Puerta

Heb. 8179 shaar, שַׁעַר = «apertura, puerta», aparece unas 370 veces en el AT, básicamente referido a una estructura grande que permite o impide el paso a través de un muro o recinto cerrado; corresponde al gr. 4439 pyle, πύλη = «portón», puerta de gran tamaño, en los muros de una ciudad, palacio o templo, o también puerta monumental; el otro término heb. es 6607 péthaj, פֶּתַח = «apertura», de la cual 1817 déleth, דֶּלֶת, era la «entrada» o «puerta», designa una puerta menor de casa o habitación; gr. 2374 thyra, θύρα = «puerta»; lat. porta = «portón, puerta».
1. Puertas y ciudades.
2. Porteros.
3. Sentido figurado.
I. PUERTAS Y CIUDADES. Las ciudades fortificadas y los palacios tenían una o varias puertas o portones que permitían la entrada y salida de sus habitantes y que impedían, en caso necesario, la entrada al enemigo. Con frecuencia tenían poderosas torres que las protegían (2 Cro. 26:9). A menudo, la puerta era una entrada monumental, abovedada, que atravesaba la torre. Se cruzaban grandes barras contra las puertas para hacerlas impenetrables (Dt. 3:5; 1 R. 4:13; 2 Cro. 8:5; 14:7). Garantizaban así la seguridad de los ciudadanos, protegiéndolos contra los ataques del enemigo e introduciendo a los amigos. Una ciudad sin puertas era una ciudad sin unidad ni paz. Se dice que Yahvé ama particularmente las puertas de Jerusalén (Sal. 87) porque él mismo las ha consolidado (Sal. 147:13). Los justos entrarán por ellas (Sal. 118:20).
El término sháar significa igualmente el lugar más público de la ciudad, donde se trataban los asuntos públicos (1 R. 22:10; 2 R. 7:1; Ez. 11:1) y se llevaban a cabo las transacciones legales ante testigos (Gn. 23:10, 18; Rt. 4:1–11). Era el lugar en el que se examinaban y juzgaban los litigios (Dt. 21:19; 22:15; 25:7–9; Job 29:7; Prov. 22:22; 24:7; Am. 5:15). Las moradas aristocráticas tenían portales (Lc. 16:20) que permitían una exhibición de lujo (Prov. 17:19). La importancia y poder de los portones hacía que fueran considerados como sinónimos de poder. Por metonimia, se usaban las puertas para designar a quienes junto a ellas ejercían el gobierno y administraban justicia, de donde deriva el vocablo zar.
El término déleth designa el conjunto de la puerta que gira sobre sus goznes, así como la hoja móvil (Gn. 19:6; Jue. 3:23). El término tsela se emplea a propósito de los paneles móviles de un batiente (1 R. 6:34). En el Templo de Salomón, la puerta del Santuario ocupaba, según parece, 1/4 del muro (1 R. 6:33). En el estado actual de nuestros conocimientos, la interpretación de este pasaje no es muy segura. La LXX y la Vulg. traducen «puerta cuadrangular».
II. PORTEROS. El cuidado de las puertas correspondía prop. al portero, heb. shoer, שׁוֹעֵר (1 Cro. 15:23, 24), gr. thyrorós, θυρωρός, cargo que en principio fue desempeñado por hombres, pero posteriormente, debido a la infuencia griega y romana, también por mujeres en casas privadas de personas importantes, como, p.ej., la portera del sumo sacerdote (Jn. 18:16, 17; cf. Hch. 12:13).
En el caso de los porteros de las puertas de la ciudad, estos gozaban de mucho prestigio e influencia en la sociedad. Las mercancias, aparte de las personas y animales, tenían que pasar por ellos. Los dioses de la antigüedad siempre son representados con porteros de gran dignidad y poder que cuidan con celo el acceso a la corte divina. Reyes y dignatarios contaban con oficiales encargados de permanecer en las puertas en calidad de supervisores y guardianes. No era un cargo humilde, sino de alto honor.
El oficio de porteros del Templo estaba reservado a los levitas. Su función consistía en cuidar, entre otras cosas, que se cumplieran las ordenanzas restrictivas que regulaban el acceso a los distintos recintos. David y Salomón reservaron cuatro mil hombres para esta función (1 Cro. 9:17–18; 23:1–5). Se dividieron en grupos y se decidió por suerte cuál sería el turno que correspondería a cada cual (1 Cro. 26:1–9).
III. SENTIDO FIGURADO. Por el hecho de dejar pasar, entrar y salir, las puertas siempre se han prestado a ser utilizadas como símbolo y metáfora de acogida y entrada. Así, en sentido metafórico, se habla de la puerta (pyle) del camino que lleva a la vida o a la destrucción eternas (Mt. 7:13, 14); también de las puertas o portones del Hades (Mt. 16:18), en cuanto símbolos del gran poder contrario a Dios.
La otra palabra gr. para «puerta», thyra, se aplica metafóricamente a Cristo y su obra de salvación (Jn. 10:7, 9). También se dice que, como Pastor verdadero, Cristo entra en el redil por la puerta; esto es, que aunque era el Hijo de Dios, entró obedientemente a través de lo que Dios había ordenado, siendo circuncidado, presentado en el Templo, y entrando además a formar parte del remanente de Israel mediante el bautismo (cf. Jn. 10:1–9; Lc. 2:21–22; 3:21–22).
Dios abrió «la puerta de la fe» a los gentiles mediante el ministerio de Pablo y Bernabé (Hch. 14:27). Las oportunidades para el servicio reciben el nombre de «puertas abiertas» (1 Cor. 16:9; 2 Cor. 2:12; Col. 4:3; Ap. 3:8). Por una puerta se entra en el Reino de Dios (Mt. 25:10; Lc. 13:24, 25), y Cristo mismo entra en el corazón arrepentido del creyente (Ap. 3:20). La inminencia de la segunda venida de Cristo es presentada como un acontecimiento que está «a las puertas» (Mt. 24:33; Mc. 13:29; cf. Stg. 5:9). Una puerta abierta en el cielo permitió al vidente de Patmos tener acceso a la contemplación de visiones relacionadas con los propósitos de Dios (Ap. 4:1). En el mundo antiguo oriental, los santuarios eran considerados como «puertas del cielo» por las que Dios se acercaba al hombre (cf. Gn. 28:17), de donde la razón de los llamados > lugares altos.
La Jerusalén celestial tiene doce puertas, que están siempre abiertas (Ap. 21:12–25), indicando así la seguridad total y perfecta justicia de la futura ciudad de Dios (cf. Is. 1:26; 26:1–5). El mal no entra ya en ella (Ap. 21:27; 22:15); el bien circula libremente (cf. Zac. 2:8s; 14; Is. 60:11; Ap. 21:26; 22:14). Véase CIUDAD, LLAVE, PLAZA, PORTERO, POSTES, TRIBUNAL.