Sacrificios

En hebreo el término general que se refiere a las distintas clases de sacrificios era minja (Gn 4:3, 4; 1 S 26:19; Sal 96:8). Posteriormente, minja significó solamente la ofrenda vegetal, y el término korbán se impuso para la designación general.

Tipos de Sacrificios
Al sancionarse por legislación oficial el ritual de los sacrificios, se distinguió entre los sacrificios cruentos y los incruentos.
Los sacrificios cruentos
1. El holocausto (ola). Según su significado etimológico («lo que sube al altar» o «lo que sube al cielo en forma de humo»), ola es la especie de sacrificios más citado en el Antiguo Testamento. Era presentado como sacrificio entero (1 S 7:9), es decir, quemado totalmente, menos la sangre. Siempre ocupó un lugar preeminente en el culto de Israel, como el sacrificio diario de la mañana y de la tarde (Nm 28:3; 2 R 16:15), como sacrificio solemne en grandes fiestas (Nm 8; 1 R 9:25), o por otros motivos de gozo (1 S 6:14), pero también en relación con el ayuno en un acto de lamentación del pueblo (Jue 20:26; 21:4). Estos últimos textos, sin embargo, evidencian también su función expiatoria, porque lo central de tal ayuno oficial era la confesión de pecados.
Puesto que al holocausto se le atribuía gran importancia por considerársele homenaje al Señor, el animal que se sacrificaba debía ser íntegro, macho y sin defecto.
2. El sacrificio de paz (seba selamin). Era posiblemente la forma más antigua de sacrificio y se celebraba juntamente con una comida fraternal. El animal del sacrificio era ofrecido con un ritual idéntico al que iniciaba el holocausto. Los que oficiaban el culto ponían las manos sobre la víctima antes de degollarla, y llevaban la sangre al altar. Luego el oferente tomaba la grosura de la víctima y la llevaba al altar donde la quemaban como ofrenda encendida, juntamente con el holocausto que ya debía estar dispuesto. Finalmente, los oferentes celebraban la fiesta de comunión, no sin antes haberse purificado ellos y sus huéspedes para poder comer y regocijarse delante del Señor.
Si se trataba de una ofrenda en acción de gracias, esta debía consumirse el mismo día; si el motivo era un voto, el tiempo del sacrificio podía extenderse hasta el día siguiente, para que un mayor número de amigos pudiera participar. Su propósito era expresar la paz, en su sentido máximo: comunión con Dios en su servicio, y comunión de unos con los otros. Generalmente el sacrificio de paz no se ajustaba a tiempos fijos y se distinguía por su carácter festivo y alegre.
3. El sacrificio propiciatorio o por el pecado. Sacrificio que desempeñaba la función más importante, en la expiación de todos los pecados de Israel. Se combinaba con el holocausto, por ejemplo en las fiestas (Nm 28s) pero tenía su propio significado. La parte más importante del rito (después de quemada la grosura) era la ceremonia propiciatoria con la sangre, con la cual eran ungidos los cuernos del altar y rociado siete veces el velo del tabernáculo o del templo (Lv 4).
4. Sacrificio por la culpa o de reparación (asam). Estaba tan relacionado con el sacrificio por el pecado que no se distinguen claramente entre sí. Según la distinción más común, el sacrificio por el pecado se presentaba por el mal cometido por ignorancia, mientras que el sacrificio por la culpa correspondía a una falta cometida a sabiendas.
La palabra asam con que se denomina a estos sacrifios se usa en varios sentidos. Cuando los filisteos devolvieron a Israel el arca del pacto, la acompañaron con un asam que entonces consistió de objetos de oro, y seguidamente ofrecieron en holocausto las vacas que habían tirado del carro (1 S 6:3–5). Aquí el asam fue acompañado por un sacrificio. En Is 53:10 el siervo de Jehová pone su alma como asam, sacrificio de propiciación o de reparación para su pueblo.
La víctima prescrita para el sacrificio por la culpa variaba según la ofensa cometida y la fortuna del ofensor. A veces era un cordero o un carnero, pero estos podían ser sustituidos por palomas o tórtolas o, en caso de extrema pobreza, por la décima parte de un → Efa de flor de harina (Lv 5:7–13). Nadie, pues, podía considerarse capaz de presentar su correspondiente sacrificio por la culpa o reparación.
Los sacrificios incruentos
1. La ofrenda vegetal (minja). La palabra hebrea significa «ofrenda», «oferta» o «donación», y se usa no solamente en cuanto a lo sagrado sino también en cuanto a ofertas y donaciones o regalos en la vida común (por ejemplo, los tributos pagados a un rey, Jue 3:15; 2 S 8:6). En Gn 4, la palabra se usa en un sentido más amplio, porque ambos sacrificios, el de animales presentado por Abel y el de los frutos del campo, ofrecido por Caín, son llamados minja. Si se usa en un sentido estricto, el término se refiere solamente a una ofrenda vegetal, mayormente de granos, como en efecto se impuso en los tiempos posteriores.
El modo de ofrecer la ofrenda vegetal se describe detalladamente en Lv 2. Generalmente este sacrificio acompañaba al holocausto, pero se ofrecía también como sacrificio independiente. Las primicias de la cosecha constituían una clase especial de este sacrificio. Con ellas, Israel reconocía que el Señor es dueño y dador de los frutos del campo, y que todo se debe a la bendición del Altísimo.
2. El incienso (lebona). Sacrificio que debía ofrecerse en el tabernáculo frente al velo del Lugar Santísimo (Éx 30:1–6), donde estaba el altar del incienso, un incensario hecho de madera de acacia y cubierto de oro. Dos veces al día debían encenderse y mantenerse ardiendo continuamente las especias aromáticas de una fórmula exclusiva para este uso (Éx 30:34–38). Solamente los sacerdotes tenían el privilegio de ofrecer el incienso. Éxodo 30:9 prohíbe ofrecer incienso «extraño», prohibición difícil de explicar, pero que muy bien puede referirse a lo ritual o éticamente impuro, o que tenga relación con la idolatría.
En el → Día de la Expiación y antes de rociar la sangre del becerro hacia el → Propiciatorio, el sumo sacerdote ponía el perfume aromático molido detrás del velo, de modo que la nube del perfume cubriera el propiciatorio (Lv 16:12–14). Según Éx 30:10, el altar del incienso también estaba relacionado con la expiación. Cuando después de la muerte de Coré el pueblo se rebeló contra Moisés, Dios envió mortandad entre ellos, la cual solo cesó cuando Moisés puso el incensario con el incienso encendido para «hacer expiación por ellos» (Nm 16:46ss).
El incienso frecuentemente está asociado con la oración. El propósito del simbolismo era recordar a Israel que las oraciones del pueblo ascienden a Dios, al igual que el humo del incienso sube a su presencia (Sal 141:1, 2; Ap 8:4). El hecho de que el incienso sea puesto en paralelo con el cordero sacrificado a la caída de la tarde y llamado «olor grato» (Éx 29:41) demuestra su gran valor.

