Querubín

Heb. 3742 kerub, כְּרוּב, solo en sing. (Ex. 25:19; 2 Sam. 22:11; 1 R. 6:24, 25, 27; 2 Cro. 3:11, 12; Sal. 18:10; Ez. 10:2, 7, 9, 14; 28:14, 16); Sept. kherub χερούβ; pl. kerubim, כְּרוּבִים, también escrito כְּרֻבִים; Sept. kherubim, χερουβίμ v. kherubeím, χερουβείμ = «querubines» (Eclo. 49:8; Heb. 9:5).
Resulta bastante difícil, si no imposible, determinar el origen y significado de esta palabra. Quienes buscan en la raíz semítica lo derivan del aram. kerab, כרכ = «arar», de donde tomaría los significados de «toro, buey». Debido al paralelo de Ez. 10:14 con 1:10; otros lo entienden como una transposición de rebukh, רְבוּךְ, «bestia» divina; o también qarob, קָרוֹב, «cerca [de Dios]», es decir, admitido en su presencia. Algunos autores creen que es equivalente a karam, כרם, «ser noble o jefe». Gesenius, por su parte, propuso una nueva etimología, tomada del término jaram, חרם, «apartar del uso común», es decir, «consagrar», que en etíope toma el significado de «guardián», a saber, de la divinidad contra las intromisiones profanas. La derivación más antigua procede de rab, רַב y nakhar, נכר, con el significado de «conocimiento abundante». Precisamente, fue este el sentido con el que ampliamente lo usaron autores como Filón, Vida de Moisés; Clemente de Alejandría, Stromata 5, 40; Orígenes, Fragmentos de la Hexapla, p. 114; Jerónimo, en Is. 6:2; Pseudo Dionisio, Sobre la jerarquía celestial, 7, 96; y Tomás de Aquino, Sum. Teol. I, 1, b. Modernamente se acepta que la palabra kerub está estrechamente relacionada con el karibu babilónico, especie de genio alado, que estaba encargado de interceder por los ausentes y de proteger los edificios. Completando este sentido, se sabe que en el palacio de Sargón, en Jorsabad (Iraq), existían unos toros alados conocidos como karibu, que eran una especie de genios protectores de la estancia real. Ambas palabras derivan del acadio karabu, que significa «bendecir, alabar», con la doble acepción del heb. barakh, ברך, en que Dios puede ser tanto sujeto como objeto de la bendición.
La primera referencia bíblica a los kerubim se encuentra en Gn. 3:24, donde se les describe apostados al este del jardín de Edén, portando una «espada encendida que se revolvía por todos lados», para guardar el camino al árbol de la vida.
La segunda referencia a ellos se encuentra en el relato de la construcción del arca de la alianza, donde se dice que pusieron dos imágenes de querubines formando una sola pieza con la cubierta o propiciatorio, dispuestos cara a cara, uno a cada extremo, y cubriéndolo con sus alas (Ex. 25:18–20; 37:7–9). Sus rostros estaban encarados entre sí, pero inclinados o encorvados hacia el propiciatorio (Ex. 25:22).
Los querubines del arca no se corresponden para nada con la imagen de genios alados, ni su forma corresponde a una combinación de rasgos animales y humanos, sino que más bien se asemejan a figuras antropomórficas. La posición en la que suelen aparecer representados no es de rodillas, sino, de acuerdo con la analogía de 2 Cro. 3:13, en posición erguida y con la cabeza inclinada. Si bien es cierto que la imagen que nos muestra Ezequiel de los querubines es peculiar, puesto que se trata de seres con cuatro caras, esta no es la representación más frecuente en la Biblia. Tanto la descripción que se hace de ellos en el pasaje bíblico del arca del pacto, como la de los que se encontraban representados en el Templo de Salomón, los querubines solo tenían una cara cada uno, y su forma era plenamente humana, a excepción de las alas. A pesar de su forma humana, los querubines son considerados seres espirituales celestiales, que rodean el trono de la presencia de Dios.
