PREDESTINAR, PREDESTINACIÓN

Gr. 4309 proorizo, προορίζω = «marcar de antemano, predeterminar», de pro, anticipadamente, y horizo, determinar; este vb. solo aparece en el NT (Hch. 4:28; Ro. 8:29–30; 1 Cor. 2:7; Ef. 1:5, 11). En el AT no se encuentra la palabra «predestinación»; la idea más cercana es la de > elección. Por predestinación se entiende el designio eterno y amoroso de Dios para que los hombres se salven y sean partícipes de su gloria, punto culminante y meta de la historia del mundo y de la humanidad
1. Predestinación y presciencia.
2. Predestinación y elección.
3. Predestinación y reprobación
I. PREDESTINACIÓN Y PRESCIENCIA. Proorizo se relaciona con y se diferencia del verbo 4267 proginosko, προγινώσκω = «conocer anticipadamente», que se refiere especialmente a los hombres preconocidos por Dios, mientras que proorizo alude especialmente a aquello a lo que son predestinados los objetos de su conocimiento. Este es su significado las seis veces en que se utiliza este vocablo (Hch. 4:28; Ro. 8:29, 30; 1 Cor. 2:7; Ef. 1:5, 11). De ellas, dos (Hch. 4:28 y 1 Cor. 1:7) se refieren a la predestinación de la obra de Cristo, y las otras cuatro a la de los seres humanos elegidos por Dios antes de la fundación del mundo «para adopción como hijos suyos…, para que nosotros, que primero hemos esperado en Cristo, seamos para la alabanza de su gloria» (Ef. 1:5, 12).
Cuando los autores del NT hablan de proorizo, «predestinar», en unión de proginosko, «preconocer», como en Hch. 2:23 y en Ro. 8:29, no se refieren a una mera «presciencia» o conocimiento anticipado; se trata de un conocimiento eficaz, concreto, electivo. Realiza lo que conoce: «a los que antes conoció, también predestinó» (Ro. 8:28). Predestinación implica mucho más que presciencia, que pertenece solo al orden del conocimiento divino. La predestinación remite a Dios como causa primera que mueve las causas segundas, aun la voluntad humana, de tal forma que sus libres decisiones son a la postre efecto de una causalidad suprema que es Dios, y que tiene por objeto el conjunto de una vida, no menos que las opciones particulares; y sin embargo, el hombre permanece libre bajo la acción divina. Ro. 8:29–30 presenta claramente el orden de la intención, poniendo en primer lugar proegno, προέγνω = «preconoció», después proórisen, προώρισεν = «predestinó», y así sucesivamente; y en el orden de la ejecución, aparece primero ekálesen, ἐκάλεσεν = «llamó», luego edikaíosen, ἐδικαίωσεν = «justificó», y en tercer lugar edóxasen, ἐδόξασεν = «glorificó».
II. PREDESTINACIÓN Y ELECCIÓN. La «elección» de Israel como pueblo de Dios es un concepto clave y primordial en el AT. Consiste en un llamado a la alianza con Dios. Esta elección tiene su origen en la iniciativa divina y es enteramente libre; pero el beneficiario u objeto de la elección es de ordinario una realidad colectiva: el pueblo de Dios, pueblo santo (Dt. 7:6; Ex. 19:6). El término bajar, בחר, «elegir», se usa unas 92 veces, y tiene a Dios como sujeto. Cuando se trata de un personaje particular, p.ej. > Abraham, > Moisés, etc., la elección no tiene por objeto la salvación del individuo, sino que se relaciona con la elección del pueblo con vistas a una bendición universal.
Un concepto que conlleva la idea de la predestinación es «el libro de la vida» mencionado en varios lugares de la Biblia. Aparece por vez primera en Ex. 32:32–33 cuando Moisés pide a Dios que perdone al pueblo y, si no, que le borre a él del «libro de la vida». Según la mentalidad del AT, Dios guarda un libro en el que están escritos los que han de permanecer vivos en amistad con Él (cf. Is. 4:3; Sal. 69:29; Dan. 12:1). Es una especie de registro que Dios tiene de los hombres, especialmente de los israelitas. Esta imagen se esclarece con la doctrina del Apocalipsis, que presenta el juicio final como el tiempo en que serán abiertos a la vista de los hombres el libro de la vida y el libro de la muerte (17:8; 20:12–15). Solo entrarán en la Jerusalén celestial, para vivir en compañía del Cordero y de sus santos, quienes estén inscritos en el libro de la vida del Cordero (21:27).
