PILATOS, Poncio

Gr. 4091 Pontios Pílatos, Πόντιος Πίλατος, del lat. Pontius Pilatus. Quinto gobernador romano de Judea y Samaria, a partir de la destitución de Arquelao por Augusto en el año 6 d.C. Debido a la influencia de Sejano fue designado procurador de Judea por Tiberio hacia el año 26 d.C., para suceder a Valerio Grato. Su nombre completo era Poncio Pilatos o Pilato. Pontius indicaba su relación, por descendencia o adopción, con la gens o familia de Pontii. Pilatus podría derivar de pilum o «jabalina, venablo», y debe referirse a alguna acción bélica en la que se distinguió algún antecesor.
Pilatos llegó a Judea el mismo año de su nominación, acompañado de su esposa (Mt. 27:19). Durante mucho tiempo, la ley romana no había autorizado que un gobernador llevara su esposa a una provincia no pacificada, pero Augusto lo permitió (Tácito, Anales 3, 33). En contra de la política de los procuradores precedentes, Pilatos envió a Jerusalén un destacamento militar con sus enseñas. Hasta entonces, las tropas romanas que patrullaban por la capital religiosa judía habían tenido la precaución de no exhibir sus estandartes y enseñas militares, que llevaban representaciones odiosas para la mentalidad israelita. En el resto del país las unidades militares ostentaban con naturalidad estas imágenes sin que ello creara ningún problema. Pero en esta ocasión, Pilatos ordenó que se entrara en la ciudad por la noche, con las enseñas provistas de águilas de plata y de pequeñas imágenes del emperador, que quedaron expuestas en los cuarteles. El tumulto que se produjo fue de una dimensión quizá no sospechada por el gobernador. Una copiosa representación del pueblo con sus dirigentes bajó a la ciudad de Cesarea y permaneció allí en protesta durante cinco días. Pilatos intentó intimidarlos y los convocó en el estadio para darles una explicación, consistente en que los numerosos soldados allí apostados desenvainaron sus espadas y amenazaron desafiantes a la multitud. Los judíos hicieron el gesto de desnudar sus cuellos, demostrando que estaban dispuestos a morir. Ante esta reacción inusitada, Pilatos mandó quitar las imágenes y estandartes de Jerusalén (Josefo, Ant. 18, 3, 1; Guerras 2, 9, 2 y 3).
Más tarde, tomó del tesoro del Templo el dinero sagrado (corbán), para emplearlo en la construcción de un acueducto que llevara a Jerusalén el agua de las regiones montañosas meridionales. El uso secular de un dinero consagrado a Dios provocó una sublevación. Cuando el procurador llegó a Jerusalén, los judíos asediaron su tribunal. Pilatos, enterado ya de la rebelión, mezcló entre la multitud a soldados disfrazados, con garrotes y puñales. Cuando la agitación llegó a su paroxismo, el procurador dio la señal esperada por los soldados. Numerosos judíos murieron asesinados o atropellados por la multitud al huir. No parece haberse dado otra sedición. Pilatos finalizó el acueducto, pero se hizo odioso a los judíos (Ant. 18, 3, 2; Guerras 2, 9, 4).
Cuando estaba en Jerusalén, se alojaba en el palacio de Herodes. Hizo colgar después unos escudos de oro cubiertos de inscripciones idolátricas relativas a Tiberio, aunque sin la efigie del emperador. El pueblo le suplicó en vano que los quitara. Los nobles de Jerusalén enviaron entonces una petición a Tiberio, que ordenó al gobernador llevar los escudos a Cesarea (Filón, Legatio ad Gaium, 38).
