MALDICIÓN, MALDECIR

Heb. 779 árar, ארר = «atar, expulsar, desterrar», es la forma peculiar con que se somete eficientemente a una persona al anatema de una maldición. Se trata de un vocablo que aparece 60 veces el AT. Se encuentra por primera vez en Gn. 3:14 y 17; 7043 qalal, קלל = «ser insignificante, liviano, ligero, maldecir»; vocablo de gran amplitud, aparece unas 82 veces en el AT, en el sentido de «maldición». Implica tratar como «insignificante», con desprecio, o sea, «mal-decir»; 423 alah, אלה, su significado propio es «jurar», término que pertenece al campo jurídico. Implica la maldición o imprecación que se lanza contra un ladrón, un encubridor, una propiedad, un pacto, una ley, una aseveración. Hay términos cognados de este vocablo en fenicio y árabe. A diferencia de arar y qalal, alah se refiere fundamentalmente a la ejecución del juramento requerido para validar un pacto o acuerdo. Los términos gr. correspondientes son 685 ará, ἀρά = «maldición» (su otro significado es «oración»), de uso frecuente en la LXX; 2671 katara, κατάρα = «execración, maldición», pronunciada con malevolencia (Stg. 3:10; 2 P. 2:14), o lanzada por Dios en su justo juicio, como sobre una tierra abocada a la esterilidad (Heb. 6:8); se lanza sobre aquellos que buscan la justificación mediante la obediencia, parcial o totalmente, a la Ley (Gal. 3:10, 13); 2672 kataráomai, καταράομαι, relacionado con 2653 katanathematizo, καταναθεματίζω, vCco, que indica pronunciar maldiciones (Mt. 26:74), significa primariamente «orar en contra de», desear el mal para una persona o cosa, de donde, «maldecir» (Mt. 25:41; Mc. 11:21; Lc. 6:28; Ro. 12:14; Stg. 3:9). Kataráomai, καταράομαι, es usado por los autores profanos para denotar las imprecaciones que las naciones antiguas tenían por costumbre lanzar contra sus enemigos con la intención de atraer la ira divina y de excitar las pasiones de la multitud. Otro término gr. relacionado con maldición es 332 anathematizo, ἀναθεματίζο = «declarar anatema», esto es, dedicado a la destrucción, maldito (Mc. 4:13), o comprometer mediante una maldición, juramentar (Hch. 23:12, 14, 21).
La maldición propiamente dicha es una palabra también eficaz en sentido destructor, que realiza aquello con que amenaza (p.ej., Mt. 21:18–19; Mc. 11:12;14:20–21; la higuera estéril maldecida por Jesús se seca). Se considera que una maldición, al igual que una > bendición, tarde o temprano se cumplirá irremediablemente. Por eso Yahvé impide a Balaam que maldiga a Israel (Nm. 23:8; Neh. 13:2). Por otra parte, Yahvé puede anular una maldición proferida con ilegítima innovación de su poder y transformarla en bendición (Sal. 109:28). De igual manera puede convertir una bendición en maldición (Mal. 2:2). Puesto que un sordo no puede oír la maldición que se le echa ni, por consiguiente, apartarla de sí, no es lícito maldecirlo (Lv. 19:14).
Las maldiciones e imprecaciones eran pronunciadas generalmente por los sacerdotes, encantadores o profetas. Los atenienses hicieron uso de ella contra > Filipo de Macedonia. Era costumbre entre los griegos y romanos lanzar execraciones contra los que intentaran reconstruir las ciudades destruidas en la guerra. Estrabón observa que Agamenón pronunció una execración contra quienes intentaran reedificar Troya, un tipo de maldición que designa como katá palaión ethos, κατὰ παλαιὸν ἔθος, «según la costumbre antigua» Los romanos publicaron un decreto lleno de execraciones contra quienes se atreviesen a reconstruir Cartago. Un ejemplo similar encontramos en el caso de Josué después de tomar Jericó: «¡Maldito sea delante de Yahvé el hombre que se levante y reconstruya esta ciudad de Jericó! A costa de su primogénito colocará sus cimientos, y a costa de su hijo menor asentará sus puertas» (Jos. 6:26).
También se lanzaban execraciones contra las ciudades y sus habitantes antes de emprender el asalto. Macrobio ha preservado dos formas antiguas usadas en relación con la destruccción de Cartago (Saturnal. 3, 9). Tácito relata que los sacerdotes de la antigua Britania entregaron a los invasores romanos a la destrucción mediante imprecaciones, ceremonias y actitudes que durante un tiempo sobrecogieron a los soldados de terror (Annales, 14, 29). Las execraciones del Sal. 83 se escribieron prob. con motivo de la confederación contra Josafat.
Tocante al castigo pronunciado por Dios como consecuencia del pecado de Adán y Eva, hay que observar que el hombre no fue objeto de la maldición, sino que esta cayó sobre la serpiente y sobre la tierra. El hombre debería comer con dolor del fruto de la tierra todos los días de su vida, y en dolor debería la mujer dar a luz sus hijos (Gn. 3:17).
Después del diluvio, el Señor olió el grato olor del sacrificio de Noé, y dijo en su corazón: «No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud» (Gn. 8:21). Había comenzado una nueva dispensación del cielo y de la tierra, y Dios no iba a maldecirla ya más, sino que iba a actuar respecto a ella en base al grato olor de la ofrenda de Noé. El hombre recibió aliento. Las estaciones anuales persistirían en tanto que la tierra permaneciese (Gn. 8:22). Dios hizo un pacto con Noé y su descendencia, y con todo ser vivo, y como prenda estableció su arco en las nubes (Gn. 9:8–17).
Toda la creación está sometida a vanidad, y gime y está con dolores de parto (Ro. 8:20–22), pero hay la certeza de una liberación ya conseguida. Las espinas y cardos eran las pruebas de la maldición (Is. 32:13), pero viene el tiempo en que «en lugar de zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán» (Is. 55:13). Tanto los débiles como los fuertes del reino animal morarán también en feliz armonía en el milenio (Is. 11:6–9). En un sentido más sublime, Cristo ha redimido a los creyentes procedentes del judaísmo de la maldición de la Ley, habiendo sido hecho maldición por ellos, porque maldito es todo el que es colgado de un madero (cf. Gal. 3:13). Véase ANATEMA, BENDICIÓN.