La elección de Abraham, en quien serán «benditas todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3), se cumple en la Iglesia, «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 Pd. 2:9); según el beneplácito divino, «el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef. 1:10). A este fin obedece la predestinación, «conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad» (Ef. 1:11).
El mundo ignora este fin, este «misterio» al que está llamado. Por eso Dios siempre toma la iniciativa, predestinando, llamando. Es Jesús quien llama a quienes quiere que le sigan para cumplir el propósito que tiene para ellos. «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn. 15:16). Ciertamente, los discípulos siguieron a Jesús admirados de su palabra, pero en última instancia fue el Padre el que los llevó al Hijo: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere» (Jn. 6:44). Esto no obedece a un plan mecánico por parte de Dios, sino que forma parte de la dinámica de la naturaleza divina, que se mueve por el amor y para el amor. Por este motivo Dios siempre tiene la preeminencia en el proceso salvífico: «Nosotros amamos, porque él nos amó primero» (1 Jn. 4:19). Es el amor el que enciende el amor.
Pablo desarrolla particularmente la doctrina de la predestinación en Ro. 8:28–30 y Ef. 1:3–12, y siempre desde un punto de visto cristocéntrico. Emplea cinco veces el término «predestinación» y siempre para indicar el proyecto de Dios en relación con Cristo (Ro. 1:4). Si Dios ha elegido un pueblo desde antes de la creación del mundo, es para ser santo e inmaculado, predestinado a la adopción como hijo suyo en Cristo (Ef. 1:4–5). Dios ha llamado, justificado y glorificado a los que ha predestinado para que sean conformes a su Hijo (Ro. 8:28–30). Así pues, el fundamento de la predestinación es la voluntad insondable de Dios que tiene misericordia con quien quiere y endurece al que quiere (Ro. 9:18). La iniciativa divina no elimina la libertad humana, y si Israel ha sido reprobado, esto se debe a su incredulidad (Ro. 10:21). Sin embargo, el designio de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4). La elección universal de Dios trasciende toda distinción de pueblos, y su misericordia se extiende a todos los que lo invocan (Ro. 10:12–13). La predestinación no es un fin en sí mismo que tenga por objeto la salvación de la persona individual, sino un medio con vistas a un plan al que obedece toda la creación, a saber, la participación en la naturaleza divina (2 Pd. 1:4) o «cristificación»: «… predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Ro. 8:29).
II. PREDESTINACIÓN Y REPROBACIÓN. Es digno de notar que la Escritura habla de modo diferente cuando se refiere a la predestinación y a la reprobación. Basta con leer atentamente tres pasajes. Uno, Mt. 25:31–46; en cuanto a los salvos, el v. 34 dice: «heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo». En cuanto a los réprobos, el v. 41 dice: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles», no para los incrédulos. Dos, Ro. 2:4–5; respecto a la bondad divina que se extiende universalmente: «¿O la menosprecias, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?» El pecador se busca su propia ruina: «Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira». Tres, Ro. 9:21–23, tocante a la soberanía de Dios con los réprobos, en el v. 22 se dice: «Dios soportó con mucha longanimidad [makrothymía, μακροθυμία los vasos de ira preparados para destrucción»; y con los salvos, en el v. 23: «y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que Él preparó de antemano». Es decir, la predestinación no implica que Dios haya marcado a algunos para ira. En realidad, el deseo de Dios es «que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Ti. 2:4). La predestinación no es otra cosa que la certificación del triunfo final del designio divino de recapitular todas las cosas en Cristo mediante la Iglesia (cf. Col 1:20; Ro. 8:29–30). Véase ELECCIÓN, GRACIA, IMITACIÓN, SALVACIÓN.