PAGANO

Heb 1471 goy, גֹּוי = «gente»; pl. goyim, גֹּויִם; gr. 1484 ethnos, ἔθνος, pl. ethne, ἔθνη, prim. «multitud» o «compañía de gente».
1. Israel y los paganos.
2. Jesús y los paganos.
3. El Espíritu y la misión a los paganos.
I. ISRAEL Y LOS PAGANOS. En un principio goy (גֹּוי) y am (עָם, «pueblo») eran sinónimos y tenían un valor idéntico a «grupo humano en comunidad», pero poco a poco se distinguieron en el lenguaje del AT, quedando am, en sing. como designación preferente del pueblo elegido por Dios, mientras que goyim, en pl. quedó reservado a las naciones extranjeras (cf. Nm. 23:9).
Durante la conquista de Canaán y las subsiguientes guerras de exterminio de sus habitantes practicadas por los israelitas durante generaciones, las diferentes naciones cananeas de amorreos, heveos, jebuseos, fereceos, etc., junto con los que lograron sobrevivir (Jos. 23:13; Jue. 3:1; Sal. 78:55), recibieron la apelación especial de goyim. Los israelitas tenían prohibido asociarse (Jos. 23:7) o casarse con ellos (Jos. 23:12; 1 R. 11:2). El destino de Canaán es presentado como una advertencia contra la desobediencia, un ejemplo de lo que podría ocurrir (Lv. 18:24, 25; Dt. 18:12). Los goyim siempre aparecen relacionados con prácticas idólatras (Lv. 18:20), en contraste con el pueblo elegido, que solo conoce y adora a un único Dios, Yahvé (Nm. 15:41; Dt. 28:10). La misma distinción se mantiene en tiempos de la monarquía (2 Sam. 7:23; 1 R. 11:4–8; 14:24; Sal. 106:35), y se refuerza más tarde. Israel se vengará de los paganos y los someterá (Miq. 5:10–15; Sof. 2:10s., cf. Testamento de Moisés 10:7; Jubileos 23:30); los reyes paganos se postrarán y las naciones gentiles servirán a Israel (Is. 49:23; 45:14, 23; Miq. 7:17); las riquezas de los paganos afluirán hacia Jerusalén (Is. 45:14; 60:5–16; 61:6; Miq. 4:13; Sof. 2:9).
La amarga experiencia del destierro y la desaparición de las diez tribus del norte, más el contacto forzoso con el paganismo circundante, especialmente persa, lleva a algunos profetas a reconsiderar la posición de Israel en relación con los gentiles. El lenguaje negativo de destrucción y venganza da paso a una valoración positiva del paganismo redimible por el Israel renovado al final de los tiempos. Los paganos serán partícipes de la bendición de Abraham en tanto que reconozcan la superioridad del Dios de Israel. En los últimos tiempos, Yahvé hará de Jerusalén una luz que atraerá a los paganos (Is. 49:6; 51:4; Miq. 4:11). Entonces, todo Israel será restaurado gracias a la incorporación de un determinado número de gentiles escogido por Dios en los últimos días (Is. 45:22; 56:6–8; Zac 2:11; 8:20–23; Tob. 14:6; 1 Enoc 90:30–33). La conversión de esos gentiles y su incorporación a Israel marcarán el esperado fin del mundo. Esta es la fundamentación teológica de la misión de Israel entre los paganos (cf. Is. 66:19). La urgencia proselitista de los fariseos obedece a esa creencia. Los paganos “temerosos de Dios” forman parte del plan divino para los últimos tiempos.
La fiesta de los Tabernáculos, que se celebraba en otoño y atraía a muchos paganos, era un anticipo de la inmediata realidad futura, según señalan algunos textos proféticos: “Todos los que queden de los pueblos que hayan subido contra Jerusalén subirán de año en año para adorar al Rey, Yahvé de los Ejércitos, y para celebrar la fiesta de los Tabernáculos” (Zac. 14:16–21). En «el día de Yahvé» los gentiles participarán en el culto divino, y se salvarán al acercarse a Israel (cf. Am. 9:11–12).
II. JESÚS Y LOS PAGANOS. La vida de Jesús se desarrolla casi totalmente en un ambiente judío. Pocas veces sale fuera confines de Israel y eso ocurre por causas contingentes, aunque hacia el final de su predicación en Galilea empieza a frecuentar las tierras de los gentiles, Tiro y Sidón, donde no se manifiesta públicamente, pero su fama lo precede, y encuentra una mujer sirofenicia, a cuya hija cura, no sin antes hacerle saber su preferencia por la casa de Israel (Mc. 7:27). En el territorio de la > Decápolis cura a un sordomudo (Mc. 7:31–37) y repite el milagro de la multiplicación de los panes y los peces; la primera multiplicación tiene lugar para los judíos, y la segunda para los gentiles (Mc. 8:1–9). Aparte de esto, nada parece indicar en él un interés especial por los paganos, todo lo contrario. En el envío de los apóstoles de dos en dos, Jesús les advierte: «No vayáis a los gentiles, y no entréis en las ciudades de los samaritanos, solo a las ovejas perdidas de Israel» (Mt. 10:5–6; comp. Mc. 7:24–30; Mt. 15:24).
