Orgullo

Varias raíces hebreas expresan la idea de orgullo, y las versiones castellanas las traducen «arrogancia», «jactancia», «soberbia», «altivez», → «Gloria» y ocasionalmente «orgullo» (Job 38:11; Dn 5:20). Todas estas raíces significan originalmente «exaltado», «alto», «elevado» y encierran la idea de gloria y majestad. Algunas veces se traducen con sentido positivo (Sal 47:4, «la hermosura de Jacob»; Éx 15:7, «la grandeza de tu poder»; cf. Pr 16:31). En este mismo sentido se entiende «el rostro erguido» (Lv 26:13; cf. Job 22:26) del pueblo o del hombre que Dios reivindica.
La actitud dominante en la Biblia hacia el orgullo del hombre es, sin embargo, irónica y crítica. Quien se atribuye grandeza a sí mismo es culpable de orgullo. Este es la esencia del → Pecado, pues asume para el hombre (o para un pueblo) la gloria que solo a Dios corresponde. Por eso los soberbios y orgullosos serán abatidos (Is 2:6–22, esp. vv. 11, 17; 10:9–12; Jer 50:29–32; Dn 5:20; Abd 2–4). En los Salmos, el hombre orgulloso es el prototipo del malvado (Sal 12:3; 49:6, 7; 75:4; cf. 2 Cr 26:16; 32:25; Job 35:12; Pr 8:13). Dios restablece la justicia, depone al soberbio y exalta al humilde (1 S 2:1–10; Job 5:11; Sal 138:6; 147:6; 149:4; Pr 3:34).
El Nuevo Testamento extiende y profundiza la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el orgullo; utiliza varios términos que se traducen en diferentes maneras, pero que significan esencialmente «jactancia» (1 Co 5:6; Stg 4:16; 1 Jn 2:16); «reputación» (Flp 3:19; 1 Ts 2:6; 2 Co 6:8); «gloriarse» o «base para gloriarse» (Ro 4:2; 1 Co 1:31; 2 Co 10:13, 17; Gl 6:4, etc.) y «altanería» o «arrogancia» (Mc 7:22).
El cántico de María (Lc 1:46–55) destaca el motivo de la caída de los soberbios y el levantamiento de los humildes (cf. Flp 2:8–11; Stg 4:13–5:6). La raíz del mal es el orgullo espiritual (Lc 18:9; Ro 2:23; 11:20; Ef 2:9) de creerse justo o merecedor de la salvación. En Cristo todo orgullo ha sido anulado (1 Co 1:25–30) pues todo lo hemos recibido de gracia. Solo podemos gloriarnos en Cristo (1 Co 1:29ss; Gl 6:14; Flp 3:3) y por ende gozarnos en nuestra debilidad (2 Co 12:9) y en lo que Dios realiza en nosotros (1 Co 15:10; 2 Co 6:3–10).