Profanar

Heb. 2490 jalal, חלל = «contaminar, manchar», aparece más de 225 veces en el AT; gr. 2840 koinóo, κοινόω = «hacer común, contaminar» (Hch. 21:28); 953 bebelóo, βεβηλόω = prim. «atravesar el umbral», y de ahí «profanar, contaminar» (Mt. 12:5; Hch. 24:6).
Estos términos se aplican al hecho de traspasar algo sagrado a un uso común, y se contrapone al concepto de la santidad, que se refiere a algo «separado», consagrado para el Señor y su servicio. En sentido estricto, profanar es la acción con que se hace común una realidad considerada sagrada. De esta manera, la profanación del día de reposo era su utilización como un día común (cf. Ex. 31:14). El nombre de Dios era profanado si no era pronunciado con la debida reverencia, o si era mencionado en falsos juramentos o en prácticas que lo deshonraran (cf. Lv. 19:8, 12, etc.). La profanación cúltica se producía al tallar la piedra del altar sagrado con herramientas de metal (Ex. 20:25).
Los sacerdotes debían tener gran cuidado en tomar esposa virgen, por cuanto el sacerdocio no podía regirse por los patrones de la vida común, sino que debía estar separado para el Señor (cf. cap. 21 de Lv.). Como juicio contra la casa de Israel, que había profanado el nombre de Dios quebrantando su vocación de vivir en santidad para él, el Señor entregó su Santuario en manos enemigas para su profanación y destrucción (cf. Ez. 5:11; 7:22; ver también Ez. 39:1–7 y 43:7). La culminación de todo ello en la historia de Israel tuvo lugar cuando Antíoco IV Epífanes profanó el Lugar Santísimo, lo que la Biblia llama > «abominación desoladora» (cf. Dn. 9:27; Mt. 24:15; Mc. 13:14).
El verb. jalal también se usa unas 50 veces con el significado de «comenzar». En Gn. 4:26 se dice que después del nacimiento de Set, engendrado por Adán y Eva tras la muerte de Abel, «los hombres comenzaron a invocar el nombre de Yahvé».
Desde el punto de vista cristiano, lo sagrado adquiere un sentido radicalmente nuevo. De algún modo, Jesús deslegitima de raíz toda distinción de principio entre lo sagrado y lo profano, por lo que en la realidad humana ya no hay nada materialmente sagrado, si por tal hay que entender algo separado, trascendente, cerrado, exclusivo; y ya no hay nada profano en el sentido de extraño u opuesto a la realidad divina, pues por la fe y el amor todo queda consagrado a Dios, es santo. Santos son los hijos de los creyentes (1 Cor. 7:14), santos son todos los pueblos a quienes Dios ofrece la salvación (Hch. 10:15, 28). El apóstol Pablo está convencido de que «en el Señor Jesús nada hay inmundo en sí» (Ro. 14:14), excepto para la conciencia educada según otros modelos ajenos al mensaje evangélico (Ro. 14:14).
Debido a la consideración de la persona como lugar privilegiado de la presencia divina, frente al Templo concebido como casa de Dios, los primeros cristianos se atrajeron la ira de sus conciudadanos judíos ganándose la grave acusación de profanar lo más sagrado del culto. Esteban fue denunciado y juzgado porque «no deja de hablar palabras contra este santo lugar y contra la ley» (Hch. 6:13), tal como le había ocurrido a Jesucristo (Mt. 26:61). El apóstol Pablo provocó un gran alboroto cuando vieron en su compañía a Trófimo, un efesio, e imaginaron que lo había metido en el Templo de Jerusalén: «¡Hombres de Israel! ¡Ayudad! ¡Este es el hombre que por todas partes anda enseñando a todos contra nuestro pueblo, la ley y este lugar! Y además de esto, ha metido griegos dentro del templo y ha profanado este lugar santo» (Hch. 21:28, 29). Aunque los judíos permitían su profanación en otro orden de cosas, como la venta de animales y el cambio de dinero en sus atrios, que provocó la ira de Jesús.
El mismo principio de respeto a lo sagrado, el cristianismo lo refiere especialmente a la persona, portadora, por así decirlo, de los dones divinos de la salvación en el Espíritu, de modo que cada creyente es templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en él. «Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque santo es el templo de Dios, el cual sois vosotros» (1 Cor. 3:16–17). Véase ABOMINACIÓN, ABOMINACIÓN DESOLADORA, COMÚN, PROFANO, SACRILEGIO.