Peña

Heb. 5553 selá, סֶלַע, de una raíz inusitada, que sig. «elevación», y de ahí «peña, roca, fortaleza»; o 6697 tsur, צוּר = «roca escarpada, muro de piedra, acantilado, colina rocosa»; fig. «refugio»; se encuentran cognados de este vocablo en amorreo, fenicio, ugarítico y arameo; gr. 4073 petra, πέτρα, masa de roca, «peñasco».
Se llama peña a una piedra grande sin labrar, según se encuentra en la naturaleza. Por extensión designa también un monte o cerro peñascoso, lugares propicios para construir ciudades inaccesibles aprovechando sus defensas naturales (cf. Is. 22:16; Jer. 49:16; Abd. 1:3). Durante sus enfrentamientos con los filisteos, David hizo de la peña de la cueva de Adulam su fortaleza particular (1 Cro. 11:15; cf. 1 Sam. 23:25).
Casi todas las regiones accidentadas y montañosas de Palestina tienen peñas, algunas de las cuales cobran revelancia en la historia del AT, p.ej., la peña de Oreb (Jue. 7:25, cf. Is. 10:26), de Etam (Jue. 15:8–13), de Rimón (Jue. 20:45, 47; 21:13), de Zojélet (1 R. 1:9), etc.
Las peñas de Horeb y de Meriba son famosas por ser las que Moisés golpeó para dar agua a Israel duante su estancia en el desierto (Ex. 17:6; Nm. 20:8–11; Dt. 8:15; cf. Neh. 9:15; Sal. 78:16, 20; 105:41; 114:8; Is. 48:21). Por su tamaño, las peñas servían de > altar para los sacrificios antes de la construcción del Templo (Jue. 6:20–21; 13:19).
Por su solidez, más que por su posición estratégica, Jesucristo comparó a los que escuchaban y cumplían sus palabras al «hombre prudente que edifica su casa sobre la peña», la cual resiste todos los embates de la vida (Mt. 7:24–25; Lc. 6:48).
El > sepulcro de Cristo estaba labrado en la peña, cerrado por una gran piedra en la entrada que hacía de puerta (Mt. 27:60; Mc. 15:46; Lc. 23:53). Véase GÓLGOTA, PIEDRA, ROCA.