MURALLA, MURO

Heb. 7023 qir, קִיר, «pared, muro», en cuanto defensa, o 2346 jomah, חוֹמָה, «muro, muralla», en cuanto barrera; a veces 7791 shur, שׁוּר, «pared» que circunda; gr. 5038 teîkhos, τεῖχος = «muro», especialmente alrededor de una ciudad (Hch. 9:25; 2 Cor. 1:13; Heb. 11:30; Ap. 21:12–19).
Los muros o paredes de las casas particulares se construían generalmente de barro o ladrillos de arcilla mezclada con paja para darles fuerza y consistencia, secados al sol. Por regla general, con el tiempo o por defecto, se abrían grietas que dejaban pasar el agua de la lluvia, o pequeños animales (Gn. 49:6; Sal. 62:3; Is. 30:13). El hombre antiguo pasaba la mayor parte de su tiempo fuera de casa, que solo empleaba como lugar de retiro. Por esta razón, las paredes de las casas no eran muy elegantes ni recibían demasiado cuidado. Solo los palacios y las casas de los potentados se construían con piedras labradas, como hicieron Salomón (1 R. 7:9) y los ricos del tiempo de Isaías, que se jactaban diciendo: «Los ladrillos cayeron, mas edificaremos con cantería» (Is. 9:10).
Las ciudades antiguas estaban generalmente rodeadas de murallas para su defensa militar, algunas con un espesor de entre 7, 5 y 9 m. Jericó tenía un muro doble de ladrillo con viviendas construidas como «puentes» (Jos. 2:15). El espacio entre los muros constituía una «segunda línea de defensa», pero la gente lo aprovechaba para actividades comerciales y para viviendas. Los israelitas quedaron muy impresionados por los sólidos muros de los cananeos (Nm. 13:28), pero durante la primera parte de su historia en Palestina no hicieron intentos de edificar ciudades fortificadas para sí. Durante la monarquía, los muros de Jerusalén llegaron a contar 34 torres y 8 puertas. En tiempo de guerra los arqueros disparaban desde las torres y desde los muros y arrojaban piedras sobre los atacantes (2 Sam. 11:20–24). La monarquía hebrea terminó cuando los babilonios destruyeron los muros de Jerusalén (2 Cro. 36:17–19). La misión más urgente de Nehemías fue reconstruirlos (Neh. 1:3; 2:8–20; 3:4; 6:15), pues los muros representaban protección.
La Jerusalén celestial descrita en el Apocalipsis aparece asentada sobre muros simbólicos de piedras preciosas que representan a los doce apóstoles en correspondencia con las doce tribus de Israel, o la totalidad del pueblo elegido de Dios; sin embargo, la ciudad carece de murallas de protección, pues la presencia de Dios la protegerá (Ap. 21:12–19), en cumplimiento a las viejas profecías de Zacarías, que decían que no habrá necesidad de muros en la Nueva Jerusalén, puesto que Dios mismo será un «muro de fuego» para proteger a su pueblo (Zac. 2:4, 5). Véase CASA, CIUDAD, JERUSALÉN CELESTIAL, PARED, SETO.