NIEVE

Heb. 7950 shéleg, שֶׁלֶג, de 7949 shalag, שׁלג, prop. «ser blanco»; Sept. y NT 5510 khión, χιών; Vulg. nix. La nieve es poco frecuente en Palestina, donde ordinariamente solo se muestra un par de veces al año. Los libros históricos contienen dos referencias a nevadas (2 Sam. 23:20; 1 Mac. 13:22), pero la alusión constante a la nieve en los libros poéticos podría indicar su presencia en los meses de invierno. Nieva en la zona montañosa, sobre las colinas de Galilea, en Nazaret, Jerusalén y Hebrón (1 Mac. 13:22; Josefo, Guerras 1, 16, 2; 4, 8, 3). Aunque se la espera en enero o febrero, con frecuencia se dan inviernos sin nieve. Llega en ocasiones a espesores de 30 cm., pero raras veces dura más de un día. Al final del verano se puede ver aún sobre las alturas del Líbano y en los precipicios.
El Hermón está coronado de nieves eternas. Se menciona la nieve frecuentemente en las Escrituras como símbolo de pureza (Sal. 51:9; Is. 1:18; Lam. 4:7; Mt. 28:3), o como tesoro de Dios (Job 38:22), que es quien ordena su caída (Job 37:6); la figura de la nieve que cae se presta a comparaciones, como la lana, las aves o los saltamontes (Sal. 147:16; Ecl. 3:18). Se le reconoce a la nieve todo su valor como reserva de agua para el suelo (Is. 55:10). En verano se usa en ciertos lugares para enfriar las bebidas (cf. Prov. 25:13) y también para lavarse (Job 9:30). Por su blancura se presta a indicar metafóricamente la limpieza producida por la acción de Dios sobre el pecador (Is. 1:18). Del ángel que abrió el sepulcro de Jesús se dice que «su aspecto era como un relámpago, y su vestidura era blanca como la nieve» (Mt. 28:3). Véase HIELO.