Profetisa

Heb. 5031 nebiah, נְבִיאָה = «profetisa», fem. de «profeta», gr. 4398 prophetís, προφητίς, fem. de prophetes, προφήτης.
La palabra nebiah, «profetisa», es rara en la Biblia hebraica. Apenas seis veces aparece esta expresión en todo el AT, y se refieren específicamente a > Miriam (Ex. 15:20), > Débora (Jue 4:4), > Hulda (2 R. 22:14 y 2 Cro. 34:22), > Noadias (Neh 6:14) y la profetisa de Isaías 8:3. El término puede referirse no solo a una profetisa en la verdadera acepción de la palabra, sino también a la esposa del profeta (Is 8:3) o a una poetisa (Ex. 15:20). Su actividad se relaciona con música, danza y canto. Este medio de comunicación es conocido a partir de algunos textos bíblicos (Jue 11:34; 21:21; 1 Sam 18:6; Jer 31:4).
Algunas mujeres actuaron como dirigentes en el período de los profetas anteriores, como Débora en el libro de los Jueces (4, 5) en el norte de Israel y Hulda, seiscientos años después, en Jerusalén (2 R. 22:14). Sobre ellas nos dice Lília Dias Marianno: «Débora pertenecía al momento en que los profetas actuaban en la política, período pre-monárquico. Hulda pertenecía al momento opuesto: el de la consolidación de la monarquía, y en esos días la figura del profeta estaba muy despreciada frente a sus gobernantes. Ambas actúan a través del consejo en medio del pueblo y para fines específicos. No hay oráculos proféticos proferidos por Débora y Hulda, sino confirmaciones de la voluntad de Yahvé para una batalla o confirmaciones de los aspectos de la ley y de la alianza en el Deuteronomio, que son confirmados por dichas mujeres, mediante consulta de las personas que a ellas se dirigen».
Según la misma autora, estas mujeres no fueron de personalidad exótica, eran consejeras. El pueblo se dirigía a ellas para pedirles opinión, juzgar causas o confirmar leyes. Para Dias Marianno, las profetisas fueron asemejadas o colocadas en la misma categoría que todas las mujeres que eran «consultadas» por el pueblo para recibir consejos. Las profetisas desaparecerán de la historia en el mismo momento en que el modelo oficial de profecía se definió como masculino. Cuando Deut. 18:9–22 describe al verdadero profeta, es un nabí, nunca una nebiah. Con eso se excluye cualquier posibilidad de actuación de la mujer en una función como esta.
En el antiguo Israel se expresó una religión popular en la cual estuvo presente la actividad profética de las mujeres vinculadas a la casa y a los elementos de su cotidianidad, principalmente aquellos ligados a la producción y reproducción. A partir de los días de Josías (630–609 a.C.), esta religiosidad no solo se volvió marginal, sino que se prohibió. Durante el exilio, a partir de la profecía de Ezequiel, las mujeres quedaron desautorizadas por el oráculo del profeta.
El NT hace mención de la palabra prophetís aplicada a Ana (Lc. 2:36–38), de quien se dice que fue la última representante de la profecía como se conoció antes de Jesucristo. Ana compartía con Simeón la alabanza al Señor, mujer viuda que permanecía en el Templo en ayuno y actitud orante. Reconoció a Dios en el niño Jesús y lo publicó a toda Jerusalén en el Templo.
También incluye relatos de mujeres que profetizaban, del vb. propheteúo, que ocurre cuatro veces en el libro de Hechos (2:17–18; 19:6; 21:9), dos en el sermón de Pedro en Pentecostés al citar al profeta Joel. De las cuatro hijas vírgenes del evangelista Felipe (Hch. 21:9) algunos autores concluyen que en ellas se reconoce la actividad profética para hombres y mujeres guiados por el Espíritu Santo, pero no la función o el oficio del profeta.
En 1 Cor. 11:5 vemos que las mujeres, al igual que los hombres, ofrecen oración a Dios y dirigen palabra de «profecía» a la congregación. Irene Foulkes dice que en esta misma carta el autor define «profecía» como un mensaje que anima y edifica al auditorio, es decir, algo parecido a una homilía o una predicación. Por eso en 1 Cor. 14:1–4 a estas mujeres el apóstol Pablo no les pide que se callen, a pesar de las costumbres de la época. Pablo respeta su papel protagonista. Solamente les recuerda que, para cumplir estas funciones en la liturgia, deben cuidar su arreglo personal, acatando las normas de decencia vigentes: deben ponerse algo en la cabeza, sea un velo o un peinado que recogiera su cabellera encima de la cabeza.
A las mujeres que profetizaban en Corinto se les pedía que llevaran velo en la asamblea (1 Cor 11:4–5), práctica que es todavía frecuente encontrar en algunas iglesias evangélicas de Nicaragua y otros países de la región. En la época en que se escribió este texto, el Apóstol recuerda por lo demás, que ni la mujer es sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor (1 Cor 11:11). Es decir, la misión profética es compartida entre ambos sexos para proclamar el mensaje de nuestro Dios.
Los textos bíblicos, al referir el carácter de nebiah o prophetís, señalan el mundo de la producción y reproducción simbólica de las actividades de las mujeres como miembros de la comunidad del Pacto y de la vida. Véase ANA, DÉBORA, HULDA, MIRIAM, PROFECÍA.