1:27; Job 10:18; Sal. 71:6; 139:15–16; Is. 46:3);
b) la salud (Jos. 14:10; 2 Sam. 12:22; Job 7:1; 14:5; Sal. 66:8–9; 91:3–16; Is. 38:1–5; Flp. 2:27; Stg. 5:14–15);
c) la enfermedad (Ex. 9:15; 23:25; Job 2:10; 5:6, 17–18; Sal. 39:9, 13; Jn. 9:3);
d) la muerte (1 Sam. 2:6; 25:29; Job 1:21; 12:10; 14:5–6; 34:14–15; Sal. 68:20; 90:3; 104:29; 118:8);
e) las desgracias (Dt. 8:5; Job 5:17; 10:17; Sal. 66:10–12; 69:26; 94:12–13; 119:75; Prov. 3:12; Is. 26:16; 48:10; Jer. 2:30; Lam. 1:12–14; 3:1, 32–33; Am. 8:10; Heb. 12:5–6);
f) la prosperidad (Dt. 8:18; 1 Sam. 2:32; 2 Sam. 7:8–9; 12:7–8; 1 Cro. 17:7–8; 29:12, 16; Esd. 5:5; Job 1:10; 34:24; Sal. 30:7; 75:6–8; 113:7–8; Prov. 29:26; Ecl. 9:11; Lc. 1:52–53; 1 Cor. 16:2).
No hay nada en el Universo que pueda llamarse casual: «La suerte se echa en el seno; mas de Yahvé es todo su juicio» (Prov. 16:33). Ni un gorrión ni un pelo de la cabeza caen al suelo sin su conocimiento (Is. 14:26, 27; Mt. 10:29, 30; Hch. 17:24–29).
Nada ha sido demasiado grande para que Dios lo crease, ni demasiado pequeño para que lo dejara de conservar y gobernar. La historia de cada hombre, la organización y la caída de las naciones, y el progreso de la Iglesia revelan a cada momento la mano de aquel que «obra todas las cosas según el consejo de su propia voluntad».
II. CAUSAS SEGUNDAS. Respecto al problema de la providencia y las causas segundas, la Sagrada Escritura es unánime en atribuir con frecuencia ciertas acciones a Dios como causa primera y soberana, cuyo señorío es absoluto sobre la historia y el mundo (cf. Is. 10:5–15; 45:5–7; Dt. 32:39). Pero también vemos que el Dios soberano se sirve del concurso de la creación para la realización de sus designios. Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, sino también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. Dios concede a los hombres poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de someter la tierra y dominarla, con todas sus criaturas (Gn. 1:26–28).
La cuestión de la providencia y el problema del mal, que es una fuente de contradicción, se trata en la entrada correspondiente. Véase CREACIÓN, MAL, PODER, SOBERANÍA.