PERFECTO, PERFECCIÓN

Heb. sust. 8537 tom, תֹּם = «totalidad, inocencia, simplicidad, integridad», aparece 25 veces en el AT; adj. 8549 tamim, תָּמים = «perfecto, sin mácula, entero, total, completo», aparece 91 veces, mayormente en relación con ofrendas cúlticas; vb. 8552 tamam, תמם = «estar completo, terminado» (Gn. 47:18), del que se deriva el nombre > Tumim, «perfecciones» (Nm. 27:21); aparece 64 veces; su mejor traducción es «sin tacha, íntegro», o «sincero». Gr. 5049 téleios tevleio~ = «pleno, completo, perfecto»; gr. 5048 teleióo, τελειόω = «completar, perfeccionar».
La palabra «perfecto» no tiene en el lenguaje bíblico el mismo sentido que en el nuestro, donde denota la idea de algo sin tacha ni falta en absoluto, mientras que tanto en hebreo como en griego hace referencia a lo que es completo, sano, «sin defecto» (cf. Lev. 22:21).
En heb. la palabra tamim tiene que ver mayormente con las ofrendas cúlticas, y denota la integridad física requerida de los animales ofrecidos en sacrificio: «No ofreceréis a Yahvé animal ciego, cojo o mutilado» (Lv. 22:22). Las víctimas del holocausto, ofrenda o sacrificio, tenían que estar enteras, completas, sanas, sin mancha ni defecto, sin faltarles nada, no mutiladas, íntegras, no cortadas en pedazos (cf. Lv. 22:18–21; 25:30). La misma ley se aplica a los sacerdotes (Lv. 21:17–23), que, en cuanto consagrados al servicio de Dios, deben ser completos y sin defecto.
En sentido moral tiene que ver con la idea de «integridad, rectitud, santidad», tal como se aplica a Noé: «Varón justo, era perfecto en sus generaciones» (Gn. 6:9), y aparece en el primer llamamiento de Dios a Abraham: «Yo soy el Dios Todopoderoso; camina delante de mí y sé perfecto» (Gn. 17:1).
En sentido general, todo el pueblo, en cuanto santo y consagrado a Dios y por Dios, tiene que observar las leyes de la integridad relativas a lo puro e impuro, la idolatría y las prácticas paganas de los pueblos vecinos; de modo que todo Israel es conminado a ser «perfecto delante de Yahvé» (Dt. 18:13); tiene que servir a Yahvé «con corazón perfecto», es decir, «íntegro», con toda sinceridad y fidelidad (1 R. 8:61; cf. Dt. 6:5; 10:12).
La «obra de Dios es perfecta» (Dt. 32:4); perfecto el camino de Dios (2 Sam. 22:31); perfecta su palabra (Sal. 18:30) y su Ley (Sal. 19:7). Él da vigor a los piadosos y hace perfectos sus caminos (2 Sam. 22:33). «Es el escudo de los que caminan en integridad» (Prov. 2:7), por lo que pueden vivir confiados (Prov. 10:9), y acercarse al monte santo de Jerusalén y morar en el Tabernáculo de Dios (Sal. 15:2). Los íntegros habitarán la tierra y permanecerán en ella (Prov. 2:21).
Job es presentado como modelo de perfección, «temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1:1, 8; 2:3), que suscita la envidia del mismo Satanás (Job 1:9–11). Por su temor de Dios, Job entiende que en sí mismo no es pefecto: «si me dijere perfecto, esto me haría inicuo. Si fuese íntegro, no haría caso de mí mismo» (Job 9:20–22), solamente lo es en la confianza que tiene puesta en Dios y su causa, por lo que no accede a maldecir a Dios ni cuando, aparentemente se ve olvidado y castigado por él. «Entonces su mujer le dijo: ¿Todavía te aferras a tu integridad? ¡Maldice a Dios, y muérete!» (Job 2:9).
En el NT téleios designa una cualidad propiamente humana, y en labios de Jesús equivale a la «imitación de Dios»: «Sed vosotros perfectos [téleioi, τέλειοι], como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto [téleios, τέλειος]» (Mt. 5:48), equivalente al texto levítico: «Seréis santos, porque yo soy santo» (Lv. 11:44), pues según B. Häring, la traducción exacta de Mt. 5:48 es en futuro: «Vosotros, pues, seréis», no en imperativo: «sed». El futuro expresa una anticipación de confianza, una expectativa divina. Relacionado con este propósito está el coste del discipulado: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme» (Mt. 19:21). Quedan así enmarcadas las condiciones para entrar en el Reino de Dios, condiciones que no cambian con el regreso de Jesús a los cielos, sino que se ahondan como un elemento central en la predicación apostólica del perdón de los pecados, cuyo fin es presentar «a todo hombre, perfecto en Cristo Jesús» (Col. 1:28). Ser «perfecto» es llegar a «la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13), dador de la Nueva Alianza en su sangre. Tal es la meta y diseño del plan de salvación que comienza con la elección para vida eterna: «Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo; a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Ro. 8:29). Todos los dones y ministerios concebidos en orden al crecimiento de la Iglesia están destinados a la creación del nuevo hombre maduro y perfecto en Cristo Jesús: «Y él mismo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, hasta ser un hombre de plena madurez, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:12–13). La misión del Apóstol consiste en amonestar a todos los hombres e instruirles en toda sabiduría espiritual «a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo» (Col. 1:28).
Como todo lo que pertenece al llamado divino, la perfección es un don y una tarea; una llamada y una promesa: «El que es justo, haga justicia todavía, y el que es santo, santifíquese todavía» (Ap. 22:11). La regeneración nuevo nacimiento por el Espíritu, hace posible la exigencia de la perfección en Cristo, entendiendo bien que se trata de un proceso de maduración, entrega y obediencia. El Espíritu Santo que ha sido dado a los creyentes (Ro. 5:5), dinamiza ese proceso con su presencia en los corazones, produciendo dones y frutos que reflejan el carácter de Cristo que constrarrestan los deseos y frutos pecaminosos de la carne (cf. Gal. 5:16–17).
El nuevo hombre creado en Cristo Jesús para buenas obras (Ef. 2:10) también está sometido a las leyes naturales de crecimiento y desarrollo. En este contexto, la perfección cristiana conlleva un proceso de madurez por el que se va dejando atrás lo que pertenece a la infancia y llegando a la edad adulta en Cristo (cf. 1 Cor. 3:1–2; 13:11; Gal. 4:1–4; Heb. 5:11–14).
El mismo Señor Jesús, aunque siempre fue moralmente perfecto, sin embargo se dice que fue «perfeccionado» como «autor de la salvación» (Heb. 2:10). Aunque era Hijo, con todo aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido «perfeccionado» después de haber llevado a cabo la obra de la redención, vino a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen (Heb. 5:9); este puede ser el significado de las palabras «y al tercer día soy perfeccionado» (Lc. 13:32), siendo su muerte la culminación de sucesivas etapas de perfección. En él, los espíritus de los justos son hechos perfectos (Heb. 12:23), es decir, salvos por «la sangre que habla mejor que la de Abel» (v. 24). Véase DISCIPULADO, IMITACIÓN, INTEGRIDAD, SANTIDAD.