Masada

Gr. Masada, Μασάδα, del heb. metzada o metzuda, «fortaleza». Plaza fuerte enclavada en la roca sobre la orilla occidental del mar Muerto, a unos 25 km. al sur de En-gadi, en una región volcánica. La cumbre de la roca es una meseta de unas 8 ha. de superficie, cuyo lado oriental se eleva unos 250 m. y el occidental unos 180 m. sobre la superficie de los valles circundantes. Se puede llegar a la meseta solo por un abrupto sendero del lado oriental, llamado por Josefo «senda de serpiente» (Guerras 7, 8), y del lado occidental por una senda más fácil, sobre la rampa romana. Aunque Masada no es mencionada en la Biblia, pertenece a su historia y la del pueblo de Israel.
Josefo es la principal fuente histórica del conocimiento de la fortaleza, y única hasta que en 1963 el lugar fue excavado y restaurado por un equipo con centenares de voluntarios judíos llegados de todo el mundo y dirigidos por Yigael Yadin, en nombre de la Universidad Hebrea de Jerusalem, la Sociedad de Exploración de Israel y el Departamento de Antigüedades y Museos de Israel.
La primera fortificación fue construida en tiempos de los Macabeos, y fue una obra emprendida por Jonatán en su defensa contra los ataques sirios en el s II a.C. (cf. 1 Mac. 12:35). Prob. había sido un refugio de David en sus días (cf. 1 Sam. 23:14, 29; cf. 2 Sam. 5:17). Fue ampliada en tiempos de Herodes el Grande, que en ocasión de la invasión de los partos, dejó a su familia en la fortaleza mientras él huía a Roma en el 40 a.C. (Guerras, 1, 15, 3). Cuando regresó como rey, encontró a su familia sin haber sufrido daños, porque Masada había resistido con éxito el sitio y los ataques de su enemigo Antígono (Guerras, 1, 13, 7). Como había demostrado que era inexpugnable en tanto que refugio natural, Herodes comenzó a gastar mucho dinero y energías en hacer de ella una fortaleza aún más formidable para refugiarse en caso de rebelión o guerra. Rodeó la meseta con un muro que seguía su cresta, construyó hileras de depósitos, una sinagoga, una sofisticada casa de baños al estilo romano, con su frigidarium para los baños fríos, una sala más templada y por último un caldarium para las inmersiones en agua caliente, y dos palacios, uno privado, construido sobre tres terrazas, pegado a la pared rocosa del norte, con un balcón semicircular y dos hileras concéntricas de columnas y hermosos mosaicos; y otro, sobre la meseta más al sur, como centro administrativo de la fortaleza, que ocupaba unos 4.000 metros cuadrados. El abastecimiento de agua estaba asegurado por una red de grandes cisternas excavadas en la roca en el lado noroeste de la colina. Se llenaban durante el invierno con el agua de las lluvias que fluía en corrientes desde la montaña hacia dicho costado. Cisternas situadas en la cumbre abastecían las necesidades inmediatas de los habitantes de Masada, y podía confiarse en ellas para tiempos de asedio.
