NAZAREO, NAZIREO

Heb. 5139 Nazir, נָזִיר = «separado, consagrado», o en su forma completa nezir Elohim, נְזִיר־אֱלהִים = «nazir de Dios»; Sept. prop. Naziraîos, Ναζιραῖος (Jue. 13:7; Lam. 4:7); a menudo euxámenos, εὐξάμενος o hagiasmenos, ἁγιασμένος; Vulg. Nazaraeus; Talmud nazir, נָזִיר, fem. nezirah, נְזִירָה.
Persona consagrada a Dios. El nombre nazir procede del vb. nazar, נזר, que sign. «atar», y de ahí «separar». El nazireato es una institución premosaica muy antigua, reglamentado por la Ley de Moisés (Nm. 6:1–21). La dedicación del nazir supone un alejamiento de ciertas cosas que separan de Dios o dificultan su consagración a él. «Todo el tiempo de su nazareato, será santo para Yahvé» (Nm. 6:8). El nazireato duraba un período determinado, pero no implica ruptura con la vida social ni ascetismo. La Ley prohibía al nazireo, durante la duración de su voto, consumir vino, bebidas fermentadas y cualquier producto de la vid. Desde la época de los patriarcas nómadas, la vid simbolizaba la existencia sedentaria, la cultura, a las que uno podía entregarse, pero que alejaban de la simplicidad primitiva. En tanto que durara su voto, el nazireo no debía cortarse el pelo, con lo que daba testimonio de que había consagrado su cuerpo y sus fuerzas al Dios que se los había dado. Los > cabellos largos eran un símbolo de poder y de abundante vitalidad (cf. 2 Sam. 14:25–26). Cortarse la cabellera era señal de duelo y de desolación (Jer. 7:29; Is. 22:12; Miq. 1:16). El término cognado nézer, נֵזֶר, denota una > corona o > diadema sujeta a la cabeza (Jer. 7:29), y el cabello era considerado la corona natural del hombre. Por ello el nazireo llevaba el cabello largo: «su consagración [corona] a su Dios está sobre su cabeza» (nézer elohayó al roshó, נֵזֶר אֱלֹהַיוֹ עַל רֹאשׁוּ), señal indicativa de su consagración. Por eso recibe el nombre «cabeza consagrada».
Finalmente, estaba prohibido que el nazireo se contaminara tocando ningún cadáver, incluso si se trataba de un pariente próximo (Nm. 6:6–7). Cuando el período de su voto llegaba a su fin, se presentaba al sacerdote, ofrecía los sacrificios prescritos, se cortaba la cabellera y la quemaba. Desde entonces podía ser llamado santo (qadosh yiheyeh, קָדשׁ יִהְיֶה, Nm. 6:5) y beber vino (Nm. 6:1–21).
Si por alguna circunstancia, básicamente si alguno moría súbitamente junto a él (Nm. 6:9), el nazireo quedaba contaminado y tenía que comenzar de nuevo el tiempo de dedicación que había prometido. Su «cabeza consagrada» perdía su condición de tal y tenía que raparsela por completo, «el día de su purificación raerá su cabeza; al séptimo día la raerá». A continuación, el octavo día, tenía que llevar dos tórtolas o dos palominos al sacerdote, a la puerta del tabernáculo de reunión, uno ofrecido en expiación, y el otro en holocausto; en aquel día santificaba su cabeza y consagraba para Yahvé los días de su nazareato mediante una nueva ofrenda: «un cordero de un año en expiación por la culpa; y los días primeros serán anulados, por cuanto fue contaminado su nazareato» (Nm. 6:12). Por lo tanto, debía comenzar todo el tiempo de su consagración nuevamente por entero, y observarlo como requisito del voto.
El tiempo que duraba el voto del nazareo no implicaba el apartarse de sus responsabilidades familiares y comunitarias, sino que era perfectamente compatible con la realización de todas las responsabilidades domésticas y sociales, exceptuando únicamente el dar sepultura a los muertos.
Ciertos nazireos fueron consagrados desde su nacimiento o incluso antes, y de por vida. Ejemplos clásicos los tenemos en > Sansón (Jue. 13:4, 5) y > Samuel (1 Sam. 1:11, 28). El primero infringió no solo las normas del nazireato, sino también otras.
