Pobreza

La miseria preocupa tanto a Dios (Sal 146:7–9) como a la persona sensible (Job 24:1–12; Ec 4:1–3) y al Mesías (Is 11:4). La pobreza no es ni el propósito divino (Gn 1 y 2) ni el destino del hombre (Ap 21 y 22). Nuestro Creador es un Dios rico (Sal 24:1; 50:10, 11), capaz de suplir las necesidades de sus hijos (Mt 6:33; Flp 4:19) y está determinado a lograr → Justicia para los pobres (1 S 2:5–8; Lc 1:51–53).
Originalmente, la pobreza fue el resultado de la caída del hombre (Gn 3:17–19). El pecado y el consecuente juicio divino en sus múltiples formas siguen causando la pobreza, según la teología del → Pacto (Lv 26:14–45; Dt 28:15–68).
Sobre muchos de los factores mencionados en la Biblia como productores de la pobreza, el individuo tiene poco o ningún control. Se mencionan, por ejemplo, la explosión demográfica (Éx 1:7); la opresión de las minorías (Éx 1:8–14); la opresión económica por naciones extranjeras (Jue 6:1–5; 5:8–10; Am 2:6, 7; 5:10–13; Miq 2:1–11); las guerras y el hambre (2 R 6:24–7:20); la sequía (1 R 17:1–16); la enfermedad (Mc 5:25, 26); el mal gobierno (1 S 8:10–18; Ez 22:23–31, 34; Miq 3:1–4, 9–12); la burocracia (Ec 5:8); la muerte prematura (2 R 4:1–7); la emigración (Rt 1:1–6), etc.
Sin embargo, a veces la persona en particular es culpable de la pobreza. Por ejemplo, oprime y extorsiona a los pobres (Is 58:1–12); se olvida de los diezmos y el cuidado del templo establecido por Dios como garantía de bienestar (Hag 1:1–11; 2:6–9, 18, 19; Mal 3:6–12); profana el sábado (Is 58:13, 14) y es perezoso (Pr 6:6–11; 10:4). Además, la situación se agrava por la ignorancia (Pr 13:18; 21:5), los vicios, la extravagancia (Pr 21:17; 23:19–21), etc.
Dios, que es veraz y justo, se compromete en las promesas de su pacto a restaurar a la persona redimida y a volverla a la prosperidad (Gn 12:2; 13:2; 15:2, 14; 26:12–14; Lv 26:3–13; Dt 8; 28:1–14; 2 Co 9:8–11; Heb 11:6; Ap 3:21). Por eso, aun en medio de la pobreza, Dios es digno de adoración, alabanza, confianza y esperanza (Sal 103:6; 112; 2 Co 9:9; cf. Jn 12:1–8).
Para la resolución del problema de la pobreza la Biblia enseña:
1. La identificación del cristiano con los pobres tanto en actos (Lc 2:7; 9:58; 2 Co 8:9; Flp 2:5–8) como en actitud (Mt 5:3; 1 Ti 6:17; Stg 1:9–11; Ap 3:17).
2. La evangelización sin distinciones (Is 61:1, 2; Lc 4:18; Stg 2:1–7; cf. Éx 6:6–9).
3. Cambios sociales, políticos, etc. (Gn 47:20–26; Éx 22:25–27; 23:6–13; Lv 14:21; 19:9, 10, 13–18; 23:22; 25; Dt 14:22–29; 15:1–18; 24:6, 10–15, 19–22; 26:12–15; Is 58:6; Am 5:15; Lc 4:18).
4. La práctica de la caridad individual (Mt 6:2–4; 25:31–46; Lc 6:30; 14:12–14; 18:22; 19:8). En esta labor, la → Riqueza es uno de los dones del Espíritu (Ro 12:8; 1 Ti 6:17–19); pero implica el peligro del engreimiento (Dt 32:9–18; Lc 18:24; 1 Ti 6:9, 10). La responsabilidad cristiana empieza con la familia (Mc 7:9–13; 1 Ti 5:8) y con los hermanos en la fe (Ro 15:26; 2 Co 8–9; Gl 2:10; 6:10; Stg 2:14–17). La ayuda se administra a través de la → Iglesia local (Hch 2:44–47; 4:32–5:11; 6:1–6; 1 Ti 5:3–16).
5. La oración (Éx 2:23–25; 3:7–10; Lc 11:3).
6. La alfabetización e instrucción bíblica universal (Dt 6:4–9, 20–25; Pr 3:13–18; 8:1–4, 18; Miq 4:1–4).