Ritos de Sacrificio
Los sacrificios cruentos se realizaban según ritos prescritos. Después de que el oferente llevaba el animal destinado para el sacrificio al santuario, debía imponer sus manos sobre la cabeza de la víctima. Con esto la dedicaba en sacrificio, ofrecido como una expresión simbólica de su propia entrega y sometimiento a Dios, de su gratitud, arrepentimiento y oración.
Seguía la inmolación del animal, la cual ejecutaba el oferente si se trataba de un sacrificio individual, o el sacerdote ayudado por un levita, si era sacrificio por la congregación. En tal acto de inmolación, el ofrecimiento de la sangre pura (en que aún estaba el alma de la víctima) expresaba que el oferente renunciaba a su propiedad para entregarla totalmente a Dios. La inmolación era el medio de obtener la sangre que era presentada como ofrenda más preciosa para Dios, como medio de expiación y para cubrir la vida manchada del oferente.
Había diferentes usos de la carne de los sacrificios. En el caso de los holocaustos, los sacerdotes quemaban toda la carne; pero si se trataba de otros sacrificios solo se quemaban ciertas porciones de la grosura (la que estaba sobre los intestinos o sobre los ijares, los riñones, la cola, etc.), y el resto de la carne la comían los sacerdotes. En otros sacrificios Dios concedía que se tomara la carne para celebrar una comida sacrificial o de comunión, con la cual se expresaba la relación de paz entre Dios y el oferente. En el día del perdón, la carne se quemaba fuera del santuario. El sacrificio incruento o vegetal servía generalmente como aditamento en los sacrificios de animales. En tal caso el sacerdote tomaba una parte de las espigas, la harina, los panes o tortas ofrecidas y la quemaba sobre el incensario juntamente con el incienso.