Es fácil distinguir una evolución del nazir en la historia del pueblo de Israel. Según los textos más antiguos (Jue. 13–15; 1 Sam. 1:11; Gn. 49:26; Dt. 33:16), la finalidad de esta institución sería la de mantener activa la guerra contra los enemigos de Yahvé. Para el nazireato antiguo no era tan importante el ascetismo frente a los idólatras cananeos como la defensa contra los enemigos de Israel. El voto sería perpetuo y su distintivo externo era el de no cortarse el cabello, signo de consagración perpetua a Dios. Estos hombres desempeñaron un papel fundamental en la conquista de la tierra, cuando no había un ejército unificado y organizado para la defensa de Israel. Posteriormente, con la aparición de la monarquía y el consiguiente nacimiento de los ejércitos guiados por el rey, el primitivo carisma nazireo evolucionó hacia nuevas formas de carácter más bien ascético que obedecían a las prescripciones sacerdotales de abstinencia (Nm. 6: cf. Lv. 10:8ss: 21:11); ahora el nazir era el consagrado a Yahvé que se oponía con su vida a las influencias sincretistas paganas de los pueblos vecinos, tanto fenicios como cananeos. El profeta Amós, en el reino del Norte (siglo VIII a.C.), denuncia que Israel, en su entrega a las religiones vecinas y como culminación de su depravación, emborracha a los nazireos y prohíbe profetizar al nabí (Am. 2:11–12). El pueblo ha olvidado la alianza y no soporta el testimonio y la palabra de los carismáticos que actúan en nombre del Dios de sus padres.
Después del retorno del > exilio, aumentó el número de nazireos (1 Mac. 3:49; Josefo, Guerras 2, 15, 1). Juan el Bautista fue, desde su nacimiento, consagrado al nazireato (Lc. 1:15). Es probable que la profetisa Ana hubiera hecho este voto (Lc. 2:36, 37). Los amigos de Pablo le aconsejaron, según parece, que pagara los gastos involucrados en la conclusión del nazireato de cuatro hombres. De este modo se quería evitar cualquier motín que se pudiera provocar con su última visita a Jerusalén (Hch. 21:20–26). Las personas acomodadas sufragaban en ocasiones los gastos que tenían que afrontar los nazareos pobres para la observancia de las prescripciones de la Ley.
A la luz de su evolución final, el nazareato es entendido como una condición de vida consagrada al Señor, asemejándose a la relación santificada que los sacerdotes mantenían con Yahvé, y difiriendo del sacerdocio solamente en el hecho de que éste no implicaba servicio oficial en el santuario, y no estaba basado en un llamado e institución divinos, sino que era emprendido espontáneamente durante cierto tiempo por medio de un voto especial. El objetivo era simplemente la realización de la idea de una vida sacerdotal, con su pureza y libertad de todas las contaminaciones de todo lo que tuviese relación con la muerte y la corrupción; una entrega personal a Dios extendiéndose más allá de los más profundos lazos terrenales. A este respecto la santificación de la vida del nazareo era un paso hacia la realización del carácter sacerdotal, el cual había sido puesto delante de toda la nación como su meta en el tiempo de su primer llamado (Ex. 19:5); y aunque era simplemente la realización de un voto, y por lo tanto una obra de perfecta espontaneidad, también era una obra del Espíritu de Dios que moraba en la congregación de Israel, de modo que Amós (2:11) pudo describir el surgimiento de un nazareo junto con los profetas como una manifestación de la gracia divina.
El día que expiraba el tiempo de consagración, el nazareo debía ofrecer como presentes al Señor, un cordero de un año en holocausto, y una cordera de un año como ofrenda por el pecado; la segunda como expiación por los pecados cometidos involuntariamente durante el periodo de consagración, el primero como una representación de la entrega de sí mismo al Señor, sobre lo cual debe descansar todo acto de adoración (Nm. 6:13–21). Además de esto debía traer un carnero sin defecto como ofrenda de paz, junto con una cesta de tortas sin levadura y hojaldres horneados, que eran requeridos, de acuerdo con Lv. 7:12, para toda ofrenda de alabanza, «junto con sus ofrendas de cereal y sus libaciones», a saber, los presentes de alimento, aceite y vino que pertenecían, de acuerdo con Nm. 15:3s., a las ofrendas quemadas y de paz. El nazareo también debía afeitar su consagrada cabeza, y poner el pelo en el fuego del altar bajo la ofrenda de paz que estaba ardiendo, y así dar y sacrificar al Señor el pelo de su cabeza que había sido llevado en honor de Él (Nm. 6:18). Véase CABELLO, VOTO.