Ladrillo

Heb. 3843 lebenah, לְבֵנָה = «ladrillo», que en heb. hace referencia a la blancura del barro, del verb. 3835 laban, לבן = «ser blanco». Material muy utilizado en las construcciones antiguas en aquellas regiones poco abundantes en roca. Se hacía de barro secado al sol o cocido al horno (Gn. 11:3). Se usó desde muy antiguo en Babilonia, ya que esta región carecía de la piedra necesaria para los edificios, por lo que se tenía que hacer traer de muy lejos. De ahí que la piedra solo se empleara para reforzar los suelos, las puertas, y para ornamentar los palacios en frisos y estatuas. En Babilonia, los ladrillos eran frecuentemente cocidos, en tanto que en Nínive, lo mismo que en Egipto, eran secados al sol. En este último país las canteras se hallaban algo lejanas del valle y se emplearon piedras para las pirámides, los grandes templos y parte de los palacios; los ladrillos de barro se utilizaron para los demás edificios. La fabricación de ladrillos era considerada como penosa y malsana, tarea propia de esclavos y minorías sometidas a tributo; los hebreos la desempeñaron durante su esclavitud en Egipto (Ex. 1:14; 5). En la tumba de Rekhmire, gran visir de Tutmosis III, se ven esclavos semitas ocupados en este trabajo. Ramsés II (alrededor del año 1290 a.C.) reconstruyó la ciudad de Zoan-Avaris (la Ramesés de Ex. 1:11), y los ladrillos están marcados con su nombre. Los israelitas aprendieron en Egipto la manera de fabricarlos, y conservaron casi exactamente los mismos métodos. Se traía la arcilla en canastas de algún lugar cercano (los egipcios desde el Nilo), se echaba agua sobre el montón y se amasaba con los pies, añadiendo además a la masa algo de paja, papiro o rastrojo. Al principio, se moldeaban los adobes con las manos; desde el bronce reciente se generalizó el uso de moldes.