Cuando Judea se convirtió en una provincia romana (6 d.C.), en la fortaleza de Masada se estacionó de forma permanente una guarnición romana. Sin embargo, al comienzo de la rebelión judía (66 d.C.), un grupo de nacionalistas, los > zelotes, tuvieron éxito en tomarla con una artimaña (Guerras, 1, 17, 2). Cuando Jerusalén cayó finalmente ante Tito (70 d.C.), quedaban tres fortalezas sin conquistar: > Maqueronte, > Herodium y Masada. Las primeras dos pronto cayeron en manos romanas, pero Masada se sostuvo tres años. Se convirtió así en una provocación para el orgullo imperial y al mismo tiempo podía ser el germen de una futura rebelión, a pesar de que todos los judíos habían sido expulsados de Jerusalén y vendidos como esclavos. Doblegar una fortaleza natural como era aquel escarpado monte, que a su vez estaba amurallado, era una tarea complicadísima para las técnicas militares de la época. Flavio Silva, el comandante romano, construyó una muralla de circunvalación y ocho campamentos –que se conservan hasta nuestros días– alrededor de la base de la roca para que fuera imposible que los defensores escaparan, y para impedir que se los pudiera surtir con provisiones del exterior. Después construyó una enorme rampa de miles de toneladas de piedras y tierra en el acceso occidental de la fortaleza, y en la primavera del año 74 a.C. hicieron subir hasta la base de la muralla un > ariete, que era una máquina militar con una viga muy pesada suspendida de una estructura de base por una serie de sogas. En un extremo el ariete tenía un carnero de hierro con el que golpeaban las murallas. Los defensores, sabían que les esperaban la tortura, la muerte, la violación de sus mujeres y la esclavitud; entonces, Eleazar Ben Yaír citó a todos y los animó con un célebre discurso donde planteaba que «las manos propias serían más piadosas que las del enemigo», y los arengó a «conservar nuestra libertad como un ejemplar monumento funerario», según el testimonio recogido por Josefo. Cuando los romanos penetraron en la fortaleza al día siguiente, solo encontraron ruinas humeantes y los cuerpos sin vida de cerca de mil defensores, mil hombres, mujeres y niños. Solo se salvaron dos mujeres ancianas y cinco niños que se habían ocultado en unas cuevas subterráneas.
En 1953 y 1955–1956 los eruditos israelíes hicieron un levantamiento de los restos en la meseta, y se realizaron excavaciones completas en tres campañas bajo la dirección de Y. Yadin, desde 1963 hasta 1965. Encontraron que muchas de las estructuras en ruinas estaban todavía en un sorprendente buen estado de conservación por causa de la inaccesibilidad de la fortaleza y del clima seco del desierto de Judea en el que se encuentra. Desde el punto de vista arqueológico, el lugar más significativo fue la identificación de la sinagoga, la única descubierta hasta ahora perteneciente a la época del Templo de Herodes. Se encontraron fragmentos de dos rollos, partes del Deuteronomio y de Ezequiel 37 (inclusive la visión de los huesos secos), escondidos en agujeros cavados debajo del suelo de una pequeña habitación construida dentro de la sinagoga.
Entre los múltiples pequeños hallazgos, se cuentan vasijas de greda y piedra, armas, restos textiles y de alimentos conservados en el seco clima de la región; asimismo, se encontraron cientos de fragmentos de alfarería, monedas y shékels, así como once pequeños óstraca (fragmentos de alfarería) escritos por la misma caligrafía apurada de una mano temblorosa con los nombres en hebreo de once judíos. En uno de ellos se puede leer claramente el nombre de Ben Yaír, cabecilla de la resistencia. Nada puede comprobarlo, pero probablemente en ese mismo lugar se haya realizado el terrible sorteo de los diez encargados de la dolorosa tarea de matar a sus compatriotas y luego suicidarse antes de que los soldados romanos llegaran. También se encontraron monedas, utensilios, muchas armas y tres esqueletos junto a unas escalinatas, uno de ellos perteneciente a un hombre de unos 20 años rodeado por un centenar de escamas de hierro que podrían haber sido de su armadura. Muy cerca estaba el esqueleto de una mujer cuyo cráneo todavía conservaba su pelo intacto, formando una trenza que parecía peinada el día anterior. En la roca donde estaba apoyada la cabeza de la mujer se encontró un tinte rojizo que podría ser sangre, y a su lado yacía el esqueleto de un niño. Además, en una caverna se encontraron otras 25 osamentas. La evidencia histórica parece demostrar que el asedio a los zelotes se dio tal cual lo relata Josefo, aunque la gran duda es determinar cuál fue exactamente el episodio final. Nadie sabe con precisión qué ocurrió en la cima de Masada, y no se puede descartar que simplemente haya sido una masacre más a la cual el historiador agregó un final literario, costumbre bastante común por aquella época. Véase DIÁSPORA, JUDAÍSMO, ZELOTA