Paraíso

Gr. 3857 parádeisos, παράδεισος, «parque, jardín de recreo», del sánscrito paradesa, persa pairidaêza = «recinto cerrado», a saber, jardín cercado; pasó al antiguo asirio bajo la forma de pardisu, y al heb. tardío 6508 pardes, פַּרְדֵּס = «parque, vergel, jardín real» (pardes lammélekh, Ecl. 2:5; Cnt. 4:13), «bosque real» (pardes asher lammélekh, Neh. 2:8); Vulg. paradisus.
1. Etimología y uso.
2. Paraíso terrenal.
3. Paraíso celestial.
I. ETIMOLOGÍA Y USO. El término heb. más antiguo, 1588 gan, גָּן, derivado del antiguo sumerio, designa el huerto o jardín del Edén (Gn. 2:8ss), traducido como parádeisos, παράδεισος por la LXX, como lugar de disfrute y felicidad del primer hombre creado por Dios. Pardes se encuentra solamente en los últimos libros canónicos del AT, tomado del persa. Nehemías hace referencia a > Asaf, guarda de los bosques o jardines (pardes, פּ֧רְדֵּס) reales de algún gobernante aqueménida. Jenofonte (s. IV a.C.) es el primer escritor griego que aplicó a estos jardines el nombre de parádeisos (Anábasis 1, 4, 10; 2, 4, 14; Helénicas 41, 15; Ciropedia 1, 3, 14). Siglos después, encontramos esta palabra en Plutarco, con el mismo significado de lugar cercado con un muro o valla, abundante en árboles, plantas y corrientes de agua, así como con variedad de animales, tanto salvajes como domésticos. Debido a las conquistas de Alejandro Magno y los escritos de Jenofonte, la palabra parádeisos, παράδεισος, ganó aceptación en el lenguaje común, y la vemos usada por los Setenta, de modo que el jardín del Edén se convirtió en «el jardín paradisíaco» (ho parádeisos tes tryphês, ὁ παράδεισος τῆς τρυφῆς; Gn. 2:15; 3:23; Jl. 2:3). Para los autores de la Biblia, toda referencia a una región fértil y agradable es el paraíso de Dios; p.ej., el valle del Jordán (Gn. 13:10).
En el escrito apócrifo de Susana, la palabra paraíso se usa constantemente para referirse a un jardín. También aparece en pasajes del libro de Ben Sirá, la primera vez en la descripción alegórica de la Sabiduría inspirada en los cuatro ríos del Edén: «Yo, como canal derivado de un río, como caz que al paraíso sale» (Eclo. 24:30, BJ). Después, en las siguientes comparaciones, «la caridad es como un paraíso de bendición […] El temor del Señor, como un paraíso de bendición, protege más que toda gloria» (40:17, 27). Josefo llama parádeisos, παράδεισος, a los jardines de Salomón en Etam (Ant. 8, 7, 3), y a los jardines colgantes de Babilonia denomina «el Paraíso Suspendido», según una cita de Beroso (Contra Apión 1, 20).
II. PARAÍSO TERRENAL. En el vocabulario cristiano, suele distinguirse entre el paraíso terrenal y el celestial. El primero hace referencia al > Edén, lugar de felicidad primigenia para el hombre (adam) recién creado por Dios (Gn. 2:8). Dios hizo brotar de la tierra (adamah) toda clase de árboles atractivos a la vista y buenos para comer. El lugar estaba regado por cuatro ríos, cuyas aguas garantizaban su fecundidad. En el relato bíblico, el hombre aparece desde el principio como agricultor, capaz de cultivar la heredad recibida. Los animales le eran mansos y estaban sometidos a su señorío. La naturaleza era generosa, agradable y abundante. Hombre y mujer formaban una comunidad perfecta, sin división ni enfrentamiento (Gn. 2:23–24). Todo cambia a raíz de la desobediencia de esta primera pareja, que se deja seducir por la serpiente y cuestiona el mandamiento divino (Gn. 3:1–2). Dios condenó a los transgresores, maldijo a la serpiente y condenó a la mujer a parir con dolor y estar sometida a su marido (3:14–16); y al hombre a trabajar con esfuerzo la tierra y comer el pan con el sudor de su frente (3:17–19). Arrojados del paraíso, un querubín es puesto por Yahvé Dios como guardían del camino del «árbol de la vida» (3:24).
En el relato se observan muchos > antropomorfismos y datos que hoy resultan chocantes. Los estudiosos creen descubrir en el trasfondo de la narración una preocupación polémica o apologética del autor sagrado contra los mitos babilónicos de la creación y del paraíso, presentes en los antiquísimos poemas de Babilonia Enuma Elish y el Poema de Gilgamés. El autor sagrado ofrece una profunda reflexión religiosa de los materiales tradicionales existentes sobre los orígenes, y revela uno de los aspectos más importantes del misterio de la creación del hombre en el estado de gracia y justicia original en medio de una creación buena, en relación familiar con Dios, en paz con el mundo y consigo mismo, todo lo cual queda trastornado por un acto de su voluntad contra el mandamiento divino. El relato quiere enseñar que Dios no es el culpable del mal y del dolor que aflige al ser humano, sino que este es su causante, aunque no su origen, que se adscribe a la tentación de la serpiente o > diablo (3:1; cf. Sab. 2:24; Jn. 8:44; Ap. 12:9, 14; 20:2). Con ello no se soluciona el misterio del mal, pero se acalla cualquier interpretación que atribuya a Dios la desgracia humana. Es más, Dios, al mismo tiempo que condena a los transgresores, les promete un Redentor (Gn. 3:15) y les provee de vestidos para proteger su desnudez (v. 21), que deja ver a la vez el amor divino y su providencia especial para con el hombre.