Solo el evangelista Lucas registra el envío misionero de 72 discípulos por parte de Jesús, número que, además de ser múltiplo de 12, clara referencia a las tribus de Israel, indica también el número de las naciones paganas que la tradición judía reconoce en el cap. 10 del libro del Génesis y que los redactores de los Evangelios conocían. Para críticos como Wellhausen, este relato se debería a una invención del evangelista. Jesús no habría mandado a los 72 discípulos antes de Pascua en una misión de estas proporciones, vale decir, de alcance universal. Lucas habría forzado los acontecimientos adelantando los tiempos. El texto no habla explícitamente de los paganos, pero qué duda cabe de que son incluidos veladamente en el círculo que ha de recibir la predicación del Reino.
Que Jesús no era hostil a los paganos se ve en el encuentro con el centurión de Capernaúm, a quien no niega su ayuda (Mt. 8:5–13). En la parábola de la viña se prevé que el dueño la dará a otros (Mc. 12:9). Pero en ningún caso habla Jesús de la evangelización de los gentiles ni de su conversión durante su ministerio; se limita a una profecía de que en el futuro habrá gentiles que se conviertan, y muestra cómo esa futura conversión, al igual que la que tuvo lugar en tiempos de Jonás, será un signo que pondrá de relieve la gravedad de la impenitencia de Israel (Mt. 12:38–42; Lc. 11:29–32).
No es el Jesús mortal, sino el Jesús resucitado quien explícitamente comisiona a sus discipulos a cumplir una misión universal. En esto coinciden los Sinópticos (Mt. 28:18; Mc. 16:15; Lc. 24:47; cf. Hch. 1:8). De aquí se deduce que mediante el sacrificio del Mesías se abren las puertas al mundo entero. Así lo entiende Lucas y lo justifica en base al anuncio profético: «Que el Cristo había de padecer, y que por ser el primero de la resurrección de los muertos, había de anunciar luz al pueblo y a los gentiles» (Hch. 26:22–23). El Evangelio de Juan lo expresa de otro modo, pero con el mismo fundamento teológico. Lo hace precisamente en el contexto de la fiesta de Pascua y de unos griegos que preguntan por Jesús. Este les revela que su momento, la salvación de los paganos, llegará cuando el grano de trigo —el Hijo del Hombre— caiga en la tierra y muera: entonces se levantará y atraerá a todos a sí mismo (Jn. 12:20–32).
III. EL ESPÍRITU Y LA MISIÓN A LOS PAGANOS. Desde el principio, para Lucas la misión a los paganos es presentada como obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu quien toma la iniciativa y la dirige. Elige a Bernabé y Saulo en representación de la Iglesia de Antioquía para iniciarla. La obra se gesta en Jerusalén en torno a dos ideas importantes sobre el futuro desarrollo del cristianismo. Una, la espiritualización del Templo, y otra, el cumplimiento de la Ley a la luz del Evangelio. La primera idea surge en el entorno helenista de Esteban: «El Altísimo no habita en casas hechas por mano, como dice el profeta» (Hch. 7:48; cf. Hch. 17:24). No es el templo físico, sino la presencia de Dios lo que da sentido al culto. Ahora el Templo está allí donde se manifesta el Espíritu: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros? (1 Cor. 6:19: 2 Cor. 6:16). La comunidad cristiana se siente el verdadero Israel y comienza a ser interpretada como un templo espiritual, la verdadera morada de Dios entre los hombres y «santuario escatológico». Dentro de ella, los paganos que se convierten disfrutan de ventajas espirituales superiores a los judíos que asisten al culto del Templo de Jerusalén, pues con Jesús ha llegado la hora «cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4:23). Ya no es necesario que los paganos se acerquen al monte santo de Jerusalén para ser benditos, sino que la bendición les alcanza por medio de la misión iniciada por el Espíritu, partiendo de Jerusalén y llegado a Antioquía. De aquí, y a través de toda la geografía de Asia Menor, la misión cristiana parte del Mediterráneo y continuará hasta los últimos confines de la tierra impulsada por el Espíritu (Hch. 9:31). Por revelación divina, Pedro se adentra en el campo de los paganos y el Espíritu Santo se derrama sobre ellos (Hch. 10:45).
El camino está abierto. Los paganos se convierten y se integran en la comunidad del Reino, compuesta originalmente por judíos creyentes en Jesús. ¿Qué requisitos deben cumplir los recién llegados respecto a la fe de los padres? ¿Deben circuncidarse o no? ¿Qué leyes les obligan? No tienen necesidad de hacerse judíos, es la opinión conclusiva de la mayor parte de la comunidad. Como ocurre con el Templo, el tema de la circuncisión ritual se espiritualiza: será «la circuncisión del corazón», en el lenguaje paulino (Ro. 2:29), circuncisión ética para los paganos (Ro. 4:12; 1 Cor. 7:19; Gal. 5:6; Flp. 3:3; Col. 2:11). A partir de aquí, en menos de un siglo, la comunidad cristiana será mayormente pagana de origen y ya no se considerará a sí misma como integrante del judaísmo, sino como un nuevo Israel espiritual. Véase GENTILES, IGLESIA, LEY, MISIÓN, NACIÓN, PROSÉLITO, PUEBLO, TEMPLO.