En la tradición del AT, el Lugar Santísimo era considerado la morada de Dios y los querubines constituían su trono. Son numerosos los pasajes que hacen alusión a la presencia de Yahvé sentado sobre querubines, como si de un trono se tratara (Nm. 7:89; 1 Sam. 4:4; 2 Sam. 6:2; 2 R. 19:15; Sal. 80:2; 99:1; Is. 37:16). Algunos estudiosos sostienen que el arca del pacto durante la travesía del pueblo de Israel por el desierto no tendría imágenes de ese género, pero como sí las había en el Templo salomónico, los sacerdotes, tal vez, quisieron justificar la legitimidad de su representación, y para ello atribuyeron a Moisés la decisión de colocar imágenes de seres alados sobre la tapadera del arca.
Había también figuras de querubines bordadas en las cortinas que conformaban las paredes exteriores del Tabernáculo (Ex. 26:1), las cuales podían ser vistas por los sacerdotes, con independencia de en qué lugar del Santuario se encontraran.
Los querubines ocuparon un lugar relevante en el imaginario artístico-religioso del antiguo Israel. Así, por ejemplo, en el Templo de Salomón, mucho más esplendoroso que el Tabernáculo, se podían ver dos gigantescos querubines. Su altura era de 10 codos —unos 5 m—, y la envergadura del arco formado por las dos alas era de 10 m. Estaban fabricados de madera de olivo, y cubiertos de oro (1 R. 6:23–28; 8:7; 2 Cro. 3:10–13; 5:7, 8; Heb. 9:5). Además, los muros del Templo estaban decorados con bajorrelieves que representaban palmeras, flores y querubines (1 R. 6:29).
Ezequiel, a orillas del río Quebar, tuvo una visión en la que aparecían algunos querubines. Cada uno de ellos tenía cuatro rostros y cuatro alas (Ez. 10:1–22; cf. 9:3). Los querubines descritos en este pasaje se parecen notablemente a los cuatro seres vivientes que el profeta había contemplado en una visión anterior. Los cuatro rostros eran: de hombre, de león, de buey y de águila (cf. Ez. 1:5–12 y 10:20–21). Los querubines descritos por Ezequiel eran portadores del trono de Yahvé (Ez. 1:26–28; 9:3) y también adornaban las paredes y puertas del nuevo templo (Ez. 41:18, 20, 25). El apóstol Juan ofrece en el Apocalipsis la descripción de cuatro seres vivientes con rostros semejantes a los de los cuatro querubines mencionados por Ezequiel (Ap. 4:6, 9).
Los textos del AT dan a entender que los querubines estaban relacionados con la presencia de Dios y en medio de ellos es donde se manifestaba su gloria (Lev. 16:2). Los querubines no solo formaban su trono encima del arca, sino que también adornaban el Tabernáculo y el Templo donde él habitaba entre los israelitas. Cuando Dios viajaba, los querubines formaban su carro (Sal. 18:10). Incluso se dice de los querubines del Templo de Salomón que son el carro de Dios (1 Cro. 28:18). Pudiera parecer, por tanto, que indicaban la presencia de Dios como un rey sentado sobre su trono o viajando en su carro.
Dicho todo lo anterior hemos de reconocer que en buena medida se ignora la forma exacta de la representación bíblica de los querubines, ya que la información no es completa. En el libro del Éxodo solamente se describen como seres que tienen rostro —presumiblemente humano— y alas. Los asirios y otros pueblos semíticos hacían representaciones de criaturas compuestas con rostros humanos, alas y cuerpos de animal, especialmente de leones y toros, que guardaban las entradas de sus templos y palacios. Los egipcios ponían también seres alados en algunos de sus santuarios. De los hititas se han descubierto animales fabulosos, como esfinges con cuerpo de león y cabeza de águila. El trono del rey Hiram de Biblos estaba soportado por dos criaturas de rostro humano, cuerpo de león y grandes alas. Estas representaciones híbridas aparecen centenares de veces en la iconografía del antiguo Oriente Próximo, y deben estar en la base de la iconografía bíblica, desprovista de connotaciones paganas. Véanse EDÉN, Jardín, PROPICIATORIO, TABERNÁCULO, TEMPLO.