El tetrarca > Herodes Antipas decía de Pilatos que era un hombre «venal, violento, rapaz, extorsionador y tirano». Pero era fama, y corría la voz entre la gente, que el propio rey ejercía el oficio de espía del emperador Tiberio. Esto lo sabía el mismo Pilatos. De ahí la enemistad entre ambos, según señala el evangelista San Lucas (23:12). La hostilidad se incrementó a causa de la muerte de unos galileos, súbditos del rey Herodes Antipas, que habían venido a Jerusalén a «ofrecer sacrificios» en el Templo (Lc. 13:1). El filósofo Filón presenta a Pilatos como un hombre de carácter inflexible, tan implacable como obstinado, que no retrocedía ante nada. El historiador romano Tácito no conoció a Pilatos, pero lo describe como «arbitrario y despiadado».
Era procurador de Judea cuando Juan el Bautista y Jesús comenzaron su ministerio (Lc. 3:1). Los procuradores acudían habitualmente a Jerusalén con ocasión de las grandes fiestas, durante las que se reunían multitudes de judíos. Es posible que fuera durante una de estas solemnidades cuando Pilatos derramó la sangre de algunos galileos en la zona del Templo donde se ofrecían los sacrificios (Lc. 13:1, 2). Los galileos eran propensos a exaltarse durante las fiestas (Ant. 17, 10, 2 y 9). Los ejecutados por Pilatos habían intentado seguramente iniciar una sublevación. Es indudable que una ejecución tan sumaria de algunos de sus súbditos enfurecería a Herodes Antipas; fuera cual fuere la causa de la enemistad entre el procurador y el rey, el rencor de Herodes se apaciguó cuando aquel reconoció la jurisdicción del tetrarca en las cuestiones concernientes a los galileos (Lc. 23:6–12), lo que sucedió durante el proceso del Señor Jesús. Ante la inocencia de Cristo, no quiso condenarle y trató una y otra vez de salvarle, valiéndose de todos los resortes a su alcance. Si es cierto que el juicio de Jesús lo llevó al principio con ecuanimidad, al final la ecuanimidad fue empañada por la condena a muerte del Nazareno (Mt. 27; Lc. 23), recurriendo a un procedimiento jurídico, valedero para las provincias del imperio, que constaba en la Lex Iulia, llamado «Extraordinaria cognitio».
Pilatos estuvo en el cargo diez años, lo que dice mucho a su favor, pese a las críticas severas que le han hecho y la acusación de que no se preocupaba de los asuntos de la metrópoli. Tiberio tenía costumbre de retener a algunos funcionarios más de los tres años acordados, porque decía que al pretender enriquecerse en tan poco tiempo, podían cometer desmanes. La carrera de Pilatos quedó interrumpida a raíz de lo sucedido en Samaria en el año 35 de nuestra Era. Un iluminado samaritano incitó a sus compatriotas a seguirle en el monte Gerizim para buscar unos vasos de oro escondidos por Moisés y que provendrían del Tabernáculo. Los samaritanos se reunieron al pie de la montaña, listos para la ascensión. Pilatos parece haber pensado que todo el asunto era una tapadera para encubrir algún otro designio más importante, de matiz político, de modo que situó caballería e infantería en todos los caminos que conducían a Gerizim. Atacaron a estos buscadores de tesoros, dando muerte a muchos de ellos, y tomando a otros como prisioneros, ejecutándolos posteriormente. Los samaritanos denunciaron la crueldad de Pilatos al legado de Siria, Vitelio, de quien dependía el procurador. Este designó a otro, ordenando a Pilatos que se dirigiera a Roma para justificarse ante el emperador. Tiberio murió el 16 de marzo del año 37, antes de la llegada de Pilatos (Ant. 18, 4, 1 y 2). La tradición informa que Pilatos fue desterrado a las Galias, a Viena sobre el Ródano, y que se suicidó (Eusebio, Hist. Eccl. 1, 9). En otra tradición, que se remonta al siglo segundo, muere de muerte natural siendo cristiano (Orígenes, Hom. en Mat. 35). La Iglesia abisinia lo considera como un santo y celebra el 25 de junio su fiesta como mártir. La Iglesia griega celebra el 27 de octubre la fiesta de su esposa Claudia Prócula.