El relato de la vida feliz en el paraíso aparece como punto de referencia de la esperanza escatológica de Israel. Tal como fue al principio será al final gracias a la intervención divina, una vez eliminado el pecado causante del cese de la bendición de Dios. En aquel día, Dios reconstruirá las ruinas de Israel y lo edificará como en el tiempo pasado (Am. 9:11). La tierra será fértil (Os. 2:22; Am. 9:13; Is. 7:15), con abundancia de agua (Is. 41:18; Ez. 47:1–12). Habrá paz entre los pueblos (Is. 2:4; Miq. 5:9), entre los animales y el hombre (Is. 11:6; Os. 2:20). La vida será larga (Is. 65:20–22; Yahvé «destruirá a la muerte para siempre» (Is. 25:8; 26:19). Los justos gozarán de comunión ininterrumpida con Dios (Os. 2:21; Jer. 31:31–34).
III. PARAÍSO CELESTIAL. En el período neotestamentario la palabra paraíso aparece con un significado nuevo y más exaltado. En el desarrollo del pensamiento judío, el paraíso viene a significar el lugar en el cual serán compensados después de la muerte quienes vivieron de manera piadosa. Es el lugar de delicias por excelencia para los justos (4 Esd 4:7; 7:36).
En el NT, el término paraíso, parádeisos, παράδεισος, aparece solamente tres veces: Lc. 23:43; 2 Cor. 12:4; Ap. 2:7, aunque la idea a que apunta frecuentemente se expresa en otros términos, como «el seno de Abraham» (Lc. 16:22), cuyo significado hay que determinar en términos del contexto y de las nociones judías de ese período. La literatura de la época revela una gran confusión de ideas y muchas contradicciones en relación con el futuro paraíso. Las fuentes rabínicas, los escritos apócrifos como el libro de Enoc, el libro de los Jubileos o el Apocalipsis de Baruc, elaboran teorías con descripciones muy detalladas y especulaciones acerca de las características de ese lugar especial. La tradición rabínica recogida en el Talmud describe la entrada al Paraíso mediante dos puertas hechas de rubíes detrás de las cuales aparecían 60 grupos muy numerosos de santos ángeles y un esplendor celestial (Jalkut Schim., Bereschith, 20). Cuando el justo entra allí, sus vestiduras de mortaja son cambiadas por seis pliegos de tela fina a manera de nubes de gloria. Dos coronas son colocadas sobre su cabeza: una de perlas y piedras preciosas y la otra de oro. Sus manos son ornamentadas con joyas y es recibido con una calurosa bienvenida y un gran aplauso.
Algunas de las autoridades rabínicas parecen identificar el Paraíso con el Jardín del Edén; otras afirman que el Paraíso habría sido creado antes del resto del mundo (4 Esd. 3:7; 8:52). No hay acuerdo en cuanto a su situación geográfica: unos lo sitúan bajo la tierra, como una división del > Sheol, mientras que otros lo colocan dentro o muy cercano a la localización del cielo. Se consideraban siete rangos u órdenes de hombres piadosos que ocuparían distintos niveles, según los diferentes grados de santidad.
Aparte de las especulaciones y teorías rabínicas y apocalípticas, surgieron creencias populares aceptadas sin otro criterio que su funcionalidad esperanzadora, dando lugar a oraciones para que el alma de los difuntos reposase en el paraíso, en el jardín de Dios (cf. Maimónides, Porta Mosis). Para los esenios, el paraíso se encontraba en una región lejana de gozo y descanso al otro lado del océano, «porque aquella región no está fatigada de calores, ni con aguas ni con fríos, ni con nives, pero muy fresca con el viento occidental que sale del océano, y de manera tan suave que es muy deleitable» (Josefo, Guerras, 2, 7, 11).
En el NT no hay ninguna doctrina sobre el paraíso, sino referencias ocasionales relacionadas más con la mentalidad popular que con el pensamiento de las escuelas rabínicas. No aparece nunca en las enseñanzas de Jesús, que constantemente habla de la «vida eterna» y el «Reino de Dios», cuyo gozo consiste en la visión divina. La primera mención aparece en relación con el Jesús crucificado y el «buen ladrón», a quien promete: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43), una frase ajustada a la esperanza popular que tendría este personaje (Lc. 23:43).
Nada se dice en los escritos doctrinales de los apóstoles, excepto en la experiencia del apóstol Pablo, que dice haber sido arrebatado «al paraíso», que coincide con la expresión «el tercer cielo», en la presencia de Dios (2 Cor. 12:2, 4).
En el Ap. la mención del paraíso tiene reminiscencias del jardín del Edén, donde a los vencedores se les promete «comer del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios» (Ap. 2:7; cf. 22:2). En este pasaje, la palabra designa claramente el reino celestial, aunque la imagen esté tomada de la descripción del jardín del Edén (cf. Gn. 2:8). Véase CIELO, EDÉN, Jardín; SENO DE ABRAHAM.