Sentido Teológico Del Sacrificio
El sacrificio como propiciación
En el Antiguo Testamento la explicación directa con respecto al significado del culto sacrificial se encuentra en Nm 1:53; 16:46 y 18:5, donde se le relaciona con la → Ira de Dios. Los sacrificios tenían un significado básicamente propiciatorio.
El sacrificio como oferta
El oferente busca con su donación la bendición de la divinidad, prosperidad, etc. Pero la ofrenda puede servir también como acción de gracias u homenaje, y ante todo como apaciguamiento y reconciliación.
El sacrificio como comunión
El sacrificio establece una comunión sacramental entre el oferente y Dios, y también entre los oferentes mismos. Tal es principalmente la función de la comida sacrificial.
El sacrificio como fuente de gracia y nuevas fuerzas
La acción sacrificial promovía, una vez purificado el oferente, la acción de nuevas fuerzas en la lucha contra el pecado y las malas influencias (Lv 17:11).
Según Éx 24ss, el culto sacrificial fue instituido al establecerse el → Pacto entre Dios y su pueblo. El culto debe considerarse bajo tal relación con el pacto divino y la → Gracia del pacto. Este culto sirve como camino de doble vía: Dios llega por medio de él al hombre y a su vez el hombre se acerca a Dios mediante el culto; en esta relación Dios es quien da la oportunidad de purificarse de los pecados.
El significado de los sacrificios puede resumirse, entonces, de la manera siguiente:
1. La reconciliación la instituye Dios y como tal es obra suya.
2. El sacerdote realiza esta obra como sacramento.
3. El sacerdote es el mediador para proveer al pecador la propiciación. Por eso hay que interpretar como lenguaje sacramental la afirmación de Lv 17:11: «La misma sangre hará expiación de la persona». El sacerdote no es más que un funcionario de Dios, y la sangre no es sino el medio que Dios proporciona.
4. El oferente es activo al presentar el sacrificio que expresa su deseo de purificación y al poner las manos sobre la cabeza de la víctima, pero es pasivo en el acto mismo de la expiación. Esto lo realiza el sacerdote como mediador entre Dios y el hombre, de modo que, a través de lo que el sacerdote es en sí, el sacrificio promueve una acción doble mediante la cual Dios y el hombre se encuentran por el camino sacramental. Es Dios quien concede al oferente perdón y propiciación. Toda posibilidad de redimirse a sí mismo queda excluida.

Los Profetas Y Los Sacrificios
Los profetas demuestran que en sus días los requisitos del culto se cumplían con el mayor esplendor posible. Sin embargo, creció la creencia en el poder mágico de la acción cultual. Se generalizó la opinión de que la acción cultual prescrita por la Ley debía cumplirse al pie de la letra, sin que indispensablemente fuera acompañada por contrición de corazón, gratitud y una vida obediente a los verdaderos postulados de Dios. Esto provocó la reacción de los profetas, quienes señalaron en forma determinante que el culto puramente exterior, aunque tuviera un máximo de sacrificio, era desagradable a Dios (Is 1:11s, Jer 6:10s, 7:21s, 14:12; Os 6:6; Am 4:4s, 5:21s; Miq 6:6s). El pueblo, entregado en su gran mayoría a la idolatría, había demeritado los sacrificios negándose a ofrecerlos o contentándose con la mera presentación exterior como un opus operatum. Dios se complace en los sacrificios, holocaustos y ofrendas, pero solamente cuando estos son motivados por un «corazón contrito y humillado» (Sal 51:19).

Lo Provisorio de Los Sacrificios
En el hecho del sacrificio, la purificación se le concede al hombre porque la culpa del hombre es imputada al animal sacrificado. En otras palabras, sacrificar es realizar una sustitución, una satisfacción vicaria. La sangre sirve para la expiación por ser portadora de la vida (Lv 17:11), pues es la vida de la víctima la que es ofrecida para conservar la vida del alma humana delante de Dios. Sin embargo, la sangre de la víctima es capaz de expiar no por su naturaleza, sino porque Dios en su misericordia lo establece así. La sangre y la vida del animal no son sustituto perfecto y completo para la vida humana. La total sustitución, satisfacción, propiciación y purificación se obtienen solo por la sangre de Cristo (Heb 9:12; 1 Jn 1:7; Ap 1:5).
El Nuevo Testamento señala más detalladamente lo provisorio e imperfecto de la institución del Antiguo Testamento. Cada año debía presentarse un nuevo sacrificio en el día del perdón (Heb 9:25), pues la sangre de machos cabríos o de becerros no podía purificar perfectamente. Por estos sacrificios más bien se hacía memoria de los pecados (Heb 9:12; 10:3). Además, tal institución era imperfecta por cuanto el sumo sacerdote mismo era una persona que necesitaba presentar sacrificios por sus propios pecados antes de hacerlo por los pecados del pueblo (Heb 7:27). Mediante el hecho de que el sumo sacerdote solamente podía entrar una vez al año en el Lugar Santísimo, «el Espíritu Santo daba a entender que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo» (Heb 9:8).
El oficio sacerdotal de Cristo puso fin a todas las imperfecciones sacrificiales antiguas. Con su muerte, los sacrificios sangrientos pasaron a ser innecesarios, porque «somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre» (Heb 10:10). A este sustituto «Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Ro 3:25). (→ Ira de Dios; Propiciación; Muerte; Sacramento; Santa Cena.)