NACIÓN

Heb. 1471 goy, גּוֹי, «nación, pueblo», como cuerpo político; pl. goyim, גּוֹיִם, denota en especial las naciones extranjeras, los > gentiles; gr. ethnos, ἔθνος, orig. una multitud, denota una nación o pueblo (Mt. 24:7; Lc. 7:5; 23:2; Jn. 11:48, 50–52; Hch. 10:22, 35; 22:21; 24:10, 17); ethne, ἔθνη, «etnia»; genos, γένος = «raza, familia»; Vulg. gens, gentes. A veces, se usa la palabra heb. 5971 am, עָם = «pueblo», correspondiente al gr. laós, λαός.
1. Exclusivismo y universalismo.
2. Los tiempos de las naciones.
3. El juicio de las naciones.
I. EXCLUSIVISMO Y UNIVERSALISMO. Las «naciones» aparecen como división característica de la humanidad después de la dispersión de Babel. Israel es un goy, una «nación» separada, un pueblo santo, cuyos componentes están unidos por el idioma, la tierra y la religión (Dt. 4:34; 14:2). Solo más tarde el término goyim, «naciones», toma un sentido peyorativo y designa a los otros pueblos que no conocen a Yahvé. En pasajes como Dt. 4:38 goyim se refiere específicamente a los cananeos de antes de la conquista israelita. Israel debía mantenerse aparte y distanciarse de ellos (Dt. 7:1). Ex. 23:30 menciona la conducta abominable de las naciones; Esd. 6:21 su impureza. La ignorancia de la verdad, la oposición a la verdadera religión, los sacrilegios dirigidos contra ella y contra el pueblo de Dios, la cólera de Yahvé a la que están expuestas, todas estas características de las naciones se hallan en los Sal. 79:1, 6, 10; Jer. 10:25; Lam. 1:3, 10; Ez. 34:28, 29; 36:6, 7, 15.
El término «pagano», de paganus, «habitante del campo», designa a aquellos que todavía no han aceptado el mensaje del Evangelio. En efecto, los pueblos rurales resistieron durante más tiempo que las ciudades el primer gran esfuerzo evangelístico. Este vocablo no es de origen bíblico; no puede traducir exactamente ni a goy ni a ethnos, que no siempre tienen un sentido peyorativo en el NT, por cuanto no muestran ninguna connotación colectiva.
En realidad, Israel debía, por una parte, mantener una posición separada con respecto a las naciones para preservarse de la contaminación de la idolatría y de la inmoralidad (Lv. 20:23; Jos. 23:7, 12; 1 R. 11:2). Los judíos, especialmente después del exilio, se muestran extremadamente exclusivistas respecto a su etnia, tal como se ve en el caso del repudio de las mujeres extranjeras ordenado por Esdras y Nehemías, y se centran en las cuestiones de pureza ritual prescritas por el Levítico y en la prohibición de los ídolos. Están dispuestos a morir antes que tolerar una estatua de Calígula en el Templo (Josefo, Ant. 18:3, 1), y se oponen ferozmente a que se coloquen trofeos en el teatro o se ponga el águila imperial romana en la puerta del Templo. Estas reglas tan extremadamente minuciosas establecidas por los escribas y fariseos tenían por objeto impedir todo contacto impuro con los gentiles. Un gentil, no observante de las leyes de la purificación, era considerado como impuro, junto con su casa y todo aquello que tocara (Jn. 18:28). Un israelita estrictamente legalista no debía nunca comer en la mesa de un gentil o pagano (Hch. 11:3; Gal. 2:12).
Sin embargo, Dios, ya desde el principio, había dado a conocer al pueblo elegido que había sido apartado para recibir la salvación y transmitirla un día a todas las naciones. Dios dijo de Abraham que habrían «de ser benditas en él todas las naciones de la tierra» (Gn. 18:18; cf. 22:18). Al Mesías le son prometidas «por herencia las naciones» (Sal. 2:8). Todos los pueblos le servirán un día (Sal. 72:11). Yahvé es el juez de toda la tierra, por cuanto todas las naciones le pertenecen (Sal. 82:8). Isaías insiste una y otra vez en la universalidad de la salvación. El Siervo de Yahvé la llevará, no solo a Israel, sino a todas las naciones (Is. 42:1, 6; 49:6; 51:4–5; 54:3; 55:5, etc.). Un día, los pueblos se convertirán al Señor y la faz de la tierra será cambiada (Is. 2:2, 4; 11:10, 12). Los judíos mismos eran conscientes de ello, porque en ciertas condiciones admitían que los paganos se hicieran prosélitos de su comunidad.
II. LOS TIEMPOS DE LAS NACIONES. Mediante la expresión «los tiempos de las naciones» (Lc. 21:24), se hace alusión al papel de los gentiles dentro del plan histórico de Dios. Desde la creación, el Señor ha deseado la bendición de toda la humanidad (cf. Gn. 12:2). Pero, después de los tres juicios del Edén, el Diluvio y Babel, deja provisionalmente a las naciones a un lado, confundiendo sus lenguas y dispersándolas por toda la faz de la tierra. Al llamar a Abraham, suscita al pueblo elegido por medio del cual será dado al mundo el conocimiento del verdadero Dios, la revelación escrita y el Mesías prometido. Por ello, el Señor instituye una teocracia en Israel; pero pronto el pueblo la rechaza y, bajo el caudillaje de sus reyes, se vuelve cada vez más infiel. Esta es la razón por la que Dios les retira finalmente su presencia y pone fin a su independencia, permitiendo que Nabucodonosor destruya el Templo y la ciudad de Jerusalén (2 Cro. 36:15–21). En este momento, la supremacía pasa a manos de los imperios paganos y Palestina queda asolada y hollada como había sido anunciado en Is. 5:1–7. La destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. acrecienta esta desolación, pero Cristo da a entender de una manera expresa que tendrá fin (Lc. 21:24).
III. EL JUICIO DE LAS NACIONES. Si bien hay un glorioso futuro para los miembros de las naciones que se conviertan a Dios, se reserva un juicio terrible para aquellos que persistan en su rebelión e incredulidad. Un día, el Señor reunirá a todas las naciones en Armagedón para que rindan cuentas (Jl. 3:2, 12; Miq. 4:11–12; Zac. 12:2–3, 9; 14:2–3, etc.), y será un «día de castigo de las naciones» (Ez. 30:3).
Grande es el privilegio de aquellos que, no habiendo formado parte de Israel (Ef. 2:12), han venido por la gracia de Cristo a formar parte de la nación santa, del pueblo adquirido del Nuevo Pacto (1 Pd. 2:9, 10). Engrosan la innumerable multitud venida de todas las naciones que en el cielo adorará al Cordero que fue inmolado (Ap. 5:9; 7:9). Véase GENTILES, LAICOS, PUEBLO, PROSÉLITOS, TABLA DE LAS NACIONES.